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La poesía no puede estar al margen: el compromiso
político y poético de Guillermo Riedemann.
Acerca de Para matar este tiempo, de Guillermo Riedemann (Bogavantes, 2018)
Por David Bustos
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No recuerdo el momento exacto en que Guillermo Riedemann me regaló Para matar este tiempo. Lo que sí recuerdo es que se trataba de unas hojas corcheteadas. Un cuadernillo en realidad, que al pasar las páginas emitía un leve perfume a papel roneo. Libro que seguro fue hecho en condiciones de clandestinidad. “No tiene tapas”, recuerdo que dijo Riedemann, y me pasó varios ejemplares para repartir entre los amigos. De inmediato, desde su objetualidad hasta su contenido, se transformó en un testimonio de época.
Situémonos en los 80, en plena dictadura. Aristóteles España había publicado Equilibrios e incomunicaciones, en una edición artesanal, con poemas escritos en el campo de concentración de Dawson entre 1973 y 1974. Floridor Pérez, en 1984, en México, había publicado Cartas de prisionero, que un año más tarde saldría editado en Chile por Lar. Otro manuscrito emblemático de esa época, en cuanto a poesía política escrita en dictadura, fue Bobby Sands desfallece en el muro (1983), primer libro de la poeta Carmen Berenguer, que circuló impreso de manera artesanal, cuestión bastante habitual en esos años.
No olvidemos que uno de los organismos controladores y censores más importantes fue la Dirección Nacional de Comunicación Social (Dinacos), que para 1981 determinaba la censura previa a los libros y nuevos medios a través del Ministerio del Interior, mediante el envío de cuatro copias del ejemplar del libro o impreso, las que eran revisadas por una comisión. Para matar este tiempo nunca fue presentado a Dinacos, y creo que la mayoría, si no todos los libros mencionados, tampoco pasaron por ese organismo censor, lo que significaba que inmediatamente el manuscrito entraba a la clandestinidad.
El contexto social de 1983, de las primeras protestas y paros nacionales, comienza con un gran hito que conmueve y hace sonar todas las alarmas. Ese fue el brutal asesinato de Tucapel Jiménez, que venía trabajando como dirigente y presidente de la Asociación de Empleados Fiscales (ANEF), en la reunificación sindical nacional contra la dictadura, tras el fuerte desmantelamiento y exterminio sufrido en los 70 por parte de los aparatos represivos de Pinochet. Según Joseph Comblin, investigador de los militares americanos, “la guerra se juega en el plano de las ideas” y es ahí donde los ejércitos buscaron intervenir, en los espacios de infiltración ideológica del “comunismo internacional”: los sindicatos, las universidades, los medios de comunicación, entre otros.
La dictadura indudablemente estaba nerviosa, hacía menos de un año que una crisis económica había azotado al país y a la región. El toque de queda comenzaba a las 20:00 horas. Santiago era una ciudad totalmente sitiada por militares. Pinochet estaba dispuesto a todo. Las detenciones y los asesinatos eran sistemáticos. La máquina de exterminio estaba engrasada y aceitada. Entonces las luchas sociales se hicieron sentir en las calles, con los estudiantes y trabajadores dando muestras de coraje, enfrentándose con la peor cara de la dictadura. Estas luchas y paros nacionales durarán orgánicamente hasta 1986, período en que comienza la transición pactada.
En 1983, Guillermo Riedemann trabajaba en una agencia de publicidad. Tres años antes había sido expulsado de la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile (todo indica que por razones políticas). El reciente Premio Nacional de Literatura, Manuel Silva Acevedo, es importante en esta historia. Él es quien va a buscar al poeta para ofrecerle trabajo a comienzos de aquel año. Todos sabemos que la cesantía en los 80 fue muy dura. Silva Acevedo había escuchado a Riedemann en un recital de poesía y sabía que hasta el año anterior trabajaba en una agencia de publicidad.
La relación entre ambos poetas se fortalece a luz de los crueles hechos sociales y políticos, que entregaban noticias de amigos y compañeros caídos o desaparecidos. Guillermo decide escribir una respuesta poética. La poesía no puede estar al margen de la lucha contra la dictadura. Día tras día, Manuel Silva lee sobre el hombro de Riedemann los poemas que este escribe. Ambos poetas trabajan juntos alrededor de un año en la agencia. De la máquina de escribir, donde se escribían avisos publicitarios, sale uno de los libros de poesía política más notable de esa oscura época.
El poeta recuerda: Con Manuel participábamos activamente. Acudíamos a los mítines, nos sumábamos a las actividades de los escritores y artistas democráticos. Con los escritores jóvenes publicábamos trípticos que repartíamos en las ferias públicas. Y nos preguntábamos qué debía escribir un poeta en ese contexto. Yo intenté poner en los poemas de Para matar este tiempo la protesta social. Decíamos: "si todo el mundo protesta, por qué no va a protestar la poesía”.
Ni seres especiales, ni diferentes. Los poetas de Reumén, de Santiago, de Temuco, de Valparaíso, de Punta Arenas, fuimos una pequeñísima parte de un pueblo que se sacudía para liberarse de la tiranía.
Esteban Navarro, seudónimo de Guillermo Riedemann, que usó hasta el 2007, concretamente en Hombre muerto (Calabaza del Diablo, 2007); era ya más o menos conocido dentro de los círculos de escritores jóvenes. En 1978 había ganado con el libro Poemas censurados, el primer Concurso de la Unión de Escritores Jóvenes, UEJ, y en 1980 obtuvo el tercer lugar en el mismo concurso; el primer lugar en esa ocasión fue para Roberto Bolaño y el segundo lugar para Bruno Montané.
Respecto a las agencias de publicidad y a los poetas, Manuel Silva señala:
Comencé a trabajar como redactor publicitario en 1964, sucediendo a Federico Schopf y Grínor Rojo en una minúscula agencia de publicidad que Federico había bautizado como TecniKalias (técnica y belleza) y cuya única cuenta, de la que dependían nuestros escuálidos emolumentos, eran los supermercados Almac. En 1965 comencé a trabajar en una agencia más grande, y en 1968 llegó a trabajar en dupla conmigo el poeta Eduardo Anguita, precedido por la fama de un magistral aviso suyo: “Parker 61 Vacumatic, se llena sola como la Luna”.
La llegada de Anguita fue un acontecimiento y un golpe de suerte para un poeta joven como era yo.
Entonces podemos decir sin temor a equivocarnos que hay una suerte de cadena entre poeta y publicista. Silva, Anguita, Riedemann, tres puntas de una misma estrella.
Volviendo a los cuadernillos de PMET, y al momento en que su autor me los entrega (a mediados de los años 90), recuerdo que me autoimpuse la tarea de repartirlo entre amigos poetas que frecuentaba; entre ellos, Cristián Gómez, Jaime Pinos, Germán Carrasco, Andrés Anwandter, Héctor Figueroa. Estos “mano a mano” emulaban un síntoma de una época que había pasado no hace tanto. Esta operación clandestina, de publicar cuadernillos y que estos pasen de mano en mano, tiene una raíz y así lo consigna Naín Nómez, en su ensayo “Transformaciones de la poesía chilena entre 1973 y 1988”. Nómez señala que el primer poema en pasar de mano en mano fue escrito por Víctor Jara poco antes de ser asesinado en el Estadio Chile. Digamos que el rostro de clandestinidad, lucha y resistencia, que adquiere la poesía chilena en dictadura, tiene un acto inaugural y épico, que lo encarna sin lugar a dudas Víctor Jara.
De esta y otras formas similares circulaban los libros de poesía hasta los 90, por ejemplo: Aguas servidas (1981) y Vírgenes del sol inn cabaret (1986). Los menciono, porque tienen cierta figuración dentro del imaginario y son libros que me interesan (hasta hoy), incluso uno al lado de otro.
Sin embargo, PMET es un libro que ha demorado en reeditarse, como si se sintiera cómodo en su clandestinidad. Como si el cuadernillo barrial y de combate se rehusara a vestirse con los ropajes de hoy.
Vaya a saber uno cómo será leído PMET por un menor de 30 años hoy. La respuesta se puede tornar aún más interesante, porque esta reedición trae un añadido, o segundo capítulo, con fecha 2018. Digamos que hay dos PMET trabajando en forma simultánea, escritos en tiempos históricos distintos y que tienen como sutura esencial dos momentos del sujeto.
La segunda parte se inicia con el cohete low que no explota en el vidrio del auto blindado mercedes benz en que Pinochet iba en el momento del atentado del Cajón del Maipo:
A veces
Hace la diferencia
Un cohete low
Que no estalla.
Después de este breve poema de inicio, vienen dos poemas dedicados a Ignacio Valenzuela Pohorecky, quien fue jefe del Destacamento Especial del FPMR, asesinado el 15 de junio de 1987. Uno de los ejecutados de la Operación Albania o también llamada Matanza de Corpus Christi. Los dos poemas trabajan cronológicamente épocas distintas de la violencia política. El primer texto retrata el momento del asesinato de Ignacio Valenzuela y, el segundo, la exhumación de su cuerpo veinte años después del crimen:
Si no han visto exhumar un cadáver
No han visto nada si no han visto romper
El tapón de cemento que cubre el nicho
Y arrastrar hacia afuera el ataúd no
Han visto nada y deberían
Tiran de la urna la madera se ve
En buen estado de conservación un poco
Húmeda manchada pero compacta entera
Creo que el tema de la violencia política es evidente en este libro. Hagamos el ejercicio de ver las estrategias de escritura en ambos proyectos. Veamos (1983):
64
El asunto que nos ocupa esta tarde es de suyo importante
Pongamos atención no nos dejemos llevar
Por nuestros propios anhelos
Y permanezcamos en esta sala con los cinco sentidos
El sujeto que veis allí sentado con la vista vendada
Es un típico ejemplar comunistoide socializante el renacuajo
Altamente peligroso para todo y desde todo punto de vista
Mírenlo detenidamente al detenido
Grábense hasta el último detalle de su rostro
Y ahora distinguidos colegas quién desea propinarle
La primera descarga eléctrica al invitado.
Me parece que entre 1983 y 2018 ha pasado mucha agua bajo los puentes. Chile ha cambiado, pero ese mutar ha sido brutal en términos sociopolíticos. Si bien el sujeto de 1983 aborda la violencia, en el caso del poema citado, y en su cara más horrible, la tortura, lo hace con sarcasmo, ironía, apropiándose incluso del discurso del torturador y de la dictadura, ocupando figuras retóricas identificables que son puestas a trabajar juntas para luego ser dislocadas.
En cambio, el sujeto de 2018 está teñido por lo que fue y lo que no fue, por ese “cohete low” que no explota, teñido por ese brazo armado —en este caso del FPMR— que no logra su objetivo de matar al tirano. Está marcado, digo, evidentemente por la derrota.
Se diría que el ánimo que recorre PMET de 1983 es el de mantener vivo el fuego del espíritu de lucha. Un libro escrito en un momento urgente, que transmite la carga de esos años y se puede sentir en el lenguaje cómo opera de manera genuina. Sobre todo cuando es puramente político, pues también existe un lado de poesía hacia la mujer, la amada, un tono erótico que nos hace ingresar de otra manera al libro. La segunda parte, escrita 30 años después, parece responder a lo que sucedió con el proceso de transición tras la dictadura:
Un país como un gran fundo
Con más o menos los mismos propietarios
De siempre con muy pocos cambios
Una enorme extensión de inquilinos
Jornaleros temporeras servidumbre diversa
Esta segunda parte, abiertamente política, nos permite hacer una lectura del Chile de hoy. Un país resultado de los negociados entre la izquierda y la derecha, con un modelo capitalista fortalecido y consolidado en todos los aspectos, ganando finalmente la batalla las moléculas recesivas de la dictadura.
89
Camilo también fue pingüino pelilargo
Puño en alto por la alameda
Se volvió tan responsable que los mismos
Que aplaudieron su exilio aplauden ahora
Su moderado discurso de presidente
Del senado que nos heredó el tirano.
Este poema, que alude a Camilo Escalona, es aclaratorio. Dibuja la trayectoria y el cambio de discurso que ha tenido la clase política que asumió el proceso democrático con y después de Pinochet y la dictadura cívico militar.
Si PMET de 1983, de manera epigramática y sarcástica, describe el clima de la dictadura, ofreciéndose como una herramienta o forma de lucha, la segunda parte, fechada en 2018, trabaja con materiales dañados por la traición y sus consecuentes implicaciones morales. También hay una mirada retrospectiva que recrea la primera parte:
92
Resulta que nos daba por escribir poemas
Fotocopiarlos y salir a la calle
Para regalarlos como lechugas como tomates
Y nos besábamos como si fuera la última
Oportunidad de hacerlo.
En la segunda parte, el personaje trabaja con figuras como la princesa, el monarca, el ministro, el actor, el guerrillero, que aluden claramente a personajes públicos, piezas que calzan perfecto en el escenario de traiciones políticas. Una novela oscura, que dura décadas, en que podemos ver a jóvenes idealistas luchar en contra del fascismo y que, después, al adelantar la cinta de los años, volvemos a encontrar con unos cuantos kilos de más y algunas canas, ocupando un puesto importante en el aparato público, administrando al final de cuentas el modelo inoculado por la dictadura.
Es interesante ver que los sujetos de ambos proyectos (1983-2018) recrean una realidad, una potente lectura del país, transformando a este libro en un ineludible. Convirtiéndose en referencia, qué duda cabe, dentro de la poesía política en Chile hoy. Buena noticia que Guillermo Riedemann, ex Esteban Navarro, nunca haya bajado la guardia en estos años. Buena noticia tener este libro entre las manos.