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Gonzalo Rojas
La circunstancia hechizada

Por Alfredo Espinosa
Alforja. Revista de Poesía Nº39, Invierno de 2006


Todo lo que toca al corazón es poesía; todo lo que es yo en ese punto en que somos todos, es poesía.

Para el poeta, la experiencia se vuelve poesía no sólo porque posee la sensibilidad, sino porque tiene los instrumentos del lenguaje capaces de expresarla. Pero sensibilidad y lenguaje serían poca cosa si no hubiera azoro en cada vuelta de la antigua rueda de las germinaciones.

Los padres, los hijos, la pareja, los amigos, son poesía.

El padre de Gonzalo Rojas murió tempranamente, y sin embargo, treinta y seis años más tarde el poeta revive, alucinado, lo que sucedió a los cuatro años de su edad:

Es él. Está lloviendo…
Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.
Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, ahí viene…

Gonzalo Rojas urde el poema con versos libérrimos, galopa en ellos y los encabalga utilizando cortes insólitos que saltan de una idea a otra sin perder el vuelo amarrándose en lo profundo. Segmenta el verso con navaja, lo descuartiza, lo disecciona. Entra al poema como una bala loca o como un relámpago. Tiene la audacia de terminar la línea donde le da la gana para abonar el misterio y virar a lo impensado, inaugurando así un discurso neologizante, reniñado, expansivo. Sus formas son las clásicas pero descoyuntadas; atiende lo tradicional pero con fragmentos astillados, ramificaciones sin parvada, sabedor de que en lo hondo se entrelazan las raíces.

Gonzalo Rojas, el joven patriarca, es un poeta de tono alto, con un fuelle de poderosa oratoria y un gusto goloso por las esdrújulas. El suyo es un tono solar que alumbra convirtiendo las cloacas en lugares habitables.

El poema es un ser vivo y por tanto lleno de vísceras, sueños y emociones combatiéndose. Sus paisajes son los mismos que miran otros, pero vistos con asombro y descritos con voltaje peligroso. El cuerpo y todas sus partes, sus ruinas y florecimientos, es protagonista en sus imágenes, pero no necesariamente como algo hermoso y etéreo, sino como un territorio donde cada centímetro es nombrado e instalado en el poema como algo novedoso y extraño que lo vuelve todavía más real.

La poética de Gonzalo Rojas es la de la sangre. El cómo de la equiparación y la metáfora que genera son inesperados. La hermosura enloquece en su poesía. Él es capaz de describir el alumbramiento de su hijo, no como una flor que se abre al húmedo tacto del verano, sino como un minero ensangrentado en busca de un nuevo horizonte, harto de la oscuridad y la ignominia.

Revoltura de poetas, cubilete de versos, cubo rodante en el tapete de la vida, es Gonzalo Rojas: él exige que Ezra le convide de la teta nutricia de la poesía del mundo, su esplendor y su galimatías; que Rimbaud le contagie juventud para sentar en las rodillas la belleza amarga y le haga comer visiones; que Vallejo, tan quebradizo en sus afectos peruanos y en sus palabras de niño sollozante, le presente en París a un dios enfermo que le diga todavía; que Huidobro lo tire en el paracaídas de Altazor; que Breton, en su vuelo, le obligue a vivir l’amour fou, y que el poderoso Neruda lo arraigue en su Tercera residencia; que Celan le presente sus espejos para que se mire descuartizado en vocablos silabeantes, mientras Borges, de espaldas, le confiese el pecado de haber sido un desdichado. Todos estos ríos desembocan en la poética originalísima de Rojas.

Gonzalo Rojas es un poeta del amor, pero nadie se equivoque: no es el amor que mariposea entre flores, vinos aromosos y sábanas blancas, sino el que en su veneración transgrede. Su erotismo desgarra, de su voz cuelga la lujuria, el hilo seminal y una loca y caliente obsesión. El poeta es capaz de construir imágenes que se originan en la ternura pero se transforman a un áspero erotismo y están enraizadas casi siempre en un lecho donde la violencia es otro instrumento del placer.

Lascivo y seminal la violé en su éxtasis como
si no fuera un templo sino un prostíbulo, la
besé áspero, la lastimé y ella igual me
besó en un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas.

El vino de la creatividad está en la sangre de Gonzalo y se alimenta de amores salvajes. Es un nuevo romántico que desacraliza a la mujer restituyéndole sus poderes.

En cuanto a mí me embrutecí
de ti oliéndote al galope todo el cuero, esto es
toda la fragancia de la armazón, el triángulo
convulso, me
—a lo largo de tu espinazo— embrutecí
de ti…

¿Pero qué se puede esperar de un hombre que perdió su juventud en los burdeles durmiendo dentro de cuerpos sagrados a los que mordía furibundo los pezones? ¿Qué se puede esperar del Gonzalo tabernero que encontraba a la amada en espejos que copiaban su hermosura en las llamas del placer? Éste es un hombre que todavía busca por el mundo a la bella que reinaba sobre nubes de miseria. La busca en su propia cabeza pero la trae perdida.

El suyo no es el amor del reino de la cursilería. Su amor es el de un romanticismo de anca y espinazo, de triángulos convulsos, de volcanes, de tobillos como goznes. Un amor que le permite ver con todos los sentidos el cuerpo más recordado.

La mujer que celebra Gonzalo Rojas, es adivina entre las adivinas, puta entre las putas. Hembra de pezones pordioseros, rodillas pedregosas y caderas de cuyo arco pende el mundo. Lo mismo es la muchacha imperfecta, la joven milenaria que tiene el poder del encantamiento por triples primaveras, que la giganta perfecta de vestido negro, por quien llora ásperas espinas, la culpable de que se le muriera el mundo como un niño en la noche, la hembra cuchillo que embrutece al alma, la mujer horror. Su mujer es diosa, bestia, máquina de placer, mujer de todos, mujer aire, mujer luz.

¿Qué se ama cuando se ama, Gonzalo Rojas? ¿Se ama a una como el número infinito de las estrellas que algún dios parió? ¿Se ama acaso a la una única que el otro inventa con la poderosa maquinaria de sentimientos y ficciones? ¿Se ama a aquella en la que uno se mira en espejos de humo, y donde se es más verdadero? ¿O se ama a la que destila una química que sólo el secreto corazón descifra? ¿Es el amor la insana diversión de buscar en otras, en sus raíces y en sus locuras, a aquélla que dios te dio en el viejo paraíso?

¿Es el azar, los caprichos del destino, una elección sentimental o un cálculo de la mente? ¿Es el amor un cultivo, una construcción o un relámpago, o de plano, un milagro? ¿Es dios o el demonio quien nos induce a tener ilusiones y delirios en esa enfermedad del alma que es el amor?

¿O todo es mentira, Gonzalo, un gran juego, una treta del instinto que empuja al apareamiento? Somos animales, sin duda, pero animales que imaginan. Y entre más imaginamos, en una noche, podemos reescribir el Kama Sutra, o abrir las puertas del infierno en el oscuro abandono de los celos.

Las mujeres son un divertimento, un rompecabezas, un laboratorio; es el poema inasible de líneas curvas y atmósferas perfumosas.Gonzalo Rojas muestra su debilidad por las hermosas con la misma pasión con que defiende su decisión de tener sólo una. Sabe que la mujer es tierra que gira, luna que muda, fuego que danza, agua que marea, aire que nos revuelve como se le antoja. Ah, las hermosas, Gonzalo:

Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente que pasa de la piel a los vestidos,
turgentes, desafiantes, rápida la marea,
pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones
y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle,
y echan su aroma duro verdemente…
Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves…

Quien conoce de la vida, mucho sabe de la muerte. Lo que se celebra también se llora. La muerte flota densa encima de los versos de Gonzalo Rojas. Su voz reverberante se burla de la parca, de la jauría de infortunios que en ella habita, de lo nimio y comercial de sus terrenales ceremonias.

Su voz ladra, besa y escupe, juzga y denuncia; es una voz que huele a semen y sabe a muerte y a laúd. Lo mismo le canta a la mujer orquídea, a la hembra de grandes pies hermosos, a la desabrida que le grita al silencio, al cerebro, a la válvula mitral, a su hijo primogénito, al señor que aparece de espaldas, a dos sillas en una playa, a Rimbaud o al tiempo que corta con sus ávidas tijeras la hermosura.

Gonzalo ha hecho ya su testamento y repartido sus bienes.Al padre le corresponde todo el mar, a la madre la rotación de la tierra, a Hilda, l’amour fou, a la muerte un crucifijo grande de latón, y a todos los que han tocado su corazón, a todas las cosas que hacen temblar su alma, les obsequia la mitología, un lago, la llave del infinito, el surrealismo, un espejo roto, una lágrima. Pero a Chihuahua le regala en vida este día de su homenaje, su deslumbrante presencia de relámpago, la exuberancia de su corazón en estas tierras bárbaras.

El torrente de Gonzalo Rojas no se detiene. Sus ojos siguen buscando el sol enloquecedor de la poesía, ésa que le da a comer visiones y es oxígena de su oxígeno.Gonzalo no deja de ver, tocar, oler, de mantener en cada circunstancia, un hechizo. Sabe que no hay eternidad, ni big bang ni nada,

Todo lo que hay es una mariposa.

 

25 de agosto de 2006,
Chihuahua, Chihuahua, México

 

Alfredo Espinosa. Delicias, Chihuahua, 1953. Médico psiquiatra, poeta, ensayista, novelista, promotor cultural y periodista. Ha merecido varios reconocimientos literarios como el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1989, el Premio Chihuahua de Literatura 1991 y el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen 1994. Entre sus muchos libros publicados están: El corazón a mi piel untado, Desfiladero, Tatuar el humo, Infierno grande, Obra negra, El aire de las cosas y Desvelos.

[aespinosadr@hotmail.com]

 

 

 

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