David Roas, escritor:
“Para mí el humor es una forma de pensar y de enfrentarme a lo real, a esos horrores cotidianos que nos acechan.
Una posición frente al mundo”
Por Gabriel Ruiz Ortega
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El narrador español David Roas es dueño de una obra de ficción digna de relieve. Es también un respetado teórico de la literatura fantástica. En esta entrevista conversamos de sus libros de relatos Horrores cotidianos (Menoscuarto, 2007 y Borrador Editores, 2009) y Distorsiones (Páginas de Espuma, 2010).
- Viendo tu hoja de vida literaria, me queda claro que eres un consagrado a la cuentística, tanto como creador y académico. Entonces, me gustaría desde cuándo esta predilección hacia el terreno de las distancias cortas.
- Desde niño, el cuento siempre me ha fascinado. También soy muy lector de novelas, claro, pero la narrativa breve tiene algo especial que me hace seguir siempre fiel a ella. Salvo una novelita corta por entregas que publiqué en un periódico en 1996, y otra en la que estoy trabajando a ratos perdidos (ésta ya sí con una extensión más estándar; creo que tendrá unas 250 páginas), toda mi producción literaria está dedicada al cuento y el microrrelato. Y por ahí quiero seguir. Me siento muy cómodo en la extensión breve, en esa exigencia de concisión, de rapidez, de economía de medios. También es cierto que esa es una extensión que le va muy bien al tipo de historias que escribo y que se mueven entre lo fantástico, lo absurdo, lo grotesco, lo humorístico... No quiere decir que no me acerque de vez en cuando a historias más ‘realistas’, pero en ellas también acabo deslizándome hacia lo inquietante o lo ridículo. Y, como digo, la condensación narrativa del cuento y el microrrelato es una forma estupenda para explorar tales historias y los efectos que con ellas quiero provocar. Quizá ese interés que nació primero en mi Hyde-lector-escritor sea lo que haya provocado que mi Jekyll-investigador también centre sus intereses en la narrativa breve y, sobre todo, en la fantástica. Sea por lo que sea, lo breve, lo fantástico y lo humorístico me persiguen desde niño.
- Precisamente, uno de los aspectos saltantes que noté en tu último libro, Distorsiones, es el manejo del humor. Característica también encontrada en Horrores cotidianos. Como bien acabas de decir, el humor te fluye de manera natural.
- Para mí el humor es una forma de pensar y de enfrentarme a lo real, a esos horrores cotidianos que nos acechan. Una posición frente al mundo. Una cosa muy seria, vamos (y siento el chiste tonto). No estoy de acuerdo con los que consideran el humor como la antítesis de las preocupaciones serias del ser humano (que acaba convirtiéndolo en un género menor). O, peor, como una visión amable o trivial de la realidad. El humor, como decía, es, para mí, una toma de posición crítica ante el mundo y la existencia, una fuerza transgresora, porque pone en cuestión lo normalmente aceptado como realidad indiscutible o como verdad absoluta. El humor desenmascara y desacraliza, nos hace ver la realidad sin dogmas ni solemnidad. Es, como afirma Italo Calvino, una forma de salir de la limitación y de la univocidad de toda representación y de todo juicio. El humor es una celebración de la inteligencia, una forma superior de la expresión literaria, una excelente forma de revelar el sinsentido del mundo que nos rodea. Algo que lo fantástico también busca, aunque por caminos más inquietantes.
- Entonces, te es imposible escapar del humor.
- Para mí es inevitable observar la vida desde esa doble óptica. Así, por ejemplo, si hubiera que destacar un elemento aglutinador de mis Horrores cotidianos es que la mayoría de historias que componen el libro transcurren en ámbitos familiares para cualquier lector (el pésame en un tanatorio, una cena familiar de aniversario, los agobios de unos padres recientes e inexpertos, un día en la oficina...), situaciones que todo lector puede reconocer y donde irrumpe la distorsión –ya sea humorística o inquietante- con el objetivo de revelar esos pequeños horrores y miserias que llenan nuestro vivir diario, ya sea en la pareja, la familia, la reproducción, el trabajo, la cultura, la propia literatura... Y por eso mismo, la representación de tales horrores no se basa sólo en lo fantástico y terrorífico (varios cuentos van por ese camino), sino que también acudo en muchas ocasiones al humor grotesco y absurdo. Porque tengo la convicción de que la vida puede ser terrorífica, pero sobre todo es absurda, y por ello mismo quizá la risa (sobre todo, la grotesca) sea una de las formas de soportarla.
- A lo Woody Allen.
- Eso explica la presencia recurrente (explícita e implícita) de Woody Allen, tanto en Horrores cotidianos como en Distorsiones: coincido plenamente con su humor (es una de mis grandes influencias), con su visión “pesimista vitalista” del mundo, sintetizada magistralmente en aquel chiste con el que empieza Annie Hall: “Dos ancianas están en una estación de montaña, y una dice: ‘La comida de este sitio es horrorosa’. Y la otra responde: ‘Sí ¿verdad? Y además las raciones son pequeñísimas’... Ése es, en esencia, mi concepto de la vida. Llena de soledad y tristeza, de sufrimiento y desgracia, y encima se acaba enseguida”. Woody Allen es un genio (aunque haga películas con la horripilante Penélope Cruz).
- Sigamos en el aspecto del humor. Mientras te leía, pensaba en tus posibles influencias, y no sé por qué me venía a la mente Borges. No sé si te has dado cuenta de lo poco que se ha dicho del humor en su poética, muy presente en su narrativa.
- Sí, la verdad es que a Borges (dios, para los amigos) a veces se le toma demasiado en serio. Porque en algunos de sus cuentos más inquietantes y ominosos también subyace un punto de ironía, de saludable escepticismo posmoderno que nos hace cuestionar el propio trayecto filosófico por el que Borges nos hace circular en sus relatos o en sus textos ensayísticos. Basta recordar el final de su “Nueva refutación del tiempo”, un texto donde se afana por destruir, refutar, la noción de tiempo lineal, lo que en esencia supone destruir de nuestra idea de realidad. Pero, en una irónica vuelta de tuerca final, Borges añade, como conclusión: “El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”. Frase que proclama, paradójica y reveladoramente, la realidad del mundo, del tiempo y del yo. ¿Está jugando con nosotros? Pero todo esto no quiere decir que sus cuentos no sean desoladoramente brutales. Confieso que sus relatos fantásticos son los que mayor inquietud me producen, mucho más que los de Poe, Maupassant, Cortázar o Calvino, por sólo citar cuatro grandes maestros del género que siempre releo. Las intuiciones de Borges sobre la realidad y ser humano, sobre el caos y sinsentido que nos rodea, no han perdido su fuerza, sino que ganan en cada relectura porque tocan nuestros miedos y angustias esenciales.
- Lo había notado en Horrores cotidianos, pero ahora mucho más en Distorsiones. Tu poética se nutre en demasía, y para bien, de la cultura popular. Es decir, en tus relatos hay una frescura muy actual.
- Debo decir que no es algo premeditado, como ocurre en varios autores españoles actuales, que escriben con el Manual del Buen Posmoderno siempre a cuestas, lo que provoca que en su mayoría sus obras sean novelas artificiales, textos que nacen ‘muertos’, productos artificiosos muy cerebrales pero que dejan indiferente al lector (salvo al fan). Me parece banal, forzado escribir pensando en lo que tienes que decir para que se note que eres un autor muy actual, y, por eso mismo, llenar el texto, venga o no a cuento, de referencias a la tecnología, la cibercultura, las series de TV, el cine de serie B, el cómic o los videojuegos. En mi caso, tales referencias simplemente aparecen cuando son necesarias, temática o formalmente. Quizá es en Distorsiones donde hay más juegos con la cultura popular, sobre todo con internet, las series de TV, la publicidad, el pop... Los casos más claros son “Excepciones”, donde el fenómeno fantástico que experimenta el protagonista es explotado y consumido televisivamente (lo que desrealiza el asunto, o, al menos, le añade un nuevo grado de distorsión ficcional), y “Usos y abusos del comunismo (La tienda en casa)”, que no es otra cosa que un delirante anuncio televisivo que utilizo para burlarme de nuestra ridícula sociedad. Por otra parte, creo que en este tiempo en que vivimos es imposible no acudir a la televisión, el cine, internet, Google, la música pop, el rock... Otra cosa, evidentemente, es el uso que se le dé. A mí el cine, la ficción televisiva y el cómic me han marcado de forma esencial: mi mirada sobre la realidad está tan filtrada por Borges como por Woody Allen y por Twilight Zone. No puedo separar esos tres mundos.
- Se tiene una idea muy errada de la literatura fantástica, cuando se la relaciona en general a mundos creados en totalidad, cuando lo cierto es que su riqueza yace en el mundo paralelo forjado a partir de una realidad específica. Los cuentos de Distorsiones parten de la realidad como tal.
- Sí, me parece alucinante que a estas alturas todavía haya quien confunda lo fantástico con la simple fantasía, con el juego con lo maravilloso al estilo de Tolkien y sus múltiples imitadores, donde las historias se ambientan en mundos autónomos que nada tienen que ver con el nuestro. En lo fantástico ocurre todo lo contrario. Como bien dices, lo fantástico se nutre de lo real. Más aún: es profundamente realista. Lo fantástico plantea siempre una transgresión de los parámetros que rigen la (idea de) realidad del lector. Lógicamente, para conseguir dicho efecto, debe establecerse primero una identidad entre el mundo ficcional y la realidad extratextual. Pero no se trata sólo de reproducir en el texto el funcionamiento físico de ésta (condición indispensable para que se produzca el efecto fantástico), sino que el espacio ficcional tiende a ser un duplicado del ámbito cotidiano en el que se mueve el receptor. En otras palabras, el lector reconoce y se reconoce en el espacio representado en el texto. Por eso lo fantástico nos inquieta, porque subvierte nuestro mundo.
- Por eso el título de tu último libro.
- De ahí surge el título Distorsiones: los relatos fantásticos que forman el libro (también los humorísticos, pero a través de otro tipo de distorsión) narran situaciones desquiciadas, que subvierten la percepción habitual de lo real: un tipo que no puede entrar en el edificio en el que vive (allí está su casa, su intimidad, su vida) porque cada vez que atraviesa la puerta vuelve a encontrarse en la calle; un tipo que se desdobla cada vez que hace el amor con su mujer, una situación que enseguida se descontrola cuando sus dos yoes empiezan a pelearse para hacerse con el poder en la cama; un profesor de física que provoca la duplicación del universo por quedar bien delante de sus alumnos; un escritor que cae en manos del sobrino del diablo y sus tentaciones; un tipo cuyo espejo del baño empieza a retrasar; un tipo que viaja en avión en primera clase (por primera vez en su vida) y las turbulencia sólo se notan en segunda clase; o un tipo al que en cada hotel en que se aloja le dan la habitación 201 (demasiado azar)…
- ¿Cómo te convertiste en un escritor ducho en cuentos? En Distorsiones es patente una maestría de autor y se puede sentir la marca Roas.
- Gracias por el elogio... No sé si hay una marca Roas, aunque –viva el narcisismo- me encantaría que fuera así, en el sentido de que se pueda percibir un cierto toque personal (no diré estilo) en la forma de tratar las historias narradas en mis libros. No hablo de originalidad (¿qué es eso?), sino de que se pueda percibir una cierta querencia por ciertos temas y por esa combinación de lo fantástico, lo absurdo y el humor grotesco de la que no puedo escapar y que me define como escritor.
- ¿Cómo ves a la literatura fantástica contemporánea escrita en castellano? Algunos referentes a quienes debamos leer.
- No creo exagerar si afirmo que estos son buenos tiempos para la ficción fantástica en España. En la última década ha aparecido un amplio número de escritores –nacidos entre 1960 y 1975- que hemos optado por cultivar lo fantástico como vía de expresión privilegiada. Con total normalidad y sin complejos. No hablo de ‘generación’ (un concepto desterrado ya por la historiografía literaria), sino de una apuesta común por el relato fantástico. Estos son los nombres de algunos autores españoles actuales excelentes: Fernando Iwasaki, Ángel Olgoso, Manuel Moyano, Félix J. Palma, Care Santos, Ignacio Ferrando, Jon Bilbao, Patricia Esteban Erlés, Juan Jacinto Muñoz Rengel y Miguel Ángel Zapata. Herederos de los grandes maestros del género todavía en activo, como Cristina Fernández Cubas, José María Merino o Juan José Millás, esta nueva hornada de escritores cultiva lo fantástico en una amplia variedad de estilos, recursos y temáticas: desde los que optan por vías más tradicionales, a los que exploramos nuevas formas y motivos directamente vinculados con las preocupaciones estéticas e ideológicas de la posmodernidad.
- Has venido varias veces a Lima. ¿Qué autores te han llamado la atención?
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Por lo que he podido ir aprendiendo en mis viajes a Perú, vuestra literatura también vive un magnífico momento en relación a lo fantástico, pues hay un buen número de autores excelentes (me refiero también a los nacidos a partir de 1960), como José Güich, José Donayre, Ricardo Sumalavia, Pablo Nicoli, Carlos Rengifo, Gonzalo Málaga, Julia Wong, Lucho Zúñiga, Yeniva Fernández, o el propio Iwasaki, que pertenece ya a ambos mundos.
- ¿Y de otros lados?
- En otras literaturas hispanas (sigo hablando sólo de autores nacidos a partir de 1960), destacaría –y menciono los que ahora mismo me vienen a la memoria- a Antonio Ortuño (México), Eduardo Berti, Pablo Brescia y Ezequiel Wajncer (Argentina), Esteban Dublín (Colombia)...
- Bien sabes que el cuento se ha convertido en un género de resistencia. Hoy en día se apuesta poco por los cuentos.
- Bueno, la verdad es que, al menos en España, llevamos varias décadas celebrando y lamentando el estado del cuento, pues desde los 80 vivimos tanto la crisis del cuento como el renacer del mismo. Un día todos celebramos que todo va maravillosamente bien, hasta que otro día llega el momento de empezar a lamentarnos de que no se le presta la suficiente atención, de que el mundo editorial sólo se preocupa por la novela, de que hay pocos lectores... Hasta que, de nuevo, se inicia otra década de oro del cuento, y vuelta a empezar con las alegrías, a las que pronto sucederán nuevos lamentos... Sea como sea, lo que es cierto es que estos son buenos tiempos para el cuento (no sólo para lo fantástico): en la última década han aparecido editoriales especializadas en narrativa breve, como Páginas de Espuma o Menoscuarto, lo que indica la existencia de un público, de un mercado para dicho género, a la vez que la crítica (de actualidad, pero también la académica, que siempre es más conservadora) también le está prestando mucha atención. Y cada vez hay mejores escritores escribiendo narrativa breve. Aunque, evidentemente, vivir del cuento en España es imposible, a diferencia de lo que ocurre en otras literaturas, como, por ejemplo, la estadounidense. Pese a que vivimos buenos tiempos, todavía se espera de los cuentistas que se pasen a la novela.
- En Distorsiones tenemos una sección, llamada “Asimetrías”, compuesta por microrrelatos. Definitivamente es otro respiro. Más allá de su buena factura literaria, tengo la idea de que es también una declaración de principios hacia un género difícil y poco practicado.
- El microrrelato siempre me ha interesado. Primero como escritor y mucho más tarde como investigador. El primer libro que publiqué, Los dichos de una necio (1996), está compuesto únicamente de microrrelatos, y en mis dos obras siguientes, Horrores cotidianos y Distorsiones, aparecen también un buen número de ellos, aunque dispuestos en ambos libros de forma diferente: en Horrores están mezclados con los cuentos de extensión más estándar; mientras que, como señalas, los que aparecen en Distorsiones están reunidos en una sección titulada “Asimetrías”, aunque no por una voluntad de distinguirlos de los cuentos, sino por no repetir la estructura del libro anterior. Porque, y esto que voy a decir sé que no gusta a la mayoría de investigadores sobre el microrrelato, para mí cuento y microrrelato es lo mismo: no los considero géneros diferentes. Pese a la insistencia de algunos críticos (que, por ahora, afirman mucho pero no ofrecen ninguna explicación que sostenga su tesis), no hay rasgo alguno en el microrrelato, más allá de su hiperbrevedad, que lo diferencie del cuento. Todas las características –discursivas, formales, temáticas y pragmáticas- del cuento son las mismas que empleamos para construir y consumir microrrelatos. La diferencia es la enorme tensión exigida para que en una extensión hiperbreve, la historia funcione y se consiga el efecto buscado. Eso es lo que me lleva a escoger una forma u otra, cuento o microrrelato: hay veces que la historia a narrar exige una forma hiperbreve, porque no me interesa el desarrollo del conflicto, la construcción de los personajes o del espacio, sino el momento de clímax. En otras ocasiones, la historia que quiero contar necesita un desarrollo más amplio y ahí opto por una extensión de cuento más estándar. Pero, insisto, no los considero géneros diferentes.
- Al menos para mí, “El sobrino del diablo” es el mejor relato del volumen.
- Aquí disentimos. Aunque es un cuento que me gusta mucho (y es uno de los que más disfruté al escribirlo), no es mi preferido de los que forman Distorsiones. Como curiosidad decirte que ese Sobrino del Diablo existe: es el nombre de guerra de un gran amigo mío y mejor músico-humorista (Juan Gómez), con el que de vez en cuando organizamos en Barcelona espectáculos músico-literarios descacharrantes. Entre los 29 textos que forman Distorsiones, hay 2 a los que tengo un especial cariño: por un lado, “Volver a casa”, el que abre el libro, un relato narrado y protagonizado por Collins, el astronauta que no pisó la luna, mientras Armstrong y Aldrin se convertían en los grandes héroes. Con él quiero marcar el tono general de las historias que el lector encontrará en el libro: son en su mayoría crónicas del fracaso, esencializadas en la del pobre Collins. Porque la mayoría de nosotros somos Collins: siempre son los mismos los que pisan la Luna, y los demás nos quedamos sentados en el banquillo esperando tiempos mejores que nunca llegarán. El otro relato que quiero destacar (del que más satisfecho estoy) es “Excepciones”: por un lado, porque es un cuento que he tardado 20 años en escribir, puesto que su primera versión es de 1988, de la que no queda nada más que la imagen clave y central del cuento: el tipo que no puede cruzar el umbral del edificio en el que vive (tras muchas torpes versiones, el texto encontró su forma definitiva en verano de 2008). Y, por otro lado, porque es el que mejor expresa mi idea de la visión distorsionadora de lo fantástico como forma de revelar los horrores cotidianos que nos acechan en esta entidad delirante llamada Realidad.
Blog de Gabriel Ruiz Ortega: www.la-fortaleza-de-la-soledad.blogspot.com