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A LA CACERÍA DE GABRIEL RUIZ-ORTEGA

Por Andrea Navarrete*


En el encuentro Bogotá 39 (39 escritores latinoamericanos menores de 39 años), el cual se llevó a cabo a principio de este año y en abril en Colombia, quedó claro que los latinoamericanos nos desconocemos unos a otros, y en este sentido el asunto editorial parece tener cierta culpa. En la dinámica del mundo editorial, en la que es claro que un autor podrá ser leído más allá de su propio país si consigue ser legitimado en España, las editoriales de Latinoamérica no buscan distribuir a muchos de sus escritores en el resto de países, incluso las que se consideran multinacionales, en una suerte de aislamiento literario que obliga a los lectores a encontrarse por “azar” con nombres de autores desconocidos y aun más azarosa es la búsqueda de su obra, cuando simplemente no ha cruzado la frontera para adentrarse a nuestro “inaccesible” país. Este caso se presentó con Gabriel Ruiz-Ortega (Lima, 1977), que no pertenece ni al Boom ni al Boomerang de las letras, y del cual vine a conseguir su primera novela en su oriundo país, a propósito de un encargo de un profesor.

Gabriel es novelista, periodista y blogger peruano, joven, dinámico en el oficio de la literatura, porque no sólo escribe su narrativa sino también actúa como reseñista de libros, labor que le ha servido para ganar afectos y enemistades, y es también compilador de autores que irán a inscribirse en la historia de la narrativa peruana. Vive en Lima y en esta ciudad presentó su primera novela “La Cacería”, a finales del 2005. En ella cuenta tres historias: la de un par de agentes de la dictadura de Fujimori, la del periodista Oscar Gómez y la del narrador principal, con la que claramente rinde homenaje a las novelas de la violencia política escritas por Mario Vargas Llosa. También es autor de “Disidentes”, una bien sabida compilación de relatos de veinte narradores peruanos jóvenes nacidos a partir de los años 70’s y publicada en el 2007, después de varios intentos, por Revuelta Editores, y que, según lo que encontré en la web –la madre de todos los vicios–, porque por acá tampoco se consigue este libro, Santiago Roncagliolo, premio Alfaguara 2006 y Daniel Alarcón, uno de los 39 menores de 39, también hacen parte de esta antología.

Quisimos elaborar una serie de preguntas para acercarnos a la vida y obra de este inquieto escritor, amante de la literatura, el cine y la música, quien visitará Colombia del 9 al 12 de septiembre como invitado especial en el marco del Sexto Encuentro Nacional de Estudiantes de Literatura “La literatura como memoria: historias y ficciones” que se desarrollará en La Universidad Autónoma de Bucaramanga y la Universidad Industrial de Santander.


- Lo más sensato es iniciar con una corta semblanza de su vida, sus comienzos en la literatura…
- Bueno, no sé en qué momento de mi vida decidí volcarme a la literatura, ahora que lo mencionas, creo que nunca me propuse dedicarme a ella, si eso hubiera ocurrido, te aseguro que estaría haciendo otra cosa. Lo que sí tengo presente es que desde siempre estuve rodeado de libros, tener libros en casa era algo muy normal, como el que se tenga una cocina, lavadora, refrigeradora, televisor, radio, en fin… No sé si sea bueno decirlo, pero uno de los factores que me llevaron a abrazar la lectura desde niño fue que tenía (y tengo) un problema para socializarme con las personas, de niño me aburría rápido cuando jugaba con otros niños, sentía que el mundo real, la vida misma, era tan carente de azar y sentido, tan predecible que no deseaba otra cosa que no fuera abrir las páginas de una novela, un cómic o un diario. Leía mucho, muchísimo, no pocas veces no entendía lo que leía, pero me gustaba, me gustaba mucho. En esas páginas encontraba el orden, la pasión, la aventura…lo impredecible. Ya de adolescente mi interés se volcó principalmente por la lectura de novelas, en ese aspecto le debo todo, pero todo, a Alejandro Dumas.

- No deja de ser necesario preguntar por esas lecturas inolvidables y permanentes, libros o autores de cabecera, influencias literarias en su obra narrativa.
- Es obvio que tengo que mencionarte algunas novelas de Dumas, pero ¿quién no ha leído a Dumas? Sin embargo, los hijos de Dumas, los escritores de best sellers, son los que me han entregado títulos que considero de cabecera, como una clara muestra de influencia directa en todo lo que escribo y quiero escribir, podría mencionarte a George Simenon, Stephen King, John Le Carre, Harold Robbins, Manuel Vázquez Montalbán, J. G. Ballard, pero en especial a Francisco González Ledesma, escritor español de novelas policiales, que tiene en su haber más de quinientas novelitas de bolsillo, publicadas en pleno franquismo, escritas bajo el seudónimo de Silver Kane. Siempre me llamarán la atención los escritores prolíficos, pero solo aquellos que saben dosificar y marcar diferencias en sus temas. Ahora, si tuviera que mencionar un libro que me remeció, es uno que paradójicamente no tiene nada que ver con la literatura que me marca como novelista, en ese aspecto “Llámame Brooklyn”, de Eduardo Lago, es una novela que fue escrita para mí, así la siento y se lo hice saber a Lago; me hizo ver muchas cosas que no quería e hizo cambiar aspectos de mi vida que hasta antes de su lectura no podía. No es una novela publicada hace mucho, salió hace un par de años, la considero de lectura necesaria para todo aquel que quiera o pretenda ser escritor, Gal Ackerman, el protagonista, te dice lo que verdaderamente debe importar.

- Hace poco un escritor colombiano, Roberto Rubiano, dijo que el género literario es un destino… Es claro que lo suyo es la novela, ¿cómo encontró ese destino? ¿Acaso alguna lectura o alguna experiencia le sugirieron el camino?
- Como nos pasa a todos los escritores, o a casi todos: la lectura te lleva a la escritura. Cuesta mucho pasar “los primeros impulsos creativos”, por ello, la literatura es para persistentes. Ahora, la experiencia de vida no ha sumado ni restado para mi literatura. Las experiencias que tienen los escritores son las mismas que pueden tener todas las personas. Por ejemplo, así suene jalado de los cabellos: para el medio peruano soy una persona alta, mido 1.84 o un poco más, no sé. Pues bien, a los catorce años me quedé en esa talla, no he crecido más. En esa época iba todos los días al cine con mi hermano menor, y recuerdo que una vez estábamos viendo una película elegida por mí, lo cual me llevó a discutir con mi hermano, ya que él quería ir a otro cine en donde se proyectaba otra película, bueno, el asunto es que nos sentamos separados, me ubiqué en una fila de butacas muy cerca del baño, cuando la película iba por la mitad siento que una persona se sienta en una butaca de la fila de atrás, era una mujer de treinta y tantos, y me pregunta si le puedo contar el argumento de la película, cosa que hago, al rato me pide que le diga la hora, se la digo, y al rato me ofrece dinero para que me la tire o en el baño del cine o en otro lugar, ella creía que era un patita de veinte y pico, lógico que fue algo peculiar, y lo que hice fue pararme y decirle a mi hermano que vayamos a ver la película que él quería. Cada vez que cuento que esa experiencia me dicen que escriba de ella, pero tengo muchas experiencias parecidas. Es cierto lo que dice Rubiano, la literatura es un destino, con muchas o pocas experiencias de vida, terminas recreando la realidad, siempre y cuando seas capaz de asir ese destino.

- “La cacería” es anterior o tal vez muy próxima a la publicación de “Abril Rojo” de Santiago Roncagliolo y, en cierta medida, convergen ambas en ser novelas de la violencia política, por supuesto con el tratamiento particular que cada uno de ustedes sugiere en la historia narrativa, sin intentar decir que son la misma “cosa”. ¿Qué cree usted que pasó para que Santilla centrara su mirada en la novela de Roncagliolo y le otorgaran el premio Alfaguara? Sabemos que Roncagliolo desde muy joven emigró a España y ha pernoctado en Barcelona por muchos años y, seguramente, ha abarcado en extensión el mercado hispano… Entonces, ¿será simplemente un asunto editorial cuya dinámica excluye a autores desconocidos por editoriales o lectores hispánicos?
-
No creo que haya pasado nada del otro mundo para que Santillana se fije en la novela de Roncagliolo. Leí “Abril rojo” y me gustó. Ahora, siempre me ha quedado claro que detrás de todos los premios hay una preferencia, esta puede obedecer a X razones, y lo que debe importar es que esa preferencia no se contradiga con la sensación del lector. He leído no pocas novelas premiadas que son bajo todo punto de vista ascos sin perdón, y llegas a preguntarte si hay o no un arreglo bajo la mesa. Hay excepciones, obviamente, como “El pasado” y “La hora azul”. Volviendo a lo de Roncagliolo, no creo que haya pesado mucho el que él haya estado viviendo en España como para tener ventaja a la hora de ser premiado o editado allá. A mí me causa pavor cuando escucho a escritores declarar su sueño de irse a España y abrirse paso, eso es tener una mentalidad provinciana. Lo ideal para hacer una obra interesante es la distancia, los focos culturales distraen mucho (por ejemplo: los mejores escritores norteamericanos viven lejísimos de los focos culturales). El ser editado en España a estas alturas no es la gran cosa, queda claro que el talento y la formación son dos factores de los “cincuenta” que te piden para ser considerado. Si eres editado en España, bien, si no es así, el mundo no se acaba. Hay buenos escritores como Pablo de Santis, Alan Pauls, Alonso Cueto, Guillermo Martínez y Ariel Magnus que escriben en sus países y sus libros circulan en todos lados. Ahora, si hay alguien que quiere ser editado en España a como dé lugar, pues debe preocuparse en buscar inmediatamente un agente literario, este ha desplazado desde hace buen rato al talento, a la formación y a la vocación. El agente lo hace todo.

- En alguna entrevista usted afirmó que casi todo lo que pasa en “La Cacería” es real… ¿Cómo puede explicar la relación que existe entre la ficción y la historia?
- Es real en el sentido de que está ambientada en un contexto como la dictadura de Fujimori. Ahora, una dictadura tan asquerosa como esa trajo consigo muchos casos que por falta de tiempo, tendencia al olvido y dejadez no han sido tomados en cuenta. En los diez años que duró tuvimos muchísimas muertes que acaecieron en situaciones normales. Lo que hice fue coger esas historias no tomadas en cuenta para armar lo que yo quería. Cuando escribes novela, tienes mucha libertad, por ello te puedo decir que la relación entre ficción e historia es muy estrecha, la historia es memoria, la memoria es la base de la imaginación porque nadie crea de la nada, y la imaginación es ficción.

- El trabajo compilatorio de “Disidentes”, publicado en el 2007, ¿es una invitación que hace a sus lectores a levantar la mirada y ver lo que se está escribiendo en países vecinos?
- “Disidentes” es una antología muy especial. Muchos la han calificado de histórica. Tuvo muchísimas reseñas. Como toda antología, esta no dejó de causar polémica, pero en este caso esa categoría se llevó a los extremos, como bien lo señaló el crítico peruano Javier Ágreda. Me lancé a armar la antología porque considero a esta generación como una de las mejores de la historia de la narrativa peruana. Los éxitos que en el extranjero tienen autores como Alonso Cueto, Daniel Alarcón, Jorge Eduardo Benavides, el mismo Roncagliolo, no son hechos aislados, detrás de ellos hay una camada que muy pronto dará que hablar, puedo mencionarte a Luis Hernán Castañeda, Carlos Torres Rotondo, Diego Trelles, Daniel Soria, Edwin Chávez, Alexis Iparraguirre, Jeremías Gamboa, Patricia Miro Quesada, Martín Roldán Ruiz, Ulises Gutiérrez, Rafael Inocente, Eduardo Reyme, Carlos Yushimito, Johann Page, Claudia Ulloa Donoso, Susanne Noltenius, Francisco Ángeles, Katya Adaui, Rafael Inocente, Leonardo Aguirre, Ezio Neyra, Pedro Llosa y al gran Marco García Falcón, el mejor prosista del Perú de los últimos treinta años. No sé si todos llegarán a despuntar, pero estoy seguro de que al menos ocho sí. Y por supuesto, tienen que haber más antologías así en todos los países de Latinoamérica. Esto de las antologías es un trabajo delicado, puedes echar todo a la borda cuando privilegias el amiguismo y te carcomes de sentimientos menores, y tienes que jugarte por una postura en el prólogo, no puedes estar cubierto por el manto de querer quedar bien con todos, tu posición, así guste o no, tiene que notarse porque es en esa base que guías tu selección, tus criterios, todo.

- En el prólogo de “Disidentes” usted propone una nueva generación de escritores en Perú… ¿Será posible, entonces, hablar de una generación narrativa latinoamericana del siglo XXI?
- La antología trajo muchos comentarios antagonistas, por el prólogo más que nada. Y no me he picado porque esa era mi idea cuando lo escribí. Todas las críticas son bienvenidas, tanto así que en la presentación uno de los presentadores, un escritor incluido en la antología, a quien aprecio mucho, criticó el prólogo por mis criterios a la hora de hablar de “generación”. Guste o no, así suene el término “generación” muy arcaico o primitivo, es hasta el momento la única forma saludable para intentar dar cuenta de un grupo de narradores que aparecen en un momento determinado. Además, las mejores antologías que he leído, todas de escritores, han usado la palabrita “generación”. El problema, pienso, es cuando solo puede hablarse de “generación” en las parcelas de la academia. Y bueno, claro que estoy de acuerdo con la idea de una generación narrativa latinoamericana del siglo XXI, y esto se reforzará más en los próximos años. Como nunca antes estamos más unidos, más comunicados, somos la generación virtual, la de los blogs, los mails, las webs. No hay excusa para no saber lo que se escribe en Paraguay, Bolivia, Honduras. En estas semanas he estado leyendo libros de autores jóvenes chilenos y venezolanos, ¿cómo esos libros llegaron a mí?, no me cayeron del cielo, ni me los robé de la librería El Virrey, sencillamente les mandé un mail y me enviaron sus libros, así de simple.

- Usted también escribe reseñas… Se me ocurre, ¿en qué radica afirmar que tal libro es “bueno” o “malo”? ¿Es función del crítico hacer este tipo de señalamientos?
- Hago reseñas para Siglo XXI de Castellón, España. Pues bien, no me considero crítico literario, no estudié para ello, solo soy un escritor que escribe de los libros que le gustan o que le parecen valiosos. Cuando hago las reseñas aplico un criterio de selección y no debo equivocarme. Hay que fundamentar, no es lo mismo “no gustar” a “ser malo”. He reseñado libros de Vila Matas, Bolaño, que no me han gustado, pero que me han parecido muy valiosos. La opinión del crítico, me refiero a los de medios, no a los de la academia porque es un mundo que no conozco, es una opinión más. Lo único que debe esperarse del crítico es honestidad en su punto de vista y coherencia, estar lo más lejano posible de las reseñas meramente descriptivas porque por ese lado puede rastrearse el amiguismo y los intereses a los que posiblemente esté sujeto; respetando estos puntos (coherencia y honestidad), cualquier tipo de señalamiento, positivo o negativo, es saludable.

- Para terminar y a propósito de “septiembre”… En Perú, ¿por qué escriben “setiembre”?
- No me había puesto a pensar en ello. Ahora que me lo preguntas, y hablo a estricto modo personal, supongo que se debe a que escribo rápido, pero con P o sin P, setiembre siempre será destinado a las fiestas interminables, al buen rock, a la conversa interesante y a todo lo placentero que solo ese mes puede deparar…


* * *


Fotografía: Armando Alzamora


* Estudiante de Lic. en Español y Literatura de la UIS. Coordina el Nodo Santanderes de la Red Nacional de Estudiantes de Literatura. Entrevista publicada, en la última semana de julio, en el diario Auditorio de la Universidad Industrial de Santander.

 

 

 

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