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Poemas de Giovanni Quessep
(San Onofre, Sucre, Colombia, 1939)



 


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Giovanni Quessep nació en San Onofre, Sucre, Colombia, en 1939. Estudio Filosofía y Letras en la universidad Javeriana donde ejerció como docente durante varios años. Luego como Profesor de Literatura en la universidad de Cauca, que lo nombra Doctor Honoris Causa en Filosofía y Letras. Estudio en Italia “Lectura Dantis” y poesía italiana del siglo XX. Miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, vencedor del Premio Internacional de “Casa Poesía Silva” y también del Premio Nacional por reconocimiento de la universidad de Antioquia (Medellín). Ha publicado los siguientes libros de poesía: El ser no es una fábula (1968), Duración y leyenda (1972), Canto del extranjero (1976), Madrigales de vida y muerte (1978), Libro del encantado (1978), Preludios (1980), Muerte de Merlín (1985), Un jardín y un desierto (1993), Carta imaginaria (1998), El aire sin estrellas (2000), Brasa lunar (2004), Las hojas de la Sibila (2006). Todos sus libros de poesía fueron recogidos en un solo volumen publicado por Galaxia Gutemberg-Círculo de lectores con el título de Metamorfosis del jardín. Poesía Reunida (edición e introducción de Nicanor Vélez, Barcelona, 2007). En 2012, el Colegio Moderno de Bogotá publica su libro de poesía El artista del silencio. Ha reunido su obra en tres antologías: Poesía (1980), Antología poética (1993), publicada en la colección de clásicos colombianos del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, con introducción de Hernán Reyes Peñaranda, y Libro del encantado (2004). En 2015 gana el Premio Mundial de Poesía René Char. Ha sido traducido al inglés, alemán, griego, árabe, italiano, francés y portugués.

 

 

Mientras cae el otoño

Nosotros esperamos
envueltos por las hojas doradas.
El mundo no acaba en el atardecer,
y solamente los sueños
tienen su límite en las cosas.
El tiempo nos conduce
por su laberinto de hojas en blanco
mientras cae el otoño
al patio de nuestra casa.
Envueltos por la niebla incesante
seguimos esperando:
La nostalgia es vivir sin recordar
de qué palabra fuimos inventados.

 

 

La alondra y los alacranes

Acuérdate muchacha
Que estás en un lugar de Suramérica
No estamos en Verona
No sentirás el canto de la alondra
Los inventos de Shakespeare
No son para Mauricio Babilonia
Cumple tu historia suramericana
Espérame desnuda
Entre los alacranes
Y olvídate y no olvides
Que el tiempo colecciona mariposas.

 

 

Cercanía de la muerte

El hombre solo habita
Una orilla lejana
Mira la tarde gris cayendo
Mira las hojas blancas

Rostro perdido del amor
Apenas canta y mueve
La rueda del azar
Que lo acerca a la muerte

Extranjero de todo
La dicha lo maldice
El hombre solo a solas habla
De un reino que no existe

 

 

Escrito para ti, en tu nombre

Pudiera ser que un día,
Retornaras al tiempo
Cubierta por las flores
Que recogiste en el perdido sueño.

Pudiera ser también, Violeta,
Siempre en el cántico nombrada,
Que me dijeras de la blanca orilla
Donde ahora es pasión y amor tu alma.

¿Me contarás en qué país nocturno
Cantas para que el cielo se desvele,
O abra sus puertas al dolor del hada
Que hila en tu corazón para la muerte?

Pudiera ser que recordaras
Escrito para ti, en tu nombre,
Aquel madrigal de la vida
Que habla de un cuerpo entre las flores.

 

 

Puerto

El puerto, corroído por el salitre,
conserva las sombras de la desesperanza;
flores no hay, sólo algas miserables
perdido ya el perfume del fondo marino.
Todo esto fue la anunciación
de un tiempo en que los hombres iban
en busca de los abismos cantores
para redimirse de la pena del cielo.
Continuamente se oye el viento
silbar entre las piedras,
y alguien cuelga una red en su puerta
protegiéndose de la muerte que avanza.
El puerto ha resistido
los aletazos de gaviotas insomnes;
quién sabe hasta cuándo, por el don de la memoria,
persistiremos en hallar una estrella.

 

 

Ars amandi

Vendrían, si escribieras
otro arte de amar entre las fieras,
los pájaros que cruzan el desierto
a posarse a tu lado
por dos o tres manzanas de tu huerto;
y al llegar a tu casa a tu ángel vieras
–joya aciaga que arde en el aire callado–
venir de lo imposible
a consolar tu duelo.
Sí, pájaros, martirio por el cielo,
ángel en el umbral, puerta temible.
Y vendrían otros bienes y otros males
en la sabia, celeste noche oscura,
a decir que en el arte de las letras finales
es bella la canción y amarga su escritura.

 

 

Diamante

Si pudiera yo darte
la luz que no se ve
en un azul profundo
de peces. Si pudiera
darte una manzana
sin el edén perdido,
un girasol sin pétalos
ni brújula de luz
que se elevara, ebrio,
al cielo de la tarde;
y esta página en blanco
que pudieras leer
como se lee el más claro
jeroglífico. Si
pudiera darte, como
se canta en bellos versos,
unas alas sin pájaro,
siempre un vuelo sin alas,
mi escritura sería,
quizá como el diamante,
piedra de luz sin llama,
paraíso perpetuo.

 

 

Sonata

La hoja seca del tamarindo se quiebra
bajo el peso de los colores del alba,
así como nosotros podríamos irnos para siempre
persiguiendo el vuelo de un pájaro
a la puerta de entrada de un claro del bosque.
Mas, qué alegría ver en la tarde
palomas de alas plateadas y negras,
sin preguntarnos de dónde vienen,
ni adónde van entre futuros relámpagos.
Qué alegría el delgado misterio
que hay en las cosas casi simples:
en la virtud de este jardín donde te escribo
o en las hojas que caen en el columpio del patio.
Todo esto me da la belleza última
de lo que está a punto de desvanecerse,
como el arco lunar del tamarindo, que se desdora
por el encantamiento de los colores del alba,
como la llama de un violín en tus manos de otoño.

 

 

Divertimento final

Qué pronto estaré quieto
como este ciervo de dorados cuernos
que presiente la sombra del leopardo.
Veré por mi ventana
las ramas del almendro
y el solar de los trompos.
Veré el aire profundo y el girasol que quema
los muros carcomidos de los días.
Veré piedras azules y encarnadas.
Qué pronto estaré quieto.
Hoy me contó el arúspice que ha visto en las entrañas
de la paloma gris de alas de amaranto
la rosa de Sarón en la tiniebla,
y la Dama de ébano del ajedrez, que huía
de dos alfiles y una blanca torre.

 

 

Sé que vendrás de noche

. . . . . . . . . . . . . Sois sage, ó ma Douleur [...]
          . . . . . . . . . . . . .        Charles Baudelaire

Nada podrías llevarte
si me persigue el mar de piel manchada;
el cielo es lo profundo
y en él se abisman nubes y corales.
Las naves de su alcázar
ya no son sino mástiles quemados;
jardín donde se niegan
los nombres y las fases de la luna.
¿Qué tendrías que darme
si todo es tuyo, el canto y el silencio,
los pájaros, los frutos
que en el bosque son gnomos o arlequines?
Sé que vendrás de noche,
terrible maravilla
que secas los naranjos
para hacerlos espino y flor de cactus.
¿Cuándo veré tu rostro
que guardan siete sellos
de la melancolía?
Sé sabio, dolor mío... El alba es de oro.
No dejes que tu música se quiebre
como hoja del verano.
Da tu pasión en la tupida selva
y busca en el lebrel los ojos puros.
Sé que eres el azul
que deshace los rotos farallones:
Si suena un caracol
sólo fantasmas hay y un viejo puerto.
Por él me iré sin ti, sin mí, nocturno,
vacío como un odre entre las dunas.
¡Oh infancia en la penumbra del solar
que me das el naranjo y la serpiente!

 

 

El artista del silencio

. . . . . .. . . . . . .. . . . . . . A Juliana

¿Habría de negarlo?
Si soy el último hombre que camina sobre la tierra
y habría de negarlo si no hay pájaros
que canten una canción en el otoño
si no hay otoño si ya ha pasado el tiempo de las estaciones
y habría de negarlo
si no hay azul a quien decirle mi desconcierto
si estoy donde los colores no tienen nombre
en el juicio final incesante de los jardines
Soy el último hombre que grita sobre la tierra
que grita al cielo que se ha ocultado para siempre
y habría de negarlo a quién ¿a Dios?
acaso Dios es el artista del silencio
de tantas hojas que no son o siguen cayendo al abismo
y estallan en el aire sucio pero en qué aire.

 

Selección de Emilio Coco



 



 

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Poemas de Giovanni Quessep
(San Onofre, Sucre, Colombia, 1939)