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Seudónimos de la vida
Después de diez años Gonzalo Millán regresa, crea y siente que su sitio está acá

Por Ana María Foxley
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ublicado en revista HOY, N°381, 5 al 11 de noviembre de 1984


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Pequeño, modesto, irónico, Gonzalo Millán (37) pertenece a la generación de poetas emergente en la década del 60, que tuvo que sumergirse o extrañarse después del golpe militar.

De estudiante en la Universidad de Concepción y miembro del grupo de poesía Arúspice saltó a la universidad canadiense de New Brunswick, donde obtuvo el Master of Arts que luego amplió a la especialidad de Literatura Hispanoamericana. en Ottawa. En ése, "el país de la hoja" como él lo llama —antes en Costa Rica y después en Europa—, vivió todo el ciclo del exilio. Al principio atormentadamente. Después, compartiendo dolores y alegrías con los que igual que él estaban despojados de su tierra y sus afectos.

Con conciencia de su identidad poética y de su precariedad humana, su poesía de versos sintéticos habla en un susurro, penetrando los seres y las cosas en su intimidad y luego se ensancha en un tono épico para abarcar lo colectivo. Podría quedarse en el testimonio si no fuera porque él trabaja concienzudamente el lenguaje hasta transformarlo en una experiencia estética universal.

Su primer libro, Relación personal, a los 21 años recibió buenos comentarios y un premio —el Pedro de Oña— en 1968. Ya en Canadá, expulsó todo su dolor en La ciudad, donde habla poéticamente de una urbe sometida a la dictadura. Luego vino Vida, que recopila poemas desde 1968 a 1982. Lo publicó en Ediciones Cordillera, empresa chileno-canadiense que él —junto a otros compatriotas escritores—echó a andar. Seudónimos de la muerte, lanzado hace poco en la SECh, reúne parte de su década de exiliado.

Ya instalado en Chile y superada "la resaca del retornado", hace clases en un taller del Instituto de Comunicación y Diseño; una asesoría en los talleres de la Vicaría Oeste y otra en un centro de rehabilitación para ciegos. Allí se siente en su salsa, metafóricamente, pues, como ellos, anda "a tientas pero muy alerta", adaptándose a esta nueva realidad en su país.


En su poema Perfil mixto dice: "El primer día de tu regreso/ igual será el primero del exilio. / Hay algo en tu silueta que no calza/ en el hueco dejado por tu ausencia". También antes habló de "la resaca del retornado", es decir de los problemas reales del que regresa...
—Yo me he ubicado bien porque no tenía ninguna expectativa, tenía la película clara de lo que pasaba aquí. Pero el problema del retorno es el tiempo. Cuando uno llega recupera el espacio rápidamente, pero el tiempo es irreversible. Ya no se es el mismo y los demás también han envejecido. Lo de uno, para los de acá, es una experiencia cifrada. Se puede hacer el enganche siempre que uno se calle los diez años; la gente queda desubicada si te pones a contar.

¿Qué otros gajes ha tenido su regreso?
—Afuera se pierde la identidad; eso es un dolor, por un lado y una ganancia, por otro. Volver acá es volver a un rol, a que a uno lo cristalicen como Gonzalo Millán, con una familia, una historia. Eso lo veo como una amenaza y como un retroceso. Me da miedo. ¿Perder esa libertad de afuera para tener una inserción social? No me interesa. Lo que sucede es que Chile vive de un gran espectáculo, en una cultura de representación impuesta por la televisión. Una cultura de diversión, de salirse de uno mismo, de crear personajes.

Usted ha hablado de un corte en su vida y de una maduración a partir de los 35 años...
—Claro, y en mí tiene que ver con mi llegada a Canadá. Resulta que salí con un solo libro publicado. Relación personal, que los críticos comentaron como de un escritor que prometía. El golpe impidió la salida de otros dos: Nombres de la era y Ave rock, que dieron origen a Vida, obra que publiqué allá. Tuve que empezar de nuevo frente a canadienses que, a mi edad, ya tenían diez libros editados. Me fui creando una identidad chileno-canadiense, porque nosotros no les interesamos como chilenos sino en cuanto podamos integrarnos a esa sociedad. Cuando se sobrepasa el trauma del origen, uno empieza a ser interesante para ellos.

¿Por dónde va la ruptura o continuidad que puede haber entre los escritores del exilio y los de adentro?
—Creo que en la literatura hay una continuidad, con distintas respuestas frente a una situación histórica. Todavía se reconoce a Neruda, a veces en forma aplastante. La poesía joven tiene una experiencia generacional nueva y una experiencia urbana común que une lo que se hace afuera y adentro. Hay una resurrección de la "neo-vanguardia" en eso de querer volver a experimentar. La figura importante es Huidobro, porque tiene algo de cosmopolita; es maestro en eso de barajárselas bien en otras culturas, asume el problema del bilingüismo. Yo creo que los problemas de enganche no se dan en lo literario sino en lo humano. El problema se origina porque hay una mala comprensión del exilio: el viaje al extranjero se ve todavía como un privilegio, como algo excepcional dentro del curriculum.

Usted mismo ha dicho que fue un privilegiado como exiliado...
—Como escritor, el exilio me habría sido negativo si hubiera dejado de escribir; pero al contrario, me permitió desarrollar mi obra mucho más. Creo que la literatura contemporánea es una estrategia del exilio: todos los grandes escritores del siglo XX han sido exiliados, incluyendo a Joyce. Aunque lo fueran voluntariamente. Antes el escritor exiliado se consideraba un mutilado del lenguaje, pero después se comenzó a asumir la diversidad de idiomas como una fuerza creativa. En este sentido el exilio es un desafío.

Y en lo personal, ¿qué es?
—Es una prueba donde uno corre el riesgo de destruirse. Muchos de nosotros estuvimos a punto de "irnos cortados": el costo síquico es demasiado grande; comienza a flaquear la pareja, hay riesgo de perder la sanidad mental...

¿Y qué lo salvó?
—Me salvó el que siempre, desde adolescente, tuve el sueño de irme de mi casa y una obsesión por la aventura. Yo no quería una vida intelectual. Afuera, obligado a estar en aventura forzosa, añoraba la estabilidad de mi país, el status que me había dado un libro. La pérdida de la cáscara que me había dado mi educación fue dolorosa, pero recién ahí me di cuenta de que estaba viviendo lo que había deseado y que podía comenzar a ser libre, a decidir si me olvidaba de Chile, de mi papá, de mis abuelos. Incluso podía dejar de escribir y asumir otra identidad.

Paradojalmente, en el exilio comenzó a usar su libertad...
—Si, y por eso decidí irme a Europa en medio de una crisis, en un escape y una búsqueda... Estuve más de un año, y llegué a Holanda a un encuentro de poesía y me enamoré de Ximena —su actual mujer—; después tuve que quedarme solo y se me acabó la plata que me mandaban de Canadá. Viví en Rotterdam como un aventurero, con amigos marinos, latinoamericanos, varados como yo, sin pega, de los bajos mundos... Ahí tuve como una iluminación, mi vida cambió, porque me di cuenta de que hasta ese momento había sido un niño mimado y que mis "neuras" y todos mis problemas eran un lujo. Porque estaba obligado a caminar inmensas distancias, sin dinero, y a conseguirme un plato de comida. Descubrí en esos amigos una solidaridad muy grande, a pesar de que ellos no tenían nada. Descubrí lo importante de saber recibir.

¿Esa experiencia lo ayudó en su decisión de volver?
—Me quedó claro que si buscaba lugares exóticos, el más exótico era Chile: el lugar más lejano de todo, donde uno se encuentra con la cordillera como si estuviera en el Tíbet o en Nepal y después, muy cerca, hay unas palmeras tropicales. Además, es el país injusto por antonomasia. Descubrí que el lugar donde hay que estar es aquí. Que mi poesía tiene un sitio y que es necesaria acá.


 

 

 

MIENTRAS
(Del libro Seudónimos de la muerte)

 

Mientras la vienen a buscar
cerca de la madrugada, de civil
cuatro hombres armados.
Mientras registran su escritorio.
Mientras le piden
que los acompañe para unas consultas.
Mientras es llevada al cuartel.
Mientras entra en el cuartel secreto.
Mientras escucha, llegando
los gritos de otros torturados.
Mientras se niega
a firmar una declaración,
pero debe hacerlo a la fuerza.
Mientras la obligan a beber
una taza de té que contiene
una cápsula aún no disuelta.
Mientras le aconsejan que coopere.
Mientras le advierten
que es mejor que obedezca.
Mientras la hacen desnudarse
y le pasan una frazada.
Mientras el doctor le pregunta
por dolencias pasadas y presentes.
Mientras la marcan con cruces
de yodo en ambos pezones.
Mientras le pintan con yodo
los tobillos, el bajo vientre.
Mientras le aplican los electrodos
en los lugares pintados.
Mientras le descargan la corriente.
Mientras se convulsiona entre los cables.
Mientras grita.
Mientras salta en la parrilla
enredándose con los cables.
Mientras suben el voltaje
y enronquece de gritar.
Mientras destrozan sus vísceras.
Mientras rechinan sus dientes.
Mientras despide chispas.
Mientras la mojan.
Mientras queda inconsciente
y es llevada de vuelta al calabozo.
Usted se sobresalta y agita.
Una vaga pesadilla la despierta.
Enciende la luz.
Bebe un sorbo de agua.
Usted se vuelve a dormir.
Usted duerme tranquila.


 

 

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Publicado en revista HOY, N°381, 5 al 11 de noviembre de 1984.