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LAS QUE NO IMPORTAN O LA REVOLUCIÓN DE LOS EXCLUIDOS
Prólogo a "Pompeya" (Ediciones Oxímoron, 2018) de Gerardo Oettinger

Maritza Farías Cerpa Acriz
Docente, creadora e investigadora teatral feminista


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En la madrugada del viernes 20 de mayo de 2016 a eso de las 6.15 am Litsy Odalis Parrales, ciudadana ecuatoriana, trabajadora sexual y trans fue apuñalada en el cuello y en el tórax por el taxista Marcos Arenas Fariña[1]. Las cámaras de “seguridad” registraron todo. Ella se baja del taxi, se enfrascan en una pelea, él regresa al auto y vuelve con un cuchillo. La persigue, le planta una, dos, tres, cuatro estocadas hasta que ella logra zafarse. El asesino se sube a su auto y arranca. Ella camina algunos pocos pasos con premura, ahora sabemos que estaba a unas cuadras de llegar a su casa. La energía va abandonado su cuerpo, ¡se está desangrando! busca un refugio, se apoya en una muralla de cemento y se va desvaneciendo, ya no puede más. El soplo de vida sale de su cuerpo y cae. La cámara de “seguridad” de la calle Santa Rosa es la compañera distante, la única testigo de una muerte en soledad. ¿Qué habrá pensado Litsy cuando se estaba muriendo? ¿Habrá estado de acuerdo con lo que Kena pensaba de Chile en palabras de Beyoncé?: “Me dijo que este país es una estafa […] Me dijo que estaba shata, shata, shata en este país de mierda”.  Mientras Litsy fallecía en otro país que no era el suyo, tiene que haber pensado y sentido como el maricón Lucho: “Si este país es terrible de penca… Chile país reculiao”. ¡Mira donde te fuiste a morir Litsy! En un país en el que ni los periodistas ni la PDI respetan tu identidad de género porque se refieren a ti como: “el trabajador sexual”, te masculinizan y eso que renegaste toda tu vida de ser hombre, ellos no entienden que eres mujer, que te mataron por andar vestida de mujer. Travesticidio se llama, ignorantes.

El lunes 18 de junio de este 2018 en una sentencia histórica en la ciudad de Buenos Aires, por primera vez la justicia argentina contempla la tipificación del travesticidio y lo incluye en sus leyes. El travesticidio es un asesinato calificado como crimen de odio a la identidad de género, y la condena, cadena perpetua. Gabriel Marino mató de 13 puñaladas a Diana Sacayán el 11 de octubre de 2015 por ser travesti. Diana fue una de las principales activistas del movimiento trans y travesti en Argentina, defensora de la Ley de Identidad de Género que Argentina aprobó en el 2012, siendo pionera en América Latina y fue también la promotora de la ley del cupo laboral trans, además de ser una de las primeras mujeres trans en recibir el carné de identidad con su género y nombre modificados.

“Pompeya” forma parte del cuerpo de obras dramatúrgicas creadas por Gerardo Oettinger Searle, quien en más de diez años se ha dedicado a la labor de imaginar, investigar, recuperar y escribir historias para el teatro. Y no se trata de cualquier dramaturgia. Su escritura refleja un sentido compromiso con la memoria histórica y sensible de Chile, manifiesta también una verdadera preocupación por temas que tienen que ver con lo que podríamos llamar de una identidad nacional, presentando los lugares socioculturales de las y los excluidos. En este prólogo no podemos ignorar el camino de inquietud constante que ha recorrido al dramaturgo, si solo habláramos de lo que está escrito en “Pompeya”, no le haríamos justicia ni pondríamos en valor el trabajo de resistencia e insistencia que significa en nuestro país ser dramaturgo.

En el texto “Al Volcán” (2010) Gerardo escribe sobre un hecho real, la tragedia de Antuco, esa que ocurrió en mayo del 2005 y en la que murieron un sargento y 44 conscriptos que se encontraban realizando el servicio militar en la que fue considerada “la mayor catástrofe del Ejército chileno en tiempos de paz”. Una historia en la que se develan los mecanismos utilizados en el lavado de cerebro por parte de los expertísimos mandamases del ejército. Con un lenguaje cargado de violencia patriarcal, en la que se les exige a los soldados, entre otras cosas, no llorar, haciéndoles tragar el discurso ignorante de morir por la patria siendo héroes de la historia. “¿Les entrego un hijo y me devuelven una bandera?” Pregunta la madre que como una incansable Erinia aparece para no darles respiro a las conciencias de los sobrevivientes, grito que se ve aplastado por la inmensidad de la palabra impunidad. Término del que muy bien ha sabido servirse el glorioso y vencedor Ejército chileno a lo largo de nuestra historia.

La trilogía compuesta por las obras “Bello Futuro” (2013), “La Victoria” (2014) y “Unidad Popular” (2017) fueron organizadas en un minucioso proceso de recolección de testimonios reales de mujeres que eran portadoras en sus cuerpos de esa “otra” historia, mujeres que fueron apaleadas por la dictadura cívico-militar y le hicieron frente. En estas tres obras se cuenta la historia de las que reciben los embates de la “gran historia”, de las doblemente suprimidas en la escala social, porque se trata de mujeres y más encima, mujeres pobladoras. CEMA Chile y la inmortal Lucía Hiriart componen el sofocante universo de “Bello Futuro” proponiéndolo como aquel mal que es mayor que nosotras y nosotros mismos, planteando la humana contradicción entre ser consecuente con los propios principios o sacrificarse por la familia, como toda buena mujer lo debe hacer.

En “La Victoria”, Gerardo Oettinger desea profundamente que no se olvide el poder de organización social y los niveles que el poder popular alcanzó en los años 60, si bien la obra no se centra en esta época, el dramaturgo enriquece su obra al atravesarla nuevamente por otro hecho real, la muerte del sacerdote André Jarlán, asesinado por Carabineros de Chile en el año 1984 en la población La Victoria.  Las mujeres que presenta Oettinger son fuertes, militantes y luchadoras, no las confina al rol de “la que va junto al trabajador”, estas mujeres también detienen tanques y se enfrentan cuerpo a cuerpo con las fuerzas militares. Existe una enorme riqueza ética en estas dramaturgias, puesto que exhiben las historias que nadie había querido contar, la lucha y resistencia de las mujeres en plena dictadura. Porque a veces parece que sólo la lucha armada de los hombres es válida para la historia, menospreciando y otorgando un menor valor a las estrategias de lucha de las mujeres, como si la organización de las ollas comunes no hubiese sido un instrumento de resistencia entre otras acciones.

“Unidad Popular” sitúa la problemática y efectos de la implantación de la pasta base en las poblaciones, el gran negocio de la dictadura y en especial de Augusto Pinochet evidenciando la destrucción del tejido político y social principalmente en las poblaciones que habían sido las más combativas. Los diálogos de los personajes están cargados de los llamados lugares comunes, esas frases reconocidas por todas y todos, formadas por palabras repetidas y escuchadas hasta el cansancio, pero que componen un habla colectiva. Ante esto respondo en defensa y lanzo la pregunta: ¿cómo no ingresar en esos espacios si efectivamente es así como hablan las personas? Los discursos hegemónicos emitidos por la televisión abierta son consignas estructuradas para que la gente no elabore pensamiento crítico por sí misma.

La escritura de Gerardo es una escritura comprometida y las historias que él se interesa en transmitir, emergen de las zonas oscuras de una sociedad hipócrita que quiere dejar fuera a todas y todos quienes no entran en una cierta “normalidad”. Una sociedad como lo es la sociedad chilena, compuesta por personas que prefieren ignorar y hacer la vista gorda con tal de no poner en peligro sus espacios de privilegios, una sociedad que encubre y avala la impunidad, una sociedad ignorante que permite que las hijas tengan hijos de sus padres que las violan, pero que en ningún caso aceptará el aborto como opción legítima de una mujer, como es el caso de “Castigo a Dios”, último texto de Gerardo Oettinger estrenado hasta hoy.

“Pompeya”, en palabras del dramaturgo, fue escrita en un período de cuatro años aproximadamente y fue estrenada el 2017. Una textura cruda, ruda, dura y violenta da sustento a las palabras de Leila, Suzuki, Beyoncé y el maricón Lucho. Sus voces son las voces de las y los excluidos, las travestis y el maricón. Un universo plagado de transas en las esquinas, en el que se vende la tele para comprar cocaína, riñas callejeras por el territorio que, al fin y al cabo, no es de nadie. Se siente en este espacio el odio entre chilenas, colombianas, ecuatorianas y peruanas; y se patentizan las muertes, muchas muertes que quedan impunes, porque tal como lo dice Leila, la más rabiosa de las travestis: “Los pacos no van a mover el culo. Pa´ ellos una trava desaparecía no es ni una hueá […] Somos pobres y putas, si no hacemos justicia por nuestras manos, nadie la va a hacerla”.

Si bien es cierto que en “Pompeya” el crimen de Kena queda resuelto, no dejamos de pensar durante la lectura en esos “cuerpos que no importan” referenciándonos a Judith Butler. Porque a nadie le importa si desaparece una travesti porque total es pobre, marginal y más encima se creía mujer. A nadie le importa si torturan hasta la muerte a una lesbiana o a un gay; o si “suicidan” a un luchador social o a una activista mapuche; a nadie le importa si le muelen a golpes el cerebro a una adolescente pobre; o si en un ataque de xenofobia le quitan su hija a una mujer haitiana para luego golpearla y aislarla. A nadie le importa ni le urge investigar donde no hay dinero ni reconocimientos o porque simplemente fueron crímenes concebidos para aleccionar a otras, a otros. A los que menos les importa es a la policía que es justamente a quienes más les debiera importar, porque cuando una madre los llama desesperada porque le están matando a golpes a su hija, estos le responden con una desidia abismante “nosotros no podemos meternos en problemas de pareja señora, solo vamos cuando haya una persona muerta”. Hay muertes que no importan y hay otras muertes que sí importan. La justicia es para los que importan no para los que no. Esto lo tiene muy claro Suzuki, la travesti con más experiencia y dueña del departamento donde viven todas, cuando le dice a Leila en un discurso lleno de lucidez:

Leila, piensa, nosotras también somos inmigrantes. Todos los marginados, los segregados de la sociedad lo somos; ¿y sabís por qué? Porque no tenemos país, no tenemos bandera, cielo, ni tierra, ni mar, ni cordillera, ni ejército que nos defienda. Para muchos pobladores venir al centro es venir a otro mundo, y pa´ qué vamos a hablar de ir pal barrio alto, olvídalo, olvídalo. Es como estar en Estocolmo. Leila, tenís que abrir tu mente. Si ver con los ojos no importa, hay que ver con esto, con el corazón. Yo creo, de que por fin es hora de que ocurra una nueva revolución de los excluidos, sí, si es una necesidad histórica y la tenemos que hacer nosotros, un movimiento de los postergados o incomprendidos, con partidos o sin partidos, no importa; ya es hora que dejemos de maltratarnos nosotros mismos, mientras los que están encima de nosotros se ríen de nuestra desgracia y se alimentan de las penurias de los menos favorecidos, de las juventudes perdidas, de los mendigos con o sin carreras universitarias, que se la pasan pateando piedras, de los endeudados de por vida, de los viejos… de los viejos botados por la sociedad; de los pobres que no tienen raza, religión ni género; de los que trabajan y viven en las calles; de los pelaos, los pelaos que jamás nunca van a alcanzar los privilegios de los Generales; de los pescadores, de los pescadores que no tienen qué pescar; de los agricultores sometidos a los transgénicos y la muerte de la tierra; de los mapuches… los mapuches, pucha, los mapuche que son inmigrantes en su propias tierras ancestrales; en fin, de todos lo que no tenemos ningún Estado que nos ampare y que para los poderosos seguimos siendo solo un montón de inmigrantes sin lugar ni futuro…

Todas y todos formamos parte de este grupo, el de las y los inmigrantes en nuestra propia tierra porque estamos lejos del Poder, tal como lo señala la Suzu, ese espacio donde todo se cocina, todo se negocia y jamás estaremos invitadas a entrar ni las mujeres desobedientes, ni las lesbianas, ni las travestis, ni los gays que parecen mujer. “Pompeya” revela cuerpos disruptivos incómodos que perturban el entorno, cuerpos fuera de la norma que provocan rotura o una interrupción brusca. Se trata de cuerpos que han sido receptores de los embates del entorno, resultando cuerpos quebrados, rotos, menospreciados, cuerpos colmados de experiencias cicatrices, cuerpos excluidos donde se imprimen sus dolores, frustraciones y rabias llevándolas consigo día a día, siendo sus cuerpos un campo de batalla. Podríamos decir, por lo tanto, apoyando el planteamiento de Suzuki, que no únicamente el cuerpo de una travesti sería un cuerpo disruptivo, si no que la masa de cuerpos disruptivos podría estar formada por inmigrantes, enfermos, ancianos, pobres, mendigos, lesbianas, mujeres, etc., es decir, todos los cuerpos excluidos podrían ser los que conforman cuerpos disruptivos todos esos cuerpos que estamos llamados a llevar a cabo “la revolución de los excluidos”. Mejor explicado en palabras del Maricón Lucho “Y las negras en cambio se ganan las moneas con el sudor de su frente, de su culo, de la huevá que sea, igual que voh, que yo, que todos losotros […] ¿Voh sabís quiénes son los que los roban a losotras? Son los que están arriba. Y no en el departamento de arriba, ahuevoná, los que tienen el poder, esos son los que nos roban a losotros.

Podría continuar desmenuzando el engranaje de letras, frases, ideas y palabras compuestas sensible e inteligentemente por Gerardo Oettinger, pero solo se trata de una posibilidad de interpretación que a partir del nacimiento de este libro se multiplicará tantas veces como personas tomen “Pompeya” entre sus manos. Les invito a leer con atención y dedicación, saboreando el lenguaje doloroso y los enigmas que se esconden detrás de cada frase construida, porque este texto dramático desea desmontar estructuras patriarcales por medio de una violencia exhibida. El patriarcado y el feminismo no son solo asunto de mujeres, porque todas y todos hemos sido atravesados por paradigmas arcaicos que hay que transformar y que han llevado nuestras vidas por el camino hacia su normalización. Hasta la misma Beyoncé siendo travesti anhela “el discurso Hello Kitty” planteando una gran contradicción como la de los movimientos gay provida. La voz de Gerardo Oettinger y su resistencia en la insistencia hacen que su dramaturgia sea necesaria ya que contiene un marcado compromiso político con la identidad, la justicia, la historia y la memoria.

 

 

[1] En abril de 2017 el asesino fue sentenciado a una pena de 11 años de cárcel por este crimen.



 

 

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Prólogo a "Pompeya" (Ediciones Oxímoron, 2018) de Gerardo Oettinger
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