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Desolación. Instituto de las Españas, New York, 1922.
Portadilla con dibujo a lápiz de Gabriela Mistral y facsímil de su firma.



GABRIELA MISTRAL: CIEN AÑOS DE DESOLACIÓN.
HISTORIA DE UN LIBRO


Por Jaime Quezada


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I

Desolación (Instituto de las Españas, Nueva York, octubre, 1922), el primer libro de Gabriela Mistral, y cuyo título proviene de uno de los poemas del libro mismo en sus Paisajes de la Patagonia, no solo es su admirativa y genésica obra inicial sino, a su vez, el paradigma de su mucho pródigo tiempo de escritura, de errancias nacionales y de apasionados desvivires en un “amor que calla”. Libro que reúne ampliamente aquellos poemas y aquellas prosas que la autora escribió en sus años de permanencia en Chile, en especial durante su creativo período de maestra en Los Andes (1912-1917) y, luego, también en Magallanes (1918-1920). De un bañar andino las cumbres de escarlata a unas desolaciones espirituales y geográficas en los paisajes del fin del mundo (“en la estepa inmensa, en la estepa yerta de desolación”), que unas y otras tipifican título y tema a este libro-vida.

Federico de Onís (1885-1966), el profesor español fundador del Instituto de las Españas, en Columbia University, Nueva York, y que mucho y todo tuvo que ver con la edición del primer libro de Gabriela Mistral, en su ensayo España en América (1935) cuenta su temprano acercamiento a la obra de Gabriela Mistral: “Mi primer contacto con ella fue la lectura de aquellas pocas poesías suyas que por 1920 traspasaron las fronteras de Chile y se reprodujeron en periódicos de América y España. Tuve entonces la impresión inequívoca de encontrarme ante un valor nuevo de primer orden en la literatura de nuestra lengua. Prueba de ello es que muy pronto, en febrero de 1921, di una conferencia en el Instituto Hispánico de la Universidad de Columbia acerca de esta escritora nueva desconocida para aquel público”.

Este párrafo tiene, a su vez, y de manera muy principal, coincidencia plena con el prólogo que abre Desolación, en su edición original de 1922. Aunque lleva solo firma  del Instituto de las Españas, en un respaldo corporativo de toda dicha institución,  es sin duda su director, Federico de Onís, el autor que vuelca todo su fervor por estas “poesías conjuntas” en la presentación de la obra. Texto prologal que, por cierto, sorprenderá gratamente a la mismísima Gabriela Mistral: “Las palabras liminares suyas son de una cariñosa generosidad que no sé cómo agradecerle. Parecen la presentación de un escritor definitivo. Hay en ellas mucha ternura, yo que aprecio los afectos por encima de todas las admiraciones, las he leído con una religiosa emoción” (carta de Gabriela Mistral a Federico de Onís, enero, 1923).

Bastó esta primera obra para que Gabriela Mistral “se convirtiera en una de las glorias más puras de la literatura hispánica contemporánea”, como admirativamente la llamaría Federico de Onís. Desde entonces una imagen de glorificación rodeará para siempre a tan “excelsa mujer chilena”. Pedro Prado, el novelista amigo de la autora, la retrata en un lírico y fervoroso saludo: “tiene la boca rasgada por el dolor, y los extremos de sus labios caen vencidos como las alas de un ave cuando el ímpetu del vuelo las desmaya”; y pide “no hacer ruido en torno de ella, porque anda en batalla de sencillez”. A su vez, Hernán Díaz Arrieta (Alone), el crítico de los críticos chilenos, será el primero en celebrar la obra, destacando “el afán de intensidad y de vigor que por sobre todas las cosas reúne Desolación: retuerce el lenguaje, lo aprieta, lo atormenta en un romper las tradiciones de la poesía castellana”. O quizás mejor, en la definición de la propia misma autora en su rotundo verso: “habla lengua de bronce y habla lengua de ave” (Amo amor).


II

Gabriela Mistral, que escribe y prepara Desolación en ciertas horas de paz que tuvo, dedica íntegramente el libro a su amigo Pedro Aguirre Cerda, político radical chileno y por esa época senador de la República. Su expresivo gesto de gratitud que, a su vez, da emocionales y didácticas luces sobre su primera obra, bien se revela en una carta fechada en México (enero de 1923): “Le escribo para mandarle por paquete postal mi Libro, el que he dedicado a usted y a su compañera. Perdone la parte personalísima y mundana, en mérito de los trozos educativos que van en él. No he tenido nada mejor que ofrecerle, como expresión de mi gratitud honda, fuerte y perdurable”. Sin duda que esa “personalísima y mundana” parte tiene que ver con todo el permanente amor-dolor que atraviesa dicha poesía. Y da mérito a aquella otra, que ella llama “trozos educativos”, a la cual correspondería, por cierto, toda la sección La Escuela (con su Maestra rural y los textos infantiles) y toda su motivadora Prosa escolar que cierra el desolado-amado libro. Recuérdese que Aguirre Cerda la designará, por decreto de su ministerio de Instrucción Pública en 1918, directora del Liceo de Niñas de Punta Arenas cuando la maestra elquina no llegaba todavía a sus treinta de edad.

Así, La maestra rural, en ese apostolado de dar y enseñar, que fue con fervor y gracia ella misma, “alma hecha para volcar aljófares sobre la humanidad”; Al oído de Cristo o Viernes Santo o El Dios triste, en su acercamiento devoto y litúrgico en un siempre anhelo de religiosidad, “como la gran mirada de Dios sobre mí”; Balada, Interrogaciones, Los sonetos de la muerte, con todo el amor-dolor, romanticismo, pasiones, celos y tragedia, tribulaciones de soledades que se dio y de soledades que le dieron; Paisajes de la Patagonia, Desolación, Árbol muerto, en el remirar y sentir las blasfemias de una naturaleza en las australidades del fin del mundo, y bajo “una Cruz del Sur que me mira temblando”; Nocturno, Íntima, Éxtasis, Ruego, en ese amargo ejercicio del amar vuelto espíritu y ardiente sentido, sentimiento trágico y, a su vez, pasión y sensualidad: Porque mi amor no es solo esta gavilla / Es lo que está en el beso, y no en el labio. Y, en fin, poemas fervorosos y humanísimos en sus viscerales y emocionales decires que bien definen las grandes atmósferas y vertientes de esta obra “desolada” pero ciertamente intensa, sensitiva y deslumbradora.

Desolación reúne también significativos y reveladores textos en prosa, materia de escritura tan querida por la autora, prosas poemáticas o líricas: Motivos del barro, Poemas del éxtasis, Motivos de la Pasión, Poemas de las madres, Cuentos de los por qué (de cañas huecas o de rosas con espinas), verdaderas lecciones prodigiosas y recreadoras, humanizadas de atmósferas espirituales y de lengua o idioma vivo en sus diálogos y parábolas, en un contar con dicha y hasta con fascinación, todo lo cual conlleva una profunda preocupación e interés por las cosas y los gestos más simples y sencillos, hallazgos y novedades, y más sublimes y soberbios también. Agréguense, además, aquellos lúdicos y menudos y antológicos breves poemas llamados “infantiles”, y que Gabriela Mistral nunca dejó de lado como poesía escolar nueva en sus himnos, rondas, jugarretas y cuenta mundo. Poesía que aquí es prosa rítmica con versos separados por guiones, ocupando una amplia e importante sección que dará origen más tarde al bellísimo libro Ternura (1924).

Así, Desolación, poema a poema, soneto a soneto, balada a balada, ruego a ruego, copla a copla, canción a canción y otras formas de expresiva escritura, ritmo y sintaxis,  no solo crea y recrea un lenguaje literario, poético y prosístico muy de una Gabriela Mistral en su verso íntimo y emotivo, muy suyo de esas entrañas cuando ella canta (creo en mi corazón siempre vertido / pero nunca vaciado), sino, y por sobre todo, una muy fuerte e intensa vivencialidad de vida y de recreativa lengua de idioma en su palabra desgajada que, en definitiva, supera las desolaciones en un volverse deslumbramiento en ese su hablar lengua de bronce y hablar lengua de ave.


III

El prólogo de la edición norteamericana, que da definitivamente nombre y universalidad a una autora y a su obra primera, es revelador para conocer el origen genésico de Desolación y, a su vez, “los sentimientos generosos y elevados” de la joven y todavía desconocida maestra chilena. El loable y sentido prólogo tiene, a su vez, su propia historia que es necesario contar, pues además de Federico de Onís, será también “el intenso poeta chileno” (como bien se le reconoce) y académico Arturo Torres Rioseco (1897-1971), entonces profesor de la Universidad de Minnesota, quien contribuirá a una permanente divulgación de aquellos poemas primeros de la autora chilena.

En febrero de 1921 Gabriela Mistral cumplía todavía funciones educativas en Temuco y a un mes (marzo) de trasladarse a Santiago, designada directora del Liceo de Niñas N° 6 (barrio Franklin, en el sector sur de Santiago) cerrando así un laborioso periplo de maestra en la enseñanza secundaria en los más diversos lugares de Chile (Traiguién, Antofagasta, Los Andes, Punta Arenas, Temuco, Santiago). A la par de esa enseñanza, tenía ya una abundantísimacreación poética -y valga aquí el superlativo en toda su intensidad-, mucha de ella volcada hacia revistas literarias de la época: Sucesos, Ideales, Zig-Zag, Pacífico Magazine, Revista de Educación Nacional, Primerose; incluyendo, a su vez, Selva Lírica, la célebre antología de 1917. Muchas de estas poesías eran reproducidas en revistas argentinas, colombianas y mexicanas. Recuérdese, también, que el poema El ángel guardián y el cuento La defensa de la belleza, eran publicados en Elegancias, la novedosa revista que Rubén Darío dirigía en Paris (1913). Toda una creación literaria que, reunida en su momento por la autora, estuvo a punto de dar origen a Suaves decires, título de un libro que,  con prólogo de Víctor D. Silva, preparaba para las ediciones del Grupo Literario de Los Diez.

En carta a Pedro Prado, y fechada en diciembre de 1916, le dice: “En cuanto a su ofrecimiento harto honroso sobre edición de un libro, debo contarle que de un año a esta parte la fiebre de dar el primer volumen se me ha ido. Me parece hoy una cosa remota la publicación de una obra. He cobrado tal respeto al volumen, a lo que representa un libro, que llego a sonreír recordando que he pensado alguna vez en darlo temeraria, ingenuamente. Como cantidad, hay material para más de un volumen; como calidad, creo que no la hay…”

Pero cuatro o cinco años después esa fiebre de publicar un primer volumen, volverá a Gabriela Mistral gracias al ofrecimiento del Instituto de las Españas. A los pocos meses de aquella loable conferencia neoyorquina (febrero de 1921) sobre la todavía inédita pero “admirable obra poética” de Gabriela Mistral, y “por la virtud de unas poesías nobles y sinceras”, el profesor de Onís le escribe a la poeta y maestra chilena una admirativa carta comunicándole el interés de publicar una edición completa de sus poesías: “Si Ud. está dispuesta a aceptar dicho homenaje- y debe estarlo por lo que significa de verdadero amor al espíritu español-, le agradecería mucho me lo comunicase así, y me enviase al mismo tiempo todas las poesías suyas que deban entrar en la edición. El libro será editado bajo los auspicios del Instituto de las Españas, que ha sido fundado aquí por el Ministerio de Instrucción Pública de España y por las más importantes instituciones educativas de los Estados Unidos”.

Una crónica literaria del diario La Nación (Santiago, 18 de septiembre de 1921) informaba a sus lectores: “Gabriela Mistral será editada en los Estados Unidos. La Sociedad Norteamericana de profesores de Castellano, que cuenta con dos mil socios y grandes capitales, celebró no ha mucho una de sus reuniones periódicas y, en ella, don Federico de Onís, recitó poesías de Gabriela Mistral que le habían llamado la atención leyendo revistas de Chile. Las composiciones de nuestra compatriota, despertaron tal entusiasmo en la concurrencia, que inmediatamente se resolvió llamar a concurso para traducirlas al inglés. Enseguida decidieron publicar un tomo de sus obras en lengua española y, al efecto, le han dirigido una carta llena de altos elogios en que le comunican este acuerdo y le piden que seleccione el material. Gabriela Mistral no puede negarse. Tendremos, pues, el caso curioso de que ‘nuestro primer poeta’, como voces autorizadas la llaman, que hasta ahora no cuenta con volumen alguno en su país, saldrá a la luz editada por primera vez en otro hemisferio donde se reconoce su valor eminente con más unanimidad”. La nota, sin firma, fue escrita sin duda por Hernán Díaz Arrieta (Alone), muy amigo de Gabriela Mistral,  y que por aquella época iniciaba sus crónicas dominicales en el citado periódico.

Gabriela Mistral, que recién había dejado Temuco, asumía ahora en Santiago sus nuevas funciones como directora del Liceo de Niñas N° 6, Teresa Prats de Sarratea (nombre sugerido por la misma Mistral), en el sector del barrio Franklin, al sur de la capital, como queda dicho más arriba. Obligaciones docentes-administrativas y tareas educacionales cotidianas le ocuparían, por cierto, buena parte de su tiempo, además de otros afanes del diario vivir: “En este Santiago de Chile cuando yo llego del liceo a mi casa y pienso que tendría un rato para leer, reconcentrarme o producir, es raro el día que no llega alguien que me quiera ver, para pedirme haga alguna composición sobre los más peregrinos y variados temas…” Así y todo,  se tomaría también su propio tiempo, con sus meses de otoño y primavera, para responder a “la muy afectuosa y noble carta” del profesor Federico de Onís.


IV

Esta  invitación a reunir “todas las poesías suyas” no era tampoco un asunto complejo para Gabriela Mistral, pues su obra, poesía y prosa ya escrita y publicada en diversas revistas, era materia de siempre revisión en sus manuscritos en un afán de escritura y reescritura o de versiones diversas o de exigencias y autocríticas: “era mi intención no publicar mis versos en un volumen, dudo mucho de su valor, pero en el tiempo en que recibía los ataques de mis compañeros de profesión, vino la nota de los profesores de español de los Estados Unidos en la cual se me agradecían las poesías de niño que he escrito y se reconocía mi labor en la enseñanza. Esta fue la razón sentimental por la que me decidí a enviar al Instituto de las Españas el volumen para su publicación con el nombre de Desolación” (GM: “Páginas perdidas de la vida mía”).

De esta manera, en diciembre de 1921 Gabriela Mistral decide, y en carta respuesta a Federico de Onís, enviar sus originales aceptando la edición de su primer libro: “Nunca he creído en el mérito de mi obra; he creído, sí, que hay en ella una potencia de sentimiento que viene de mis dolores; he pensado que podría, en parte, consolar; en parte, confortar los que sufren menos. Van mis originales, y va con ellos la expresión de gratitud muy sincera, muy honda, para Ud. y para esos maestros que hablan mi lengua y que, viviendo entre una raza que muchos llaman materialista, han reconocido alguna virtud purificadora en el canto de una lejana. Dígales Ud. que no como un homenaje, sino como una ternura, he aceptado su don”.

En esa favorable respuesta -“van mis originales”-, Gabriela Mistral reconoce no creer en el mérito de su obra, a no ser en “el sentimiento que viene de mis dolores”. En estos “dolores”, es decir, amasijo fatal de sangre y lágrimas (poema Éxtasis), nuestra autora está ya expresamente dando no solo identidad y título a todo el conjunto de poemas y prosas  en sus respectivas secciones –vida, dolor, naturaleza, infantiles, prosa escolar-, sino también la atmosfera constante de sentimiento, pasión, éxtasis, tribulaciones y dolor que rodea toda la obra, incluso el Voto final o artículo de fe o promesa o colofón que cerrará el desolado libro: “En estos poemas queda sangrando un pasado doloroso, en el cual la canción se ensangrentó para aliviarme. Dios me perdone este libro amargo y los hombres que sienten la vida como dulzura me lo perdonen también”.

Sin embargo, en este “libro amargo” no todas sus páginas son desolaciones o doloras o tribulaciones, pues una buena parte de ellas se las llevan rondas y canciones de cuna (sección infantil), con sus “dulzuras extremas y sus cariños sumos”, y con todo lo de amor, lo de prodigio y lo de encantamiento que maravillosamente tienen: Cuando yo te estoy cantando en la tierra acaba el mal. La misma autora, y una vez ya publicado Desolación, definirá bien las desoladas aguas de su escritura en aquella carta a Pedro Aguirre Cerda al enviarle su libro: “perdone su parte personalísima y mundana, en mérito de los trozos educativos que van en él”.

En el mes de octubre de 1922,  mientras Gabriela Mistral se encuentra en plena sierra de México, invitada por el gobierno del Presidente Álvaro Obregón, colaborando en los programas educacionales del ministro José Vasconcelos (“vuelvo a ser la maestra rural que fui y que nunca se me ha borrado del corazón”), el Instituto de las Españas, Nueva York,  celebraba editorialmente el acto de publicar Desolación, un libro de 248 páginas,  poesía y prosa, con retrato a lápiz de la autora y el facsímil de su firma, la primera obra de la poeta y maestra chilena.

Sin embargo, Gabriela Mistral conocerá su propia obra algunos meses después de su publicación neoyorquina. En carta a Federico de Onís -“mi distinguido señor y amigo”-, fechada en Ciudad de México (17 de enero de 1923), entre su contentamiento y, a su vez, anecdótica y reveladora situación, le dice:

“He tardado un tanto en escribirle porque esperaba recibir el libro para contestar diversos puntos de su carta. Aun no recibo ejemplar alguno dirigido a mí, pero anteayer encontré en la vitrina de una librería ejemplares de Desolación. Estoy muy contenta de la presentación de la obra: me parece sobria, seria y hermosa. Yo no la hubiera elegido diferente. El dibujo está muy mejorado, pero lo prefiero en todo caso al que yo mandé, que tenía la vulgaridad fotográfica. En cuanto a la corrección de pruebas, sólo hay dos cosas graves en errores: un exprimir, que es oprimir en Nocturno, y cosas del Poema del hijo, que yo había corregido después del envío de los originales. La prosa creo que fue un poco apretada; pero el libro se ve bien nutrido. Le repito que me satisface plenamente. Las palabras liminares suyas son de una cariñosa generosidad que no sé cómo agradecerle. Parecen la presentación de un escritor definitivo. Hay en ellas mucha ternura, yo que aprecio los afectos por encima de todas las admiraciones, las he leído con una religiosa emoción…”

Bastó, después de todo esta paradigmática edición de una poeta definitiva,  “para rodear el nombre de Gabriela Mistral del máximo prestigio y popularidad a que un escritor puede aspirar”, en frase prologal del mismísimo Federico de Onís. Y a quien, Gabriela Mistral agradecerá “no como un homenaje, sino como una ternura este don”. Ese don de haber reconocida en ella “alguna virtud purificadora en el canto de una lejana”.

J. Q.
Última Esperanza, Magallanes, y octubre, 2022.

 


 

 

Desolación. Editorial Nascimento, Santiago, 1923.
Portadilla de la edición chilena con retrato de Gabriela Mistral.

 

 

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Fuentes mistralianas:

-Gabriela Mistral: “Desolación”. Editorial Nascimento, Santiago de Chile, 1923.
-Marie-Lise Gazarian-Gautier: St. John’s University. NY. 1995. “El baúl de los recuerdos: Diálogos en torno a Gabriela Mistral” (St. John’s University. NY. 1995). Biblioteca Nacional, Santiago, 2022.
-Federico de Onís: “España en América”. (Estudios y ensayos sobre temas españoles e hispanoamericanos). Puerto Rico, 1955.
-Luis de Arrigoitia: “Federico de Onís y Gabriela Mistral”. (Relación literaria y amistad de por vida). Universidad de Puerto Rico, 1989.
-Norberto Pinilla: “Biografía de Gabriela Mistral”. Editorial Tegualda, Santiago, 1946.
-Jaime Quezada: “Gabriela Mistral, páginas perdidas de la vida mía”. Mago Editores, Santiago de Chile, 2015.

 

 

 

 



 

 

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