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Necesidad de Gabriela

Por Cristian Geisse Navarro

 



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Tengo la que me atrevo a calificar como una entrañable relación con Gabriela Mistral. Larga y sostenida en el tiempo. Si soy algo parecido a un escritor es en parte responsabilidad suya, ya les contaré por qué.  Su cercanía se ahonda día a día, y mi admiración por ella es genuina; no exagero al decir que diariamente crece y se agranda en mí. Las razones de esto –que son necesariamente personalísimas- es de lo que tratarán estas palabras. Me pasa el último tiempo que me pregunto cosas como de qué porte sería, cómo era vista de cerca, de qué manera daría la mano o recibiría un beso, cómo sería mirarla a los ojos, cómo olería, cómo han de haber sido sus sueños, sus pesadillas. Me veo deseando haber sido un testigo invisible de esos momentos cuando de pequeña hablaba con los árboles de su huerto, de alguno de sus viajes en soledad anónima en un tren que la llevaba hasta las ciudades de la lluvia, o de la hora del espanto cuando supo que su hijo había tomado cianuro, del horror cuando lo inevitable se instala en su vida y la enloquece y sale herida para siempre, quizás con la cara entre las manos, llorando en las mañanas, tratando de no ser vista, necesitada de una ayuda que nadie le podía dar. También pienso en sus silencios, en la manera honda en que rezaba. Me gustaría saber bien de qué manera era malo su francés, su italiano, escucharla hablar en inglés y en portugués. Su risa es mía, no invento cuando veo su risa en mi madre, esa manera radiante, franca, verdadera de mostrar los dientes en una sonrisa abierta.

Y más allá de ese delirio íntimo, me la paso deseando saber qué hubiera hecho o dicho ante situaciones nuestras de hoy, como el desastre ecológico, las guerras iniciadas por Norteamérica, el conflicto chileno mapuche, la guerra al narcotráfico en Méjico y Colombia, el Golpe de Estado, la dictadura, los crímenes y atentados a los derechos humanos, la profunda y radical forma en que esas cosas nos cambiaron, nos volvieron todavía más esclavos del interés, de lo material y el dinero. Qué hubiese pensado de nuestra educación, la triste educación pública en Chile. Sobre la depredación de la selva. Tenemos que estar seguros de que hubiese sido la primera en saltar como fiera contra la ley Monsanto-Von Baer.  Me la paso deseando que estuviera aún entre nosotros para que su imbatible franqueza defendiera esas causas justas que la hacen ser quien es. Es una necesidad de Gabriela. Yo sé que de cierta manera aún está entre nosotros. Pero la verdad es que ya se nos ha ido. ¿Dónde está? Digamos que su espíritu se abrió al universo, que su cuerpo muerto es una semilla que se abrió, que es árbol que sigue brotando de cientos de formas, frondoso ciertamente, una montaña instalada en el centro de la tierra, de mi tierra por lo menos. Ya me puse raro y palabrero.  Pero me sigo preguntando cosas como por qué no descubrió a Nikos Kazantzakis, y si lo hizo, por qué no lo comentó, en una de esas  sí lo hizo, me encantaría saber –sería una gran cosa saber-, qué fue lo que escribió, lo que dijo de ese hombre que yo siento fue en muchos aspectos muy afín a ella. Me gusta también que nuestra madre, nuestra novia violenta, una de las mejores poetas del mundo, Violeta Parra, la haya querido con su sinceridad tan radical, la haya querido “Grabiela”, campesina y pobre como ella. Me impresiona también el inmenso respeto que gente como Enrique Lihn tuvo por su trabajo. Gente tan verdaderamente sesuda y sensible y valiente y necesaria como él; a veces parece, de lejos parece que fuesen monstruos distantes, pero no lo son, claro que no lo son. Me encantaría algún día analizar, dar a entender, porque no lo son. No sé si se dará esa ocasión, por ahora no tengo una respuesta concreta, sólo una intuición, cuyas claves quizás podrían encontrarse en la elegía que escribió con ocasión de su muerte en 1957. Tenemos que entender que alguien como Lihn jamás se la iba a saltar. Satisface mi chovinismo que tampoco la niegue. Por supuesto está ese descreímiento y escepticismo que son parte de su sello. De que la leyó, la leyó. Tala aparece ahí en sus versos. Hermoso eso de que levantó a  signos toda una cordillera. Es cierto. Entendemos que no fue a su funeral. Qué bueno, dicen que la pintarrajearon. Es, sin embargo, un homenaje sentido y real. Importante en un hombre que buscó devastar, salirse del camino de los grandes poetas que lo antecedieron.

 Y Parra, qué emoción, lo que dice:

INFLUYÓ SOBRE MÍ?  
claro que sí
+ que Huidobro  
+ que el propio Neruda posiblemente
basta abrir al azar un libro mío cualquiera  
para ver que sin ella no soy nada  
Cuando se trata de poesía chilena  
Sólo Pesoa Véliz resiste la comparación
Y no siempre
Puede que haya otros + geniales
pero ninguno + honesto que la Mistral

Según yo, no son palabras menores. Parra decía que si Pesoa Véliz hubiese vivido más –murió tan joven- él hubiese inventado la antipoesía. Igual nos damos cuenta de que parece haber una influencia más ética que estética. No sé muy bien a qué se refiere Parra cuando habla de su honestidad, si a esa manera de ser honrada y digna y correcta hasta el fanatismo, o bien a esa franqueza que le granjeó tantos enemigos y que esgrimía como un combustible y como un deber. Posiblemente se refiera a ambas honestidades.  Y es que ese corazón inmenso, y esa valentía inquebrantable al momento de hacer lo que consideraba justo, al momento de perseguir la dignidad arrebatada a los más débiles, es algo que llena de admiración. Y esa manera de ser franca y directa, como una estrategia salvaje, astuta y temeraria, también. Puede ser que en ella ambas sean una. Y, ojo, hablo tanto en términos poéticos como políticos. Ético y estéticos, que en ella querían ser una misma cosa. Les transcribo algo que encontré en un libro que leí hace muy poco. Se llama Los días y los años de Gabriela Mistral. Fue escrito por Marta Elena Samatán, una amiga suya, mujer muy importante en la universidad del Litoral, en Córdoba.  Yo miraba un poco en menos su libro, por considerar que decía cosas ya dichas, y porque está dedicado fundamentalmente a la difusión. Pero me encontré con datos como éste, difícil de encontrar en otros lugares.  En un capítulo llamado “La chilena errante” se transcribe una carta que un joven escritor mexicano, Andrés Iduarte le escribe a Carlos Pellicer. Se nos dice que Iduarte estaba por 1929 en París, huyendo de unos problemas surgidos a partir de unas revueltas universitarias en las que había participado. Al parecer llevaba ahí una vida muy difícil, con serios problemas de subsistencia. Gabriela Mistral entonces lo invita a quedarse con ella en Bedarrides, un pequeño pueblo al Sur de Francia. La invitación la hace extensiva a todos sus amigos latinoamericanos que estén pasando angustia. Así era la vieja. Él llevó ahí un diario que sería bueno revisar alguna vez, para saber más de ella y de esa época. Samatán nos dice que hay que notar que Gabriela tenía ya cuartenta años y que hay que recordar dos cosas: “que se trata de una carta rigurosamente privada y segundo en lo implacable que suele ser la gente joven para juzgar a los mayores.” Para ella –y creo que tiene razón- “esos dos hechos tornan más valioso el juicio”. Transcribo entonces:

Gabriela vale indudablemente. Temí antes de venir, que la intimidad matara la admiración y la simpatía, porque como es viejo, los héroes no son héroes para los que lo ven a un metro de distancia durante varios meses. Gabriela sí vale. Es en lo personal, además franquísima, y no tiene nada de mieles estorbosas. Llama a las cosas por su nombre. No se anda con remilgos para exponerle a uno sus ideas opuestas. (…) Pocas personas conozco yo tan coléricas como Gabriela. (…)La dirección de las ideas de Gabriela es admirable y pertenece al nuevo movimiento crítico y cuerdo de América; pero dada su amargura les pone un acíbar que cae, injusto, sobre todo lo que tiene ligero tinte de opuesto. Si esta mujer hubiera sido hombre, habría puesto en movimiento al mundo que habitara. No conozco actitud más combativa.

O sea que era brava. De eso no hay que tener la menor duda. Brava y de una radicalidad nunca excenta de inteligencia. Una inteligencia que incluye las estrategias de automitoligización y de autoproyección, autoconvencimiento e identificación empática; una inteligencia que incluye su transformación en personaje, digamos no de ficción, sino personaje bíblico antes de que leyéramos la biblia como una novela polifónica, aunque –pienso- muy consciente del trabajo de enmascaramiento que había detrás del constructo al que sometía el moldeamiento de su personalidad.  Porque qué bella es esa parte, cuando dice que es indígena sólo para hacer suya una causa que considera justa y digna de ser defendida. Es decir, no hay nada que  comprobase entonces de manera real su filiación indígena –la aculturación diaguita ya estaba totalmente consumada-, pero ella insiste en que su padre es indígena, y si bien no hay nada que pueda comprobarlo, ella se inventa que tenía la “callana”, o como ella le dice, “la mancha mongólica”, una cosa muy racial en la que ella creía mucho, pero que pienso se inventa y se cree sólo para empoderarse de una causa. Lo mismo cuando dice que es judía. Busca y rebusca en sus apellidos la lejana posibilidad de su ascendencia judía entre los Villanueva, luego en lo de los Rojas, no con el afán de ser aceptada en círculos privados o en sinagogas, sino solamente para estar del lado del débil y del oprimido. En algún momento, en una librería en Italia, habría descubierto un libro que hablaba de unos Rojas judíos que llegaron a Coquimbo. De acuerdo a la historia, que también transcribe Samatán- no tenía plata para el libro, así es que no se lo llevó. La idea es esta: la prueba no era verdaderamente importante, da lo mismo, lo importante es que ella necesita no sólo hablar por ellos, sino ser ellos, ser su hermana, en una feroz lucha contra la injusticia que quiere que le afecte en carne viva, no sólo en palabras. Ser el débil y el oprimido para luchar por el débil y el oprimido. Entonces, Mahatma Gabriela, Mahatma Mistral.

Un amigo me escribe hace poco, desde los Estados Unidos:

…enseño en una Universidad que queda muy cerca de Vassar College. Ahí estuvo Gabriela Mistral su tiempo. Me imagino que la poeta debe haber caminado por el pueblo donde enseño: New Paltz. Se los cuento con emoción a mis estudiantes y me miran con cara de nada…

Yo le escribo de vuelta

César, igual la historia de New Paltz me emociona un poco. Cada día quiero más a la vieja, la necesitamos, era una roca, era la Cordillera de los Andes. El guatón Neruda era el Mar. Huidobro era el cielo. De Rokha era los terremotos. Parra era, bueno, es: las parras, el vino. Los demás somos las malezas y el polvo. Gabriela se me aparece cada cierto tiempo -no en la forma en que se le aparece Guzmán a Longueira; pero este año, por ejemplo, tuve que presentar una traducción de alguno de sus poemas al árabe y dentro de poco tengo que hablar de su "vigencia". Yo los trato de la vieja y el guatón con mucho cariño: la vieja culiá, el guatón culiao. Es -quizás- para no sacralizarlos. Tienes que hacer que tus alumnos te miren con otra cara cuando les hables de ella: dile que participó en la revolución mejicana, que defendió a Sandino ante la ONU, que fue uno de los primeros en hablar y propiciar los derechos del niño, que impulsó una reforma agraria, que habló sin conservadurismo de la fuerza del cine, que nació en un pueblo chico y perdido en un valle chico y perdido, pero que después llegó a Suecia a que los reyes le hicieran reverencias. Bueno, eso pareciera ser así sólo en mi mundo imaginario, pero es bastante cierto...

Y después de escribir algo así me quedo pensando, qué mujer extraña, qué mujer hermosa, qué mujer extraordinaria. Irse a entregar el espíritu, a dejar su cuerpo cansado en ese país sin nombre. ¿Cómo lo hizo? ¿Por qué lo hizo así? ¿Por qué lo quiso así? Es una parte notable de la novela fantástica que es su vida. ¡Tan lejos! Me la imagino en los autos en las que se trasladaba en esa ciudad hermosa de puro monstruosa. Quizás contenta de poder ser anónima. Sabiendo que la hora se le acercaba, con cierta serenidad, con los pensamientos pausados, yéndose de apoco, empezando desde antes a habitar la región fuera de este mundo a la que creía con convicción iba a partir en el momento que Timothy Leary dice es el momento más importante en nuestras vidas: la muerte.

Disculpen la disgresión, todo esto es una continuada digresión, una serie de disgresiones, no importa ya avisé antes como se viene la cosa.

Como dije, tengo con ella una relación larga y sostenida en el tiempo. De partida, nací en el Valle de Elqui, su patria chica que es su patria grande. Nací en Vicuña, la odiada, donde le rinden tributo y veneración constante hasta el día de hoy. En serio la quieren. La gente de allá la ama hasta el chauvinismo. Guarda relación con algo un poco animal, territorial. Es muy extraño ese lazo invisible que nos une a ella, sólo por el hecho de que nacimos en el mismo lugar. Pero sin duda es parte de la identidad de nuestra gente. Yo pienso hoy, no podría ser mejor rasgo identitario: campesina, de origen popular, llena de integridad, de una religiosidad que a mí me parece casi pagana, panteísta. Además anticapitalista, tan lúcida, tan auténtica. Se la quiere mucho, se la conoce poco, me parece. Fue así siempre. Quizás menos antes que ahora. Pero antes también fue así. Pienso que tiene que ver con una marca de clase. Los más humildes vieron en ella una potencialidad que sabían tenían y que ella demostraba podía a convertirse en realidad. Recuerdo esa anécdota que aparece en el otro libro de Marta Elena Samatán, cuando cuenta que en la década del treinta, el salón central de la Universidad de Córdoba  se vio repleto como nunca se había visto, con gente de toda condición social que iba a verla. Obreros, pintores de brocha gorda, dueñas de casa, mezclados con los profesores, escritores, intelectuales y autoridades. ¿Por qué eso? ¿Cómo sabían que era tan capa? Digamos que para ese entonces no había ganado todavía el Nobel, y solo tenía un libro publicado. ¿Cómo entonces? A todo esto, ¿se dan cuenta de que le dieron el Nobel cuando sólo se habían publicado tres de sus libros? ¿Cómo se logró eso? ¿Cómo pasó que le publicaron primero un libro en los Estados Unidos antes que acá? ¿Cómo pasó que en Méjico la pidieron para ellos, para que ayudara en profundas reformas educativas, cuándo acá no la dejaron entrar a la escuela Normal e impidieron que fuera directora en un liceo santiaguino? Ay, esas dulces venganzas. No me voy a dedicar acá a responder estas preguntas que debieran dejarnos pensando, aunque tengo mis propias teorías que guardan relación con un papel bien distinto que jugaban los poetas en los campos culturales de ese tiempo, con que ella era verdaderamente una artista extraordinaria, y quizás sobre todo con que era una mujer opinante, enterada, decida a intervenir en la realidad, una representante verdaderamente destacada de esa masa de gente sin tierra y sin poder, de la que nunca quiso alejarse, y que de alguna forma empezó a tomar un lugar distinto al que había tenido hasta ahora.

Puede ser, ya veremos. Por ahora mejor sigamos.

Me recuerdo de pequeño leyendo sus versos en un verano espantoso de calor. Sudando, con el libro sobre la cabeza, en un patio lleno de sol. Me recuerdo seguir pensando en rimas de manera torpe, pero arrobada, después de leer sus versos. No soy el único al que le ha sucedido. Escuché por ahí que ella había dicho alguna vez: escucho una carreta y me dan ganas de rimar. También dijo: es más fácil rimar que dejar rimar. Algo tienen esos versos –algunos de sus versos- entonces. Sobre todo para algunos niños. Por lo demás, como dijo Santana, el entusiasmo es contagioso. Me recuerdo también entonces en la escuela, aprendiendo sus poemas por obligación. Eso tuvo su razón de ser en su momento, pero a la larga le ha hecho un enorme mal. Resulta que poca literatura para niños y jóvenes había en su tiempo, casi toda anglosajona, y ella sintió la necesidad de llenar ese vacío. Pero consiguieron que la detestaran. Y le sucede hasta el día de hoy. Curioso es leer en ella misma entonces palabras como esta:

Servicio y utilidad, palabras fatales para la cultura superior pero también para la Escuela. Con este criterio de mercachifles en chico, nunca podrá cumplirse con la Poesía que no busca ser útil ni servicial, y menos busca sudar dividendos.

Pobre Gabriela. Cuántos dividendos le ha sacado a su poesía este país. A veces pareciera que insistieran en hacerla rabiar haciendo todo lo contrario de lo que ella proponía. Grinor Rojo dijo que sintió hastío de Gabriela por razones ligadas a la forma como la presentaban en liceos y escuelas -por supuesto después la reivindica totalmente con ese inmenso libro que le dedica. Y si se la rechaza hoy en día también, es por esa ceguera imbécil de nuestra educación que intenta meter la poesía a presión, haciendo preguntas imbéciles sobre sus contenidos, llenándola de conceptos imbéciles y aparatosos para justificar evaluaciones imbéciles, olvidando que la poesía en realidad es un desafío a la cognición, una extensión de los límites, el lenguaje llevado a ciertos extremos. O como dice ella “el juego más serio de todos”, el “reino de la imaginación creadora”. Si la poesía es hoy asunto casi exclusivo de especialistas, en parte se debe a esa ceguera y a esa enorme pérdida de tiempo.  Pero es una discusión larga, si bien muy necesaria, que no pretendo abordar acá.

A mí me pasó que cuando dije que quería ser dibujante de comics, mi madre se engrifó y le pareció la mayor estupidez del mundo. Pero tiempo después, cuando me vieron haciendo poemas, me regalaron una máquina de escribir. Creo que todo es culpa indirecta de Gabriela Mistral. Siendo adolescente jamás dejé de respetarla y admirarla, aun cuando no me preocupé mucho de conocerla bien. Puede haber llegado a  ser la madre a la que debía asesinar, jugando algo torpemente con los conceptos de ese viejo malo y creído que es Harold Bloom. Pero yo sentí que si iba a hacer algo en poesía, no tenía que ser por el lado de la Mistral y me acerqué a los malditos, y a Huidobro, y después a De Rokha.Vallejo, Nietzsche, Lautremont. Teillier, los surrealistas, las vanguardias. Y a todos menos a ella. Puedo decir, eso sí, que nunca la ataqué. Y que cuando la vi muy atacada y menospreciada me dije, hay algo que no están viendo los fanfarrones y los palabreros y los mijitines de siempre. Entonces volví a ella y tuve hallazgos enormes y valiosos, que me tienen ahora acá, tirándole la pérgola entera. Tengo que confesar entonces que algo hay de esa angustia de las influencias, cuando soy poeta de la forma en la que soy ahora poeta, esto es, un poeta que siente vergüenza de la poesía y de los poetas. Un poeta que prefiere decir que no es poeta. Un poeta que no aguanta mucho el mesianismo en poesía, aunque sigue admirando hondamente a Whitman, a Neruda, a De Rokha. A la Mistral. Porque la Mistral quería ser profeta, y fue profeta –una profeta republicana, en todo caso. Aunque no fue sólo eso, claro está. De su poesía en verso, no me gusta todo, no me gustan muchas cosas, diría yo. Curiosamente su poesía infantil me parece brillante, de la manera en que la mejor literatura infantil es buena –o sea que siendo buena literatura infantil es buena literatura a secas, una literatura iceberg, accesible en la superficie, pero muy amplia en su profundidad, con posibilidades interpretativas diversas. Y esos tan intensos poemas sobre la muerte de su hijo, tan verdaderos, tan estremecidos. También la madre yacente y la madre que anda, y el sol de trópico. Y alguna de sus materias: esa cosa que le pasa con el fuego, con la ronda del fuego, con el elogio del fuego, con ese poema que se llama Fuego ¿Quieren oír parte del Elogio? Van a saber de lo que les hablo:

Única flor verdadera de la Tierra, fucsia súbita, fucsia de cuarenta pétalos que giran, tomando del aire su savia violenta.
El fuego vencedor de la modorra de los metales, que derrite la plata por pasión de verla goteando su pesado sudor con la magnolia, y derrite el oro por mostrar la sangre escondida de Dios.
El fuego de las usinas apasionadas, oculto en las axilas más secretas de la usina, escondido como la palabra secreta, y que no se toca sin que la mano caiga en un pétalo de ceniza.
El Fuego es robusto, frenético y fino.
(…)
El Fuego que anda en las criaturas; pequeñas mostazas de fuego corriendo por nuestra sangre y que nos vuelven vivaces como a la cabra de Arabia las hierbas acres. El Fuego del milano, quieto y seco, y el Fuego veteado en radios vegetales del ojo del jaguar. El fino Fuego de anises urgentes que anda en las criaturas. El Fuego que calienta las canciones de los hombres y hace cada una semejante a una menuda entraña de pájaro, a los riñones breves de las palomas con celo.
El fuego es robusto, frenético y fino.

¿Qué tal? Es de esos poemas que lo dejan a uno abismado, es de esos poemas poderosos, es de esos poemas que te hablan y te hacen ver. O por lo menos eso me pasa a mí con él, quizás porque me gusta el fuego. Y me pasa siempre con sus Elogios, que creo que es lo que más me gusta de ella en poesía y dónde parece estar su mayor asimilación de las vanguardias. A veces me parece que sus versos rimados cojearan, que los forzara, quizás sólo por la necesidad de usar una palabra de su gusto. Valva. Guedeja. Lamedura. Alácrito. Quetzacoatl. A veces me parece algo impostada, incluso en su prosa. En serio quiero que desestimen mucho todo esto que les digo. De ella va a sobrevivir mucho, muchísimo, por mucho tiempo. Por verdadera, por talentosa, por auténtica, por valiente y por ser una representante y testigo significativa de su época. Es idiota pensar que no fue absolutamente moderna: conoció el mundo de su tiempo mejor que nadie –casi nadie-, como muy pocos en Latinoamérica. De nosotros no va a quedar nada. Siendo generosos, de acá a 100 años vamos a ser olvido y solo nuestros parientes se van a acordar difusamente de nosotros. Ella no. Ella va a perdurar. Y yo lo celebro. Qué bueno que esté ahí, incrustada en el canon. Qué bueno que los críticos, los académicos, los poetas, los intelectuales, los profesores, los gobiernos consideren justo que se quede ahí por mucho tiempo. Es justo y necesario. Es nuestro deber y salvación. Darle gracias. Cuidarla. Y –paradójicamente quizás- qué mal que nos obliguen a leerla. Qué pena que no lleguemos a ella por necesidad, por necesidad de ella como me pasa a mí hace algún tiempo.  Y como creo que debiera pasarnos, no sólo con sus poemas, sino con su pensamiento.



 



 

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Necesidad de Gabriela
Por Cristian Geisse Navarro
Texto fue leido en el seminario Vigencia del Pensamiento de Gabriela Mistral, realizado el 10 de enero del presente año