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Sobre Para matar este tiempo, de Guillermo Riedemann
Texto leído en el Parque de los Trenes de Carahue
el 1 de febrero de 2019
Por Jorge Romero Fuentes
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Estoy obligado a contar que fui uno de aquellos que tuvo en su poder la primera edición de este libro por allá a finales de 1983 o principios de 1984.
¿Cómo llegó a mis manos? No lo recuerdo.
En ese tiempo, Guillermo Riedemann era Esteban Navarro.
Tiempos duros, en donde la sobrevivencia se jugaba a cada instante. Donde, a pesar de los tiempos adversos, en nuestros corazones palpitaba la utopía de un mundo mejor con la máxima intensidad.
El mundo opositor a la dictadura se dividía entre quienes decían que había que enfrentarlo con los preceptos de la no violencia activa y quienes apelábamos a todas las formas de lucha. Creíamos que de la dictadura íbamos a salir triunfantes hacia la patria socialista. “Socialista será el porvenir”, cantábamos desafiantes por las calles amenazantes del dictador.
En ese mundo ochenteno, todo se vivía “a concho”: la política era intensa, la amistad era intensa, el amor era intenso. La poesía era intensa.
Para matar este tiempo es, tal vez, una de las mejores obras que recogen en plenitud aquellos días de terror y de esperanzas. Esteban Navarro levanta su voz para plasmarla en ese libro simbólico, en papel roneo, e instala en él la versatilidad, el coraje y las dudas de la cotidianidad del sujeto ochenteno antidictatorial:
Mis amigos dicen que casi parezco un monje cartujo
Un anacoreta al que solo faltaría la blanca túnica
Para ascender de repente a los cielos
Mi mujer sostiene que soy nada más que un ególatra
Que ni siquiera sabe amarse a sí mismo
Pero mi hijo no me cambia ni por el mejor caballo del mundo
Por lo menos por ahora
En esa primera versión, el hablante lírico es parte de un proceso colectivo que cuestiona todo: ante su ojo agudo, todo es revisado de manera crítica. Nada se salva: la literatura, el amor, las tradiciones, hasta la esperanza es sometida al ojo crítico:
Todas las esperanzas al descampado
Esperando los designios de dios nuestro señor
Que todo lo juzga con su infinita generosidad
Pobrecitos los humanos sin esperanza ninguna
Nadie se salva, nadie se escapa en estos tiempos miserables. Solo se salva quien se transforma en un mito, para traer luz ante tanta oscuridad:
Dicen que aún cuida las ventanas
Con su fusil al hombro
(…)
Dicen que se asoma hacia la plaza
Y sigue derribando tanques
Con un disparo de su corazón
Dicen que espera tendido en el silencio
Para salir a cantar por la alameda
Para matar este tiempo da cuenta, en clave poética, de un tiempo miserable. Los lectores contemporáneos podrán escuchar la voz de Esteban Navarro en estos textos, pero nunca podrán sentir el frío intenso del pavor horroroso de tiempos de degüellos, de torturas, de prisiones y desapariciones. Es en ese contexto en donde la ironía se transforma en un cuchillo para la autodefensa, en donde la palabra es una granada de colores tirada a mansalva en medio de la tristeza.
35 años, con todos sus días y con todas sus horas, median entre ese tiempo y este otro tiempo. Ahora quien nos habla, de frentón, es Guillermo Riedemann. Hombre sesentón, con varias publicaciones en el cuerpo y con su nostalgia sureña intacta, irrumpe en estos tiempos de post guerra fría, de manera directa y brutal:
A veces
Hace la diferencia
Un cohete low
Que no estalla
Estos tiempos vienen marcados por la derrota y la traición:
Alcohol dinero y cocaína para hacer buenos negocios
Instalar restaurantes publicar periódicos inaugurar bares
Sacarse fotos con los líderes de la concertada traición
Guillermo Riedemann saca su voz y nadie escapa. A quienes Navarro miró con cierta benevolencia, hoy los mira con displicencia o, lisa y llanamente, con desprecio:
Camilo también fue pingüino pelilargo
Puño en alto por la alameda
Se volvió tan responsable que los mismos
Que aplaudieron su exilio aplauden ahora
Su moderado discurso de presidente
Del senado que nos heredó el tirano
El actor, el ex seminarista, el Capitán Planeta, la Princesa. “Casto kast hacía cecinas”, sentencia con mordaz ironía.
Entre el tiempo de Navarro y el tiempo de Riedemann median miles de muertos, millones de suicidas, miles de millones de alcohólicos, desencantados y desesperanzados. Son tiempos que se entrecruzan, que se oponen y que se complementan. Navarro dice:
El feminismo tiene la brújula mala
(…)
Los dictadores se mueren de la risa con el feminismo
Riedemann dix:
Arriba el feminismo
Abajo el patriarcado
Signo de los tiempos: “Damas y caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros”, dice Marx, el otro, don Groucho
Hay quienes sostienen que la función de la poesía y del arte en general, es preguntar, es perturbar.
Los tiempos que mató Navarro no son los mismos tiempos que ha venido a fustigar Riedemann. En los tiempos de Navarro, la violación de los derechos humanos era una política de Estado. Chile era una trinchera en medio de la Guerra Fría. La amenaza nuclear se asomaba en nuestros días como un hecho real y probable.
En los tiempos de Riedemann, el mundo es peor: la amenaza nuclear sigue siendo un dato cierto, pero hoy se suma la destrucción ambiental y la disrupción tecnológica.
El capitalismo se enseñorea sin contrapeso, devastando amplios territorios en su saqueo de los recursos naturales.
El tiempo de Riedemann se reduce a un tiempo carente de heroísmos y de épicas, salvo episodios esporádicos, que nos permiten “volver a los 17”:
Y amar por primera vez
Como si fuese la última
Y saber que una vidriera
No vale más que una sonrisa
Y envejecer de nuevo
Felices ahora
De haberlo hecho
En los tiempos de Riedemann no hay tiempo para revoluciones. A lo más, tiempos de rebeldía. Lo social se disuelve en los individuos. Individuos llenos de traiciones, de ambiciones desmedidas, de olvidos voluntarios.
Hacia el final, el poeta vuelca su mirada y se sumerge en lo posible de lo imposible:
Los labios del cuerpo social entreabiertos y amorosos
Son el objeto del deseo clandestino
El odio a muerte y el cuerpo deseado se parecen
Como una barricada y un puño de crisantemos.
Así se cierran los tiempos de Riedemann, entrando en el siglo XXI.
Los tiempos de Navarro, en los ochenta del siglo pasado, nos advertían que el poeta suele inventar historias, nos recomendaban no poner las manos al fuego por el poeta. Para concluir sincerándose:
A veces el poeta hablará del amor
Dirá de un hogar bajo el sol
Y junto a la puerta un niño que aún sonríe
En el vientre de su madre
Pero no son más que palabras sin sentido
Se solicita
No despertar al poeta de su sueño.
“No despertar al poeta de su sueño”, y vino Riedemann y despertó a Navarro, para decirle a Navarro que su épica fue en vano.
Sin embargo yo, Jorge Romero, habitante de este rincón del mundo, sostengo y seguiré sosteniendo que el peor tiempo quedó atrás. Que hoy mis hijas, si quisieran, podrían criar a sus hijos y a sus hijas en un mundo mucho mejor que en el que nos tocó criarlas a nosotros. Pero esa es mi visión prosaica de la vida. Acá en estos tiempos puestos al escrutinio de la mirilla certera, lo absurdo y lo inútil se entrelazan y hacen de este libro, un libro fundamental. Un texto que nos permite mirarnos y ver aquello que nos molesta como una piedra en el zapato y que nos saca de la comodidad del éxito ramplón.
Guillermo nos deja estas palabras retumbando en nuestros sentidos, como el moscardón disolvente, que se mete en nuestros oídos y nos lanza enfurecidos al campo descubierto.
Un abrazo, Guillermo, como siempre te abrazo: con la gratitud de saber que tú existes para que nuestras vidas sean más plenas y más complejas.
Durante la presentación