Proyecto Patrimonio - 2013 | index | Gabriela Mistral | Autores |

 

 

 

 

 


 

Niña Errante: reflexiones y lecturas en torno al epistolario mistraliano
desde un enfoque de género

Ana Karina Lucero Bustos

 

 

 



.. . .. .. .. .

  "Pero he aquí que la carta aporta otra suerte de relación: un entenderse sin oírse, un quererse sin tactos, un mirarse sin presencia, en los trasuntos de la persona que llamamos, recuerdo, imagen, alma. Por eso me resisto a ese concepto de la carta que la tiene como una conversación a distancia, como una lugartenencia del diálogo imposible." 
                                                                        Pedro Salinas,  El Defensor. Ensayos completos


A modo introductorio, resulta pertinente precisar, que este proyecto se enmarca en el análisis de un epistolario. En este caso nos referimos al texto “Niña Errante. Cartas de Gabriela Mistral a Doris Dana”[1]; correspondencia circunscrita al período comprendido entre 1948-1956 y que deja entrever la relación personal-escritural sostenida por la autora con su discípula.

Es de vital importancia incorporar a nuestro análisis la “forma carta” como práctica discursiva, que se prefigura desde diversas perspectivas y orientaciones.

Dentro de las más difundidas se cuentan: a) el empleo de la carta como fuente documental para reconstruir la biografía de un individuo (artista, personaje ilustre), sirviéndose tanto de la correspondencia escrita o recibida como fuente para completar o reconstruir la vida y el entorno; b) las cartas se abordan en su calidad de elementos auxiliares que permiten estudiar la producción literaria de un determinado escritor o poeta y c) la correspondencia privada aporta al conocimiento de fragmentos de la sociedad que contribuyen a ampliar el estudio de la historia de las mentalidades o de las mujeres.

Asimismo, la carta contempla una función pragmática comunicativa: se trata, en términos simples, de un mensaje escrito que se envía desde un emisor a un destinatario. Es por ello, que se observa la plena existencia de dos interlocutores que convergen en el texto, expresados en la presencia de un sistema lingüístico y en la atención (lectura/escritura) concentrada en el texto.

También se debe considerar que la respuesta del destinatario está mediatizada por la distancia temporal y espacial de su réplica (en relación a la ejecución enunciativa del emisor).

Debido a esto, surge la idea que los textos detentarían una serie de estrategias y/o mecanismos generadores de un “efecto de inmediatez” y “un efecto de realidad”, los cuales se asocian no sólo a la labor reconstructiva e interpretativa por parte del remitente, también aludirían a las tácticas discursivas capaces de provocarlo.

Finalmente, se debe señalar que la carta como escritura, tendía a implicar a su autor en un proceso de objetivación, distancia y construcción de su propia persona, o de la imagen ofrecida al otro.

Es así como el sujeto en el discurso epistolar se transforma en una entelequia autorreflexiva, donde el “yo” es observador y observado; también juzgado, compadecido, comentado por el propio yo. En este sentido, al comentar, juzgar o comprender nuestras acciones, y proyectarlas previamente, actuamos como agente, observador y crítico (sujeto real que se torna inasible, que se coloca continuamente en otro lugar, solo alcanzable en el simulacro de la escritura).


 1. Aproximaciones en torno a la apropiación de una voz masculina inscrita en un epistolario femenino.

  “Nos hemos separado ambos sin acabar, sin rematar, el conocimiento de nosotros mismos. Es una mala cosa. Parece que tú ignoras aún que a mí me viene una especie de borrachera de amargura de pronto, algo como una purga infernal que me cae a las entrañas y que me da una agonía sin sangre y sin llanto, es decir, sin alivio. Aquel grupo de fotos unidas por un elástico, me produjo eso. Y yo no debí escribirte en tal estado de ánimo, pero soy arrebatado, recuérdalo, y colérico, y TORPE, TORPE. Por favor, no vuelvas nunca-nunca a sufrir así, a padecer por mi culpa. Sabe de una vez que, padeciendo así, me das tú una enorme vergüenza de mí mismo”.

Gabriela Mistral, Niña errante. Cartas a Doris Dana

Posterior a esta aclaración preliminar- que permite fijar de manera más precisa nuestro objeto de estudio-; desarrollaremos una reflexión en torno a la instalación de una voz de carácter masculino en un epistolario eminentemente femenino. Con esto, no sólo nos referimos a la extensión de lo  propiamente anatómico y/o fisiológico, sino más bien a la construcción cultural asociada a dichos factores, que se cristalizan en una conceptualización determinada.

Para afirmar dicho supuesto- entendiendo que una lectura no es más que una interpretación-; haremos converger dos textos que se aglutinarán como soportes de esta perspectiva. El primero de ellos, tiene relación con el planteamiento realizado por Patrizia Violi en su texto “El infinito singular”[2], donde se analiza desde un punto de vista fundamentalmente lingüístico y en menor medida antropológico, la conformación de un sistema de signos y de la ejecución de actos de habla elaborados desde una premisa atávica y pre-semiótica que replica la diferenciación sexual.

El segundo título corresponde a la proposición realizada por el sociólogo francés Pierre Bourdieu en el texto “La dominación masculina”[3], donde se examinan las divisiones del mundo social, o más concretamente, las relaciones sociales de dominio y explotación que se han instituido entre los sexos y en las mentes, bajo la forma de principios y categorías de división que conducen a clasificar todas las cosas del mundo y todas las prácticas, según distinciones reducibles a la oposición entre lo masculino y lo femenino (legitimadas siguiendo un patrón de índole mítico-ritual).

En el caso de Violi, ésta afirma su propuesta concibiendo el lenguaje como un articulador que permite un nexo entre lo representativo, lo subjetivo e ideológico; como un sistema capaz de reflejar la realidad social, pero que paralelamente la crea y produce. Este proceso decanta en la generación de una investigación que pretende realizar un recorrido desde la noción de sexo, en cuanto biología y dato natural, a la idea de género (constructo semiótico). 

Según lo propuesto por la autora, lo masculino y lo femenino al ser términos opuestos no ocuparían el mismo estatuto, ni la misma posición. De allí que cobra fuerza la concepción que supone la existencia de un nexo sustentado en la derivación. Con esto nos referimos, a que lo eminentemente masculino define la actuación de lo “femenino” en términos lingüísticos, al reducir su afirmación al reverso negativo.

De este modo, lo masculino “cubre” o “abarca” simultáneamente una doble posición: por una parte, funciona como término singular y específico, y por otro lado, engloba una nomenclatura genérica que vale para la universalidad del género humano. Paradojalmente, si bien las mujeres participan del proceso comunicativo, nunca son percibidas íntegramente como sujetos-según lo señalado por Violi-; sino como respuesta a un hablante que ya las erigió como objetos que se relacionan entre sí, a través de un lenguaje parasitario.

En igual medida, los dos planos- el de la lengua como sistema y el de la utilización lingüística-; no están separados, sino que entran en una interacción recíproca: simbolizando en su interior la diferencia sexual, el lenguaje configura de antemano la estructura de los roles sexuales que más tarde serán asimilados por los que hablan y reproducidos en el uso lingüístico. Ser mujer, y ser hombre, también implicará introducir en “la propia palabra” las representaciones ya presentes en el sistema lingüístico y acomodarse a ellas.

En este sentido, es el lenguaje el portador de una diferencia sexual que se encuentra simbolizada de manera primordial, mediante la categoría de “género”. Sobre este punto, la autora sostiene lo siguiente: “Es mi intención demostrar que el género no es sólo una categoría gramatical que regula hechos concordantes puramente mecánicos, sino que, por el contrario, es una categoría semántica que manifiesta dentro de la lengua un simbolismo profundo ligado al cuerpo: su sentido es precisamente la simbolización de la diferencia sexual. Atribuir al género un valor semántico y no sólo un valor de forma gramatical, no es únicamente una cuestión «técnica» de importancia marginal; la decisión implica la posibilidad de leer la oposición masculino/femenino que encontramos en el lenguaje como algo ya dotado de sentido y por lo tanto abre el camino hacia una interpretación diferente de la relación entre simbolismo natural y manifestaciones lingüísticas” [4] [el subrayado es mío].

Es justamente la disyuntiva entre una dimensión semántica y otra gramatical-mencionada en la cita anterior-, lo que nos interesa recoger en esta investigación, a fin de que sea aplicada a nuestro objeto de estudio (correspondencia-fragmento de raigambre privada que al ser traspasada a una recopilación, ingresó a un circuito público que lo transforma tanto en materia literaria como en documento histórico).


  1.1 Niña errante: Una intromisión


 “Mi vida:

      Tú eres de una raza que se controla; yo no. Tú estás segura de mí; yo no tengo seguridad alguna de ti. Pero hay más: yo necesito de tu presencia de una manera violenta como el aire. Parece que estuviese viviendo una asfixia. Es eso exactamente.

  Tal vez fue locura muy grande entrar en esta pasión. Cuando examino los primeros hechos, yo sé que la culpa fue enteramente mía. Yo creí que lo que saltaba de tu mirada era amor y yo he visto después que tú miras así a mucha gente. Loco fui, insensato: como un niño Doris, como un niño.

Gabriela Mistral, Niña Errante. Cartas a Doris Dana

Hemos utilizado esta carta escrita en el año 1949 (sin fecha prefijada), para ingresar a un espacio de naturaleza privada, donde nos desplazaremos en nuestro rol de receptores-lectores. Sin embargo, este acto de desciframiento implica instalarse -por el tipo de texto que se aborda-; en un rol que conlleva un desdoblamiento tácito del lector (que se interna en un imaginario ficcional y que a su vez, se convierte en un fisgón/voyeur, que se entromete en la profunda intimidad de una subjetividad particular).

Efectivamente, no existen dudas que el género, en cuanto categoría gramatical, tiende a ser percibido como el reflejo de un «orden natural» de las cosas, de forma que las palabras ya no son masculinas o femeninas, sino que son las mismas cosas a las que se refieren, instaurando un ordenamiento más bien funcional. 

Por otro lado, el género no parece tener una utilidad especial en un nivel lingüístico, al contrario, obliga a la persona que habla a tener que emplear la concordancia. Es en este punto, donde me detengo. Al revisar el texto inicial de este acápite logramos avizorar que si bien constituye un registro particular de corte amoroso, el sujeto presente en este escrito -y que espera inquieto la respuesta del destinatario-;  se estructura desde una codificación, una voz “masculina” coherente y sintácticamente concordante (aunque suene tautológico).

Lo antagónico emerge cuando se repara en la constitución sexo-genérica de quien emite esta carta, y es esa eventual contradicción lo que vuelve interesante la intervención analítica en estos escritos. Dado que el sujeto/a que enuncia se divide entre una coordenada masculina desde la cual habla, se manifiesta y reclama- lo más notorio tiene que ver con la marca distintiva de género, la terminación en o-; y una sujeta/persona concreta, real, que construye un artificio “hegemónico” que habita y se activa en la correspondencia.

De acuerdo a lo descrito, sería acertado sostener que existirían dos niveles simbólicos que tienden a combinarse: el primero de ellos está centrado en la necesidad y tensión de expresarse, y el segundo, en la imposición de una suerte de “autocensura y/o corsé” discursivo que funciona como dispositivo que procura borrar las diferencias inmanentes.

Otro de los ejemplos interesantes a destacar, tiene que ver con la instalación de un(a) emisora que plantea el intercambio epistolar desde el arrebato, desde la violencia y el chantaje a un receptor que se percibe desde un lugar de parsimonia, de tranquilidad e incluso de indiferencia; desatando la ira de quien envía dicho escrito.

Tal y como lo podemos observar en el siguiente extracto:


 “Gabriela Mistral
                                                                                                                      [21 de mayo de 1949]

      Me parece tonto y vano contarte la vida que ha sido la mía en las dos semanas de tu silencio. Es vano porque tú, a pesar de tu inteligencia y tu sutileza no has comprendido ni la a de mi temperamento. Sólo viste en mí al niño estúpido y carente de toda lógica. No has conocido la naturaleza primitiva, no civilizada, que me llevó siempre a pedir a los seres que quise una total limpieza del alma y el cuerpo y una absoluta lealtad. Por esto me quedé solo.” [5] [el subrayado es mío].

Lo atractivo de este fragmento tiene que ver con el contrapunto que podemos realizar respecto a la teorización esbozada por Violi.

La autora se centra permanentemente en un análisis lingüístico, atrae una serie de fuentes y/o autores a su discurso, los cuales le permiten sostener un conglomerado de ejes -que otorgan un marco de referencia en relación a los discursos producidos por mujeres-.

Según Violi, las mujeres emplearían un conjunto de mecanismos discursivos que atenuarían sus palabras, las harían: “menos rudas, menos violentas, menos explícitas e insistentes, más educadas; excusándose continuamente por lo que se va a decir o por lo que se acaba de decir y buscando siempre el consenso y la aprobación”[6].

Un modo de hablar que continuamente “se disfraza, se oculta, se excusa, que nunca se hace explícito o afirmativo, sino que se presenta más bien como indirecta o alusiva, como si quien la emplea no tuviera el derecho o la posibilidad de afirmar explícitamente su palabra ni a sí mismo, de legitimar su propio discurso” [7].

Sin embargo, en el caso de la carta que acabamos de citar, notamos que Mistral se situaría en las antípodas. Su manera de concebir la cortesía- considerada como uno de los rasgos femeninos sustraídos desde el estereotipo-; se ve impregnado de una llamada amenazante, que busca y presiona, que opera derribando los eufemismos- sin llegar a la vulgaridad-; reivindicando la desesperación y la falta de sensibilidad.

Si bien no es la única carta que presenta estas características- dentro de la recopilación-; sucede que en ellas confluyen numerosas contradicciones, las cuales logran evidenciarse de forma permanente a medida que se avanza en la lectura : juegos lingüísticos y mutaciones en la aplicación de las marcas sexo-genéricas (masculino- femenino), presencia de encabezados  diversos: “Niña mía Doris” “Doris querida”, “Hijita mía, querida”,  “Doris, niña que era mía”, que muestran la amplia gama de roles en los que la interlocutora (Doris Dana) es dispuesta por Mistral; saludo cariñoso que se diluye cuando nos adentramos en el contenido de cada carta.


  1.2 Enunciación/Enunciado/Discurso

        “La enunciación es (…) poner a funcionar la lengua por un acto individual de utilización, por lo que su condición específica es la de constituirse en un acto de producción de un enunciado en oposición al producto mismo, que será el texto del enunciado. Así, mientras el enunciado es la transmisión exclusivamente verbal de un mensaje, la enunciación es un procedimiento que actualiza procedimientos no verbales (emisor, destinatario, contexto)”.

Marchese, A. y Forradelas, J., Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria
                                         

También debe considerarse como parte de nuestro estudio la presencia de la enunciación, al ser  un recurso que posibilita un mayor entendimiento en relación a la articulación de un sistema lingüístico que deviene discurso (entendiendo a este último en su condición de acto enunciativo, en el que se puede manifestar la existencia del sujeto en el enunciado, la relación entre el emisor y el receptor y la distancia que establece el sujeto entre sí mismo y el enunciado. Proceso de significación que se textualiza en un enunciado).

Siguiendo con lo anterior, es de vital importancia indicar que la enunciación nos provee de un cuadro de referencia para describir las categorías de la subjetividad dentro del lenguaje, en particular, la dinámica que se instaura en la relación yo/tú (factor crucial y constitutivo de la correspondencia).

Por otra parte, es necesario reparar en que la diferencia sexual juega un papel esencial en el proceso enunciativo, pues determina la posición del individuo dentro del discurso y por tanto condiciona, preconstituye e influye en sus posibilidades de tomar la palabra y de manifestarse como enunciador. Si la postura del emisor depende también de la naturaleza sexuada de su cuerpo, ello no es por un efecto determinista, sino porque la naturaleza sexuada del cuerpo es ya una realidad semiótica que marca una posición en el discurso.

Justamente este límite se difumina en las cartas mistralianas. Se produce continuamente un cruce entre cuerpo y voz femenina, sujeto y voz masculina, el aparente orden natural se subvierte, ya que la diferencia sexual al evidenciar los datos biológicos del individuo, inscribe esta disparidad en el lenguaje, en el discurso, en la cultura, marcando el paso del sexo como “naturaleza” al género como “resultado” de un proceso semiótico de construcción de sentido, conductas y roles.

   Para ejemplificar lo anteriormente suscrito, aludiremos a la siguiente carta:


                                                                                                                [25 de mayo de 1949]
         Gabriela Mistral

        “Doris querida:

           Llega un tiempo en el cual el chileno paciente estalla y lanza un ultimátum…Y ese tiempo ha llegado para mí. A pesar de tu fineza de Inglaterra y de tu alarde de libertad, de tu fiebre libertaria, aquí van estas declaraciones casi bélicas, no poco brutales.

     …Tú sigues allá por una de estas razones:

(a) Un amor que no confiesas. (M.M ha vuelto a entrar en tu vida y vas a regresar con ella).

(b) Falta de dinero para gastos que yo ignoro. La deuda en que te lanzaste por M.M. puedes amortizarla desde aquí. Yo te ayudaré para eso.

(c) Neoyorquismo: Eso no tiene cura. Opta entre esa ciudad y esta indígena del sur. Pero resuelve pronto. Yo no puedo esperar más para resolver de mi vida. Una niña viene a dormir en mi cuarto. No me sirve de nada. Otra viene a ordenar mis papeles. Hay que enseñarle todo. En el día no tengo con quién salir a la calle. Y mi cabeza suele andar con un mareo que me invalida para eso; hacer mis compras.  

 Quédate o vente, Doris Dana. Yo no creo en el amor escrito, “por correspondencia” [el subrayado es mío] [8].”

 Este texto posee numerosos niveles. El primero que podemos advertir- dada su notoriedad- es lo dispuesto al final del texto (la despedida o cierre), donde se logra explicitar la metarreflexividad de dicha correspondencia.

 La revelación de recursos de producción o puesta en abismo, no sólo opera desde lo meramente formal, permite explicar esas huellas y demarcaciones de la “urgencia”, de lo “prioritario”, pero también de lo imperativo.

Mistral- con frecuencia en las cartas- ; construye retratos de un sujeto/a depresivo, hipocondríaco y egoísta: controla, reclama por la falta de atención y afecto,  invoca a la muerte y cuando presiente que la enfermedad y el dolor la aniquilan; la figura de Doris reaparece a través del recuerdo,  mediante un telegrama o un breve escrito (es en esos instantes, cuando toda esa desesperación se vuelve un frenesí gracioso, absoluto paroxismo de plenitud).

Dentro de la clasificación y/o categorización de deberes en los que supuestamente se encontraría inmersa Doris Dana, constatamos- nuevamente- un rasgo peculiar en el modo como Mistral elabora esta carta. En ella no se aprecia un predominio de frases o expresiones de carácter interrogativo, sino que más bien se realiza una enumeración que coloca en el centro del discurso al interlocutor, sin ocultar ni esconder al sujeto que produce el discurso.

Al trastocar las ya consabidas estrategias del discurso femenino (donde regularmente se exhiben preguntas, demandas de confirmación, formas dubitativas y atenuantes de las afirmaciones); nos encontramos con un escrito configurado como ultimátum que suprime estos códigos y quiebra las expectativas al divorciarse del prototipo.

En el caso de este epistolario, el sujeto no  se oculta, no se hace objeto, “es” simultáneamente con otro al cual  “se dirige” y que también está instaurado, constituido. Asimismo, el contenido del discurso amoroso se fractura en la expresión de unos celos irrefrenables que dejan de manifiesto las inclinaciones afectivas de ambas mujeres (me refiero con ello a la presencia explícita y velada de la homosexualidad, que en la mayoría de las cartas es expresada sólo por Gabriela, en Doris es más bien implícita).

Otra directriz en torno al eje tripartito propuesto al inicio de este subtema, tiene que ver con el desarrollo de las despedidas o términos de cada uno de los escritos (en la mayoría de ellos, la autora recurre a los pronombres y adjetivos posesivos para enfatizar el grado de compromiso afectivo).

Como se puede apreciar en el siguiente ejemplo:

                                                                                                                [20 de enero de 1950]
  Gabriela Mistral

     “Por razón que no entiendo, por una gracia oscura cuyo origen no sé, yo no lucho ya contigo ni te llamo a grandes voces. Te espero sin repetir ninguna fecha para consolarme; puedes llegar mañana o en marzo; no te voy a hacer un ataque histérico. Te ofreceré té y que descanses. Me gustaría verte dormir- eres linda de dormida como de despierta-. Eres siempre una criatura de selección y un poco orgullosa, pero correctísima, espiritual, delicada, con raza, con cierta aristocracia natural.

       Nada ha cambiado en mí, Doris Dana, excepto el haber quedado sin ti. Yo soy tuya. Yo Tu amor. Yo no soy sucia como tú me crees” [el subrayado es mío][9]”.

 La existencia de los pronombres personales y de los adjetivos posesivos- en parte importante del epistolario-; alteran no sólo la inscripción sexo- genérica en el discurso, a su vez, perturban el ordenamiento emisor- receptor.

Para darle operatividad a los enunciados femeninos y masculinos, el yo y el tú debieran presentarse escindidos, separados, irreconciliables entre sí,como si los dos discursos que dirigen, el del hombre y el de la mujer, nollegaran nunca a entrar en contacto, a interrogarse, a integrarse (contrariamente a lo que ocurre en este epistolario).

Los textos mistralianos no se someten a la estructura dialéctica de la relación entre el yo y el , trascienden esa dicotomía apostando a una anómala separación que no es solamente complementaria sino híbrida. La complementariedad está dada por la proximidad de Doris Dana, pero siempre es desarrollada acudiendo a un límite impreciso entre simetría y asimetría.

Doris Dana puede ser vista como niña y mujer al mismo tiempo, mientras que Mistral regularmente se reduce a una condición de vejez, de ancianidad lúcida y persistente. De igual forma, los escritos realzan las vidas de dos mujeres autónomas que se admiraron mutuamente, pero que no lograron sucumbir a una fusión forzosa.

La hibridez se establece cuando nos detenemos en la disposición de los componentes. La diferencia sexual se torna caricatura al momento de desdibujarse, pierde valor, no por ello es andrógina (eso supondría sobreinterpretar); ni tampoco reivindicativa, sin embargo, no busca ser un eco ni una repetición de una categoría empobrecida, que se repliega afásicamente sobre sí misma.

Existe en este caso, una posibilidad de palabra que no se queda fuera del lenguaje y de la cultura, sino que facilita en su interior una perspectiva diversa y heterogénea, sin vulnerar las reglas del juego y sin homologarse a ellas íntegramente. En esa opacidad radica su valor.

1.3  Pierre Bourdieu: La construcción social de los cuerpos

Posterior a la exposición argumental en relación a la propuesta de Violi, pasaremos a la lectura generada por Pierre Bourdieu en el texto “La dominación masculina”, cuyo hilo conductor se basa en las distinciones sexo-genéricas. A partir de ello, buscaremos las coincidencias y convergencias entre las premisas sostenidas por el autor y la correspondencia mistraliana.

La obra de Bourdieu resulta una de las indagaciones más consistentes sobre el proceso de constitución e introyección del género, al mostrar cómo las diferencias entre los sexos están inmersas en el conjunto de oposiciones que organizan todo el cosmos, la división de tareas y actividades, y los papeles sociales[10].

El explica cómo al estar construidas sobre la diferencia anatómica, estas oposiciones confluyen para sostenerse mutuamente, práctica y metafóricamente, al mismo tiempo que los “esquemas de pensamiento” las registran como diferencias “naturales”, por lo cual no se puede tomar conciencia fácilmente de la relación de dominación que está en la base, y que aparece como consecuencia de un sistema de relaciones independientes de la relación de poder.

Cuando Bourdieu analiza la realidad social concebida en “clave de género”, reconstruye la manera en que se simboliza la oposición hombre/mujer a través de articulaciones metafóricas e institucionales, mostrando la forma en que opera la distinción sexual en todas las esferas de la vida colectiva y el orden representacional.

 A fin de manifestar de mejor forma lo descrito, expondremos una parte de la correspondencia mistraliana (fechada en 1949):

  Gabriela Mistral                                                                                             
                                                                                                                    [31 de noviembre]

     “…Yo estoy haciéndote un llamado a la piedad. Tú sabes que no tengo orgullo, pero ese papel a la lástima no es cosa de mi uso, Doris Dana.

        Tal vez el caso tuyo actual sea el de que el amor que me diste ha pasado a otro y es a estas horas la dicha de otro.

          Yo prefiero saberte feliz y plena a saberte sola y vacía. Tú mereces la felicidad como pocos seres y tú no debes crear en el dolor como yo sino en la dicha, que también es creadora, Doris Dana. Me duele no conocer a ninguna amiga tuya que pudiese decirme cómo estás, cuál es tu salud y qué trabajo haces.

     Y no hay nadie, nadie de las gentes de aquí que pueda recibir tus noticias y dármelas.

     Pero, así y todo, te pido no escribirme. Déjame curarme, déjame reaprender mi pobre vida de antes.

   Y no me hagas la ofensa gratuita de atribuir todo esto a la presencia de Emma Godoy aquí. Te lo repito por última vez: yo no soy la bestia de mera calentura física que tú has visto en mí.

 Doris Dana: yo he pagado mi culpa. Mi culpa fue forzarte al amor, llevarte a él sin que hubiese una sola chispa en ti de amor. Esto es lo que he pagado. Tú nunca habrías hecho lo que yo hice por tenerte. Pero eso no fue hecho por otra cosa, fue un amor violento de alma y cuerpo” [11] [el subrayado es mío].

Esta cita nos permite adentrarnos en el concepto que determina el anclaje de la tesis de Bourdieu, nos referimos en este caso, a la noción de “habitus”.

El habitus se traduce como estructura y/o esquema cognitivo “no pensado”, pero que se alberga en nuestros pensamientos al estar implantados como una “subjetividad socializada”. Con ello Bourdieu se refiere al conjunto de relaciones históricas “depositadas” en los cuerpos individuales en forma de esquemas mentales y corporales de percepción, apreciación y acción.

La cultura, el lenguaje, la crianza, inculcan en las personas ciertas normas y valores profundamente tácitos, que se consideran “naturales”. El habitus reproduce estas disposiciones estructuradas de manera no consciente, regulando y armonizando las acciones. Así, el habitus se convierte en un mecanismo de retransmisión por el que las estructuras mentales de las personas toman forma (“se encarnan”) en la actividad de la sociedad.

La manera como las personas aprehenden esa división, es mediante las actividades cotidianas constituidas simbólicamente, es decir, día a día mediante la práctica. Establecidos como conjunto objetivo de referencias, los conceptos cotidianos sobre lo femenino y lo masculino estructuran la percepción y la organización concreta y simbólica de toda la vida social.

Asimismo, Bourdieu advierte que el orden social masculino está tan profundamente arraigado que no requiere justificación: se impone así mismo como auto-evidente, y es considerado como “natural” gracias al acuerdo “casi perfecto e inmediato” que obtiene de estructuras sociales tales como: la organización social de espacio y tiempo y la división sexual del trabajo; además de las estructuras cognitivas inscritas en los cuerpos y en las mentes.

Todo lo social es vivenciado por el cuerpo. Es más, para Bourdieu, la socialización tiende a efectuar una somatización progresiva de las relaciones de dominación de género. Este trabajo de inculcación, a la vez sexualmente diferenciado y sexualmente diferenciador, impone la “masculinidad” a los cuerpos de los machos humanos y la “feminidad” a los cuerpos de las hembras humanas.

Así, desde la lectura de Bourdieu, el cuerpo aparece como un ente/artefacto simultáneamente físico y simbólico, producido tanto natural como culturalmente, y situado en un momento histórico concreto y una cultura determinada. El cuerpo experimenta, en el sentido fenomenológico, distintas sensaciones, placeres, dolores y la sociedad le impone acuerdos y prácticas psicolegales y coercitivas.

Es en relación a estas ideas que el discurso de Mistral logra ensamblarse. Al insinuar en su carta que ella no es “una bestia calenturienta” está poniendo en entredicho una clasificación o modo de advertir las conductas sexuales masculinas. El prejuicio es revelador del mecanismo básico y universal de la oposición binaria.

Y es precisamente la utilización del habitus como pieza estabilizadora de la presente argumentación, lo que nos permite cuestionar el modo en que este texto se inscribe. Con esto queremos decir, que nos resulta llamativo que Mistral se convierta en un personaje o hablante que replique el habitus, que no lo desconozca.

Esta escritura no se sustenta entre dos mujeres que hablan- diferidamente-; sino que se plantea como “escritos” que hablan desde una voz estática que pugna con otra que intenta expandirse, pero que es acallada por aquella que social y culturalmente es concebida como dominante.

Al parecer Mistral - y aquí cruzamos los límites de la interpretación-; confecciona un artilugio ficcional que pretende reproducir la relación dominante/dominado, con el fin de optimizar un discurso que tiende a confeccionar a un receptor pasivo que sólo se vuelve activo en la medida en que guarda una relación simbiótica con el emisor.

La interrelación determina su importancia, y a su vez, la asignación de papeles. De alguna forma  podemos pesquisar la noción de “habitus” en estos escritos, el problema es si éste se verifica en los escritos porque hay un sujeto/a de la enunciación consciente de lo que transmite, o si por el contrario, lo transfiere de manera inconsciente, siguiendo el mandato de su emotividad y poniendo en duda el mandato de género.

Esta última afirmación, puede trazarse como un objetivo a precisar o como una pregunta que queda abierta para próximas investigaciones.

A modo de corolario, resulta relevante hacer una salvedad respecto a las modificaciones que se producen en las cartas. El epistolario reúne las cartas escritas entre los años 1948-1956; en el caso del tramo entre 1948 a 1950 se manifiesta de manera más explícita la instauración de una voz masculina en el discurso, mientras que en los textos fechados entre los años 1952-1956 se percibe un traslado hacia una voz femenina, que se hace palpable de manera más sólida hacia el final del compendio.


  2. Una Digresión: Fragmentos de un discurso amoroso

“… ¿Me lo juran, todas somos mujeres? Entonces les puedo decir que las primeras palabras que leí eran éstas: “A Chloe le gustaba Olivia” no se asusten. No se sonrojen. Admitamos aquí entre nosotras que estas cosas suceden. A veces a las mujeres les gustan otras mujeres.”

Virginia Woolf, Un cuarto propio

 “…Pero ya saben mi cuerpo y mi alma
                                                  que viene caminando por la raya
amoratada de mi largo grito,
sin enredarse en el fresno glorioso
ni relajarse en los bancos de arena.

    ¿Cómo no ha de llegar si me lo traen
los elementos a los que fui dada?
El agua me lo alumbra en los hondones,
el fuego me lo urge en el poniente
y el viento Norte aguija sus costados.

    Mi grito vivo no se le relaja;
ciego y exacto lo alcanza en los riscos.
Avanza abriendo el matorral espeso
y al acercarse ya suelta su espalda,
libre lo deja y se apaga en mi puerta.

    Y ya no hay voz cuando cae a mis brazos
porque toda ella quedó consumida,
y este silencio es más fuerte que el grito
si así nos deja con los rostros blancos”

                                                    Gabriela Mistral, Lagar


La categorizaciones propuestas en el texto “Fragmentos de un discurso amoroso” de Roland Barthes[12] se exhiben como una muestra, lista o un conjunto de escenas plasmadas en un ensayo de índole emotivo, que dialoga con textos de la tradición canónica -literaria- a fin de establecer una hipótesis de trabajo que mediante de la convergencia intertextual, legitime un tratado con características de diario íntimo y/o apunte narrativo que entrelaza ficción y confesión.

El texto pretende fijar el “estado de enamoramiento”, y empleamos la palabra “estado” como condición, modo, forma y proyección sentimental. Para reforzar su tesis no atrae el correlato habitual- nos referimos a “El Banquete” de Platón-; sino que recurre más bien a “Las desventuras del joven Werther” de Johann Wolfgang von Goethe, epistolario autobiográfico transfigurado en novela[13].

Si bien no es la única fuente bibliográfica de la cual Barthes se sirve, sí cobra un carácter fundamental al momento de describir a un sujeto enamorado transmutado en semiólogo (no hace otra cosa que leer signos múltiples, es un hermeneuta); y cuyo dispositivo de expresión es un extenso monólogo solipsista.

Para mostrar la efectividad de esta propuesta como soporte de lectura, escogeremos arbitrariamente una serie de cartas y las enlazaremos con la taxonomía barthesiana. De este ejercicio, desprenderemos algunas conclusiones.


 2.1   Análisis literario de la correspondencia mistraliana desde un enfoque semiológico


         Gabriela Mistral
                                                                                                               [20 de junio de 1952]

“…Doris, yo escribí para ti hace días una carta que tal vez hallo o no para incluirla en ésta. Yo no tengo noticias tuyas, ninguna. Creo que tu silencio viene o de la resolución de cortar conmigo todo vínculo incluso la rasa amistad o de que yo no he contestado unas cuantas líneas tuyas desabridas que llegaron hace días. Por banales creo que no necesitaban respuesta. Así y todo estoy escribiéndote, y con longitud abusiva porque parece que el trance que vivimos tù y yo es el de darse el adiós hasta el otro mundo (tal vez allá tu me verás en claro, a pesar de tu talento, aquí nunca me viste realmente).
    Yo te he visto en claro sólo en los últimos días antes de tu partida. Si tù no hubieses sido antes persona tan cerrada, tan oculta, tan esotérica, no hubiesen pasado graves cosas. No, nunca hubiesen ocurrido. Eso ha sido una gran desventura para mí y para ti, ídem, porque has cargado medio mes con mi presencia, mi majadería y mi estupidez para ver la realidad [el subrayado es mío][14].


Para explicar este fragmento, atraeremos a nuestro discurso la idea de “incertidumbre”. Barthes sostiene, que el sujeto amoroso no cuenta con un sistema de signos seguro, al momento de descifrar si el “otro” lo ama. No logra probar su amor hacia otro y tampoco tiene certeza que es correspondido.

Esto se enlaza con lo mencionado en la carta. Según el extracto escogido, Doris es un ente incomprensible, críptico. Las huellas que Doris revela son confusas, ambiguas, se inscriben en su cuerpo, en su voz, en sus manifestaciones como una cartografía  ilegible (Gabriela lo sostiene fuertemente durante todo el epistolario).

De allí entonces que Mistral se revele contra la omnipotencia del lenguaje, tomando como antecedente el hecho que los signos no son precisamente pruebas -cualquiera puede producirlos falsos o inestables-, reduciendo con ello la importancia de la interpretación.

En consecuencia, el ser amado se torna incognoscible, inaprensible, no se le puede definir como tipo caracterial y el discurso amoroso se entrampa en la contradicción, es decir, se instituye un conocimiento del otro que responde a una certeza, que se afirma de manera triunfal: “Yo te conozco. ¡Nadie más que yo te conoce bien!; y por otra parte, a menudo me embarga una evidencia: el otro es impenetrable, inhallable, irreductible; no puedo abrirlo, remontarme a su origen, descifrar el enigma. ¿De dónde viene? ¿Quién es? Me agoto, no lo sabré jamás[15]”.

Otro de los tópicos interesantes- que pueden ser observados en las cartas-; es el conflicto que supone para Gabriela la ausencia de Doris; abandono plasmado en numerosos escritos y que se aloja como matriz y motor del gesto comunicativo.

    Para clarificar este último punto, recurriremos al siguiente ejemplo:


      “    Gabriela Mistral
                                                                                                             [7 de noviembre de 1952]

          Hoy. Vengo a refugiarme sin ti. Doris Dana después de unas horas de depresión grande. Sin causa, sin mejor dicho, con causa que se renueva, que vuelve, que oprime sin mano hasta que se vuelve unas veces sangre, otras pus (sic).
        Es una tristeza sin medida que va volviéndose más densa que la crisis anterior y que mañana o pasado será más dañina que la de hoy.
…¡No hay carta tuya hace días! Estarás feliz de que tienes más de medio mes y medio liberada de mí. Parece que la criatura americana nunca se da, sólo se presta por un tiempo. Es eso “práctico” y tal vez saludable. Pero yo y mis gentes no podemos ser eso ni aún deseándolo, Doris Dana. Y es este el nudo de nuestra tragedia [el subrayado es mío][16]”.

La ausencia se convierte en un episodio que se codifica lingüísticamente como prueba de abandono; el “otro” se encuentra en estado de perpetua partida, es migratorio, huidizo; mientras que el sujeto que enuncia construye una autopercepciòn que lo sitúa en la inmovilidad, en el sedentarismo, posee una vocación de “espera” que lo relega a un continuo confinamiento.

Por otro lado, la carencia amorosa, la sensación de privación, se transfigura en un proceso unilateral (que no puede suponerse sino a partir de quien se queda- y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante un tú, siempre ausente).

De ahí entonces, que el sujeto/a dirija sin cesar al ausente el discurso de su ausencia; situación en suma inaudita; el otro está ausente como referente, presente como alocutor. De esta distorsión singular, nace una suerte de presente insostenible; el emisor se encuentra atrapado entre dos tiempos, el tiempo de la referencia y el tiempo de la alocución.

Asimismo, la ausencia se convierte en una práctica activa, en un ajetreo (que impide hacer cualquier cosa); en él se crea una ficción de múltiples funciones (dudas, reproches, deseos, melancolías). Manipular la ausencia es aplazar este momento, retardar tanto tiempo como sea posible el instante en que el otro podría caer descarnadamente de la ausencia a la muerte.

Esta separación se erige como la figura del despojo, ya que se nos presenta una persona que manifiesta al mismo tiempo tanto deseo como necesidad; y el deseo, a su vez, tropieza contra la necesidad, es en ese instante, cuando se presenta el carácter obsesivo del sentimiento amoroso.

Una variación de la noción de abandono, es la vivencia de  la “espera” (sensación de incertidumbre que implica un estado de efervescencia por parte del emisor, agitación que se transforma- cuando bordea los extremos- en una angustia incontenible).

Tal y como se aprecia en el siguiente fragmento:


     “Gabriela Mistral
                                                                                                                                  [1954]

      Dorisìn: tengo que irme, chiquita, aunque yo vine por verte y estar contigo y me voy sin saber cuándo volverás conmigo. Te prevengo que no vayas sino a ciudades. Hace años, cuando yo estuve aquí, ocurrían “cosas” con los negros. Te repito: no quedar aquí y volver –las dos- conmigo. No entiendo que andes vagando y que yo no sepa cuándo y dónde te volveré a ver y a estar contigo. Irme sin saber nada de tus planes me duele mucho…. [el subrayado es mío][17]”.

La espera y la pesadumbre presentes en este texto, evidencian la conformación de una expectativa. En el discurso se advierte una creencia en una eventual reciprocidad, un ademán de respuesta que al no cumplirse, vuelve fútil el intento.

La espera -según Barthes-; entraña una escenografía que se organiza, se manipula. El hablante/emisor destaca un trozo temporal que “imita” la pérdida del objeto amado y provoca, expone los efectos de un proceso de duelo- en menor escala-; los cuales son montados como si fuese una pieza teatral.

Durante el tiempo de este duelo extraño -marca textual que podemos ver al final del fragmento escogido-; Mistral ahonda en dos desdichas contrarias: sufrir porque un “otro” está presente (sin cesar, a pesar suyo, de herirla) y entristecerse porque está muerto (tanto, al menos como ella lo  amaba).

En el duelo real, es la “prueba de realidad” lo que muestra que el objeto amado ha cesado de existir. Esta renuncia puede alcanzar tal intensidad, que el enamorado llegue a estado de extrañamiento de la realidad y a una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria del deseo.

Contrariamente a los escritos ya expuestos- que tienden a asociarse por la gama de contenidos que abordan-; presentaré a continuación un texto de naturaleza atípica, una suerte de excepción dentro de esta colección:


   “Gabriela Mistral
                                                                                                                 [12 de diciembre de 1952]

  … Querida, si yo no te escribo tú nunca me habrías escrito. Este es el hecho y a través de esto se sabe la realidad. A pesar de todo lo que dice este hecho, y tengo el corazón que me late con tanta alegría. ¡Es como si hubiese salido de un túnel negro a la luz del día! ¡Gracias por tu promesa de venir!... [ el subrayado es mío][18]”.

Este documento presenta rasgos poco frecuentes, peculiares- respecto al total de la correspondencia recopilada-; en donde observamos a una Mistral (para ser rigurosos, con “su artificio”), que revela un estado anímico diferente al que preeminentemente se encuentra en el conjunto de cartas presentadas en el compendio.

De acuerdo a lo sugerido por Barthes en su catálogo emotivo, el sujeto amoroso vive todo encuentro con el ser amado como si fuese una fiesta; festividad que se percibe como un regocijo y un estallido: evento y encuentro esperado con la  “presencia prometida”.

En suma, es un acercamiento que supone un festín placentero- determinado por el anuncio del retorno, que tiñe el mensaje de una plenitud satisfactoria-; y es esa entrevista, ese pacto, lo que modifica la reacción y la escritura mistraliana, generando un acuerdo tácito que persigue la restitución de un orden perdido.

Por último, realizaremos una lectura basada en los contrastes. Tomaremos extractos “antojadizamente” escogidos para producir este efecto; con ello, buscamos establecer un entrecruzamiento categorial que nos permita explicar -de mejor forma-, el relato articulado en la correspondencia.

Nuestras fuentes de análisis, operarán por contigüidad, y será esa disposición adyacente lo que permitirá mostrar sus eventuales similitudes.


1.   Gabriela Mistral
                                                                                                                         [5 de mayo de 1949]

“No sobra decirte, para que perdones esta carta amarga, que yo estoy mal de salud hace bastantes días. Despierto con sueño, duermo una siesta larga y me levanto con sueño. Hoy me dormí a las once de la mañana y he despertado a las tres de la tarde. Hay además una extrema debilidad. Ando por avivarme, pero el cuerpo parece que no fuese mío. El médico ha dicho que es el hígado; pero estoy  comiendo con gran cuidado y nada que pueda hacerme mal. Como tal vez muy poco: no hay apetito ninguno.
      Yo no te doy estos datos para asustarte y traerte por fuerza. Yo sé que si llegas a venir será para irte de nuevo y que yo sufriré mucho más de lo que sufro al ver que tu vida conmigo te cansa y no te da ninguna felicidad. Yo prefiero que no vengas a verte en la mirada- y percibir en los silencios-, que Nueva York está en ti todo el tiempo.
….Por primera vez van a tratarme el hígado, tal vez de eso venga alguna reacción. A veces pienso que avispa o abeja de alas coloradas que me picó en Mocambo me haya infectado no sé de qué. Y la dueña del hotel cree que mi dolor de hombros y de huesos, venga de paludismo. El médico es inteligente y buscará.
   Llegó Palma; a Dios gracias. Dios es bueno. Él te tenga de su mano, igualmente [el subrayado es mío] [19]”.



2.  Gabriela Mistral
                                                                                                                [22 de abril de 1949]

Vida Mía:
Yo sigo naturalmente inquieto por ti. A causa de ese daño del corazón y también de la infección. Y de esa mano mía que tiembla en ti. Y de la fiebre. Es cosa muy mala la fiebre, vida.
Por hoy escribiré corto. Después te explicaré.
Tù sabes que la moral del enfermo es cosa muy importante. Ten fe, y esperanza, y alegría, ¡alegría! Cúrate para tu obra, para mí, para nuestro futuro. Yo seré una especie de muerto si sigo viviendo esa tremenda ausencia tuya.
     Nunca te he dicho de venir por avión ni puedes tampoco venir por tierra. Sólo por barco. Comprende bien, vida mía: el avión daña mucho el corazón. Tù no entendiste esto en mi carta.
…Escríbeme poco pero cada día. Te pedí en una carta diez líneas (Se pierden cartas mías y tal vez también tuyas. Y me pides el dinero necesario para tu viaje. Espero que hoy, 22, ya te haya llegado mi cheque. Dímelo.
  ¿Qué puede hacerse para que te lleven comida y cigarros? Voy a ver quién te lleva chocolate, pasas (uva seca) y cigarros. Y pan de soya, que da fuerzas. ¡Ay, todo esto va a tardar tanto!
La humanidad de hoy es de un egoísmo indecente. Casi todos. Pero es muy malo el que tú no me digas la manera de ayudarte a vivir: Ayúdame tú: no sé cómo obtener que te lleven comida a tu apartamento. ¡Horrible ciudad de Nueva York![20] [el subrayado es mío].


A primera vista, ambos textos hablan de la enfermedad. Lo relevante de estos escritos tiene que ver con la descripción y manifestación de la misma. En el caso de la primera, logramos identificar a un sujeto/a de la enunciación que describe un itinerario particular, a ratos monótono, doméstico, que explicita un grupo de dolencias, de padecimientos que intentan conmover al interlocutor(a).

Mistral esboza una conducta ascética, quiere remecer a Doris mediante la representación del infortunio, trata de impresionarla a través de los detalles, del tono de gravedad y de la autocompasión. De algún modo- y esto puede advertirse en otras cartas-; Gabriela conduce el discurso hacia el martirologio, quiere dignificar el dolor.

Se construye desde la melancolía, pero también desde la reafirmación histérica de un duelo recubierto de dignidad. Remarca estos comportamientos en la regularidad de los hábitos, en la búsqueda incesante de un retiro apacible: justo ese poco de retiro necesario para el buen funcionamiento del discurso epistolar[21].

Respecto a la segunda carta, Mistral exhibe su honda preocupación por Doris Dana no sólo por la dolencia que la aqueja, sino porque ha proyectado sus expectativas, su emotividad y singularidad en ese otro/a, perseverando en la idea que ella debe “conservarse íntegramente” para el idilio.

El anhelo de fusión total -ideal perseguido por Mistral-; sólo cobra fuerza cuando a quien va dirigido el mensaje no es más que una presencia, un espectro. De esta sensación de pérdida del ser amado surge la compasión, que evoluciona hacia un sentir de temple violento -con respecto al objeto amado- cada vez que lo ve, lo siente o lo sabe desdichado o amenazado por tal o cual razón, exterior a la relación amorosa misma.

De igual modo, hay que señalar que Mistral empatiza, vive sinceramente apesadumbrada con el infortunio de Doris, una desdicha que se ha producido sin que ella pueda consolarla, arrebatándole todo protagonismo en la sucesión de la mejoría o en la constatación de la recaída. 

El otro elemento a analizar son los imponderables, las “contingencias”. Barthes las definió como:  “pequeños acontecimientos, incidentes, reveses, fruslerías, mezquindades, futilidades, pliegues de la existencia amorosa; todo nudo factual cuya resonancia llega a atravesar las miras de felicidad del sujeto amoroso, como si el azar intrigase contra él”[22].

Estos pequeños acontecimientos, se estructuran como un factor invariable, continuo, en la evolución de las cartas (debieran ser sólo un telón de fondo o un registro contextual, sin embargo, son un actor fundamental en las numerosas separaciones y distanciamientos vividos por Gabriela Mistral y Doris Dana).

Las aparentes “trivialidades” asociadas a los viajes de Doris, a la labor política de Gabriela en México y Europa, a la compra y venta de bienes raíces y a las transferencias de dinero (encargos y envíos que obstinadamente Gabriela depositaba en Doris); fomentaron las divergencias y los desencuentros entre ambas.

Nueva York, por sólo citar un ejemplo, se transformó para Mistral en un espacio fastidioso, que se apoderaba de Doris. La ciudad y sus múltiples estímulos fueron concebidos como una personificación del secuestro: metrópolis que captaba el interés del ser amado, desviando su atención en personas, objetos u ocupaciones que equivalen -a los ojos de Mistral-  a rivales que la desplazan de la vida de Doris.

El mundo se convierte de esta manera, en una suma de vecinos indiscretos, con los que el sujeto amoroso debe compartir al otro. El mundo es precisamente eso: una coacción de desmembramiento. De ahí entonces que lo mundano sea el símbolo de la rivalidad, al tornar desagradable lo que borra fugitivamente la relación dual, altera la complicidad o desgaja la pertenencia.  

Si bien las cartas presentan similitudes temáticas, el enfoque, el modo de contar y el lugar donde se sitúa el sujeto de la enunciación se organiza desde la antítesis formal. Esto podemos apreciarlo en ambas cartas. En la primera, Mistral sólo describe, informa sobre su diario vivir, elabora una hipótesis sobre las causas del decaimiento; mientras que en la segunda, la voz se sitúa como un ruego, proferido por un emisor “masculino” que exhorta al ser amado a realizar un esfuerzo de autocuidado que devendrá en un sacrificio común.  

Contrariamente al ejemplo anterior, las próximas cartas a analizar funcionan desde la polaridad. Son escritos que muestran una intensa vehemencia en su elaboración, la cual decanta en la exteriorización de un notorio antagonismo emocional (identificable en la totalidad del epistolario):

1. Gabriela Mistral 

 “Yo sé bien que nadie, ninguna persona en este mundo, puede saber qué cosa es nuestra vida sino (excepto) nosotros mismos.
La bella vida nuestra es tan imperceptible, tan delicada, por llena de imponderables, que casi no es posible verla. Es posible solamente vivirla, gracias a Dios.
Yo vivo en una especie de sueño, acordándome de todas las gracias que me has hecho.
Y lo que vivo es una vida nueva, una vida que siempre yo he buscado y nunca hallé. Es una cosa ella sacra y concentrada.
 La vida sin ti, es una cosa sin sangre, sin razón alguna. Tù eres “mi casa”, mi hogar, tú misma. En ti está mi centro.
  (Y el solo quererte me purifica). Ella es el abandono, la confianza completa.
Yo sé que tú eres fiel como una piedra.
 Mi memoria es ahora un mundo, se vuelve un Universo vasto y completo. Y a la vez incompleto, porque ha crecido tanto aunque parecería que no pudiese crecer más.
 Ay, amor grave y tan dulce, tan sin peso a la vez. ¡Alegría mía![23]”.



2. Gabriela Mistral
                                                                                                    [25 de mayo de 1949, continuación]

    “Tengo que escribirte, como si estuvieses en la China. Porque tú tienes, Doris, una  susceptibilidad y un orgullo tan fenomenales que cualquier palabra bien intencionada levanta en ti una cólera loca. Soporta pues, a lo menos mi escritura.
      El asunto del auto y el banco no me lo diste en claro como debías. Sospecho que te tardan el auto porque tú no pagas. Yo te he dicho varias veces que te puedo dar parte o todo el precio del auto y tú te indignas o no contestas. Lo mismo ocurre cuando te hablo de ropa y de cualquier otra cosa.

  El resultado lento de todo esto, de tu falta de dinero para tus necesidades es que vas volviéndote de más en más colérica y niegas enseguida estas cóleras y su causa.   
  Yo me voy cansando, Doris Dana de esta situación tan compleja que se va envenenando día por día. Tu carácter se agria de más en más. Tienes la mayor paciencia para los criados que te explotan y ninguna para mí, pues en tus cóleras se te quema toda la cortesía y te vuelves un ser al que no reconozco. En una de estas veces va a ocurrir el que yo no pueda soportar más, tolerar más, y pierda yo mismo la paciencia. Entonces vendrá una ruptura real y definitiva. La última vez has estado muy cerca de eso. Las peores peleas de las gentes arrancan de cosas económicas, Doris. Sería mucho mejor, sería un saneamiento en nuestra amistad decidirte tú a responderme con veracidad sobre tus necesidades económicas.
Si no aceptas hacer esto es mejor que te vayas. Porque lo que va viniendo hacia nosotras, día por día, es una ruptura nada decente, nada digna, grosera y plebeya. Y esto me da horror. Porque los seres que han vivido una tal intimidad no deben separase de esta manera plebeya y a causa de que el uno, por orgullo, por soberbio, por racista, no quiere decir al otro con desnudez sus necesidades económicas
…No me discutas nada sobre esta carta. Yo no debo hacer cóleras. Tú olvidas que soy una enferma [el subrayado es mío][24]”.


La comparación de ambas escrituras se vuelve sumamente evidente. En el caso de la primera de ellas, estamos en presencia de una alegoría que muestra la profundidad del vínculo emotivo de Gabriela con/ hacia Doris.

Hay en este texto una descripción y desarrollo de la fascinación por una imagen, de la sacudida y el trastorno provocado por la idealización. Es la composición de una sublimación amorosa que se fija en una creación estética, ordenada como si fuese un grupo de episodios que aprisiona el prendamiento, el encantamiento amoroso.

Barthes señala que existiría un señuelo del tiempo amoroso (ese señuelo se llama: novela de amor), dotado de un comienzo (el flechazo) y de un fin (suicidio, abandono, desapego, retirada, convento, viaje, etc.). Sin embargo, el sujeto amoroso no hace más que reconstruir la escena inicial durante la cual ha sido raptado (la “realiza” a destiempo).

De algún modo, tratar de escribir/traducir el amor es afrontar un problema, ya que el lenguaje peca por exceso y por omisión: por una parte es no decir nada y por la otra es decir demasiado,  imposible el ajuste. Los deseos de expresión oscilan entre el haiku muy apagado, capaz de resumir una situación desmedida y un gran torrente de trivialidades (parafraseando a Barthes).

La carta de amor no tiene valor estratégico: es puramente expresiva, en estricto rigor, aduladora (pero no es un halago interesado, es una manifestación devota); de una correspondencia entre dos imágenes. El emisor se ajusta a la imagen de su interlocutor mediante una esquela metonímica que oscila entre la desmesura y la calma; y es en ese acoplamiento donde se observa la asunción definitiva de lo imaginario, su triunfo.

Respecto a la segunda carta, advertimos una producción escritural que se asienta en la alteración -producida fundamentalmente por la reacción a una “contraimagen” del ser amado-, con esto queremos decir que sobre aquella figura perfecta, “embalsamada” del otro, el sujeto “deseante” percibe- de repente- un punto de corrupción. Este punto es menudo: un gesto, una palabra, un objeto, un traje, algo insólito que surge de una región insospechada, y que vincula bruscamente el objeto amado con un mundo simple.

Barthes señala que el discurso amoroso, por lo general, es “una envoltura lisa que se ciñe a la imagen, un guante muy suave en torno del ser amado. Es un discurso devoto, bienpensante. Cuando la imagen se altera, la envoltura de devoción se rasga; una conmoción trastoca mi propio lenguaje”[25].

Los reclamos persistentes expuestos en esta carta, y que caracterizan la escritura de Gabriela Mistral enrarecen el discurso amoroso; rompen con la convención al evidenciar una escritura poco emparentada con el cálculo (el sujeto de la enunciación se expresa y se aferra al desborde, y a su vez, razona, evalúa - ya sea para obtener tal satisfacción o para evitar aquella herida-; o bien, para representarla interiormente al otro.

Del mismo modo, el sujeto que ama sólo tiene acceso a una locura pobre, incompleta, metafórica, conceptualizada e instalada -incluso- en el quehacer cultural. La locura es una experiencia de despersonalización, que cobra sentido en la escritura mediante la consecución de un flujo de palabras, a través del cual el sujeto argumenta incansablemente los efectos de una herida o las consecuencias de una conducta.

Esta “locuela” -apropiándonos del término de Ignacio de Loyola-; proviene por antonomasia desde la dimensión psíquica y en ella se desencadena una fiebre de lenguaje, un desfile de razones, de interpretaciones que se trasladan en este caso, a la escritura. Un ejercicio que en “Niña Errante” se caracteriza por la repetición de frases que son transmitidas como fórmulas en proporción al “desahogo” y posterior “apaciguamiento” que confieren.

Mistral en este sentido, se empecina y se dedica constantemente a enrollar, devanar y tramar el historial amoroso, para luego retomar obstinadamente el mismo comportamiento. Lo interesante de esta situación, es que si bien el discurso pudiera estar interrumpido, horadado por el desorden, por la falta de disposición de los enfoques; Mistral consigue controlar ese delirio, lo domestica y hasta lo trivializa literariamente.

No obstante, no deja de resonar en el discurso - y particularmente en el caso de la carta expuesta con antelación-; el amedrentamiento, la amenaza de “punto final”, el atisbo del “no retorno” que se levanta como una señal de alarma y temor ante un futuro incierto (subjetividad teatralizada al interior del discurso amoroso, y donde el emisor(a) recurre a una actitud estoica que se impregna en la gramática del texto).


Colofón

Como conclusión de este excurso, podemos señalar que la presente recopilación nos permitió abordar un encuentro. Una jornada amorosa que se extiende desde la confluencia de dos mujeres que se conocen a través de la admiración mutua a un escritor partícipe del canon literario -nos referimos a Thomas Mann-; y que culmina con un atadura vital profunda y textualmente prolífica. 

Esta ligazón amorosa parece seguir tres etapas: está en primer lugar, la captura (el sujeto amoroso es raptado por una imagen); viene entonces una serie de encuentros (citas, conversaciones telefónicas, cartas, pequeños viajes), en el curso de los cuales éste explora con embriaguez la perfección del ser amado: es la dulzura del comienzo, el tiempo propio del idilio.

El rapto amoroso (puro momento hipnótico) se produce antes del discurso y tras el proscenio de la conciencia: “el acontecimiento” amoroso es de orden hierático, es concebido como una leyenda local, una pequeña historia sagrada.

Por otro lado, ese tiempo feliz toma su identidad (su clausura) que se opone (al menos en el recuerdo) a la “secuela”. La secuela es el largo reguero de sufrimientos, heridas, angustias, desamparos, resentimientos, desesperaciones, penurias y trampas, donde el sujeto amoroso vive sin cesar bajo la amenaza de una ruina que asolana a la vez al otro, a sí mismo, y al encuentro prestigioso que en un comienzo los ha descubierto el uno al otro (fluctuación patente en la totalidad del texto).

También estos escritos dan cuenta de un ataque de anonadamiento, que se materializó en la inscripción de una desesperación y una plenitud a ratos infantil; pero donde la lógica del deseo llega  infaltablemente a surgir, cortando la sensualidad difusa del abrazo incestuoso (que termina por sobreimprimirse al niño). Allí radica la conflictividad de la codificación y el desafío a nuestra recepción.  
 

                                                                                       

 

* * *

 

 Bibliografía

 

- Barthes, Roland: Fragmentos de un discurso amoroso; Buenos Aires; Ed. Siglo Veintiuno;  2006 [traducción de Eduardo Molina].
- Bourdieu, Pierre: La dominación masculina. Barcelona. Ed. Anagrama; 2000 [traducción de Joaquín Jordá].
- Marchese, A. y Forradelas, J.: Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria. Barcelona, Ariel; 1989.
- Mistral, Gabriela: Lagar. Santiago. Ed. Andrés Bello; 1994.
-  Violi, Patrizia: El infinito singular. Madrid. Ed. Cátedra; 1991 [traducción José Luís Aja, Carmen Borra, Marina Caffaratto].
- Woolf, Virginia: Un cuarto propio. México. Ed. Colofón; 1989 [traducido por Edmundo Moure   y Marisol Moreno, sobre la base de una adaptación libre de la traducción de Jorge Luis Borges].
- Zegers, Pedro Pablo: Niña errante. Cartas a Doris Dana. Santiago de Chile. Ed. Random House Mondadori; 2009.
      

 

Notas
   


[1] Zegers, Pedro Pablo: Niña errante. Cartas a Doris Dana. Santiago de Chile. Ed. Random House Mondadori  (2009). Es importante señalar, que el texto ha sido editado y prologado por Zegers, quien le otorga un ordenamiento arbitrario - que permita observarlo cronológica y narrativamente-.
El origen del epistolario de Gabriela Mistral con Doris Dana data de fines de los años cuarenta, más exactamente del verano de 1948. Gabriela vivía en Santa Barbara, Nueva York, 729 Anapamú St.; y Doris por su parte, en West 119 Street, Nueva York 27. Es decir, la suya fue una relación que tuvo un origen epistolar-lo que le confiere una mayor significación a este mismo intercambio-; que comenzó cuando ambas apenas habían tenido un fugaz encuentro personal en el Barnard Collage de Nueva York, el 7 de mayo de 1946, donde Gabriela ofrece una charla en la que la poeta se refiere a la “industria del odio”, esparcida por todo el  mundo, apelando a que debería reinar la tolerancia y el término del período “de vicio intelectual”. En una carta fechada el día 20 de septiembre de 1948, Doris Dana consigna este primer encuentro de la siguiente forma: “En aquel entonces era tanta mi timidez, como mi deficiente conocimiento del español, así como el temor de agregarme a los que en ese momento se arremolinaban a su alrededor, me impidieron acercarme a usted a saludarla y hablarle algunas palabras. Todavía recuerdo vivamente. Con angustia, el sufrimiento que se reflejaba en sus ojos durante esos momentos de prueba” (la presencia de este fragmento- extraído del prólogo del texto-; opera como una aclaración de carácter contextual, que permite describir de manera más precisa, los albores de este vínculo).

[2] Violi, Patrizia: El infinito singular. Madrid. Ed. Cátedra; 1991 [traducción José Luís Aja, Carmen Borra, Marina Caffaratto].

[3] Bourdieu, Pierre: La dominación masculina. Barcelona. Ed. Anagrama; 2000 [traducción de Joaquín Jordá].

[4] Violi; pp.36-37.

[5] Zegers; pág. 109.

[6] Op. cit; pàg. 68.

[7] Op. cit; pág. 82.

[8] Op. cit; pág. 119.

[9] Op. cit; pàg. 207.

[10] Bourdieu ofrece, a partir de su investigación en Cabilia (desarrollada en este texto); decenas de ejemplos de analogías de lo femenino/masculino: húmedo/seco, frío y caliente, claro y oscuro, alto y bajo, ruidoso y silencioso, etc.

Los bereberes -objeto de su estudio-; representan para él una forma paradigmática de la visión “falonarcisista” y de la cosmología androcéntrica, comunes a todas las sociedades mediterráneas, y que sobreviven hoy día en nuestras estructuras cognitivas y en las estructuras sociales de todas las culturas europeas.

El antropólogo los caracteriza como “la ultramasculinidad mediterránea”, documentando con insistencia, la forma en que la dominación masculina está anclada en nuestros inconscientes, en las estructuras simbólicas y en las instituciones de la sociedad.

Para ello se sirve de la sistematización mítico-ritual, que juega un rol equivalente al sistema jurídico en nuestras sociedades, al proponer principios de división ajustados a divisiones preexistentes que consagran un orden patriarcal.

[11] Op cit; pág. 153.

[12] Barthes, Roland: Fragmentos de un discurso amoroso; [traducción de Eduardo Molina]. Buenos Aires; Ed. Siglo Veintiuno, 2006.

[13] La obra fue publicada por primera vez en 1774. Es una novela importante del periodo Sturm und Drang en la literatura alemana, y también influyó en el posterior movimiento literario romántico.

[14] Zegers; pág. 253.

[15] Barthes; pàg. 114.

[16] Op. cit; pàg. 352.

[17] Zegers; pàg. 434.

[18] Zegers; pàg. 374.

[19] Op. cit; pàg. 102.

[20] Ibíd.; pp. 90-91.

[21]Anoche, de vuelta de Roma, te escribí esas páginas. A pesar de que no hallé aquí ni una sola palabrita tuya para mí ¡Qué fabuloso olvido tienes tù para la gente que dejas atrás! Hijita mía: te encargo mucho, pero mucho el asunto de nuestras casas en tu país. No puedo decirte la razón de este encargo, subrayado pero algo te digo: Ibáñez está en plena gloria y majestad. Sacó una mayoría superlativa y este hecho le da plenos poderes para todo. La casita en tu país de la que te hablo deberá ser para nosotros, para ahorrarnos esos alquileres tremendos de tu país. Y para que yo no viva triste entre cuatro muros y en el destierro, debe darme un poco de verdor de árboles y de calor de flores, de plantitas que plantemos allí las dos, la Deina y la Mistral. Podremos arrendar eso mientras yo pueda o deba estar aquí por voluntad del gobierno, mientras yo tenga empleo, mientras quede en el servicio, esa renta puedes cobrarla tù, para ti, entera. (…) Cuando tengamos en tu país tres casas, aunque sean modestas, yo descansaré mi cabeza que suele rodar y rodar en la noche pensando en nuestra situación económica(carta fechada en 1952 y que describe parte del proyecto familiar, filial y amoroso, que Mistral pretendía construir con Doris Dana. Además de ello, describe pasajes de la vida consular y política de Gabriela, factor que puede ser revisado a lo largo del epistolario; en el caso del presente trabajo, este rasgo no formó parte de nuestra lectura).

[22] Barthes; pág. 57.

[23] Zegers; pág. 9. [texto cuya data es imprecisa, y que fue conservado celosamente por Doris Dana hasta el día de su muerte].

[24] Ibid; pp. 121-122.

[25] Op. cit; pág. 104.



 

 


 

Proyecto Patrimonio— Año 2013 
A Página Principal
| A Archivo Gabriela Mistral | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Niña Errante: reflexiones y lecturas en torno al epistolario mistraliano desde un enfoque de género.
Por Ana Karina Lucero Bustos