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A perdedor
Presentación de Para matar este tiempo, de Guillermo Riedemann
(Editorial Bogavantes, Valparaíso, 2018)
Por Jaime Pinos
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Recuerdo cuando el poeta David Bustos me pasó, tal como recuerda en uno de los epílogos de este libro, un ejemplar de Para matar este tiempo, edición de 1983. Fue a mediados de los noventa. Inicios de la transición a ninguna parte, década de las Grandes Componendas. Leído en ese contexto, tanto su fondo como su tono podían parecer a más de alguien, algo extemporáneos, un tanto fuera de foco. Testimonio de una época de lucha que el clima impuesto en esos años de post dictadura, clima de amnesia y conciliación con el fascismo, parecían dejar, contundente y vertiginosamente, atrás.
A contramano de todo eso, recuerdo haber leído sus páginas corcheteadas con interés y emoción. Tenía veintitantos años y esas páginas me transmitían, con intensidad e inteligencia literaria, justamente todo lo que se estaba intentando sepultar con tanto ahínco. La experiencia de imaginación y esperanza, de rebelión personal y política, que fue la vida para muchos durante los años del asco, como los llamó Stella Díaz Varín.
Algunos breves apuntes de lectura sobre esta nueva edición de Para matar este tiempo que nos trae, al mismo tiempo, ese mismo y un nuevo libro.
También se cantará en tiempos oscuros, escribió Brecht. Desde luego, este libro fue escrito en medio de la oscuridad. Sus versos presentan escenas de esa vida a oscuras. Pero también afirman su vitalidad preguntándose por el sentido de escribir poesía en ese contexto. ¿Qué hace, qué debe hacer un poeta que escribe en lo oscuro? ¿Cómo ser poeta, escribir y comportarse como uno, en esa oscuridad? Estas preguntas, que protegen al texto de cualquier mesianismo, no son aquí problemas teóricos sino dilemas que solo pueden responderse con la escritura misma, de manera urgente y concreta.
Esta es la situación de esa escritura, según relata el propio Riedemann en una entrevista: Trabajamos juntos (con Manuel Silva Acevedo en una agencia publicitaria), alrededor de un año y allí, en esa oficina que compartimos en 1983, escribí Para Matar este Tiempo. Manuel trabajaba media jornada, en las mañanas, y por las tardes yo me quedaba solo. Cerraba la puerta de la oficina y en la vieja máquina de escribir que debía usar para crear avisos publicitarios, apareció aquel libro. Recuerdo que fue en octubre y que por las mañanas le leía a Manuel lo que había escrito la tarde anterior. No fueron más de veinte días; alrededor del día 15 de ese mes Manuel me planteó muy seriamente que debía publicar el libro. Este libro fue construido, en caliente, como una respuesta política y vital a la oscuridad. En medio de toda esa violencia, de toda esa muerte, intentar escribir poesía para matar ese tiempo. Veinte días. Cerrar la puerta. Sentarse frente a la vieja máquina de escribir. Alumbrar un pequeño espacio hecho de palabras. Palabras capaces de brillar, de iluminar por un momento al menos, la negra noche cotidiana del estado de excepción.
Si no somos capaces de vivir ahora mismo/lo que queremos construir entre todos para más tarde/Qué vamos a construir si no sabemos de qué se trata/La única posibilidad de saberlo es vivirlo desde ahora. Cito este texto porque sus versos encierran algo que me parece esencial en este libro. Esto es poesía política, claro, si por tal se entiende el relato de una experiencia y no la exposición de una ideología. En este sentido, esta poesía está en las antípodas de cualquier didactismo o proselitismo ingenuo. Más aún, su comprensión de la revolución, o como se llame ese tiempo que podría venir luego de matar este, no es la convencional. La utopía no es aquí un lugar lejano, allá en el futuro, siempre postergado, como en los antiguos relatos utópicos. Lo importante es la capacidad de vivir ese tiempo de libertad, la poesía, ahora mismo. Interesante esto a propósito de la comprensión compleja y contracultural de la utopía y de la lucha que encierran las páginas de este libro. Matar este tiempo es perseguir una utopía, sí. Pero una que pueda vivirse aquí, ahora mismo.
Cito: Cuando no se sabe bien qué escribir se escribe/Lo que manda el corazón tum tum tum tum tum. Otro verso: Yo solo quiero escuchar el sonido del corazón. Escribir poesía en la oscuridad es aguzar el oído para escuchar. La oscuridad no solo es falta de luz, también es falta de silencio. Saturación, ruido. En medio de todo eso, de la gigantesca cacofonía del poder, intentar escuchar ese pulso. En medio de tanta gente a la que le corre dinero en las venas, restablecer el flujo de la sangre, retomar el ritmo verdadero del corazón. Para matar este tiempo es necesario, como escribió José Ángel Cuevas en el mismo espíritu de este libro, destruir la lógica del sistema en nuestros corazones. Reponer el tum tum tum, el pulso real de nuestras vidas.
Hay muchos aspectos de este libro que es imposible abordar aquí. Partiendo por la relación entre los tiempos de su escritura y publicación y el extenso arco de 35 años en la historia de este país que sus páginas abordan.
Termino citando en extenso el fragmento 104: El poeta pierde la partida frente al poder/El poeta se opone y enfrenta al poder/Escribe poesía para matar este tiempo/A sabiendas de que la batalla está perdida/Los poderosos desdeñan al poeta aunque lo leen/A veces compran sus libros y se fotografían con él/Como registro de sensibilidad ante los otros/El poeta es el vencedor cuando pierde la partida/Si un poeta gana el pleito con el poder/Es que ha pasado a ser parte de ellos/O dicho correctamente ha sido incorporado/Como bufón y servidor animador delicado/De sus insoportables tardes de tedio/Entre el poder y el poeta el combate es a muerte.
El poeta pierde la partida frente al poder, escribe Riedemann. Es el vencedor cuando pierde la partida. El combate es a muerte. Creo que este libro, su forma de comprender la poesía, participa de una tradición que busca y encuentra en esa derrota inevitable y paradójica su razón y su sentido. Como la pelea de samuráis que según Roberto Bolaño es la literatura: La literatura se parece mucho a la pelea de los samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura. Si la poesía quiere ayudar a matar este tiempo, su derrota debe ser total. Eso es lo que reafirma este libro. No hay éxito posible. El poeta verdadero siempre va a perdedor. Lo sabe. Pero igual sale a pelear.
Valparaíso. Enero de 2019
Jaime Pinos y Guillermo Riedemann