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¿Qué es la verdad sino el último error?
Conversación con Guillermo Riedemann

Por Pedro Tapia León
Publicado en http://escenariocultural.com/ 10 de junio de 2017



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Escenario Cultural le propuso al poeta Guillermo Riedemann una conversación a partir de su más reciente publicación: Perdigones (Ediciones Inubicalistas, 2016). Este diálogo aborda las inquietudes y reflexiones que surgieron al leer estos poemas; la relación entre dominación y poder, la noción del destierro, los límites del texto poético, entre otras temáticas. Los invito a leer esta interesante entrevista.

Pensando en los lectores que aún no conocen tu obra, ¿cómo describirías el proceso de escritura de Perdigones y qué quisiste plasmar en él?
No habría escrito los textos que componen Perdigones si no hubiera escrito todo lo anterior. Quiero decir, con idéntica obviedad, que todos los libros anteriores me trajeron Perdigones; fueron balbuceos y  a lo mejor ahora hay una palabra, o dos o tres, que necesitaban ser dichas. No reniego de los siete libros anteriores, cómo habría de hacerlo. Quiero decir, supongo, que si hay un proceso en la escritura de Perdigones que pueda representar interés,  la mirada tengo que ponerla en lo escrito antes y, sobre todo, lo vivido antes. Ese  sería el punto de partida. En consecuencia, afirmo que los libros anteriores contenían, desde otro lugar y con otros tonos, aquello que podríamos llamar el tema o el asunto (a propósito de los modernos soportes escriturales) de Perdigones. Especialmente La Manzana de Oro (1993), pero también Mal de Ojo (1991), Salto al Vacío (1998), Hombre Muerto (2007) y, desde luego, Para Matar este Tiempo(1983).

Perdigones es, entonces, o intenta ser, un libro sobre el Poder; sobre el Poder y la Dominación, y el Sometimiento;  acerca del Poder y los sometidos, los derrotados, los perseguidos, los explotados. Sin embargo no fue eso al comienzo; bueno, al comienzo ni siquiera fue un libro sino algunos textos que escribía y guardaba en una carpeta bajo el título Billy The Kid. De hecho, en uno de los textos del libro publicado habla precisamente aquel personaje que proporcionaba un título inicial, o movía los primeros hilos o palabras de lo que terminaría siendo el libro.

También se puede leer Perdigones a partir de la afirmación de Marx y Engels: “la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”. La historia de los perdidos, de los sin nombre (prácticamente la totalidad de la humanidad no tiene nombre, nunca lo tuvo ni lo tendrá).

Y ahora pienso que, tal vez, algo fue dicho en Perdigones, algo es dicho en sus textos; tal vez está demasiado cercano, es difícil verlo de cerca. Lo que escribí en este libro es también la intuición y la experiencia, la reflexión y el viaje; el registro y la memoria y los fantasmas que caminan conmigo desde la infancia, esa época en que nos empezamos a hacer preguntas sin hallar respuestas, en que somos testigos y no encontramos las palabras que puedan nombrar aquello que sucede. Tal vez cada libro anterior ha sido un intento, ha sido un momento y algo que se dice, y también un intento por acercarse a lo que ni sospechamos pero de lo que tenemos señales desde el principio. Algo innombrado que busca ser dicho. Bueno, digo, tal vez hay algo, Algo, en Perdigones, como resultado de un proceso que tiene tantos años como los años que he vivido. O no hay nada. Entre esas opciones me muevo desde que lo vi terminado. No obstante, he leído y escuchado opiniones que parecen dar motivos para confiar…

El proceso abreviado, por denominarlo así, de escritura de Perdigones, ocurrió entre 2014 y 2015. Y no recuerdo haber sabido ni haber sospechado ni intentado plasmar en él otra cosa que no fuera todo lo que emanara o apareciera o viniera a partir de un verso, de una línea. “Aprenderás a pender de una rama”… Allí vi el Poder y la Dominación; al que somete y al que resiste y, a veces, se rebela. Que esto también termina siendo Perdigones: un libro acerca de la resistencia y la rebeldía.  Aquel verso, que fue el inicial y acabó en medio de otros textos, puede o debe ser tomado también como experiencia del sujeto, como vivencia o videncia del hablante, como metáfora si se quiere, como descripción o  undécimo mandamiento, como sentencia y destino, tal vez como revelación (nada original si no se da en la palabra) de la condición humana.

Reflexionando sobre la insistencia o la necesidad de escribir poesía, ¿qué te impulsa a seguir escribiendo? ¿Crees que el oficio de la palabra puede enfrentarse a las distintas formas de dominación?
De hecho la palabra se enfrenta siempre a las diversas formas de dominación. Lo que ocurre lamentablemente es que, al mismo tiempo, la palabra es utilizada para reproducir la dominación (dominación social, económica, política, cultural y psíquica), y es utilizada ocupando parasitariamente el decir de hombres y mujeres; de miles, de todos los lugares, condiciones y orígenes; sin que estos hombres y mujeres se enteren que reproducen la dominación, incluso con la mejor voluntad y las mejores intenciones.

Ahora, cuál sería la necesidad. Pues la necesidad poética de poner en juego y en tensión la palabra, apostando a que algo sea dicho, que revele algo, que  muestre algo, tal vez lo mismo de siempre, pero de una manera nueva. La palabra es subversiva, puede ser subversiva, así como es utilizada y reproducida para dominar, desde la intimidad personal hasta los colectivos sociales, tiene la posibilidad de hacer ver y liberar, en un proceso que se da eventualmente en el lector, en el lector que se hace comunidad y subvierte. La poesía es, debe ser -en el gesto creador, en el gesto que ve y dice-, resistencia a la dominación y a la oscuridad. Escribir puede ser liberador, escribir es mi manera de enfrentar la soledad, diría Pessoa, escribir es romper el absurdo y la ignorancia, el horror y el abismo.

¿Cuál es la noción del horror que se manifiesta en estos perdigones?
Leo en estos días una selección de ensayos breves o crónicas del checo Ivan Klíma, y me encuentro con una reflexión acerca de la literatura y la memoria. Y allí, como en un diálogo entre quien pregunta y el que debe responder, se cita al griego Nikos Kazantzakis en su Carta al Greco. Copio la cita: “Hay en nosotros tinieblas, etapas múltiples, gritos roncos, bestias velludas, hambrientas. ¿Quiere esto decir que nada muere? ¿Qué nada puede morir en este mundo? Mientras vivamos, todas las noches anteriores al hombre, transcurridas bajo las lunas anteriores al hombre, los hombres, la sed de todos, las penas anteriores a los siglos continuarán viviendo, teniendo hambre y sed, torturándose con nosotros. El terror me invade cuando oigo mugir en mis entrañas la carga terrible que llevo en mí. Entonces, ¿jamás estaré a salvo? (…) Yo soy su último vástago, no les queda otra esperanza, otro refugio sino yo, todo lo que les queda de ansias de venganza, de alegría o de sufrimiento, sólo lo tomarán a través de mí. Un ejército de monstruos velludos y de hombres que sufren será precipitado conmigo a la tumba”.

Bien, qué puedo agregar. El terror, el horror (y la posibilidad de liberarnos), nos invade cuando tenemos conciencia de lo que verdaderamente somos, de lo que hemos sido desde las lunas anteriores al hombre. Ese mugido en las entrañas debe ser escrito o gritado; desde allí se debe escribir para no rendirse, para resistir. La vida personal, la vida de la comunidad también pero especialmente la individual, o entendiendo la de la comunidad como una conjunción de experiencias individuales, es resistencia, debe serlo; la renuncia o la deserción, la rendición y la ceguera, la ignorancia, la negación no nos son permitidas, no podemos permitirlas en nuestra vida de aprendices de ciudadanos y poetas.

(…) Conocía mi rostro verdadero y mi único deber: trabajar este rostro con toda la paciencia, el amor y la habilidad posibles. ¿Qué quiere decir “trabajarlo”? Transformarlo en fuego y, si me queda tiempo antes de que la muerte llegue, hacer de ese fuego una luz para que Ella no pueda llevarse otra cosa de mí. Porque ésta ha sido mi ambición más grande: no dejar nada de mí que pueda llevarse la Muerte –solamente algunos huesos.

¿Qué te sugiere el destierro o la imagen de encontrarse perdido?
La sociedad actual, la civilización actual, despliega sus instituciones en un aterradoramente perfecto sistema de control y dominación. Es lo mismo que hace cinco siglos, o veinte o treinta, o que hace cincuenta años. Pero es peor porque el Poder global centralizado, el Poder administrado por minorías cada vez más pequeñas (comparables a las cortes monárquicas de hace tres o cuatro siglos), somete y controla mediante servicios secretos y agentes, con grados de sofisticación de la tecnología y la brutalidad que parecen parte de la normalidad. Y el estado llano, siete mil millones de seres humanos, disciplinados y obedientes, mal enterados, colonizados en sus conciencias, padecen pero también reproducen aquella desoladora normalidad que no es sino violencia, abandono, indignidad y muerte.
Como nunca antes, en esta época que nos ha tocado, somos testigos o protagonistas del destierro, de la experiencia y la imagen de encontrarse perdido. Una realidad que nos grita, nos asola, nos pesa, nos horroriza, o debiera, debiera, porque en realidad los niveles de normalización son tales que no sé si escuchamos unos minutos el grito, y nos sentimos conmovidos unos minutos, y luego continuamos como si no pasara nada, seguimos detrás de las ilusiones que son carnadas o trampas, y celdas de las que tenemos las llaves para cerrarlas por dentro. No se trata solo de un flujo humano migrante; se trata de la vida humana como migración, destierro, expulsión (si quieres, desde la fantasía del Paraíso hacia adelante), la comunidad humana desplazada, perseguida, dominada, castigada.

Entonces, estar perdido es probablemente la manifestación más propia y representativa de la dominación. Dominación social, económica, política, ideológica, militar y anímica.

¿Qué podrían significar para ti los límites en el poema?
Lo más humano de lo humano; quiero decir, lo más luminoso de lo humano, es el arte, el Arte, en todas sus disciplinas; la pintura, la música, la arquitectura, la danza, la literatura, todas las disciplinas de creación, de invención, de revelación y conciencia, El Arte siempre estuvo antes que la técnica y la ciencia, siempre se adelantó. Y no tiene límites, ni de forma ni de fondo; no hay ordenamientos sociales ni leyes que puedan con el Arte. Ni con la poesía. Que esto es la poesía precisamente, creación, el ser humano en el acto de invención y anticipo, de crítica, revelación y libertad. La poesía y el Arte son, tal vez, nuestra verdadera morada, nuestra última morada, nuestra posibilidad de sobrevivencia. La palabra poética que crea, imagina un mundo, crea un mundo, para ser habitado alguna vez, aun después de la catástrofe total. La poesía siempre planta cara a la muerte.

¿Qué representa la inclusión de animales en la escritura de este poemario?
Hacer la pregunta devela una cierta inquietud o extrañeza, o la idea de una presencia de animales que debe ser explicada, o la impresión de que habría una cierta invasión de los animales en Perdigones que se debe explicar. Los animales representantes de algo que necesita hacerse explícito. Pienso en seguida  si no debiéramos reflexionar acerca del  por qué de la pregunta. Interrogar la pregunta, amistosamente.  Pienso en la infancia, también en la mía; pienso en la relación con los animales hace cincuenta años, hace cien, hace siempre salvo ahora… Los animales como la presencia más cercana, los animales que nos miran, los animales que miramos, a los ojos incluso. John Berger lo dijo así. Nos lo recordó con la lucidez que le era propia. Los animales protagonistas, compañeros, aliados, enemigos; protectores, cazadores, agoreros, acompañantes en el camino, en el silbido, en el balbuceo. La presencia más cercana, la mirada habitual, todo eso que también hemos perdido, todo eso que se desploma con absoluta normalidad.

El mundo de Perdigones es el mundo habitado por igual junto a los animales; los animales están en Perdigones porque comparten fugas y destinos y persecuciones, anuncian o conocen las salidas y las posibilidades de redención y liberación. Hasta el extremo de una especie de fusión ser humano-animal que se tensiona en los textos del libro; perdices, mujeres, murciélagos, cuervos, sacerdotes, perros, corderos, conejos, ciclistas…

El hombre es el animal que habla y escribe. El ser humano es el único -no ocurre con ningún animal- que tortura y goza con el sufrimiento del otro. No hay un animal que  cause y prolongue el dolor y el sufrimiento, que encuentre satisfacción en el padecimiento de otro ser vivo.


Santiago, junio de 2017

 

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Guillermo Riedemann: nacido en Reumén. Ha publicado: Calle de Un Solo Sentido (2013). Hombre Muerto (2007). Con el seudónimo Esteban Navarro: Salto al Vacío (1998), La Manzana de Oro (1993), Mal de Ojo (1991), Para Matar Este Tiempo (1983), Poemas desde Chile (1981). Con la periodista Cecilia Atria: 10 Años de Poesía, Antología de Poetas Chilenos (1984), Premio Unión de Escritores Jóvenes de Chile, UEJ, 1978. Poemas suyos han sido traducidos al mapudungun, alemán, sueco, inglés y rumano. Actualmente reside en Santiago.


 

 

 

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