Victoria Guerrero Peirano, poeta
"La literatura solo es posible, en mi caso, si va al nervio"
Por Gabriel Ruiz Ortega
Dueña de una obra poética a considerar, en la que sobresalen El mar, ese oscuro porvenir y Ya nadie incendia el mundo, Victoria Guerrero Peirano nos entrega el consagratorio Berlin (Intermezzo Tropical, 2011). Sobre esta publicación, conversé con la autora.
- Luego de leer tu poemario Berlin, me quedó claro que la indignación es su principal tópico, a veces de manera patente y otras latente. En este sentido, pienso que es todo un logro, ya que los recursos que usaste te permitieron canalizarlo hacia versos y poemas de gran alcance.
- Parece que la palabra está de moda, ¿no? El movimiento de los indignados, ciudadanos que protestan más allá de posiciones políticas de izquierda o derecha. Es bien interesante, porque se ha llegado a un punto en que no se aguanta más, pero me pregunto si se puede estar más allá de eso, si hay alguna otra salida, porque la ideología está acechando permanentemente, y salir de ella es solo una apariencia. Más que indignación, yo diría que se trata de una posición, es decir, de alguna manera, hay un intento por desenmascarar la parafernalia de los discursos con los que nos construimos –o nos construyen- de una forma teórica e intuitiva al mismo tiempo. Quiero decir que no todo está en los textos: la vida es un componente importante de este libro, y la vida se vive más allá de la teoría, se subvive –para usar un término de Rodrigo Lira- como se puede, y, en ocasiones, con una creencia febril en la honestidad. Eso es pura alma. Quizá, la pura indignación la encuentres tú por allí.
- ¿Recuerdas el momento en que tuviste la idea de escribir este poemario? Sabemos que con esta publicación cierras una trilogía. Por ello, colijo que su escritura te ha acompañado durante muchísimo tiempo.
- Yo, desde que llegué a Berlín, al toque establecí la relación con Lima. Una relación espiritual muy fuerte, que incluso, en un momento, se convirtió en paranoia. Me venían delirios de que, si salía a la calle, alguien me golpearía o me atacaría. (Suceden estas cosas, a veces, en Berlín, por los grupos neonazis, que, sobre todo, vienen de la zona del este, aunque yo no he sido testigo de ello, pero lo sé por amigos). Cuando vivía en Boston y mi madre se enfermó de cáncer, sentí la angustia de la lejanía de una forma concreta, real, como una bofetada en la mejilla. Cuando regresé a Lima a vivir ya permanentemente, sentí lo mismo, es decir, no quería salir a la calle de ninguna manera, menos a reuniones lejos de casa. Yo vivía rayada en un momento en que se supone que “todo estaba bien”, ¿no? (aunque, finalmente, nada estaba bien, y todo es un adormecimiento nada más). Lo que quiero decir es que, a mí, mis padres me dejaron siempre salir a la calle desde que era chica, nunca me guardaron en casa, y vivíamos épocas bien difíciles, pero el miedo no era un recurso que paralizara las vidas, sino más bien hacías de tripas corazón o te sostenían las grandes discusiones políticas. Creo que, en esos momentos que te cuento, recién sentí verdaderamente algo que había guardado dentro de mí parecido a la indefensión. Supongo que de allí, de esos momentos específicos que son como detonantes es que surgen El mar, ese oscuro porvenir, Ya nadie incendia el mundo y, recientemente, Berlin.
- De todos tus poemarios, para mí este es el más visceral. Me explico: en esta entrega, hay temas que solo podían ser abordados mediante una apertura a un discurso más “callejero”, por decirlo de alguna manera. Este recurso también lo noté, en menor medida, en tus dos poemarios precedentes.
- Que loco que me digas esto. Más bien, hay gente que me ha dicho que mi anterior libro (Ya nadie incendia…) es el más visceral. Cuando me dicen eso, no sé si tomarlo como una valoración positiva o negativa. La verdad es que, para mí, la literatura es eso. La literatura de adornos me cansa un poco, y, si se repite demasiado, cae en el hartazgo y el vacío. Aprecio a los poetas que tienen plena conciencia del lenguaje y la gramática, pero lo mío no va por allí. La literatura solo es posible, en mi caso, si va al nervio. Incluso pronto me di cuenta de que muchos de los poemas de Ya nadie incendia… no debo leerlos en público, pues son poemas que hay que leer en silencio, porque en ellos ya está implícito un grito.
- No es, pues, un poemario fácil ni en su lectura más impresionista. Esto refleja su fuerza, porque, pese a su complejidad, el texto sí llega al lector. Pienso en los discursos que cruzas, tanto los relacionados a Lima y el Muro de Berlín.
- Tomo un poco de tu pregunta anterior. Me parece que el texto llega porque hay referentes íntimos y sociales que lo cruzan, y, para ello, el lenguaje callejero o la música son discursos, texturas que se abren para crear una atmósfera a ratos irónica, a ratos implacable, otras veces tierna.
- Hace un momento, te mencioné lo del sentido “callejero”. En parte, es un guiño axiomático a Hora Zero y Juan Ramírez Ruiz.
- He comentado, en otra entrevista (1), la centralidad del personaje/poeta que fue Ramírez Ruiz y el valor que tiene dentro del libro. En realidad, yo me enamoré de Un par de vueltas por la realidad, y empecé escribiendo un poema que titulé “JRR”, que publicó Paolo de Lima en su blog Zona de noticias (2), y que hace guiños al poema de Ramírez Ruiz “Irma Gutiérrez”. Luego, me entero de su trágica muerte con su historia de desaparición y todo. Claro, si lo lees desde el género, la poesía de Ramírez Ruiz y, en general, de Hora Zero, es un canto a la virilidad, al macho callejero. Sin embargo, yo encontré que la marginalidad de Juan Ramírez Ruiz y su muerte eran la gran metáfora de un poder que no protege a sus poetas, ya no hablemos de poetas, a sus ciudadanos en general ni mucho menos vela a sus muertos –o vela, en todo caso, solo a algunos-. Ese sí es un canto indignado –para usar tu palabra- contra la muerte anónima, la fosa común.
- Además, la publicación recoge mucho del espíritu de denuncia de los grupos poéticos setenteros y ochenteros.
- Hay un espíritu de denuncia, sí, porque en esta sociedad tan llena de injusticias no denunciar es vivir de manera esquizofrénica si eres consciente de esto. Sin embargo, se diferencia de aquellas épocas, pues esta escritura está marcada por la decepción de no encontrar esa justicia y solidaridad ni en el capitalismo ni en los Estados socialistas, aunque me quedo con el espíritu utópico del socialismo y no con el poder controlador que generó el comunismo; el capitalismo también peca de lo mismo, y, aunque no lo parezca, solo usa otras estrategias.
- Sabes que los libros no se escriben solos. Puedo detectar las influencias poéticas en Berlin, pero me gustaría que puedas comentarme de las otras influencias. Por ejemplo, siento que hay mucha lectura de ensayos y un diálogo por momentos abierto con la cultura popular.
- Tú sabes que me dedico a la enseñanza universitaria y a la investigación, así que estoy leyendo constantemente teoría, sobre todo teoría de género: Chodorow, Butler, Preciado, Sedgwick, Susan Sontag y Foucault, que es la base de mucha de esta teoría. Dentro de la teoría también hay experimentación, Monique Wittig y Cixous tienen una prosa muy sugerente, además Wittig es poeta, así que como creador te quedas con ella. Al mismo tiempo, los manifiestos de vanguardia me parecen de una lucidez asombrosa, como el manifiesto dadaísta, por ejemplo. Todos tienen una gran fuerza y desnudan a la sociedad de su época. En realidad, leo mucho de diferentes lados, me encantan las novelas gráficas, la plástica política, las canciones, escuchar las voces de la calle, que, ciertamente, te pueden decir mucho más que cualquier teoría.
- Has vivido varios años fuera del país. Quizá muchos de los poemas de tus tres últimos libros hayan estado bajo la sombra de la distancia. Sin embargo, me atrevería a decirte que el proceso de escritura en Berlin fue distinto. ¿Cuán hijo de la distancia es este poemario?
- Empecé Berlin fuera del Perú, pero la mayor parte la escribí aquí. Los primeros poemas salieron fácilmente: después de algunos ensayos, escribí de un tirón “Fundación” y “Baile”, lo demás pasó por un proceso más largo, que concluí aquí. No fue algo doloroso, fue un proceso natural, bastante consciente. Además, siempre pienso en estructuras, tengo algo de la cuestión narratológica, aunque no me siento en la capacidad de narrar nada en sentido estricto, salvo como poeta, y, por cierto, a mí me encantan las novelas de poetas, su experimentación.
- Creo que el ideal de la publicación, es decir, el motor integrador de esta propuesta, densa y oscura, vendría a ser el poema “El ciclista”. Dentro de toda esta avalancha de confrontación, es el que más apela a un ideal de esperanza.
- “El ciclista” es el poema más luminoso del conjunto. Hace poco, Jerónimo Pimentel (3) escribió que es buen poema, pero que “no aporta a la redondez del libro” –lo cito textualmente-; sin embargo, a mí más bien me parece que sí lo hace en el sentido de que propone una poética de la sobrevivencia –volviendo al epígrafe de Lira- más allá de la muerte y sobre la muerte, en su sentido más lírico y utópico, y, por tanto, esperanzador.
- Se viene comentando que estamos ante un libro consagratorio. ¿Cómo te ubicas en el panorama poético peruano?
- Me es muy difícil ubicarme en una posición del panorama poético peruano, y, quizá, incluso voy a contracorriente de las tendencias rítmicas y “neobarrosas”. Tengo amistad con muchos escritores que también admiro, pero no me siento seguidora de ninguna poética específica, aunque sí deudora de muchos libros excepcionales. ¿Eso me hace una paria? No lo sé. A veces, me siento más cerca del conserje de la universidad que del mundillo de la literatura en el que habitan muchos cretinos peleando por una famita inútil, en lugar de por un honesto sentido de la escritura. Yo no he escrito estos libros para alcanzar la fama, yo he escrito estos libros porque eran urgentes y necesarios para mí, y para que la pequeña Lu me quiera más, nada más.
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