Greta Montero Barra nació en Coronel, Región del Bío Bío, Chile, en 1986. Es profesora y Doctora en Literatura por la Universidad de Chile. Ha publicado los libros de poesía Dummies (2013), Balada del Señor Cuervo (2016) y Un día quemaré sus castillos (2022). Este último fue publicado en España bajo el título La poesía acabó con nosotras. En 2009 obtuvo el Premio Especial (categoría poesía) a la Creación Literaria Joven Roberto Bolaño, en 2023 fue finalista del Premio Municipal de Santiago por Un día quemaré sus castillos. En 2024 publicó el libro de cuentos Yo no soy esa. Actualmente desarrolla labores de docencia en colegios y en la Universidad Diego Portales. Durante el año 2025 publicará su primera novela.
—Las coordenadas que marcan UDQSC están referenciadas en textos e historias literarias, además de discursos e intersecciones mediáticas, tanto del cine, como de las plataformas de uso vía internet, creando un repertorio de voces que aparecen en una atmósfera que mezcla fantasía con fantasmas, imaginarios con íconos culturales ¿Cómo y cuándo surge el concepto del libro? —Cuando acabé mi doctorado en el 2020 estaba harta de la escritura académica, por todo lo que significa la empresa de escribir una tesis doctoral, necesitaba refugiarme en la escritura de creación y me planteé un libro de poemas donde aunara mis lecturas predilectas, obsesivas diría a esta altura, y donde pudiera desacralizar el discurso amoroso que educa a las mujeres en una cultura sentimental que las somete, las hace sin darse cuenta a veces aceptar y tolerar rutinas de opresión patriarcal. Fue así como tomé personajes de la literatura que consideré que no han tenido una voz propia que contara su historia en nuevos términos. Por eso tomo a Desdémona, muerta por su amado, el celoso Otelo; a la mujer de Lot, convertida en estatua de sal, a Medea, la vengativa, entre otros personajes. Esa fue la partida del libro, su primera parte. Después fue que hice las otras partes del libro donde seguí jugando con mis heroínas de infancia, las hermanas Brontë, mis películas favoritas, como Solaris, mis estrellas de cine de los 50´s, a las que me pareció interesante y, sobre todo, gracioso, hacer hablar mediante las cartas. Mi propósito con este libro fue hacer lo que quisiera en él y divertirme en el proceso. Esa es la libertad que te da creación literaria. Me tomó dos años armar el libro hasta su publicación, pero igual hice uso de textos antiguos y los adapté y transformé para que calzaran con el concepto del libro, de resistencia a los discursos dominantes. Esos textos tienen una antigüedad de unos seis años e incluso más, como ocurre con “Jane Austen se rompe los dientes”, que se llamaba “Igor” y lo escribí como un cuento cuando tenía alrededor de veinte años.
—Lo autobiográfico y lo epistolar son géneros predominantemente abordados por la literatura escrita por mujeres, al menos en un nivel narrativo, y tal ha sido el soporte estructural desde el que no solo se construye una interioridad, sino un estado de conciencia crítica de lo que sucede. Casos emblemáticos son los de Virginia Woolf y las hermanas Brontë. ¿Cuál es tu relación con la narrativa y qué lugar ocupa el discurso narrativo para ti? —Mi poesía siempre ha tenido un cariz bastante narrativo. Mis principales lecturas son narrativas. Yo siento que la poesía me da una libertad que no tiene la narrativa, pero ambos géneros son simplemente instrumentales para la expresión. Creo que puedo usarlos a mi propia discreción. Por otro lado, tanto lo autobiográfico como el género epistolar dan la impresión al lector de penetrar en una intimidad del personaje. Así también, las cartas son privadas, el lector se sumerge en la intimidad del hablante, por eso son atractivos estos géneros. El yo se enuncia sin reservas, el lector adquiere la forma de un interlocutor que se apresta a conocer el sucio secretito del yo. Son géneros interesantes de trabajar.
—En tus poemas, cada voz y cada personaje se bifurca de la anécdota, ¿cuál es tu posición respecto de los mitos, como Medea y Lilith? —Esos mitos trágicos sirven para la educación de las mujeres, dan una lección de comportamiento a quienes se desvían de los valores puritanos y devotos del rol femenino en la sociedad y, por lo tanto, deben ser resemantizados y puestos en contradicho, como lo ha hecho la literatura por siglos. Las reescrituras de Medea y las versiones de Lilith son infinitas. Creo que estos relatos hablan de los viejos miedos del hombre. Como plantean Gilbert y Gubar en The Madwoman in the Attic, escrito hace ya varias décadas, relatos como el de Lilith están expresando el miedo ancestral del hombre a la ira femenina. Lo mismo ocurre con Medea, la encarnación de la venganza femenina contra el despojo del hombre. Es estimulante, desde este punto de vista, ponernos a releer el mito todas las veces que sean necesarias y volver a recontarlo, usarlo a nuestro favor como un ejercicio de resistencia a los cánones.
—A lo largo del libro, la presencia de las pasiones y lo transgresivo dan paso al humor, pero también al ejercicio de una resistencia. ¿Qué papel cumple la risa para desmitificar las ideas preestablecidas del amor, incluso de la muerte y la enfermedad? —Para mí la risa es fundamental para desacralizar los patrones rígidos de lo establecido. Creo que no hay mejor ataque que reírnos de ellos. La muerte es un tabú ancestral, tal como lo es su proximidad mediante la enfermedad, se lidia con ella de diferentes maneras, unas más sanas que otras, cada cultura tiene sus formas. Respecto al amor, cómo vivirlo, qué hacer por él, lo convierte a lo largo de los siglos en un discurso disciplinario: el amor más allá de la muerte, el amor que todo lo puede, todo lo espera y todo lo soporta, creo que han servido por decenios como coadyuvantes de la opresión femenina, la imposición del género y de la heteronormatividad. La risa me parece un mecanismo más efectivo que el discurso ideológico politizante de ciertos feminismos actuales. Basta mirar la eficacia de ciertos stand-up comedies hechos en el último tiempo para descubrir en el mundo nuevas formas de desestructurar los discursos imperantes.
—Me gustaría saber si trabajas con obsesiones o tensiones constantes para distinguir las marcas del orden de las cosas cotidianas, ¿cómo se trasladan y qué movilizan en tu escritura? —Tengo viejas obsesiones literarias que arrastro desde la infancia y son fáciles de distinguir, como las hermanas Brontë; algunas obras que me gusta rememorar y reescribir, como Jane Eyre, Wide Sargasso Sea, Pride and Prejudice. Cada vez que emprendo un nuevo libro pienso que no las usaré, que su tiempo ha llegado, pero he vuelto a ellas nuevamente. Me pregunto cuándo será suficiente. Soy una mujer de pasiones antiguas y largas, que siempre encuentran nuevas formas de movilizarse en mi escritura, pero no puedo adivinar cómo lo harán hasta que lo hago. Pienso que cuando era niña me sentía una chica rara y solitaria, lo que me llevó a sentirme identificada con Jane Eyre, y desde entonces no he cesado de sentirme un poco así, como ella y por eso no la abandono. Del mismo modo, el aislamiento, la crueldad humana, la violencia, la falta de empatía, el sometimiento de los roles de género son temas que me interesan y que, por tanto, sigo tomando reiteradamente en un ejercicio de resistencia, desde nuevas formas y sentidos.
—Actualmente ¿qué autores estás leyendo, y cómo te relacionas con otras formas de hacer ficción? ¿Cuál sería para ti el rol de tu oficio en este punto de tu vida? —Ahora mismo estoy leyendo a David Villagrán y su Un idioma del viento, a Daniela Escobar con Pinturas psicosomáticas y Juan Santander Leal con su El río sábado, eso en cuanto a poesía. En narrativa he estado leyendo Atarantado de Rodrigo Fernández, Souza de Nina Avellaneda y Preferiría que me imaginaran sin cabeza de María José Bilbao. Me relaciono con los libros leyendo, como cualquier hijo de vecino. Hay libros que me inspiran, otros que solo me divierten, otros que imagino me influyen de alguna manera, pero no soy muy matemática como para calcular cuánto ni en qué medida. No soy de tomar un libro específico de modelo de nada, aunque seguramente copio como cualquier otro escritor. Por supuesto que tengo libros regalones que trabajo en mis clases con mis estudiantes, ciertos cuentos predilectos que tomo como material de análisis, como “Los últimos atardeceres en la tierra” y “El Ojo Silva” de Roberto Bolaño, u “Olingiris” y “Hacia la alegre civilización” de Samanta Schweblin, pero para mi literatura no estoy tan consciente de ello.
El rol del oficio creo que es la resistencia, resistir las formas opresivas del poder, ser fuego y quemarlo todo para recomenzar. O no.
—¿Cuáles son los valores que has identificado comunes en el diálogo con otros autores latinoamericanos? —Eso es un juego difícil, no sé si he leído suficiente para responder esta pregunta y no me gusta jugar juegos donde no tengo chance de ganar. La búsqueda de un pasado borroneado, el regreso a una tierra de origen que ya no existe, la elaboración de una nueva historia para dibujar identidades, por ejemplo, han sido preocupaciones comunes desde los tiempos de la formación de los Estados-Nación. Pero supongo que hay ciertos ejercicios de denuncia de clase, de raza, de género que, de diferentes formas, autoras y autores latinoamericanos se han abocado a desmantelar desde tiempos coloniales.
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"Un día quemaré sus castillos" de Greta Montero Barra. (Overol, 2022):
Una escritura desde lo multilineal hacia la transtextualidad
Por Rosario Rivas Tarazona