Premio Cervantes
2003 / Una aproximación al poeta chileno:
La "otra
voz" de Gonzalo Rojas
Por Fabienne
Bradu
La crítica francesa residente
en México Fabienne Bradu participó en el homenaje al
poeta hecho en Concepción, parte de cuyo texto se entrega aquí.
Como devota de él, recientemente publicó el libro "Otras
sílabas sobre Gonzalo Rojas" (Fondo de Cultura Económica,
2002).
En la primavera de 1998, Gonzalo Rojas llegó
a México para recibir la primera edición del premio
de poesía Octavio Paz. En lugar de una llamada de su
"hermano de horizonte", recibió la escueta noticia
de su muerte, en la noche que se cerró después de un
domingo asoleado y apacible como fue el 19 de abril de 1998. Para
todos los que estuvimos en la cercanía de Octavio Paz y hoy
permanecemos a solas con su obra, la presencia de Gonzalo Rojas, en
esos días de duelo y desamparo, fue como la presencia de la
poesía: en otra voz, desde la otra voz, hacia la otra voz que
acababa de extinguirse. La sola presencia de Gonzalo Rojas nos refrendó
una certeza desdibujada por la pérdida de la persona: la poesía
no muere con la muerte del poeta; la poesía de pronto calla
y reencarna como si tuviera una existencia y una resistencia a toda
prueba.
Como los ánimos no estaban para festejos, una sola de las
actividades programadas se mantuvo: la lectura pública de Gonzalo
Rojas en el Palacio de Bellas Artes. Así lo hubiese deseado
Octavio Paz, así nos recubrió la voz ronca del chileno,
como un bálsamo y la evidencia que necesitábamos palpar
en esos días (que la poesía no se extingue con la envoltura
mortal). Allí me sucedió algo que, me imagino, les habrá
sucedido a muchos de los oyentes de la poesía de Gonzalo Rojas:
esa noche, oyéndolo leer sus poemas, creí entenderlos
cabalmente. También tuve la sensación precisa e indescriptible
de oír a la poesía hablando, diciéndose a través
de ese hombre en mangas de
camisa, con los tirantes rojos enmarcando su pecho de pulmonar aliento,
los párpados semicaídos sobre unos ojos como ágatas
rodando entre la lejanía y la calidez, y el rostro de pronto
animado por unas sonrisas que eran como la placidez nacida de una
añeja malicia.
La sorpresa
Apollinaire decía a propósito de Chirico: "Para
pintar el carácter fatal de las cosas modernas, la sorpresa
es el resorte más moderno al que se pueda recurrir". La
sorpresa —una palabra más dinámica que el apesadumbrado
"asombro"— es el término que prefiero para asociarlo
con la
poesía de Gonzalo Rojas, porque es efectivamente el resorte
de su modernidad y, al mismo tiempo, el antídoto contra toda
"retórica autorretórica", para retomar la
categoría acuñada por el poeta. Sorprenderse y sorprender
es, a fin de cuentas, lo que hace Gonzalo Rojas en cada poema. Me
seduce el símil de Eduardo Milán cuando, después
de describir los cortes sintácticos de Gonzalo
Rojas como un continuo tomar desprpvenido al lector, afirma que la
poesía de Gonzalo Rojas es un árbol de puras ramas,
sin copa ni raíces, un puro vagar por las ramas. Es verdad
que rara vez sabemos por dónde se va a ir el verso, el universo,
bajo la pluma acerada de Gonzalo Rojas. Y
cuando pide que no se le critique la dispersión a Ezra Pound,
porque arriesga la prodigiosa tarea de reunir los átomos, también
está describiendo la mecánica de su propia obra que,
sabe de antemano, nunca llegará a ningún término.
En esto también consiste el "oficio mayor", "el
viejo oficio del callamiento": nunca llegar al punto donde se
sabe que nace y muere la poesía.
"Veo a Vallejo como un continuum—afirma Gonzalo Rojas— y eso
me gusta. A lo mejor eso es lo que me filia con él. Yo también
me veo como un continuum; no he progresado nada". Con ello supongo
que Gonzalo Rojas se refiere a dos impulsos distintos pero simultáneos:
por un lado, nunca ha dejado de ir rodando un puñado de experiencias
fundadoras, inaugurales para la conciencia
poética, que conservan su magnetismo intacto, su mismo poder
disparador, a lo largo de toda una vida. Son episodios conocidos para
los lectores de Gonzalo Rojas. Por el otro, la voluntad de continuum
se expresa en la organización misma de los versos y también
en la constante reescritura de los poemas. Al igual que el silencio,
el continuum precisa una expresión paradójica para decirse
o sugerirse. En la literatura, para existir, el silencio debe afirmarse
con su contrario: la palabra que lo significa o las palabras que apuntan
a su indecible realidad. Asimismo, el continuum necesita de la ruptura,
del eslabón roto, de la bifurcación, para no confundirse
con una simple sucesión amorfa y monótona. Me parece
que a esta necesidad responden los cortes abruptos, sorprendidos y
sorpresivos, de los versos de Gonzalo Rojas. "Tengo que enlazar
unas cosas con otras. Así es como
voy desrazonando (...) eso mismo me propone la certeza de no alcanzar
a decir lo que quiero decir (...) Mi juego poético es un gran
tanteo, un gran balbuceo, todo esto; es un gran tartamudeo y un gran
centelleo" (6), explica el poeta, sugiriendo así que el
continuum es un asunto de movimiento: unir, rondar, machacar, ceñir,
moverse hacia atrás y hacia adelante, y nunca llegar.
Esdrújulas
Si se pretendiera enlistar el "diccionario privado" de
Gonzalo Rojas, la mayoría de las palabras retenidas serían
esdrújulas: relámpago, éxtasis, música,
mísero, átomo, vértigo, lúcido, diáfano,
áspero, súbito, pétalo, sábana, sílaba,
oxígeno, diástole y sístole, Heráclito,
Píndaro, etcétera,
la lista es larga, diversa, pero inconfundible. Estoy segura de que
cada palabra inmediatamente remite a uno o varios poemas de Gonzalo
Rojas. Una palabra esdrújula es una palabra que lleva en sí
misma el movimiento; es una palabra que quiere ir más rápido
que las otras, anticipa su estallido para hacernos creer que llega
a su fin con mayor velocidad que las palabras que mueren a su
tiempo. Pero también parece ir en sentido contrario: estalla
más pronto para retrasar su extinción. Entre todas las
que conforman el "diccionario privado" de Gonzalo Rojas,
relámpago es, sin duda, la que mejor estalla y corre, se adelanta
a su fin y lo demora con altivas resonancias. En "El arco y la
lira", Octavio Paz dice que "La palabra no es idéntica
a la realidad que nombra porque entre el hombre y las cosas —y, más
hondamente, entre el hombre y el ser— se interpone la conciencia de
sí. La palabra es un puente mediante el cual el hombre trata
de salvar la distancia que lo separa de la realidad exterior".
Parecería que el encuentro de Gonzalo Rojas con la palabra
relámpago, en un episodio conocido de todos, fuera el momento
en que se borra esta distancia y, más aún, en que la
palabra prevalece sobre la realidad. Parecería, pues, que en
un momento como éste, Gonzalo Rojas escapara de la condición
humana, dejara de percibir "esa distancia que forma parte de
la naturaleza humana". Pero, ¿qué se vuelve entonces?
No sabría cómo calificarlo satisfactoriamente, sino
describiendo el estado impreciso, inquietante, en que el hombre deja
de ser humano sin volverse divino; es el momento de la visión,
de la iluminación, del alumbramiento. Cuando Octavio Paz afirma
que "por la realidad se llega a la revelación", podría
arriesgarse que, para Gonzalo Rojas, el recorrido vale en ambos sentidos
y simultaneamente si esto fuera posible, según la más
pura tradición romántica, si no existiera al mismo tiempo
una conciencia moderna del poema que impide confundirlo con la realidad.
Tradiciones
Los versos de Gonzalo Rojas también
recogen un doble movimiento encontrado , que parece jalarlos hacia
el pasado y hacia lo inédito. La continua mezcla de tradición
y audacia, en la factura misma del poema, tal vez provenga de la formación
del oído del poeta que quiso ser atento a todo al mismo tiempo.
"De modo que Apollinaire, aunque te parezca raro -le confía
Gonzalo Rojas a Jacobo Sefamí-, fue registrado por mi oreja
cuando yo tenía unos catorce años, junto con lo que
me suministraba la otra oreja, que me entregaba a Fray Luis, a San
Juan, a Lope, a lo que fuere". Sin embargo, nunca tenemos la
impresión de un híbrido o de una suma heteróclita
al leer la poesía de Gonzalo Rojas. Bien al contrario, esta
mezcla de épocas y encontradas apuestas poéticas acaba
integrándose en una dinámica que dejaría ver
el esfuerzo casi físico por jalar tantas cuerdas tendidas hacia
disparatadas tradiciones y, al mismo tiempo, la delicadeza con los
dedos del poeta sacan una inaudita melodía de la vieja
pianola universal. Así se define Gonzalo Rojas: "Yo soy
un animal poético de rescate y al mismo tiempo de anticipación".
Si bien ciertas cuerdas de la pianola suenan explícitas en
los poemas que invocan las presencias de Baudelaire, Apollinaire,
Rimbaud, Pound, Bretón, etc., hay una cuerda secreta, producto
de un reconocimiento azaroso y por ello casi milagroso, que es la
de Paúl Celan.
El mismo Gonzalo Rojas recuerda su sorpresa: "Me pongo a leer
a Celan y sucede que me estaba leyendo a mí mismo, porque había
unos mecanismos descuartizantes de los vocablos, silabeantes, parecidos
a lo que yo estaba haciendo y a lo que había hecho". En
un modo muy parecido a Celan, en algunos poemas, Gonzalo Rojas rompe
con la metáfora analógica: suprime eslabones, pero para
sugerir el salto. Es otra forma de la contigüidad, pero, para
ir de una cosa a otra, no se procede por deslizamiento, sino por brincos,
produciendo así un sonido de cristales rotos y una ilusión
de ubicuidad. "La fijeza es siempre momentánea —escribe
Octavio Paz en 'El mono gramático'—. ¿Cómo puede
serlo siempre? Si lo fuese, no sería momentánea, o no
sería fijeza. ¿Qué quise decir con esa frase?
Probablemente tenía en mientes la oposición entre movimiento
e inmovilidad, una oposición que el adverbio siempre designa
como incesante y universal...". En Gonzalo Rojas, la fijeza se
oye como un estallido, como si la oposición entre movimiento
e inmovilidad fuera un repentino choque de luciérnagas cristalinas.
Él mismo puntualiza al respecto: "El viaje va tan amarrado
a mi permanencia, a mi estabilidad, que (ahí está la
paradoja preciosa) hay una identidad entre movimiento, velocidad y
hasta vertiginosidad, y estatismo (...) Siempre estoy volando.
"Es decir, siempre estoy en movimiento máximo, siempre
estoy entrando en otra órbita".
En el catálogo de los "fetiches" poéticos
de Gonzalo Rojas, un gesto suyo me fascina sobremanera, me refiero
a la superstición de lanzar un cuchillo en una mesa de madera
y de sentarse a escribir sólo si el cuchillo se clava en la
madera. El juego es una indecisión entre la flecha y el arco.
Dice Gonzalo Rojas al respecto: "La frase mía es una frase
acerada; aun cuando hablo no me gusta la frase que no tiene lo suyo,
su vibración de cuchillo dinámico. Lo acerado del pensamiento
que tiene un ritmo vibrático —(nótese el adjetivo en
esdrújula)—, porque no era el cuchillo clavado con su punta
en la mesa lo que me importaba, era la vibración, el zumbido
interno". La imagen es por lo menos elocuente de la convicción
poética de Gonzalo Rojas: antes que dar en el blanco, importa
el movimiento de ir hacia la luz, hacia el sol que es la única
semilla, y que ese movimiento sea en sí mismo la vibración
casi imperceptible de un sonido que aún vacila antes de decidir
en dónde habrá de fijarse. Desde la inspiración
hasta el resultado concreto del poema, el movimiento es, a un tiempo,
el motor y la expresión de una poética en constante
inconformidad con la idea de saciedad, de meta alcanzada, de tradición
superada, de caminos cercados por la certidumbre. A nosotros, sus
lectores, Gonzalo Rojas nos lanza a la misma aventura del perpetuo
movimiento sin destino preconcebido, o sin más destino a secas
que el breve alto de cada poema. A nosotros también nos
arroja al movimiento y nos obliga, junto con él, a no llegar
nunca. "Aquello que se ama inspira", decía Paúl
Valéry. "Ser amado equivale a inspirar, a hacer al prójimo
inventivo, generador de imágenes, de deferencias, de astucias,
de supersticiones, de violencias". Creo que éste es el
tipo de contagio que consigue la poesía de Gonzalo Rojas en
sus lectores.
Mujeres
Para volver sobre el tema o el misterio de la impersonalización
en la poesía de Gonzalo Rojas —una pregunta a la que no podría
contestar sino diciendo que en eso demuestra que es un verdadero y
un gran
poeta—, quisiera abordarlo parcial y vicariamente, dándole
una vuelta de tuerca. Un día Gonzalo Rojas afirmó: "Creo
que esa mirada a la mujer que yo hago va a resistir al viento".
Estoy segura de que la apuesta se cumplirá. Pero, ¿por
qué las mujeres nos sentimos interpeladas en los poemas amorosos
de Gonzalo Rojas cuando, la mayoría de las veces, interpelan
a la única que Dios le dio en el viejo paraíso? Somos
la única y somos las trescientas a la vez, porque el amor sólo
puede impersonalizarse cuando encarna en una sola y única persona.
Presiento que la impersonalización en que coloca a sus lectores
es una de las vías de impersonalización de su poesía.
En La máscara y la transparencia, Guillermo Sucre retraza
la dimensión histórica de la despersonalización
en la poesía moderna, en el movimiento que va "del autor
al texto". "Las técnicas de la despersonalización
—explica Sucre— van más allá de la estética;
implican una ética, una actitud frente al mundo. (...) Si el
poeta se sale del centro es porque, en el fondo, quiere estar en el
todo; pero habría que recordar que hoy la totalidad es también
fragmentación para comprender que no busca situarse nuevamente
en un punto privilegiado. Lo que el poeta busca, en verdad, es que
todos se reconozcan en la marginalidad y actúen desde ella;
que nadie se sienta único, o se crea representativo y hable
en nombre de todos". Rojas cumple esta mitad del camino; nosotros,
sus lectores, cumplimos la segunda mitad, y nos encontramos en ese
punto siempre cambiante, siempre movedizo, en el que, a veces, tenemos
la ilusión de ser Uno.
Pese a sus reiteradas reticencias hacia el surrealismo, lo quiera
él o no, la poesía de Gonzalo Rojas sigue sosteniendo
los tres pilares del movimiento: la poesía, el amor y la libertad.
No creo, como él afirma, que su parentesco con lo mejor del
surrealismo esté en un trato vivo con la imagen, ni que el
surrealismo haya hecho de la imagen "su eje y su centro".
Precisamente porque la imitación de una supuesta imagen surrealista
provocó la decadencia de la aventura en unas "maneras"
serviles y estériles, el movimiento que tatuó al siglo
XX, como lo califica Paz, sólo pudo sobrevivir a través
de su apuesta espiritual y ética. Recordemos una de las tantas
caracterizaciones que hizo Octavio Paz del movimiento surrealista:
"La diferencia con las otras vanguardias o, más bien,
la superioridad del surrealismo sobre ellas, es de orden espiritual,
no estético. Aunque en su periodo final no haya dado grandes
obras, el surrealismo guardó intactos sus poderes de indignación
moral. Fue un foco secreto de pasión poética en nuestra
época vil. En sus negaciones palpitó siempre el gran
Sí de la poesía, el amor y la libertad. La lección
de Bretón fue moral y cuando la gritería y la chachara
que hoy nos ensordecen se hayan disipado, su palabra volverá
a ser oída". Intuyo que el surrealismo selló la
poesía del mexicano y del chileno de una manera similar: después
de una atracción manifiesta en ambos. Octavio Paz rechazó
las "maneras" que más y más triunfaban sobre
la inspiración; Gonzalo Rojas cortó con el "surrealismo
libresco" que, a su juicio, congelaba o enturbiaba las aguas
del grupo Mandragora. Ambos se apartaron del movimiento para decantar
el espíritu surrealista de sus heces circunstanciales. Para
ambos, el surrealismo fue "una vía de salida" hacia
una poesía propia, una voz propia y hacia la poesía
hispanoamericana moderna que comienza hacia 1945. Por eso, Gonzalo
Rojas puede sostener con gran seguridad que, al apartarse del grupo
Mandragora, "en el sentido más estricto", el más
surrealista era él. Es cierto que la poesía, el amor
y la libertad no constituyen un coto del surrealismo, pero su conjunción
y, sobre todo, la responsabilidad y la lealtad que implican, sí
fueron obra genuina y duradera del movimiento.
La última conversación que Octavio Paz sostuvo con Andró
Bretón, en 1964, mientras paseaban una noche por Les Halles,
versó, entre otras cosas, sobre el porvenir del movimiento
surrealista. Octavio Paz así reconstruye esta parte del diálogo:"Recuerdo
que le dije, más o menos que para mí el surrealismo
era la enfermedad sagrada de nuestro mundo, como la lepra en la Edad
Media o los 'alumbrados' españoles en el siglo XVI; negación
necesaria de Occidente, viviría tanto como viviese la civilización
moderna, independientemente de los sistemas políticos y de
las ideologías que predominen en el futuro. Mi exaltación
lo impresionó, pero repuso: la negación vive en función
de la afirmación y ésta de aquélla; dudo mucho
qué el mundo que empieza ahora pueda, definirse como afirmación
o negación: entramos en una zona neutra y la rebelión
surrealista deberá expresarse en formas que no sean ni la negación
ni la afirmación. Estamos más allá de la reprobación
o aprobación...". Años después. Octavio
Paz especula sobre las palabras de Breton: "Quizá pensaba
que el movímiento recobraría su fecundidad sólo
si se mostraba capaz de convertirse en una fuerza subterránea",
pero añade, con una confianza que parece nacer de una fe tan
íntima como incomprobable: "Ignoro cuá será
el porvenir del grupo surrealista; estoy seguro de que la corriente
que va del romanticismo alemán y de Blake al surrealismo no
desaparecerá. Vivirá al margen, será la otra
voz". ¿Qué es esta voz que, de cuando en cuando,
oímos en las mejores voces de la poesía de todos los
tiempos? "Es la voz del hombre que está dormido en el
fondo de cada hombre. Tiene mil años y tiene nuestra edad y
todavía no nace".
Extracto del texto incluido
en el libro "Gonzalo Rojas y el relámpago",
publicado por la División de Cultura del Ministerio de Educación