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Una lectura de Para matar este tiempo, de Guillermo Riedemann

Por Dafne Meezs


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Se refieren a la inefable literatura
Inefable porque ellos quieren que lo sea
Qué es la literatura sino una forma de conocer el mundo

Una forma de conocer la realidad
Y por lo tanto la verdad
[…]

Si el pueblo es quien hace la historia y la deshace
Y la literatura es apenas una parte de la historia

Estos versos son parte del poema 34 de Para matar este tiempo (Editorial Bogavantes, Valparaíso, 2018). Los cito para hablar del cómo, de la actitud con que la poesía de Guillermo Riedemann se hace cargo de escribir una especie de intrahistoria de la dictadura.

En este poemario, Miguel Zavala muere por un balazo en medio de la calle y ya no regresa a jugar con su hijo Rodrigo Esteban, Ignacio es exhumado con la sonrisa hecha pedazos, Muriel y Marta son torturadas. ¿Cómo hablar del terror de la dictadura, de la tortura y los asesinatos, cómo hablar del amor en esas circunstancias, de la vida que continúa?

Esconder el ego del poeta es la forma y dejar que la verdad hable.

Muchas veces hemos adscrito a la idea de que la poesía es ese inefable algo que está más allá de lo dicho. Este no es el caso, no es tampoco el caso de la poesía escrita por quien no tiene nada que decir, citando a Teillier.

La poesía no es más que lo que el poeta escribe, dice Guillermo, en el poema 16. Esta afirmación, que parece una obviedad, no lo es, porque no es fácil ver lo evidente, enfocar, atreverse a ver la sangre, “la ternura que ha quedado allí derramada”, contarlo en un tono que no haga ruido sobre la desnudez del cadáver que se fotografía, ese es el trabajo del poeta: escribir como se habla, incluso como se piensa, usar el lenguaje de la tribu, ni más ni menos, el lenguaje cotidiano para hacer esa parte de la historia que es la literatura.

Frente a la pregunta que siempre surge con respecto a la utilidad del oficio poético, la poesía no sirve, no sirve para matar el tiempo. La buena poesía, como lo es el poema número 82, revive, vivifica, da sentido a la muerte, exhuma desde el polvo una sonrisa y los colores de ciertas banderas de lucha que no destiñen.

La ironía de este título se enriquece con el paso del tiempo transcurrido entre el puñado de poemas escritos y publicados en plena dictadura y los otros escritos y publicados en plena hiperdictadura, que es el nombre que algunos le han dado a este estado de cosas, en donde la represión y la vigilancia se ha naturalizado y ya no se cuestiona la concentración del poder.

A partir de los textos que parecieran reproducir diálogos de escenas cotidianas, textos breves, conversacionales, algunos eróticos, otros reflexiones metapoéticas, creo poder vislumbrar lo no dicho, la razón de la violencia cometida contra el pueblo: la idea arraigada de que la segregación en clases sociales, la explotación, es el orden natural de las cosas, avalada por el cristianismo acomodaticio de las elites. Aludo al poema 30, que dice: “[…] Siempre habrá pobres en la tierra / Si hasta el mismo cristo de belén lo dijo /el que es rico es rico / Y el que es pobre pobre se va a morir no más /Qué culpa tenemos nosotros de haber nacido /en familias acomodadas”. Aludo también al poema 128: “No es la idiotez ni la ignorancia / ni la información que nos deforma / […] ni el negacionismo no es eso tampoco / […] no es el orden de las cosas/ […] no es la economía, es el poder/ estúpido”. El poder que ha hecho a unos pocos los “dueños de fundo” en nuestros países de Latinoamérica y que cuando se ha despertado a la posibilidad de subvertir este orden, ya sabemos, los poderes fácticos han vuelto a someternos con una violencia inimaginable (imperdonable).

Si un lector joven, alguien nacido lejos ya de la época de la transición, cuando todavía estaba la inquietud con respecto a cómo devendría la historia –si el país podría recuperar algo de la dignidad arrebatada–, si un lector de entre 15 y 20 años se pregunta quién es Ignacio, Muriel, Marta, de quiénes son esos nombres propios y los más de veinte mil muertos, por qué razón y por qué fuerza, también se podría preguntar quiénes son los muertos hoy, los suicidados por la espalda (antes comunistas ahora comuneros y activistas). Esa sola posible consecuencia hace valiosos y necesarios estos textos, esta insistencia en la ética de la poesía.

Matar el tiempo y contarlo es imposible, disparar una instantánea sobre la escena no lo detiene sino lo ahonda, y así el tiempo puede no solo avanzar en un sentido, sino cobrar sentido.

Poesía honesta, inmediata, valiente y sin llorar, a partir de una rabia sobria y lúcida, sostenida por un corazón humano que late entre las páginas.

 

 

Durante la presentación

 

Parte de la lectura de "Para matar este tiempo", de Guillermo Riedemann, en Temuco.

https://www.facebook.com/editorial.bogavantes/videos/2580074918675330/
 



 

 

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