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Poesía Esencial. Gonzalo Rojas
Selección y notas de Pedro Lastra. Prólogo de Eugenio Montejo. Editorial Andrés Bello, Barcelona, 2001, 470 páginas.

Poesía del relámpago

Por Bruno Cuneo
Revista de Libros de El Mercurio. Sábado 2 de noviembre de 2002

 

Gonzalo Rojas ha declarado no haber escrito a lo largo de toda su vida más de cinco o seis poemas dignos de releerse, pero lo ha dicho a sabiendas de que no se esperaría más de un buen poeta. Lo que lo hace un gran poeta no es tanto el hecho indiscutible de que a esa suma puedan agregarse algunos poemas más, cuanto la fidelidad que en cada uno de los más de doscientos que integran esta antología ha guardado a una experiencia primordial: la revelación en las palabras de un vínculo secreto entre las cosas, que es el origen de la emoción genuinamente poética. No otra cosa es ese "relámpago", luz convulsa y resonante, absoluta y efímera, del que tanto nos ha hablado y del que ha terminado por convencernos en logrados versos sin retórica. Sin ese estremecimiento la palabra humana jamás despertaría a la nostalgia o al deseo de una dimensión en la que la totalidad de la existencia es indivisible, al abrigo de la dispersión que en ella impone el trabajo de la muerte, pero sin ese estremecimiento tampoco despertaría a la conciencia de la finitud de su deseo, al desgarro del desvanecimiento, "porque uno nace y desnace al mismo tiempo desde el primer vagido y ese es el juego". Entre la herida y el hechizo, sin ese estremecimiento la palabra humana no apostaría jamás en el juego de la poesía; sin "relámpago" y sin hacer justicia a ese relámpago con ostinato rigore en la palabra justa, Gonzalo Rojas habría devenido incapaz de dividendos, los seis o más que ahora nos ofrece entre esos más de doscientos que no los desmerecen.

En buena medida la obra de Gonzalo Rojas, como la de Matta, es la de un surrealista que ha sobrevivido al fracaso del surrealismo. Mucho de lo que hay de más perdurable en ese movimiento artístico-revolucionario —dense aquí por descontadas las referencias al criollo, del que Rojas supo apartarse pronto, mucho antes fracasado y que terminó haciendo un vergonzoso papel  hace  unos  veinte años— se fundió en él con lo mejor de la tradición poética hispanoamericana. Como Huidobro, Vallejo o Paz, no hizo de la exigencia poética de "cambiar la vida" un pastiche parisino sino una obra que se nutre de sus propias emociones, convicciones y posibilidades. La prueba de esta selectiva apropiación no se halla tanto, quizás, en lo que toca a sus grandes temas —aunque del canto al amour fou es un maestro indiscutible—, o en la osadía "lautremontiana" de sus metáforas, sino más bien en el ritmo rapsódico y veloz de su prosodia y su "deshilachada" sintaxis.   Desde  que para él la palabra es "un aire", escribe siempre como asfixiándose, perplejo a ratos incluso de lo que dice y como sintiendo la necesidad de   reafirmarlo, a medio camino entre la lucidez y la inconsciencia y, por lo    mismo,   sin jamás caer en el mero automatismo. Sentido y sonido —y la poesía es ese cruce, esa trama— se anudan en él de una manera de la que tal vez el surrealismo estuvo falto; pero sólo el surrealismo hizo posible esa ansiedad y esa ondulación en la palabra, la percepción alucinada, la iluminación profana. Otro tanto podría decirse de la herencia poundiana en Rojas de los ritmos del habla coloquial y las exigencias de la claridad concentrada, de Quevedo, Juan de Yepes...

La edición de esta antología ha corrido a cargo del poeta y crítico literario Pedro Lastra. De su trabajo solo pueden decirse elogios: no ha recurrido al típico criterio cronológico, protocolo de reconocimiento evolutivo tan caro a la academia como indiferente al lector desocupado. Los poemas han sido agrupados siguiendo el pulso de los grandes temas del poeta (el erotismo, la muerte, la palabra poética, lo enigmático-numinoso, el testimonio) y en la última sección se han incluido algunos de los tantos discursos que ha pronunciado Rojas sobre su poesía y el oficio poético. Los verdaderos poetas, dice en uno de ellos citando sus propios versos son "de repente", "inconclusos", no les cuadran bien las obras completas. Una "antología esencial" es lo menos que se esperaría de ellos. Ecce.

 

 

 

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