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El tono menor de Guillermo Riedemann

Por Pedro Gandolfo
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 23 de diciembre de 2007

 

HOMBRE MUERTO
Poesía de Guillermo Riedemann
La calabaza del diablo, Santiago,
2007, 152 páginas.



En Hombre muerto, de Guillermo Riedemann (en sus poemarios anteriores escribió con el seudónimo de Esteban Navarro), hay una serie importante de poemas dedicados al propio oficio de poetizar. Ellos se centran en la búsqueda y decisión de abandonar "la poesía mayor", sustituyéndola por una "poesía menor". Así, el poema 59 señala: "Cuando decimos poesía menor/ no estamos diciendo otra cosa/ que poesía sin iluminaciones/ Poesía de pretenciosos se ha hecho/ Suficiente desde adán o quien fuere/ poesía sin manifestaciones ni complejos/ De edipo no queremos arreglarle/ la vida a nadie salvo tal vez/ A nosotros mismos". El abandono del tono mayor, del fervor y lo sublime (esa humilde aceptación de que los propios poemas no iluminan ni salvan ni nos asoman a una verdad universal y grande), es un motivo que se repite.

La otra vertiente de esta búsqueda se halla en el despojar la poesía del exceso de sentimentalismo: "Tampoco estaría mal dejar de sentir unos dos siglos/ por lo menos tiempo suficiente para que alguno/ o alguna se dé cuenta y lo agradezca/ A quién le va importar este atado de sentimientos/ blandengues si ya no les importó a nadie en los milenios/ Que dibujaron el cielo con planetas y accesorios/ Eso es un poco de silencio un poco de vacío que no/ insensibilidad palabra demasiado larga que nada tiene/ que ver con la ausencia de sentimiento..." (poema 1). En el penúltimo poema (137) reitera ese anhelo: "Un poco de vacío un poco de silencio/ Deja en paz al infinito rodar/ De planetas y accesorios/ Por encima de este ínfimo atado/ De sentimientos que no/ le importarán nunca a nadie/ Está bien respondí está bien".

Si bien la búsqueda de una "poesía menor", despojada de pretenciosas iluminaciones y recargado sentimentalismo (de una poesía más cercana al silencio, al vacío) atraviesa el poema, esas iluminaciones y sentimientos concurren también en él, y no en menor grado, porque Hombre muerto es una suerte de ensayo poético, un tanteo, en que se avanza y retrocede, se niega y afirma, se abandona y recupera.

Riedemann parece buscar la forma de decir algunas pocas cosas esenciales (sin caer en la pedantería ni en la gravedad) y hablar de sentimientos (sin ponerse sentimental) o, dicho al revés, poder desplegar la ausencia de sentimientos (sin ser insensible).

En Hombre muerto, el poeta logra, en sus mejores momentos, aproximarse con cautela a su padre, a su infancia, a sus seres y lugares queridos y a sí mismo a través de un distanciamiento incierto que adopta a veces un tono risueño y, otras veces, triste, un distanciamiento que es como un velo grueso que sólo nos permite entrever realidades efímeras. Y sin embargo, por esa vía y luego de varias relecturas (este es un libro cuya construcción y estilo lo exige a pesar de su aparente gentileza) emociona y hace reflexionar. El "papá" tan familiar de la dedicatoria contrasta con esa sombra sin nombre que circula por los versos y los mueve, pero ésa es la forma más honesta y propia que el poeta, una vez llevado a cabo su oficio, tiene de transmitirnos la experiencia de su padre ya muerto y de él mismo como poeta muerto.

Guillermo Riedemann maneja las formas poéticas en sordina, calladamente, sin ostentación. Hombre muerto es un poemario que tiene una sutil organización interna, con muchos cabos que atar y desatar, con un fraseo llano y cadencioso, cercano al habla de quien conversa de manera algo deshilvanada, y con una aguda auto-conciencia de las propias debilidades de modo que, en varias ocasiones, versos y poemas anticipan al lector y crítico futuro y, por lo mismo, hacen innecesaria la tarea de recordarlas.

 

 

 

 

 

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