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LA POETA VUELTA TESTIMONIO
Locas Mujeres, Gabriela Mistral. Bordelibre Ediciones, 2018

Por Paula Ceballos Huerta
La Serena, Octubre 2018


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Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.
Gabriela Mistral

Nadie coincide plenamente con uno mismo.
Nelly Richard

Hoy más que nunca la publicación de Locas Mujeres tiene un sentido paradigmático, en cuanto creemos que manifiesta en la densidad de su escritura formas de interpretar lo femenino, también revela la inquietud de ver a la escritora en sus posibilidades, una Gabriela inagotable, lejos de la pétrea figura que se adujo durante tanto tiempo.

Hay quienes se oponen en ver los deseos, miedos y resonancias de la autora en sus textos, señalando en algunos casos que tal acción es una afrenta a su imagen y memoria, prefiriendo la interpretación tradicional, conservadora o androcéntrica. Tales decisiones están lejos de nuestro derrotero, para nosotros nada es demasiado puro o ajeno.

En consecuencia y una vez comprometidos en el pacto entre figura y obra, decidimos seguir los discursos propuestos por la teoría feminista, sorteando el relato dominante y arriesgando la invitación a “contralecturas” que rompen con el sello identitario que la inmortalizó en un frío y duro rostro. Asumimos el gesto político y transgresor de la autora por resistir y que en nuestras lecturas se desata por medio de ese cuerpo que no miente. Si no es cuerpo-Gabriela es cuerpo-mujer(es) que repecha y se impone a través de la palabra. «Escribo poesía porque no puedo desobedecer el impulso, sería como cegar un manantial que pecha en la garganta. Hace tanto tiempo que soy la sierva del canto que viene, que acude y que no puede ser sepultado»[1].

Han sido varias las poetas y críticas que han desarticulado el monolítico legado y han tejido otra biografía literaria en torno a Mistral y particularmente a la sección Locas Mujeres. Eliana Ortega, crea un término para referirse a la poesía mistraliana: «estética / ética femenil», refiriéndose a un conjunto de poemas que buscan la identificación de una lengua madre, perteneciente a la lengua arcaica «pre-edípica de una madre precolombina». Lo que vendría a significar el desafío que la autora asumió al no inscribirse dentro de una tradición lingüística dominante, y ser, especialmente, la «antecesora y precursora» de la poesía latinoamericana escrita por mujeres. Raquel Olea, aborda el tema de la locura, como discurso razonado desde lo femenino en Traje de fiesta: loca razón en la poesía de Gabriela Mistral. Verónica Zondek, primera editora de la sección, arguye el profundo desarraigo de la poeta-mujer que busca refugio finalmente en la soledad y la locura. También podemos mencionar a Soledad Falabella que deja al descubierto la manipulación política del nombre Mistral durante la dictadura, tema que abordaremos más adelante y que se puede leer en ¿Qué será de Chile en el cielo? Poema de Chile de Gabriela Mistral. Kemy Oyarzún, propone el desmontaje a partir de la búsqueda de una Genealogía[2]. Junto a lo anterior, comienza a fines de los ochenta el reconocimiento con el primer Congreso de Literatura Femenina latinoamericana en Chile (1987), el número especial de la Revista Apsi sobre la autora (1992), la publicación de antologías de poetas mujeres[3], los estudios críticos y culturales que desarticulan el ordenamiento oficial. Lo descrito, no hace más que avizorar “la galería” que Diana Bellesi nos había invitado a mirar, para observarnos en el espejo común de una historia que comenzaba a ser re-contada en consonancia con teorías sobre el Género.

Disponemos de varios episodios sobre la vida de Gabriela Mistral que dan cuenta de las rebeldías que la condicionaron y que hoy la erigen como un referente literario-político. Liberada primero de la condena oscurantista producida por la mirada patriarcal de la primera mitad del siglo XX, nos referimos a las interpretaciones sesgadas de los críticos y vates de la época; como las apreciaciones de su escritura “masculina” en la antología Selva Lírica y aquellas biografías que la situaban como la Divina Gabriela. Posteriormente, fue rescatada de las manos de la dictadura, quienes por cierto hicieron de su nombre un lugar común y vacío. Utilizando el sello Mistral para encubrir la expropiación de la editorial Quimantú, y disponer de su imagen para darle cara al billete de cinco mil pesos y a cuanta estatua de plaza hubo[4]. Lo anterior se suma al trabajo sistemático por reducirla, según Raquel Olea al «signo del dolor», en cuanto el relato se centra en la atormentada infancia, en el abandono del padre, el autoexilio o la extranjería de su tierra, rodeada de suicidas, amores no correspondidos, infértil y sola. Sintonizado con los títulos de santa, madre de Chile o maestra de niños.

Libre al fin de escamoteos, aparece ante nosotros la transgresora; sí, de ese modo la reconocemos al leerla en los distintos formatos que eligió para referir su pensamiento político y pedagógico. Se nos presenta aquella mujer que subvierte la maternidad tradicional, adoptando un hijo-sobrino al que cuida junto a Palma Guillen, compañera, secretaria y amiga. Desatiende la moda, fuma en lugares público. Asume, si bien con bajo salario y con escaso reconocimiento, responsabilidades políticas en distintos países. Admira el mundo indígena -mientras todos querían ser franceses-. Defiende la incorporación de las obreras chilenas a la lucha feminista, y escribe cartas de intensa pasión[5]. En consecuencia, el relato se vuelve seductor e inquietante contribuyendo a sostener la reivindicación de la historia cutural de las mujeres.

La presente edición[6] es parte de una serie que comienza originalmente en el libro Lagar, publicado en Chile por la Editorial del Pacífico en 1954; continúa en Lagar II, publicado en 1991 por la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos; y ¿finaliza? con Almácigo (2008), Ediciones Universidad Católica de Chile. Sobre Lagar I, se ha dicho que «es un libro mayor en la biblioteca de la lírica latinoamericana de este siglo»[7], también se ha comentado que tiene mucho de angustia por la pérdida de Yin-Yin y que muchos de sus poemas habían sido construidos décadas atrás, sometidos a la corrección obsesiva que la misma autora hubo declarado más de una vez: «corrijo más de lo que creen». Lagar II, además de continuar la serie, nos adelanta dos poemas de las “griegas” que fueron muy valorados por la crítica y que ya comentaremos. Almácigo, nos ofrece el “excedente” de Locas Mujeres y con él las Mujeres Griegas, un conjunto de poemas que nos ilumina en la “narrativa” mistraliana.

Sin embargo, podemos encontrar los primeros antecedentes de Locas Mujeres en La desvariadora, tercera sección del libro Ternura, compuesta de ocho poemas inspirados principalmente en la mirada hacia el hijo y el miedo a perderlo. En Tala se prolongan las referencias con una serie de cuatro poemas que están en la sección Historia de locas, donde encontramos “Flor del aire”, poema dedicado a Consuelo Saleva, indicado por la autora como «su aventura con la poesía»; pensamos que por su construcción y asunto conjuga con los de Locas Mujeres, tal vez junto a “Todas íbamos a ser reinas” de la serie Saudade, se transforman en los antecedentes inmediatos de la presente edición. La verdad es que si revisamos los títulos y algunos poemas sugestivos, podríamos llegar a componer algo así como una micro historia sobre la locura en la poesía mistraliana. Por ejemplo, de Tala podemos mencionar la sección Alucinación o el mismo ya citado Saudade con “La extranjera”. También calza Desvarío, que aparece tanto en Lagar I como en Lagar II, de allí leemos el poema “Convite a la danza” que sería el apronte de “La bailarina”.

Cuatro de los dieciséis poemas que componen la sección Locas mujeres de Lagar I habían sido publicados con anterioridad a 1954, aquellas versiones fueron encontradas en ediciones dominicales del diario La Nación de Buenos Aires en 1942: “La trocada” (15 de febrero), “La otra” (8 de marzo), “La desasida” (31 de mayo) y “La dichosa” (12 de octubre).

“La otra”, es el poema-prólogo de Lagar I y abre esta edición. En síntesis, un poema fundacional para la galería de mujeres que componen la primera parte «Una en mí maté, ya no la amaba»; afirmación que será una marca o emblema para reconocer las identidades que subyacen en los siguientes textos: “La abandonada”, “La bailarina”, “La desasida”, “La dichosa”, “La que camina”, “La fervorosa”; todas apelan con distinta provocación al despojo, a deshacerse de cuanto se ha cargado. «La bailarina ahora está danzando/ la danza del perder cuanto tenía./ Deja caer todo lo que ella había,/ padres y hermanos, huertos y campiñas,/ el rumor de su río, los caminos,/ el cuento de su hogar, su propio rostro/ y su nombre, y los juegos de su infancia/ como quien deja todo lo que tuvo/ caer de cuello y de seno y de alma”. En el poema “La que camina”, se lee el trayecto, la ruta desconocida con la que se mimetiza la propia sujeto del poema: «tanto quiso olvidar que ya ha olvidado./ Tanto quiso mudar que ya no es ella». Habitar en otra, ser otra, ¿será una manera de rescatarse a sí misma?

En el acto de liberación se manifiesta la locura. Como se ha comentado y analizado en varios artículos, la conciencia descentrada le permite no vacilar en la apropiación de múltiples identidades. Toma y deja, va y viene, es una fórmula que se repite en los poemas. La identidad no puede ser definitiva, no es finalidad, es más bien una excusa para pensarse en las reelaboraciones de las múltiples y posibles gabrielas: «todo me sobra y yo me sobro/ como traje de fiesta para fiesta no habida». Soy y no soy, y «a mitad de la vida» repienso mi existencia y dejo ir: «Voy a esparcir, voleada,/ la cosecha ayer cogida,/ a vaciar odres de vino,/ y soltar aves cautivas» (“La abandonada”). Otra manera de ser, es elegir el amor y la soledad, situaciones aparentemente contradictorias pero que están presente, por ejemplo, en “La dichosa”. También hay otros poemas que indagan en estados de distinta complejidad, como es la presencia/ausencia de quien espera en “La desvelada”, “La granjera” o “La que camina”, poemas políticos si se quiere, actualización del sentimiento de vacío de aquellas que aún esperan a sus desaparecidos. «Para nadie planta la lila/ o poda las azaleas/ y carga el agua para nadie/ en baldes que la espejean”. (“La granjera”). Este sentimiento de la espera presente en los poemas de Lagar I, se transmuta a “Antígona” y “Electra en la niebla”, en cuanto despliegue del cuerpo femenino; la primera acompañada de su padre-niño, mientras que la segunda se encuentra inmersa en la viscosidad de la niebla, ambas en búsqueda o exilio.

Lagar II es un libro en construcción que se evidencia por la serie de notas que tiene a pie de página y asteriscos que llevan indicados algunos versos para volver a revisar. Tarea que no se llevó a cabo dada la muerte de la autora. Es un libro que continúa la diversidad de “mujeres” iniciada en Lagar I, por otra parte, adelanta la presencia de las “griegas”. Pedro Pablo Zegers, editor del libro incorporó: “Antígona” y “Electra en la Niebla”. Ya en 1939, Gabriela Mistral había comentado, en una carta dirigida a Victoria Ocampo, su interés por el mundo antiguo, especialmente por Casandra, Electra y Antígona. Según datos y análisis que entrega María Cecilia Graña, “Electra en la niebla” se publicó bajo autorización de Doris Dana por primera vez en 1963 en la revista mexicana La palabra y el hombre, para volver a aparecer en una versión distinta en 1966 en Mundo Nuevo. Revista de América Latina. El mismo poema con variaciones vuelve a aparecer el año 1967 en la revista chilena Orfeo[8]. No hay certeza de cual sería la original. Las múltiples versiones que tuvieron los poemas, y que de aquí en adelante veremos como un hecho reiterativo, correspondería para algunos a las infinitas correcciones que la autora hacia a sus textos. Para Luis Vargas Saavedra, corresponde al modo de trabajar de la autora y no debiesen tomarse como etapas de perfeccionamiento, sino como poemas distintos. «La primera versión es el derrame inicial, veloz y no ceñido aún a reiteración métrica. De allí en adelante al irlo pasando a limpio, tanto métrica como imágenes son trabajadas a ritmo y dramatismo, estructurando las estrofas y editándolas para dar el efecto propuesto: ilación, crescendo, cúspide»[9].

“Electra en la niebla”, elogiado por la crítica, es un poema largo que ha sido relacionado con “La que camina” de Lagar I y con “Antígona”. Grínor Rojo lo erige como obra maestra ya que «resume muchos de los motivos de la poesía mistraliana de la tercera y última hornada: la confusión, el exilio, el azar del camino, la revisión contrita del papel de la madre y, en términos generales, del de la femineidad»[10]. “Antígona”, por su parte, también ha sido objeto de extenso análisis, considerado un «monólogo dramático», cuya figura principal, exiliada y errante, se ha identificado con Mistral[11].

En Almácigo, nos encontramos con un conjunto interesante de Mujeres Griegas, que vienen a completar de cierta forma la lectura emprendida en Lagar II. Se inicia la sección homónima con una versión más extensa de “Antígona”, le sigue; “Casandra I”, “Casandra II”, “Clitemnestra”, “Mujeres Griegas I”, “Mujeres Griegas II”, “Mujeres Griegas III”. Según María Cecilia Graña, “Clitemnestra” y “Casandra” estaban inconclusas y por eso no fueron integradas ni por la autora ni por Dana en un volumen organizado[12]. Para Luis Vargas Saavedra, la autora no eliminó ninguna de las versiones porque todas le «eran válidas» sugiriendo «ampliar nuestro concepto atávico de obra única y unívoca».

Logramos captar la esencia descrita por Vargas Saavedra situándonos en la intensidad de cada versión. Del libro recogemos once poemas, que según nuestras lecturas articulan un conjunto interesante. Tomamos ocho poemas de Locas Mujeres y tres de las Mujeres Griegas.

Entre las ediciones del 2008 y 2015 de Almácigo, notamos diferencia en la elección de versiones, por ejemplo el 2008 recoge “La celosa” y la del 2015 “La loca”. Del mismo modo ocurre con “Nosotras” y “Las mismas”. También pudimos percatarnos que aparecen versiones ya presentes en Lagar I, como “La humillada” y “La bailarina”, que en Almácigo se representan como “La empecinada” y “La danzadora”, respectivamente. Una vez más corroboramos la copiosa manera de escribir de la autora «lo que de verdad le interesaba a ella era el proceso de escribir; el tener y atesorar sus poemas o poemarios más que el hecho mismo de publicarlos (…); el lograr construir con ellos un mundo personal y asequible: una especie de país imaginario totalmente real y posible de habitar»[13].

Locas Mujeres fue publicado por primera vez como libro independiente el año 2003 por LOM, en una edición de bolsillo a cargo de Verónica Zondek, comprendía la serie de Lagar I y Lagar II. También hubo una edición bilingüe de la Universidad de Chicago, editado y traducido por Randall Couch en el 2008, Madwomen. The Locas Mujeres Poems the Gabriela Mistral, contenía veintiséis poemas: Lagar I, Lagar II, “Clitemnestra” y “Casandra”, estos dos últimos textos fueron versiones tomadas de los libros de Roque Esteban Scarpa citados en nota 12.

Locas Mujeres de Bordelibre Ediciones se distancia de las anteriores publicaciones porque además de entregar la serie original, incorpora una selección de inéditos que logran ofrecer un panorama revelador de la continuidad y el quiebre emprendido desde Lagar I. Gabriela Mistral, es para nosotros un desafío, una gigante que captura todos los sentidos, su profusa escritura nos confunde y al mismo tiempo nos alivia la estética de su obra. La precisión de las palabras, su concreción perfecta en los textos controlados, por ejemplo. Se abre un universo en el que «todo el vocabulario ha de ser diferente, según la hoguera o según el brasero: en vez de los leños veloces en volverse humo, las pavesas que laten lento y suave. Nada les sobra»[14]. Su búsqueda de «palabras primordiales» que sobreviene a la multiplicidad de voces, en ese plural oportuno que nos emplaza en un abanico multiforme de la locura razonada, de estar en el límite, de ser lo que se quiere, sin esperar condena ni juicio externo. Leerla nos sobrecoge en el silencio del respeto y la algarabía de exhibirla, de ponerla en una bandera, de gritar a los cuatro vientos lo perfecta e insondable que es, todo eso y más, pero nunca jamás antes de leerla.

 

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Notas:

[1] Carta de Gabriela Mistral a Fedor Ganz, 4 de enero 1955.
[2] “Este proceso de reconversión es el que nuestra mirada empieza a trazar, rastreo arqueológico foucaultiano a través del cual se pretenden develar las huellas de la diferencia, conflictividad y ambivalencia que los discursos oficiales tienden a homogeneizar y neutralizar”. En: “Genealogía de un icono: crítica de la recepción de Gabriela Mistral”. Nomadías, n°3, 1998, pág. 26.
[3] Las antologías como atalayas de una emergencia: poesía chilena femenina / feminista 1985-1998. Paula Ceballos Huerta. Tesis de Licenciatura. Universidad de La Serena, 2017.
[4] ¿Qué será de Chile en el cielo? Poema de Chile de Gabriela Mistral. Soledad Falabella. LOM Ediciones, 2003.
[5] Ver: Cartas de amor de Gabriela Mistral. Sergio Fernández Larraín. Ed. Andrés Bello, 1978, o Niña errante. Cartas a Doris Dana. Pedro Pablo Zegers. Ed. Random House Mondadori, 2009.
[6] A modo de nota editorial: En Lagar I se conservó la tilde en “Albatrós” en pos de la estructura métrica, a pesar de la norma acentual. Se eliminaron, por ser anacronismos, algunas tildes en palabras como “vio”, “fui”, “dio”, “fue”. Eliminamos el uso de tilde en adverbio “solo”. Se unieron palabras que van juntas como “porque” respetando su función de conjunción causal. También se puso “punto” donde terminaba una estrofa y evidentemente comenzaba otra. Del mismo modo, se agregó el signo de apertura en exclamaciones que presentaban solo el de cierre. Las notas originales presentes en Lagar II se reproducen al final del libro y no a pie de página.
[7] “Summa mistraliana”. Grínor Rojo. En: Nomadías, n°3, 1998, pág. 103.
[8] Para mayor información ver nota 6 de: “Una reescritura y su traducción: Electra en la niebla de Gabriela Mistral”. María Cecilia Graña. Orillas, Universidad de Verona, n°3, 2014.
[9] Coloquio de escritores y críticos: Homenaje a Gabriela Mistral. Luis Vargas Saavedra. Centro de Extensión Universidad Católica, 2007.
[10] “Summa mistraliana”. Grínor Rojo. En: Nomadías, n°3, 1998, pág.103.
[11] “Antígona”, de Gabriela Mistral, y los brotes gemelos de la memoria y el olvido. Catherine Boyle. Cátedra de Artes, N° 11, 2012, pág.17.
[12] “Casandra” fue publicada por Roque Esteban Scarpa en el libro Una mujer nada de tonta. Editorial Andrés Bello, 1976. El mismo Scarpa al año siguiente publica “Clitemnestra” en la antología La desterrada de su patria. Gabriela Mistral en Magallanes 1918-1920. Editorial Nascimento, 1977. Lo anterior en: “Una reescritura y su traducción: Electra en la niebla de Gabriela Mistral”. María Cecilia Graña (2014).
[13] “Asunto de intuición”. Verónica Zondek. En: Gabriela Mistral. Mi culpa fue la palabra, poesía reunida. LOM Ediciones, 2017, pág. 30.
[14] Carta de Gabriela Mistral a Fedor Ganz, 4 de enero 1955.



 

 

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