En 1997, Editorial Sudamericana reeditó la novela "El río", de Alfredo Gómez Morel, con un extraño prólogo de Alberto Fuguet. Ese mismo año apareció un artículo en la Revista de Crítica Cultural, escrito por Diamela Eltit. Al comienzo del artículo se consigna erróneamente que la novela fue publicada en 1963, cuando en realidad lo fue en 1962 (después del Mundial de Fútbol). Pero quizá lo más erróneo de este artículo es el afán de incluir a "El río" (publicada en Europa por la prestigiosa Editorial Gallimard, gracias a gestiones de Pablo Neruda y a un prólogo del mismo vate en 1973) como parte de una epistemología de género o política. La Eltit nos señala aquí que: "Quizás uno de los aspectos más relevantes a nivel de sentido que presenta la novela es la problemática de género. La división masculino-femenino no requiere, en este trazado, de mujeres. Esta división transita por los hombres que reparten entre sí las condiciones de género. La sexualidad entre cuerpos pares surge como llamado imperativo...".
Cualquiera que lea "El río" sabe que en esas 350 páginas no encontrará consideraciones de género, pues éstas o ya están resueltas o no tienen gran relevancia al interior de la narración. Lo que sí podemos encontrar en "El río" es un constante fluir de conflictos con el orden social imperante. En otras palabras, Gómez Morel usa la novela para rebelarse contra la sociedad. Su intento es destruir la sociedad y, en este sentido, la novela tiene sin duda un afán épico, tanto en trama como en lenguaje y propósito. "Al genuino rencor que sentía contra la sociedad por lo de la zumba, y lo que sentí después, muy parecido a una castración, se unía la decepción que me produjo el haber constatado en la cárcel una actitud de ponerme cierto límite humillante... Me hice el propósito de seguir actuando con violencia, arrojo y hasta crueldad".
Estos tres niveles —trama, lenguaje y propósito— confluyen casi con perfección a través de las páginas. El lenguaje es un reflejo de lo que es el río, es decir un lugar que, pese a situarse en la ciudad y ser algo característico de Santiago, se sitúa fuera de Santiago. Porque en el río existe otra ley, la ley del hampa. Y el lenguaje empleado en esta novela es un lenguaje bastardo que tiene por madre al coa o a la calle y por padre a un lenguaje que tiene parentescos con otro narrador olvidado, Juan-Agustín Palazuelos. "El río" —como novela— posee un narrador poético y casi neutro, pero los diálogos corresponden al coa.
Dejando en claro el lenguaje, podemos concentrarnos en la trama y su propósito. Antes, eso sí, es necesario hablar de la carta-prólogo-ensayo que abre los fuegos. En la misiva dirigida a Loreley Friedman, directora del Centro de Investigaciones Criminológicas de la Universidad de Chile, Alfredo Gómez Morel deja esbozada la intención del libro. "Le hablé de mi propósito de escribir una autobiografía y me le presenté como un genio. Creo que no se impresionó con mi autocalificación". Aquí se hace referencia al doctor Milton Calderón, a quien le dedica el libro, y que conoció durante su estadía en la Cárcel de Valparaíso, en donde Gómez Morel purgaba una condena que duraría tres años y un día. Este primer propósito, a medida que transcurre la trama, se va diluyendo, pues lentamente nos vamos encontrando con una novela de cabo a rabo. Aunque el único personaje completamente literario de la novela es el mismo Alfredo Gómez Morel. Para zanjar cualquier duda sobre esta categoría, el narrador-escritor-personaje nos señala que durante sus primeros 18 años de vida tuvo cuatro nombres: Luis en sus comienzos. "Tal fue mi primer nombre. Me duró varios años. Luis Herbaje, Luis Morel, Luis Osorio"; Vicente, para su madre; Alfredo, para su padre, Toño, para la gente del río. Aquí de nuevo nos encontrarnos ante la marginalidad de tener un nombre pero también, y contra toda norma, de ser anónimo o de no ser.
En este sentido, parece que poseer un nombre para Gómez Morel careciera de importancia, y es en este momento cuando afirmo que el protagonista puede ser catalogado como un personaje arquetípico o que refleja la condición de pelusa o choro. Toño o Luis o Vicente es el personaje central de la novela y los demás vienen a ser el coro de este personaje, incluidos sus amigos, su madre y padre. Toño es el lumpen, el pelusa que quiere ser un choro respetado por todo el hampa, para ser alguien en la vida. Sólo en la delincuencia ha hallado un lugar, una pertenencia. Ni las instituciones llamadas fundamentales de la sociedad se la han dado. Gómez Morel destroza el concepto de familia, maternidad, incluso de religión o credo. Más allá de la muerte, nadie nos asegura que efectivamente existe algo más, así es que lo mejor será que luchemos por algo seguro mientras estemos vivos. ¿Temor existencial? Yo prefiero hablar de vitalidad, que es otro elemento recurrente en esta hermosa novela. Todo lo narrado está dotado de urgencia. Hay hambre de comida y también de amor y de lujuria. Toño roba para comer y se alimenta o lo alimentan sexualmente para saciarse como cuerpo social de lujuria.
Pero si alguien piensa que esta trama está narrada con cierta afectación, nada más lejos de la realidad. En los inicios de la novela, Vicente es golpeado por su madre con una escoba. Pero a Vicente esto no le importa y narra sin afectación cómo Mamá Escoba le rompe la escoba en la cabeza, y luego, recurre a los zapatos. Esta manera de narrar nos remite de forma vicaria a la escritora Agota Kristof, quien utiliza esta manera en "El gran cuaderno", curiosamente ambientada en semejante época que "El río", ambas influidas por la pre y post Segunda Guerra Mundial. Kristof narra cómo dos gemelos son dejados al cuidado de una abuela que los golpea y los insulta constantemente.
Con el fin de que no le afecten los golpes ni los insultos, los gemelos idean unos ejercicios, en donde cada uno se insulta en plena calle y también se golpean mutuamente para resistir los golpes de la abuela, los golpes de la vida en definitiva. Gómez Morel no tiene necesidad de estos ejercicios, pues éstos aparecen como hechos de la vida y no hay derecho a quejarse. En el río, en la calle, o más claramente, en el hampa, las quejas no sirven para nada.
Este personaje-narrador-escritor de cuatro nombres —repartido también en cuatro instancias o estadios— tiene un fin en la vida que sólo al final parece lograrlo: tener un estatus dentro del hampa, de la gente que habita el río. Sin embargo, Gómez Morel parte de otra premisa, la del escritor que quiere ser famoso para la sociedad a quien siempre criticó, con un libro que resulta en sí subversivo para todos los cánones. Ser admirado y conocido después de escribir sobre un internado, en donde dos curas pedófilos se pelean por sus favores sexuales, no es ir en la dirección adecuada, ni menos cuando cuenta su primera masturbación con su madre al lado, excitado por ella, por sus senos, por sus curvas, por su belleza. A veces, parece que sólo respeta a la Virgen de Montserrat, la virgen negra, que todos los ladrones recurren cuando se encuentran en apuros.
Alfredo Gómez Morel se vale de la literatura para construir una perfecta Constitución Política del Hampa. En esta novela hallamos las leyes no escritas de los delincuentes, como la de oír, ver y callar o la de matar al delator. Pero quizá la más importante sea la de lograr autenticidad en los actos. Y es esta ley la que se encuentra plasmada en la novela y es la que finalmente aprende Toño, como él mismo dice, "sin pensarlo".
La novela como la vida, finalmente, está llena de decepciones, incluso cuando Toño se culpa de un crimen que no cometió y es declarado reo. "Entraré a la cárcel —piensa Toño— como un 'choro' que se estima: iré a pararme en el rincón destinado a los delincuentes de importancia... Vendrá el líder más nótable, o el más antiguo; me saludará con ese fatalista encogimiento de hombros tan peculiar en ellos y me invitará a pasear...". El resultado no será el esperado. En vez de ser aclamado, fue juzgado severamente y apartado o peor ignorado por el grupo. Porque "el hampa exigía —como exige— que cada cual asuma sus responsabilidades".
En una de las últimas partes del prólogo de la edición francesa de "El río", Neruda escribió: "Chile, pese a enormes dificultades y ataques de muchos enemigos, está creando en el continente un nuevo orden que trata las realidades del libro que Gómez Morel denuncia".
Los datos que poseo de Gómez Morel como persona, fuera de esta novela, son escasos y no creo que sean de relevancia. Sé que apoyó al gobierno militar, que durante muchos años envió cartas a los diarios para que la dictadura le otorgara una pensión de gracia y que en 1984 murió en el más completo abandono. Estuvo diez días en la morgue sin ser reclamado. Quizá podamos disculparlo usando sus mismas palabras: "Después de haber vivido como viví, no puedo calificarme en términos de bondad o maldad. No estoy arrepentido. Recibí más daño del que inferí, y hoy no siento rencor".
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Alfredo Gómez Morel: Cuando el río suena
Por Gonzalo León
Publicado en La calabaza del diablo N° 28 / Año 5 /septiembre 2003