La ciudad del poeta chileno Gonzalo Millán es un libro de poemas publicado inicialmente en el exilio, en Quebec, Canadá, en 1979. Seis años después del corte quirúrgico que significó el golpe de Estado de Augusto Pinochet. Ante un momento de crisis como el señalado y torciendo un poco, podríamos decir junto a Martín Cerda que «[e]l hombre se queda, de pronto, a la intemperie, sin un pasado en que apoyarse y encarado a un futuro radicalmente incierto que lo atemoriza» (188). El libro mencionado de Millán —a diferencia de muchos de los libros publicados por exiliados y por aquellos que se quedaron en el terruño y que hicieron referencia a este hecho—, carece de lirismo como se le entiende normalmente. El poeta no llora su pérdida, sino que constata y recrea un mundo a través del montaje de las palabras.
De hecho, desde el primer poema —consideraré la versión de la antología Trece lunas— establece su tono: «Amanece. / Se abre el poema. / Las aves abren las alas. / Las aves abren el pico. / Cantan los gallos. / […] La herida se abre» (195). Podríamos llegar a hacer un símil con las llamadas sinfonías urbanas del cine como Berlin: Die Sinfonie der Großstadt (1927) de Walter Ruttmann o Chelovek s kinoapparatom (1929) de Dziga Vertov, que documentan la ciudad al pulso de la música a través de movimientos y planos rápidos o lentos acorde a la acción acontecida en la imagen, es decir, a través del montaje métrico. En La ciudad, el poema se vuelve dinámico al contener una serie de elementos mínimos de la gramática como son los artículos, sustantivos y verbos en tiempo presente que contiene cada línea versal, mientras que la puntuación marca la métrica de todo el conjunto.
El texto acontece a medida que lo leemos, como el cine cuando somos sus espectadores. Millán, asegura que sus modelos para escribir el libro provenían de la música y la plástica; y consciente de esto, respondiendo al por qué algunos consideran monótona La ciudad, indica: «Porque hay suma, hay acumulación de lo mismo. Es como ir pegando fotogramas, creando un movimiento ilusorio» (La poesía no es personal 58). He remarcado ilusorio. La palabra, acorde a la Real Academia Española indica en su primera acepción: «Engañoso, irreal, ficticio». En cierta forma, Millán indica que su libro —a pesar de ocupar motivos documentales e históricos— es una construcción del lenguaje y él es su artífice, su montajista.
Gonzalo Millán
En otro momento, Millán refiere a la forma desde la que ve su escritura —y donde podríamos incluir a La ciudad fácilmente— indicando: “La objetividad no es deshumanizada ni deshumanizadora. La poesía es lenguaje, efectiva comunicación humana. Aunque se hable de objetos, el hombre nunca está excluido, la humanidad está siempre implícita. La objetividad tiende a reducir la excesiva individualidad”. (“Hacia la objetividad”). Y la excesiva individualidad es algo con lo que luchó constantemente. No se la niega como posibilidad discursiva, sin embargo, —la supuesta— neutralidad de la objetividad —que siempre es construcción, artificio— permite que las palabras digan más que al estar circunscritas a un punto de vista demasiado definido por la invidualidad del hablante.
Quizás el poema más recordado de La ciudad es el 48 de la edición canadiense —posteriormente titulado 53 en la re-edición chilena de 1994—, con el cual se cierra el documental Salvador Allende (2004) de Patricio Guzmán, quien ocupando una antigua filmación de una lectura en blanco y negro, instala a Millán leyendo:
El río invierte el curso de su corriente.
El agua de las cascadas sube.
La gente empieza a caminar retrocediendo. […]
Los torturados cierran sus bocas.
Los campos de concentración se vacían.
Aparecen los desaparecidos. […]
Allende dispara.
Las llamas se apagan.
Se saca el casco.
La Moneda se reconstituye íntegra.
Su cráneo se recompone. […]
Los militares vuelven a sus cuarteles.
Renace Neruda. […]
Los cesantes son recontratados.
Los obreros desfilan cantando.
¡Venceremos!
En el poema el tiempo retrocede como solo podría hacerlo a través del lenguaje. Como solo podríamos verlo a través del montaje.
En 1896 —solo un año tras la presentación del cinematógrafo—, los hermanos Lumière exhiben Démolition d’un mur, donde unos hombres le dan mazazos a un muro y lo empujan hasta lograr botarlo. Por error rebobinaron la filmación mientras proyectaban por lo que el muro se reconstruyó y pudieron observar el cómo viajaban al pasado de esos segundos filmados, por este simple accidente, descubrieron la reverse-motion o movimiento inverso, la capacidad de reproducir en reversa un hecho. Este poema de La ciudad hace eco de esta imposibilidad que solo el lenguaje puede salvar, porque nadie puede volver atrás y rebobinar el tiempo para corregirlo —ya quisieran algunos—, la Historia sigue su curso y no podemos hacer nada al respecto, estamos atrapados en la linealidad del tiempo, y es esto lo que quizás vuelve más emotivo al poema: una capacidad técnica que posibilita una abstracción como es el alcanzar/rectificar el ayer.
«Se cierra el poema» (Trece lunas 281) indica Millán al final de La ciudad. Se cierra este apunte.
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Por Pablo Molina Guerrero
Publicado en Poesía & Capitalismo. 2 de agosto de 2024