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Poemas de la madre: libros muestran la vocación materna de Gabriela Mistral

Por Javier García
La Tercera, 7 de septiembre del 2015



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La vocación estaba sembrada. De ayudante de profesora a maestra de escuela. Rodeada de niños, Gabriela Mistral hizo de la maternidad una vocación tan relevante que la hizo parte de su obra literaria. Desde las rondas dedicadas a los niños a las dolorosas oraciones que escribió tras el suicidio de Yin Yin: el pequeño que crió como su hijo. 

Por el niño dormido que llevo, mi paso se ha vuelto sigiloso. Y es/ religioso todo mi corazón, desde que lleva el misterio”, escribió Gabriela Mistral a inicios de la década del 20. La poeta nacida en Vicuña incluyó una serie de poemas dedicados a la madre en su primer libro, Desolación. En esa misma década, sin saberlo, y estando ella en Francia, llegaría a su hogar Juan Miguel Godoy Mendoza, de 1 año de vida. Yin Yin, lo llamaría cariñosamente. El pequeño era hijo de Carlos Godoy, un hermanastro de la escritora. La madre del niño había muerto de tuberculosis en España.

“Siempre tuvo una vocación de maternidad frustrada”, dice Pedro Pablo Zegers, especialista en la obra de la Premio Nobel de Literatura 1945. “En los poemas de las madres hay mucho de la experiencia vivida”, agrega Zegers, director del Archivo del Escritor, de la Biblioteca Nacional, donde se encuentra el valioso material de la Mistral, que desde 2007 está en Chile, luego de ser donado por Doris Atkinson, sobrina de Doris Dana, la albacea y última compañera de la poeta. 

Ahora, circulan dos títulos en librerías que muestran a la escritora ligada a la maternidad. El primero es Poemas de las madres (Ediciones radio U. de Chile) con ilustraciones del artista André Racz. El segundo Yin Yin (Ediciones UDP), donde se reúnen más de 100 oraciones, cartas, documentos, que Mistral escribió y conservó, luego que Yin Yin, con 18 años se suicidara, en agosto de 1943, en Brasil. “Jesucristo Nuestro Señor, al amanecer te fiamos a Juan Miguel y antes de dormir te lo entregamos de nuevo. (…) Llévalo Cristo, tras de ti; llévalo después contigo y llévalo a fin en Ti, como la madre lleva a su hijo en su seno”, anota la madre triste.
   

Profunda amargura

Fue en Punta Arenas, en 1920, donde Gabriela Mistral dirigió su primer liceo. El clima frío la complicaba y pidió traslado a Temuco. “Una tarde, paseando por una calle miserable de Temuco, vi a una mujer del pueblo, sentada a la puerta de su rancho. Estaba próxima a la maternidad, y su rostro revelaba una profunda amargura”, escribió Mistral sobre el hecho que la motivaría a escribir un puñado de poemas a la madre. “Pasó delante de ella un hombre, y le dijo una frase brutal, que la hizo enrojecer. (...) Y escribí los poemas, con intención casi religiosa”, señaló la autora que en la edición de Desolación, de 1923, editada en Chile, incluyó esos versos. 

Lector de Mistral, años después el artista rumano André Racz viviría una temporada en el país. Racz enseñó grabado en la U. de Chile. En ese ambiente, el pintor conoció a Mistral, Pablo Neruda, y los músicos Claudio Arrau y Juan Orrego Salas. Ya más tarde, en Nueva York, conoce a la mezzosoprano Teresa Orrego Salas con quien se casa. 

Tendrán un hijo en 1948, periodo que a Racz le motiva la creación de una serie de dibujos: una mujer embarazada, amamantando, tejiendo, detalles de manos, niños de meses y bocetos de guaguas en sus cunas. 

“Mi mujer me hizo conocer su poesía y desde entonces soy admirador suyo”, le escribe en una carta Racz a Mistral, en 1949. Y le pide un texto para una exposición donde mostrará sus dibujos en una galería de Nueva York. “Para mí, sería un gran honor, y para el mundo obscurecido de hoy un nuevo testimonio de solidaridad”, decía la misiva. 

Mistral cede sus poemas de Desolación. El resultado es el libro Poemas de las madres, que incluye los versos de la poeta, además de 63 dibujos de Racz y que es publicado en 1950, en la colección de Artes Plásticas de la Editorial del Pacífico.

¿Para qué viniste? Nadie te amará aunque eres hermoso, hijo mío. Aunque/ sonríes graciosamente, como los demás niños, como el menor de mis hermanitos,/ no te besaré sino yo, hijo mío”, escribe Mistral en uno de los 20 poemas que conforman el volumen. 


Otro mundo

Su formación fue europea. Juan Miguel Godoy, Yin Yin, se educó en colegios privados y su lengua nativa era el francés. Le decía mamá a Mistral, quien tendría el apoyo para criarlo de su amiga mexicana, la profesora Palma Guillén. Era su segunda tutora legal. 

Después de Francia, el recorrido junto a Yin Yin será por Italia, Dinamarca, hasta instalarse a fines de la década del 30, en Petrópolis, Brasil, para realizar la labor de cónsul. 

“Su comportamiento fue de bastante rebeldía y Gabriela nunca pudo con él. Solo Palmita ponía la mano firme en Yin Yin, quien gastaba el dinero a manos llenas, siempre exigiendo y bebiendo en exceso”, anota en el prólogo de Yin Yin, Pedro Pablo Zegers. 

“Creo que mejor hago en abandonar las cosas como están. No he sabido vencer, espero que en otro mundo exista más felicidad. Cariñosamente tu Yin Yin. Un abrazo a Palma”, escribió en el mensaje que dejó Yin Yin el 14 de agosto de 1943. Luego, ingirió arsénico y agonizó una noche en el hospital.

“Librad, Señor, a Juan Miguel de todos los peligros del infierno; de sus lazos, de sus penas, y de las otras tribulaciones que a esta hora pueden afligirlo”, anota Mistral en una de las decenas de oraciones que le escribe a Yin Yin, atormentada, frágil, sin fuerzas, con dolor escribe largos versos y párrafos donde intenta salvar a su hijo en plegarias donde funde religión y poesía.



 



 

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Por Javier García
La Tercera, 7 de septiembre del 2015