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Sobre la construcción de La Ciudad

Gonzalo Millán
Publicado en Lar: revista de literatura. N°7, 1985



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Referiré a continuación algunos antecedentes que creo de interés por haber intervenido en el proceso de escritura de mi libro "La ciudad"[1]. Estos pormenores intentarán componer la somera biografía de un poema-libro que adoptará carácter autobiográfico solamente cuando la vida del autor entre en contacto ineludible con la obra.

Empecé a escribir "La ciudad" en el año 1971 ó 1972 en Santiago de Chile, sin yo saberlo. Aunque quizás podríamos referirnos mejor a este periodo como pre-escritural o de pre-texto. En realidad lo que hacía por aquel entonces —residía en Bellavista como lo hago ahora, en la calle Gutenberg— era elegir y copiar ciertas frases de diccionarios enciclopédicos que ejemplificaban el uso de ciertos vocablos. Me atraían descripciones tales como: "la basáride tiene en la cola ocho anillos negros" o afirmaciones del tipo: "el aceite de ricino da bascas". Encontraba en estas escuetas ilustraciones verbales, indesmentibles para el sentido común, la seducción de una verdad ingenua. Híbridos de la descripción científica y del lugar común o de la frase hecha, esta mixtura les prestraba cierto encanto kitsh. Estas unidades de letra muerta de gran eficacia sintética me interesaban además por su plasticidad, su carácter impersonal, neutro, susceptible de modular. Copiaba y atesoraba entonces estas frases sin un plan ulterior, gratuitamente, igual como en la infancia había coleccionado tapas de cartón de botellas de leche, cada una con el día de la semana inscrito en letras de distinto color, o cajetillas de cigarrillos. Esta asociación entre la infancia y el diccionario no es impertinente ya que uno de estos volúmenes con ilustraciones al margen fue uno de mis libros favoritos en aquel período. Tendría que señalar, además, que su característica interacción entre palabra e imagen representa junto con el silabario el antecedente primero de mi Poesía Plástica. En el acto preparatorio de reunir aquellas oraciones había un sentido fundamental que reconozco en estas palabras de Sir Joshua Reynolds: "Es de una evidencia indiscutible que gran parte de la vida de un hombre debe emplearse en la recolección de materiales para el ejercicio de su genio. La invención, en sentido estricto, no es más que la nueva combinación de aquellas imágenes que han sido previamente depositadas en la memoria: ninguna cosa puede provenir de la nada: quien no ha acumulado materiales, no puede producir combinaciones".[2]

A pesar de lo indicado anteriormente la fecha oficial de iniciación del libro, septiembre de 1973, continúa siendo válida ya que únicamente a partir del día 11 de ese mes, los materiales preexistentes impulsados por una poderosa motivación tendieron a buscar una finalidad definitiva.

Después de abandonar Chile —el 28 de diciembre de 1973, día de los Inocentes— continué, durante los ocho meses que residí en San José, Costa Rica, incrementando mi colección de ejemplos, pero el primer impacto sufrido por el golpe de estado se expresó más bien en formas breves, algunos de los cuales aparecen incluidos en "Visión de los vencidos" y "En el País de la Hoja", secciones del libro "Seudónimos de la muerte".[3] Por otra parte, el trauma inmediato, enmudecedor del destierro y la constante incertidumbre que habíamos vivido, se expresó en un proyecto llamado: "Libro jamás escrito en Costa Rica"; volumen de poemas fantasmas constituido por sólo dos poemas que son a la vez el índice de títulos y de primeras lineas de unos poemas inexistentes.

Será sólo a fines de 1974, ya instalado en Fredericton, New Brunswick, Canadá[4], cuando revisaba mis antiguos hallazgos e incorporaba nuevos que algo así como la fundación de La Ciudad tendrá lugar. Los efectos del golpe de estado y las impresionantes informaciones sobre la cruda represión posterior, más la situación de perplejidad, confinamiento y reclusión que sufrimos en ese apartado pueblo de una provincia marginal de Canadá, fueron sin duda un impulso decisivo para el rumbo ideológico que asumiría este trabajo.

En el dormitorio del edificio de departamentos de los estudiantes casados de la Universidad de New Brunswick, cuyas ventanas miraban a bosques de piceas, pinos y abetos infinitos. cubiertos la mayor parte del año de nieve, sobre un escritorio rudimentario compuesto por una puerta tendida sobre pilas de ladrillos, un día cualquiera, algunas de aquellas frases dotadas repentinamente de un magnetismo extraño, comenzaron a unirse unas a otras a la manera de pequeñas piezas de un rompecabezas o de limaduras de hierro atraídas por un imán. Y así fueron surgiendo sobre el papel fragmentos aislados de escenas urbanas: un cerro tutelar, un río que arrastraba cadáveres, esquinas vigiladas, transeúntes fugitivos, voces y trazos de anónima rebeldía acompañados en sordina por un rasgueo continuo de pluma y de guitarra. Y luego la imagen de una ciudad virtual. imprecisa y remota, emergiendo a duras penas entre los pañales o sudarios de smog que la envolvían; producto tanto de la imaginación como de la memoria: conocida e irreconocible, amada y a la vez repudiable.

Al mismo tiempo que se manifestaba la ciudad se manifestaban sus habitantes; todavía como un ser informe, múltiple, indefinido, que poseía algo de anciano agónico y de nonato próximo a ver la luz, de ciego y de vidente, de inválido y de opresor, de víctima y de victimario, con belleza y fealdad, con salud y morbo. Todas sus cualidades y características de multitud girando confusamente aún como una nebulosa en jirones.

El hecho que mi hija Sol de sólo dos años estuviera comenzando a hablar y que yo, simultáneamente, tuviera que aprender con ella el inglés y repasar el castellano, condujo a incorporar a las frases de uso del diccionario ya recogidas, un nuevo elemento que será de gran importancia composicional para la construcción de la ciudad.

Estos elementos fueron aportados por los diccionarios rudimentarios que constituyen los libros para enseñanza de la lengua.

Sabemos que estos textos funcionan en base a asociaciones, son vocabularios construidos en torno a centros de interés: "la ciudad", "la plaza", "el mercado", "la escuela", "la casa", etc. Estos centros de interés de carácter asociativo establecidos según cierto orden de situaciones usuales, me permitieron elegir como en un catálogo en forma casi pre-fabricada los edificios y sitios que necesitaba para mis necesidades expresivas. Posteriormente estas estructuras van a ser rellenadas con las frases modulares que iría creando a partir de los modelos ya descubiertos con anterioridad.

La imagen que nos entrega "La ciudad" es ominosa, opresiva, estéril, desalmada, destructiva y esta atmósfera se emparenta indudablemente con una visión urbana negativa de tipo gnóstico. La usurpación del poder, la pérdida de su tradición democrática y de la memoria de ésta, el olvido de los hábitos de convivencia ciudadana, la injusticia imperante, la falta de respeto por los más elementales derechos humanos, provocan una corrupción que se propaga a todos los niveles sin excluir el del lenguaje. La escritura, mientras vivía en Fredericton, de una tesis como requisito para obtener el título de "Master of Arts", llamada "El problema del dualismo en las novelas de Ernesto Sábato" me permitió ahondar en esta antigua visión filosófica cuyo estudio me interesaba desde hace mucho tiempo atrás. Entre las lecturas sugeridas por este tema hay un libro que prolonga de algún modo esta catastrofica visión gnóstica de los asuntos humanos. Se trata del "Diario del año de la peste", de Daniel Defoe. Esta obra que desafía los géneros me fue importante entre otras cosas por la mostración entre ficticia y factual de una ciudad sometida a una experiencia de desestructuración extrema.

La biblioteca de la Universidad de New Brunswick. generosamente abastecida por su mecenas Lord Beaverbrook, me permitió ilimitado acceso a otro de mis intereses, la poesía experimental de la segunda postguerra. Ya en Chile había sido introducido a la Poesía Concreta brasileña y a la Poesía Visiva por Guillermo Deisler, pero ahora pude acceder a las antologías ya clásicas, europeas y norteamericanas realizadas a fines de los años sesenta.[5]

He dicho que a partir del poema "Automóvil" de 1969 mi poesía tiende claramente hacia un creciente objetalismo u objetividad, anunciada por los demás ya en mi primer libro Relación Personal.[6] La búsqueda, a partir del antecedente huidobriano, de una poesía-objeto que no fuera la poesía lírica tradicional ni la antipoesia en boga, fue facilitada por el conocimiento de estas retóricas experimentales, que me permitieron en La ciudad arribar a una poesía consciente de su escrituralidad.

A mediados de 1976 dejé Fredericton para viajar a Ottawa donde iniciaría nuevos estudios de postgrado, esta vez en literatura comparada en la Carleton University de la capital, terminando así un periodo de dos años de aislamiento extremo, de verdadero exilio en el exilio que, sin embargo retrospectivamente, no podría dejar de considerar al menos literariamente como fecundo. En Ottawa me encontré con algunos poetas chilenos que habían integrado un grupo llamado Escuela de Santiago en la década del sesenta. Con Jorge Etcheverry, Leandro Urbina y otros compatriotas fundamos una editorial, "Cordillera", y un taller literario del cual fui director. El intercambio de ideas con estos poetas que tenían una actitud critica del poema mínimo, favoreciendo en cambio el poema extenso, pluritemático, confirmaría mi elección del poema largo como la dimensión adecuada para el tema de la ciudad.

Mientras era alumno de Comparada asistí a una conferencia de un catedrático francés de visita en Canadá que realizó un análisis del famoso poema "Libertad" de Paul Eluard, explicando su efectividad gracias al recurso de la letanía. Tuve en cuenta estas observaciones al momento de componer mis secuencias reiterativas así como también la coincidencia entre lo arcaico del procedimiento encantatorio y el ritmo contemporáneo de la serie maquinal. Esta fusión es característica de algunas de las formas de la primera vanguardia del siglo: ya aparece en los poetas dadaístas y más próxima en la asunción de la tecnología por la poesía experimental. Las técnicas de composición de La ciudad, más seriales que lineales, recurren a la oposición dinamismo-estatismo y a la interacción espacial-temporal dependiendo de la activa intervención de un lector para su funcionamiento, de la misma forma que la participación táctica y visual, del pulgar y el ojo, se precisan para pasar rápidamente las hojas de un "flip book", ese simple precedente lúdico del cine de animación. Estas secuencias seriales que se desarrollan tanto vertical como horizontalmente durante el proceso de lectura, como en un crucigrama cinético o acróstico gigante, basándose en los principios de uniformidad y variación, producen -es cierto, a la larga- un fatigoso efecto de monotonía. Esa fue precisamente mi intención, conseguir lo que se ha llamado un "realismo duracional", una duplicación objetiva de la exasperante duración de la dictadura.

En 1977, a consecuencias del quiebre de mi matrimonio, me fui a vivir solo a un departamento ubicado en el centro mismo de la ciudad. Ese mismo año abandoné mis estudios de literatura comparada y en adelante me mantuve trabajando en limpieza nocturna de edificios y otras tareas marginales. También ese año, en Montreal. realicé mi primera exposición individual de poesía plástica. Será en ese pequeño departamento ubicado en la calle O'Connor, extraviado entre altos edificios de oficinas estatales y hoteles donde, entre 1977 y 1978, terminaré de escribir La ciudad, inmerso en una profunda crisis personal. Durmiendo de día mataba el tiempo esperando que se desocuparan las oficinas que limpiaría por la tarde y libre por la noche después que cerraban las tabernas y cabarets de los hoteles vecinos, regresaba al departamento a reiniciar mi trabajo. Además de confeccionar interminables listas de frases siguiendo un orden alfabético y repasando diccionarios completos realicé un trabajo de actualización documental recurriendo a testimonios directos de víctimas de la represión que llegaban a Canadá después de haber pasado por Argentina, pero sobre todo basándome en las publicaciones de diarios y revistas chilenos de aquella época. Mi intención no era circunscribir el testimonio de La ciudad sólo a Chile sino hacerlo extensivo al momento histórico que se vivía en el Cono Sur, incluyendo a Argentina y Uruguay.

Se me ha preguntado en innumerables ocasiones sobre algunos acontecimientos que figuran en mi libro y acerca de la inspiración de algunos de sus personajes. Uno de los fragmentos que ha despertado mayor curiosidad es el 48, el del retroceso cinematográfico al pasado. Hay dos experiencias personales que seguramente le dieron origen. Una, es el curioso fenómeno que se produce cerca de la desembocadura del Saint John river, debido a las altas mareas de la bahía de Fundy. A causa de esta intrusión marina las aguas del río parecen a un observador ingenuo estar invirtiendo su curso y retornar a sus fuentes. Presencié este hecho cuando vivía en Fredericton. La otra experiencia sucedió durante una exhibición privada de la película "El acorazado Potemkin". Al volverla atrás para examinar ciertos fotogramas, el procedimiento de la inversión de la acción se me hizo sugestivo y evidente.

Varias imágenes del poeta coexisten en La ciudad con muestras de sus respectivos discursos. Está el Ciego visionario que representa la concepción del poeta como cantor y que por tanto alude al tipo de poesía que coloca el énfasis en el logos, la voz. Además su intervención nos recuerda que la obra es una rapsodia en cuanto compuesta por diversos materiales ajenos. También está el Anciano -encarnación de Cronos- que no es propiamente poeta sino un profesor de historia que debe asumir ese papel para registrar lo que acontece en forma realista utilizando un lenguaje dado. Y por último, está implícito el poeta actual. que responde a mi propia concepción de la poesía como un trabajo gozoso y un juego solidario. La figura del Anciano, creo que en parte responde a ese vacío dejado por las desapariciones de Allende y Neruda. En este sentido, para la creación de esta figura es importante también lo que fueron en los campos de concentración los llamados "Consejos de Ancianos", como representantes de los prisioneros políticos ante las autoridades militares. Figura arcaica, mítica, mediadora frente al poder; protectora del verdadero liderazgo encubierto.

Con respecto al personaje de la Beldad, en el que muchos han creído ver a Raquelita Argandoña como inspiradora, sólo me cabria repetir la consabida advertencia: Cualquiera semejanza con personas o hechos de la vida real es mera coincidencia.

Ahora, para probar la actualidad de la figura del Enfermo, basta referirse a una entrevista que aparece en el diario de ayer. La periodista Raquel Correa pregunta a Oscar Godoy:

"- El símil del enfermo se ha utilizado mucho en el país estos años. ¿Quién es el médico que debe decidir cuándo termina la convalescencia?
- Debe ser el país mismo".[7]

Algunos lectores han querido ver anticipaciones proféticas en La ciudad y se refieren concretamente a las alusiones a los murales cubiertos que descubrirían después las crecidas del Mapocho (fragmento 14) o a las inundaciones debidas a los temporales invernales (fragmento 19) y por último al terremoto del 3 de marzo que a pesar de su acción destructora no ha sido capaz de anular el estado de sitio (fragmento 65). No se requiere ser un vate para expresar estas previsiones basándose en la constante telúrica infausta que nos caracteriza. Mucho más que estas coincidencias o deducciones previsibles a partir de nuestra historia, me intriga que el inicio de La ciudad coincida con la fecha aproximada de mi concepción, fines del verano y comienzo del otoño. Que el cumpleaños del Anciano coincida con el dia de mi nacimiento y que la fecha de su muerte y el fin de La ciudad con el fallecimiento de mi madre.

Terminé de escribir La ciudad en Ottawa en noviembre de 1978. En la misma ciudad, treinticuatro años antes, otro poeta chileno, Humberto Díaz Casanueva, habla escrito Requiem, otro poema extenso. Lo fechó en Julio de 1944, año bisiesto, La Ciudad se publicó en Montreal en 1979. El año siguiente, 1980, fue bisiesto. Fue bisiesto el año 1984. "El año 1988 será bisiesto".

 

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NOTAS

[1] La ciudad. Gonzalo Millán. Les Editions Maison Culturelle Québec Amerique Latine. 1979.

[2] Discourses on art. Sir Joshua Reynolds. Collier Books. 1969, Usa.

[3] Seudónimos de la muerte. Gonzalo Millán. Ediciones Manieristas. 1984. Santiago de Chile.

[4] FREDERICTON. por Raymond Souster (traducción de G. Millán )

Así que este es "El Rincón de los Poetas
De Canadá" - Bliss, Sir Charles.
Y Francis Joseph Sherman, todos nacidos.
Grecizados y latineados aqui.

Ninguno de ellos
Tuvo nada importante que decir
Pero lo adornaron, simulándolo.
De tal modo que embaucaron a no pocos en su época.

Y yo puedo entender porqué.
Aparte del noble rio sobre el cual
Ninguno de ellos se molestó en escribir,
Esta ciudad tiene poco de encomiable.
Y a su pesar con el tiempo
Lleva a un hombre a beber o escribir pésima poesía.
Vicios que sin lugar a dudas son practicados
Por sus leales hacheros hoy día.

Nota del traductor: Aunque no me excluyo totalmente de este juicio lapidario de Souster creo mi deber excluir al poeta Alden Nowlan, quien residió en Fredericton hasta el día de su muerte, escribiendo una admirable poesía.

[5] Entre ellas, las de Emmett Williams; Mary Ellen Solt; Eugem Comringer; Max Bense; Adriano-Spatola; Jean Francois Bory; Richard Kostelanetz, etc...

[6] Relación Personal. Gonzalo Millán. Arancibia Hnos. 1968. Santiago de Chile.

[7] El Mercurio. Domingo 14 de abril de 1985. p. D3



 

 

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Sobre la construcción de La Ciudad
Gonzalo Millán
Publicado en Lar: revista de literatura. N°7, 1985