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Sororidad en el exilio
De mujer a mujer: cartas desde el exilio a Gabriela Mistral (1942-1956)
Introducción de Francisca Montiel Rayo. Santander, Madrid, 2020 175 páginas


Por Carlos Barbáchano
Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, 1 de abril de 2021




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Medio centenar de cartas conforman este valioso epistolario: treinta y tres de ellas dirigidas a Gabriela Mistral por una decena de intelectuales y artistas republicanas en el exilio y diecisiete de la nobel hispanoamericana a cuatro de sus corresponsales más dilectas. Esa decena incluye a Teresa Díez-Canedo —la esposa del añorado crítico Enrique Díez-Canedo, su corresponsal más frecuente—, seguida de Margarita Nelken, María Enciso, Zenobia Camprubí, Maruja Mallo, María Zambrano, María de Unamuno y Victoria Kent, coetáneas de Gabriela, y a las más jóvenes Ana María Sagi y Francesca Prat i Barri: todo un hermoso mujerío, por utilizar un término muy querido por la poeta, dispersado por el mundo pero unido por la sororidad. El epistolario se cierra con dos hermosos textos sobre Gabriela escritos por María Enciso y por Victoria Kent.

La primera mitad de la vida de Lucila Godoy Alcayaga, que ese era su verdadero nombre, de ascendencia vasca por parte de madre, la ocupó, además de la escritura, la pedagogía; la segunda mitad, la diplomacia y, más concretamente, las labores consulares que la llevaron por distintos lugares de Europa y América. Llega a España en 1933 y entra en contacto con las personalidades de esa inolvidable Edad de Plata que configuró el rico mundo artístico, científico y cultural republicano ubicado en la capital —tan emocionantemente evocado por José Moreno Villa en su Vida en claro—; de manera muy especial con las intelectuales españolas agrupadas en torno al Lyceum Club Femenino, presidido por María de Unamuno, que solían visitarla en su apartada residencia madrileña de Ciudad Lineal. En 1935 se ve obligada a dejar España a raíz de una carta desvelada en su Chile natal donde exponía los defectos de los españoles y los graves problemas por los que atravesaba el país. La sustituye Pablo Neruda y pasa a ocuparse del consulado chileno en Lisboa, desde donde, iniciada ya la Guerra Civil, desarrollará, como a lo largo de toda su trayectoria consular, un encomiable trabajo de apoyo y ayuda no solo a las intelectuales y artistas españolas que se ven abocadas al exilio sino a toda empresa humanitaria relacionada con la tragedia española que pudiera aliviar. Pienso ahora en los niños vascos refugiados en Barcelona, a quienes cede buena parte de los derechos de autor de Tala.

Un tercio largo del epistolario lo ocupa la correspondencia entre Teresa Díez-Canedo y Gabriela Mistral, dieciocho cartas en total. El dolor de Teresa por la temprana muerte de su esposo Enrique es plenamente compartido por Gabriela, que tenía al crítico y ocasional embajador en la más alta consideración. El acomodo de la familia Díez-Canedo en el «acogedor» México tuvo mucho que ver con las gestiones de la poeta. Como en el caso de Juan Ramón, la casa madrileña del matrimonio había sido saqueada por las tropas golpistas, perdiéndose con ello gran parte de la obra del filólogo, ordenada y lista para publicar. Buena parte de la vida de Teresa se dedicará a la recuperación de la obra de su marido. «La pena de nuestra España la llevaba muy honda», le comunica Teresa, y Gabriela, tras considerar a Enrique como «hombre óptimo», la consuela haciéndole ver el enorme potencial que, pese a la pérdida, atesora su amiga: «Hay en Vd., querida mía, mucha raza, muchos manantiales de vida, muchas reservas. Mire hacia su interior y dese cuenta de sus dones». De todos sus afectos, posiblemente el que manifiesta por Teresa en el epistolario es el más tierno y entrañable. En esas cartas se nos muestra sin ambages; así, desde el consulado en Niteroi, confiesa a su amiga en 1940 su temor por esa «Europa loca y en calentura, lo que viene al galope, y el recibimiento que preparan los de la quinta columna real, o sea, nazis, fascistas, franquistas o comunistas en bloque, dos tercios del socialismo, etcétera. Mida usted y pese. Da espanto. Pero da también asco. Ahora resulta que somos reaccionarios todos los que guardamos el alma libre». La poeta podría estar, al igual que manifiesta Chaves Nogales en el prólogo de su A sangre y fuego, entre los que serían fusilados por los rojos y por los azules.

Diez son las cartas intercambiadas entre Margarita Nelken y Gabriela Mistral. Las une también el dolor, ahora por la tempranísima pérdida. En el caso de la política e intelectual republicana, por la muerte en combate de su hijo Santiago, que en 1944, a sus 23 años, cae en Ucrania como miembro del Ejército Rojo. «Aquella criatura se me llevó la vida…», escribe a su amiga. «La quiero a Vd., sé que “me hará bien” rozarme con su serenidad», añade. Gabriela había perdido a su vez, un año antes y en plena adolescencia, a su sobrino Juan Miguel Pablo Godoy, Yin Yin, que vivía con ella al obtener su custodia poco después de nacer. Nelken, acogida también en México, intentará a finales de los cuarenta establecerse en Europa sin conseguirlo; Gabriela celebra su regreso considerando «nuestra América, muchísimo más vivible que la desgraciada Europa. No vuelva a salir —concluye—». Como a otras de sus íntimas, la invitará a pasar unos días en su finca de El Lencero, su retiro mexicano: «Se queda usted en esta casa el tiempo que bien pueda. ¡Conversaremos, conversaremos! Hay aquí verdor y paz y gente amiga». En otro de sus envíos reitera uno de sus lemas más preciados al recordarle que salud y ánimo son una misma cosa. En otro celebra sus artículos y se alegra de «saberla así, ¡sana, creadora, joven!».

En varias de las cartas que la escritora María Enciso envía a su maestra le ofrece sus servicios al saber que se ha quedado o se va a quedar sin persona que la ayude en sus múltiples obligaciones, sobre todo en despachar la ingente correspondencia que muchas veces abrumará a Gabriela. Su peregrinaje la llevará a Colombia, pero terminará asentándose en México, donde publicará su obra. En el bello texto, que junto al de Victoria Kent cierra este libro, recuerda su descubrimiento de la autora de Desolación en la residencia de estudiantes de Ríos Rosas en Barcelona, antes de la guerra, cuando, de paso por España, hablaba ante un grupo de extasiados oyentes: «Alta, majestuosa, con su rostro de rasgos exóticos en ese ambiente […] hablaba. Cosas de Chile, de sus costumbres, de su paisaje, de su folklore, cosas de América, en general, y también de su propia vida, la vida de una maestra en un pueblo chileno que, como gran poeta, ve todo aquello que los demás no ven».

Cinco son las cartas de Zenobia Camprubí que recoge el epistolario. Reflejan la devoción, compartida, hacia Juan Ramón Jiménez. Gabriela Mistral lo consideraba su maestro, junto a José Martí y Unamuno, y lamentaba haber recibido el más alto galardón literario antes de quien lo merecía más que ningún otro escritor en nuestra lengua. Zenobia compatibiliza sus clases en la Universidad de Puerto Rico con la dedicación absoluta a Juan Ramón, sumido con frecuencia en la enfermedad y renuente a todo tipo de visitas; «todos tenemos derecho a ocultar nuestras miserias», solía repetir, pese a que en ocasiones lo lamentaba y se echaba «a llorar como un niño». En una de las cartas Zenobia le informa, paciente, de la monocromática dieta juanramoniana, como si estuviera ligada a los atardeceres y jardines amarillos de sus poemas: «3 huevos hervidos al día, leche abundante, carne picada ¡hervida en agua!, puré de papas, flan (3 al día de los individuales), 1 o 2 tostadas en todo el día, crema de trigo una vez al día y un plátano».

Maruja Mallo, en las tres cartas enviadas a Gabriela desde Buenos Aires, donde está asentada, y en la que le remite desde Nueva York, ciudad en la que coinciden por unos días con motivo de la exposición de la pintora y donde lamentablemente no llegan a encontrarse, es la única corresponsal que la tutea. Son misivas breves a su «arcangélica Gabriela», quien la ayudó cuando era cónsul en Portugal a huir «del verdugo del fascismo mundial, ¡¡¡y aquí, nuevamente, otro milagro hiciste!!! Trabajo intensamente –prosigue– en la creación y superación de mi obra, que es… la superación de mí misma o la justificación de mi vida».

María Zambrano escribe desde La Habana, donde han coincidido pero apenas han tenido oportunidad de tratarse, en la celebración del centenario del nacimiento de José Martí. «Hubiera querido hablarle de Chile —señala—. Viví en él, como mujer de mi marido, entonces secretario de la Embajada de España. Plena Guerra Civil. Civil, y con sentido universal. Lo dejamos para volvernos a nuestra hoguera». Poco antes de dejar Chile, añade: «Un grupo de mujeres me trajo un ramo de espigas que yo tuve conmigo en Valencia, en Barcelona. Y cuando hube de salir entre aquel medio millón que pudo hacerlo, lo dejé enterrado allá, cerquita de la frontera de Francia, en tierras catalanas. ¡Quizá haya germinado y algún grano de trigo de su tierra brotará en la mía, tan dolorida!… ¡Y cuántas cosas más! No he vuelto a Chile, no importa. Lo amo».

Gabriela le había escrito mucho antes desde Niza, tras la recepción de Filosofía y Poesía y otro de sus libros, mostrando un profundo respeto y admiración por su obra. «Yo no soy persona de su especialidad, María —le declara—, para escribirle un juicio sobre sus admirables libros. En vez de la filosofía, yo he comido solo de religiones y casi podría decirle que de folklore religioso. Pero sé, como el lector común, que son libros tan bien pensados como bien escritos. Cosa de primer orden». Y seguidamente le manifiesta su alegría por verla «un poquito zafada del orteguismo y más allegada que antes al fogón de la españolidad»; españolidad en absoluto incompatible con su profundo indigenismo. «No se encierre —le aconseja al final de su carta—; no se quede en las ciudades y entre en la doctrina secreta del indio, de su vida, que el blanco no ha querido entender y le ha parecido más fácil denigrar sin haberla vivido lado al lado, única manera de ver por el tacto».

Esa benefactora cercanía física es lo que echa de menos María, la hija de Unamuno, en la fría Norteamérica que comparten, en carta que envía a Gabriela acompañando al  Cancionero,  última obra de su padre aparecida tras su muerte: «Me imagino lo que sufrirá Vd. con este frío y estas nevadas, a mí me tienen acobardada, me paso las horas metida en mi cuarto en compañía de mis libros, pero estos no bastan, hacen falta personas de carne y hueso con quien comunicarse, aunque sea para reñir algunas veces, esto es al fin humano y preferible a una soledad que acaba por exasperar». Respondiendo a esa carta Gabriela la anima para que, cuando se lo permitan sus obligaciones académicas, se reúna con ella y con su compañera en Virginia, dejando por unos días el gélido Nueva York.

Victoria Kent escribe a su amiga desde México excusándose por no haber podido viajar al paraíso de El Lancero a finales de 1950, respondiendo a una invitación de Gabriela y agradeciéndole el poema «Mujer de prisionero», que le había dedicado y que en 1954 recogería en  Lagar. Al final de la carta pide su mediación ante Jaime Benítez, el rector de la Universidad de Puerto Rico, para impartir un curso de su especialidad, Criminología y Derecho Penitenciario.

Completan este cuidado y ejemplar epistolario, muy bien anotado a pie de página, las cartas de Ana María Sagi y Francesca Prat i Barri, jóvenes admiradoras de Gabriela, y el lúcido obituario que le dedica Victoria Kent pocos meses después de su muerte.

 

 

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Maruja Mallo
SANTA FE 2861
BUENOS AIRES

Queridísima Gabriela:

Recibí tu carta, ya tenía muchísimas ganas de saber de ti. Ahora creo que ya estarás muchísimo mejor de los ojos. Realicé tu pedido y ya [lo] habrás recibido. Como verás, querida, las cosas han tomado una decisión a favor de nuestros ideales. Leo tus cosas publicadas en La Nación.

Aquí estuvo y te envía mil recuerdos Leopoldo Lewin, que te tiene gran estima. Yo trabajo intensamente y estoy realizando unas «Naturalezas Vivas» que me sugirió [sic] las costas chilenas. Gustan muchísimo.
Mil abrazos, querida, de

Maruja

 

 

THE PLAZA Room 665
FIFTH AVENUE AT 59TH STREET
NEW YORK

7 [de] Nov. [noviembre] [de 1948]

Queridísima, inolvidable Gabriela: Vi con sorpresa tu nombre en el libro de firmas que estaba en el álbum de mi exposición, magníficamente presentada pues me dieron toda la galería, cosa que jamás se hace. Ha sido un éxito mi exposición.

Inmediatamente llamé al consulado para encontrar tu dirección, y me dijeron que no estabas aquí en N. Y. [Nueva York]. Tenía unos enormes deseos de verte. Te envío el catálogo. Escríbeme, me tienes olvidada completamente, y sabes que para mí eres inmensa.

Siempre recuerdo que me dijiste que harías una nota sobre mis cuadros, pero esa nota no llegó nunca a mis manos.

Tengo el avión del 15, así que pocos días estaré en New York. Si crees que hay tiempo, contéstame aquí, si no, por favor, a B. [Buenos] Aires. No te olvides.

Un gran abrazo de quien sabes lo mucho que te quiere

Maruja Mallo

 

 

Ana María Sagi
París, 27 de enero [de] 1946

Querida Gabriela Mistral: Tal vez las numerosas recepciones oficiales hayan terminado ya y tal vez, después de haber prodigado su proverbial gentileza y haber observado, con curiosidad, ese singular mundillo de las letras, querrá usted recibir [a] esta periodista y poeta español [sic], arrancado [sic] a su dulce tierra de Cataluña desde hace siete años. La revista Per Catalunya, órgano de los intelectuales catalanes en el exilio, solicita unas palabras suyas. ¿Quiere usted atender este ruego y permitir que, por segunda vez, vaya a estrecharle la mano?

Durante su estancia en la Residencia de Pedralbes —«La casa blanca de cien puertas / brilla como ascua a mediodía…»—, como miembro oficial de la Comisión de Cultura de la Generalidad, acudí a una de las recepciones que aquella le ofreció. Aunque solo sea para resucitar unos instantes aquel feliz recuerdo, suplico a Vd. [usted] acceda a mi petición.

En espera de su respuesta, reciba, querida y admirada Gabriela, con mi profunda estima, mi más cordial saludo

Ana María Sagi

 

 

Victoria Kent
México [D. F.], 9-1-1950

Mi querida y admirada Gabriela:
Una gran pena me causaron sus últimas líneas con la noticia de su marcha a Italia, Palma me confirmó la noticia también. Yo me había hecho a la idea de su parada aquí, en México, con la garantía de una carta propia que le atara un poco, pero veo que por el momento no son esas las perspectivas. Sí, desde luego, yo quiero verla antes de marchar, pero dígame, poco más o menos, la fecha para elegir yo el fin de semana menos cargado.

Ya me comunicaré con Palma para tener la seguridad de la fecha.

Sentí no poder pasar con V. [usted] unos días en el mes de diciembre. Yo disponía entonces de más tiempo, pero la incertidumbre de su permanencia en un punto se llevó aquella posibilidad.

Estoy encantada con mi poesía «El Prisionero» que tiene V. la gentil atención de dedicarme. Es muy bella, V. me leyó algunos trozos y la espero para tener un anticipo del deleite de su libro.

Sobre mis asuntos de trabajo veré claro a fines de mes, las cosas son tan inseguras que nada puede uno anticipar sin tenerlas en la mano —parece una paradoja, pero así es—.

Es posible que la Escuela marche, pero en prevención de que así no sea —ya le hablaré de mis temores— yo le rogaría a V. unas líneas para Jaime Benítez, para dar en la universidad un cursillo de 2 o 3 meses. Sé que dejé buena impresión y no será difícil asignarme unas clases por ese tiempo, que pueden versar sobre Criminología y Derecho Penitenciario, por ejemplo. Eso me permitiría obtener algunos dollars para defenderme unos meses y proyectar algo nuevo. Pero ya le digo, esa carta de V. yo la guardaría para el momento oportuno.

Con toda la lealtad que nuestra amistad encierra, le ruego me diga si le complace o no escribir a Benítez. Yo podría dirigirme a él, pero en estas cuestiones siempre es preferible ir de una mano amiga, y más si esa mano es de la categoría de la suya.

Gracias por todo, mi querida Gabriela, notifíqueme la fecha de su viaje y reciba un abrazo con mi afecto fiel y profundo

Victoria

 

 

María Zambrano
La Habana, 4 [de] febrero [de] 1953
El Vedado Calle N. n.º 212

Mi querida Gabriela:

Perdone que la llame así, ya que la vida —las circunstancias— no me han deparado la ventura de poder tratarla.

Hubiera querido hablarle de Chile. Viví en él, como mujer de mi marido, entonces secretario de la Embajada de España. Plena Guerra Civil. Civil, y con sentido universal. Lo dejamos para volvernos a nuestra hoguera. No sé si sabe ¡tantas cosas! Los guaso nos enviaban sus centavitos, logrados, a veces, vendiendo por los caminos guirnaldas de la flor del copigüe —¿se escribe así?—. Los niños de los barrios muy pobres de Santiago me enviaban su merienda envuelta en periódicos. Y, cuando salí para España, un grupo de mujeres me trajo un ramo de espigas que yo tuve conmigo en Valencia, en Barcelona. Y cuando hube de salir entre aquel medio millón que pudo hacerlo, lo dejé enterrado allá, cerquita de la frontera de Francia, en tierras catalanas. ¡Quizá haya germinado

y algún grano de trigo de su tierra brotara en la mía, tan dolorida!… ¡Y cuántas cosas más! No he vuelto a Chile, no importa. Lo amo.

Quisiera decirle que Dios la guarde. Pero Él la ha guardado desde siempre. Así, solo le diré que me alegro de haberla visto. Y perdone que no sepa escribir. Mi letra es una tortura para quien ha de leerla, y, por eso, y porque la sé agobiada de atenciones, no sigo.

Téngame por alguien que ha de quererla siempre, aunque no la vea.

María Zambrano

Y me conmovió hasta lo más hondo la tierra pelada de Antofagasta. ¡También vengo del desierto!

 

 

María Teresa Díaz-Canedo
Middlebury College
Vermont - Agosto, 1942

Muy querida Gabriela Mistral. Hemos estado recordándola mucho, todo este tiempo, pues nos figuramos los momentos que estará pasando con este estado de cosas, de la humanidad, del mundo, de los hombres, de las pasiones vueltas en torbellino atroz; soberbia, maldad, acaparamiento único de conciencias, vidas y riquezas. Estos días que oigo y oigo a tantas estudiantes, con sus problemas de gramática española, queriendo asegurar las palabras y los modismos en su cabeza, y yo, que nunca supe de ellos, parece que sin querer, como V. [usted] verá, entro en el engranaje. Profesoras de Vassar me dicen que la conocen, Camila Henríquez Ureña me dice hoy que V. estuvo aquí, en Hepburn Hall, un verano. ¿Por qué no habremos coincidido, entonces, nosotros? ¡Qué maravilla dar juntos un paseo, los tres, por estas montañas chatas y tranquilas, que, en estas semanas, nos aíslan de tanto horror, aunque retumba el eco…!

Después de las naturales dificultades, salimos de México para venir a este curso de verano, y crea V. que tuvimos el pasaporte americano, el visado, cuatro días antes de salir. Estuvimos con la incertidumbre todo el tiempo antes. Hicimos el viaje, en autobús, descansando en San Antonio-Texas, San Luis-Missouri y Nueva York. El viaje es caro; para poder hacerlo, Enrique se tradujo La Historia, como Historia de la Libertad, de Croce5, y, con otras cosillas, nos vinimos en autobús por razones económicas. Fue un acierto, porque lo resistimos bien, gracias a Dios, y vimos maravillados este país tan hermoso atravesando pueblos, ciudades y campos, en plena cosecha. Una equivocación en la fecha del tiempo permitido para regresar, teníamos puesto en México 90 días, y había que poner 120, acompañado de alguna testarudez del oficial de la inmigración de Nuevo Laredo, nos obliga a tener que estar de vuelta a México, pasar para México, en esta frontera americana el día 28 de este mismo mes, y esto nos ha impedido o nos impide ir a ver a Juan Ramón Jiménez, que nos buscó unas conferencias en la Universidad de North Carolina, Durham, y aceptar otras invitaciones de buenos amigos que nos habrían dado un poco de tranquilidad en un viaje tan largo, ya que, con la misma precipitación que vinimos, nos tenemos que poner en marcha. Espero en Dios que llegaremos a tiempo ante esa autoridad conminatoria, y que todo saldrá, como hasta ahora, a pedir de boca.

 

 

Zenobia Camprubí
7-IV-1951
1352 Magdalena
Santurce, P. R. [Puerto Rico]

Querida Gabriela:

Yo debí haberle escrito cuando llegó su primera carta a J. R. [Juan Ramón], que él tuvo colocada en el espejo de su cómoda en el Washington Sanitarium de Takoma Park. Allí la vio Raquel Tapia de Guzmán Cruchaga, que reconoció su letra desde la butaca en que estaba sentada acompañando a J. R. Nuestro calvario, querida Gabriela, empezó a principios de verano y creo que, si hubiéramos sido mejores organizadores y el proyectado viaje a tierras hispanoamericanas del extremo sur se hubiera realizado, habríamos esquivado esta catástrofe. Vinimos a P. R. [Puerto Rico] en nov. [noviembre] para hacer un ensayo brevísimo, ya que el problema económico después de 3/4 meses de hospitalización voluntaria e innecesaria no estaba bien resuelto. Nos volvimos a terminar yo mi semestre, y en ese tiempo las cosas se pusieron aún peor, como yo me temía. Pero lo de P. R. había sido un principio de curación truncada, y con el consejo del Dr. Overholser [de] que me llevara a J. R. a «su ambiente», en cuanto Maryland me dio mi semestre sabático, nos volvimos para acá. Aquí están los médicos y amigos que J. R. (desde los Estados Unidos) ansiaba volver a ver. Efectivamente, apenas llegado a P. R., J. R. se levanta todas las mañanas, ayer fue de excursión a la finca de Clara Livingston en Dorado, el domingo anterior fuimos a Luquillo, y, aun cuando J. R. nos dice que lo estamos matando, ha ganado 4 libras en 2 semanas, y tanto el Dr. García Madrid, su abnegado médico65, como yo creemos que está muy mejorado. La tez ha comenzado a broncearse y, aun cuando mucho menos frecuentes que en épocas normales, han empezado a [a]parecer sus sonrisillas irónicas. [Jaime] Benítez me ha ofrecido trabajo en la universidad66, y, mientras me decido, para septiembre tengo una gran colección de manuales instructivos para chicos de escuela que traducir. Vivimos en la pensión de la asturiana Dña. Lola Tuya, en donde a más de G. M. [García Madrid] están Pepe de los Ríos (hermano de Fernando y antiguo amigo nuestro), el catedrático de matemáticas Gabriel Franco, el representante de la Iberia, María y Mercedes Rodrigo, y una parejita de hermanos puertorriqueños muy simpática. Zabaleta, el arpista, también nos acompaña unas semanas. Estamos muy rodeados de amigos españoles porque en la universidad hay un excelente plantel también: Francisco Ayala, Rivas Cherif, etc.

Estamos viviendo en un patio paradisíaco. No puedo prever el porvenir para decirle ya lo que quisiéramos saber, pero sí estoy segura de que [ilegible]. Escríbanos y cuéntenos cosas suyas. Sentimos haber estado ausentes cuando estuvo Vd. en W. [Washington], pero es probable que J. R. no hubiese querido que Vd. lo viera…, porque dice que «todos tenemos derecho a esconder nuestras miserias». Cuando J. R. sale de su obsesión de muerte nos encanta con su agudeza usual que [ilegible]. La abraza con gran cariño

Zenobia

 

 

María de Unamuno
New London, 3 de enero, 1956

Querida Gabriela: Le envío el Cancionero de que le hablé, última obra de mi padre publicada después de su muerte. Dentro va también la fotografía prometida, es reproducción de otra que tengo yo. No he quedado satisfecha de cómo ha quedado, esperaba que resultaría mejor. Por ahora no puedo ofrecerle nada mejor, lo siento.

Recuerdo con mucha frecuencia las horas que pasé en su compañía. Había oído tanto hablar de Ud. en mi vida que fue para mí una emoción inolvidable tener la suerte de conocerla personalmente. Espero que no sea esta la única vez que nos veamos.

Recuerdo también con agrado la acogida simpática y cordial de esas dos buenas amigas de Ud., Dora y Nilda, y lo bien que me trataron.

Me imagino lo que sufrirá Ud. con este frío y estas nevadas, a mí me tiene[n] acobardada, me paso las horas metida en mi cuarto en compañía de mis libros, pero estos no bastan, hacen falta personas de carne y hueso con quien[es] comunicarse, aunque sea para reñir algunas veces, esto es al fin humano y preferible a una soledad que acaba por exasperar. Este país tan admirable en tantos sentidos tiene para nosotros, españoles —no sé si para otros [t]ambién—, la lucha contra el aislamiento, al que contribuye en gran parte el idioma, como es natural.

Adiós, Gabriela, espero tener ocasión de volverla a ver pronto. Un saludo cordial a Dora y Nilda, y para Ud. el cariño de su amiga

María

 


 

 



 

 

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Sororidad en el exilio
De mujer a mujer: cartas desde el exilio a Gabriela Mistral (1942-1956)
Introducción de Francisca Montiel Rayo. Santander, Madrid, 2020 175 páginas
Por Carlos Barbáchano
Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, 1 de abril de 2021