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Las Ultimas Horas de la Mistral

Por Roberto Esquenazi-Mayo
Publicado en INTERMEDIO, Colombia, 23 de enero de 1957



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Desde aquel inolvidable domingo 31 de octubre de 1954, en que la Universidad de Columbia le otorgó el grado de Doctor Honoris Causa, Gabriela Mistral, evidentemente, no se sentía bien. Con otros cinco latinoamericanos compartió los honores: el argentino Bernardo Houssay, el brasileño Gilberto Freyre, el colombiano Alberto Lleras, el cubano Fernando Ortiz y el mexicano Silvio Zavala. La ceremonia se ejecutó en la iglesia de San Juan el Divino, y ya antes de entrar los que estábamos allí, entristecidos, comentábamos la deplorable salud de doña Gabriela. Cuando el presidente de la Universidad, doctor Grayson Kirk, la llamó, doña Gabriela se levantó de su asiento, caminó, titubeó y al fin llegó hasta el frente del proscenio para recibir el pergamino. Volvió a ocupar su silla, no sin antes tropezar de nuevo.

La maledicencia atribuyó aquella reacción al "deseo de Gabriela de llamar la atención". Pero la Mistral estaba herida de muerte. Siguió trabajando, aunque no con la persistencia y la tenacidad acostumbradas. Perteneció a la Comisión de Mujeres de las Naciones Unidas, auspició buenas causas, escribía una que otra página, y la mayor parte del tiempo la pasaba en la residencia de Doris Dana, en Roslyn, Long Island. Raras veces salía a la ciudad. En una de esas ocasiones la encontramos en un restaurante francés el escritor colombiano Jaime Posada y yo. La mirada de doña Gabriela parecía perdida. Se volvió hacia nosotros, conversamos brevemente y se dirigió a su mesa. Desde entonces la salud de doña Gabriela deterioró mucho. Uno que otro amigo iba a verla a Roslyn, donde Doris la cuidaba afanosamente. Don Germán Arciniegas frecuentaba la residencia. Por él supe de la gravedad de la insigne poetisa chilena y por él llegué a enterarme de que tal vez no volvería a salir viva del Hampstead General Hospital.

La noche del 9 de este mes de enero, llamé a Doris Dana para preguntar por la enferma. "No ha mejorado nada". Al día siguiente, por boca del doctor Juan Marin, paisano de la extinta y director del Departamento de Asuntos Culturales de la Unión Panamericana, supe que a las 4 y media de la madrugada había fallecido Gabriela, sin sufrir.

La infausta nueva se propagó por toda la ciudad de Nueva York. Amigos y admiradores de la Mistral llamaban constantemente. "La llevarán a la capilla de la Funeraria Campbell", se supo enseguida. Y allí fuimos cubanos, chilenos, puertorriqueños, mexicanos, diplomáticos, escritores, periodistas, ancianos y jóvenes, amigos y admiradores. Ni un murmullo. Sigilosamente, reverentemente se rendía el último tributo a la poetisa. Vi a Eugenio Florit acercarse al sarcófago. La miro con los ojos empañados en lágrimas. Después la dejamos sola... paradójicamente... pues la acompañaba la eternidad...

En la Catedral de San Patricio se celebró la Misa Solemne. Oficiaron el Padre Poblete, chileno, y el Cardenal Spellman. ¿Quién faltó a aquel postrer homenaje? Nadie que en Nueva York hubiera estimado, aunque ínfimamente, las letras hispanoamericanas. No hizo falta que la conocieran en vida personalmente. Conocían su obra, y eso era suficiente para sentirse allegados a doña Gabriela. Una niña, afligida, miró pasar el ataúd, sollozante. Los demás porque tenían mayor edad, reprimieron las lágrimas. "Gloria de Chile", dijo el Cardenal Spellman. Honra de la raza humana, repetiría el silencioso eco de la Catedral. Militares y diplomáticos, periodistas y profesores, acompañaron el ataúd hasta el carro fúnebre. La muchedumbre llenó el atrio de San Patricio.

El aire frío a nadie amilanó hasta ver partir el carruaje que se llevaba a doña Gabriela... Y aun después de alejarse, los dolientes —que eso éramos todos— allí quedamos, silenciosos... Pronto la recogería en sus entrañas la "tierra humilde y soleada" de Chile...


Nueva York, enero de 1957.

 

 

 



 

 

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Las Ultimas Horas de la Mistral
Por Roberto Esquenazi-Mayo
Publicado en INTERMEDIO, Colombia, 23 de enero de 1957