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Óscar Pita Grandi, escritor

Paisaje habitado es una novela interiorista, de pensamientos que se materializan en el pasado, presente
y futuro a una misma vez, con una preocupación especial en el manejo del tiempo justamente, y también en lo estilístico”

Por Gabriel Ruiz Ortega

A fines del 2010 salió publicada la ambiciosa novela Paisaje habitado (Estruendomudo). Este primer libro ubica al narrador peruano Óscar Pita Grandi en un lugar de axiomática referencialidad.



- Tu debut en la literatura lo haces en una edad, digamos, de madurez. Quienes lean Paisaje habitado se darán cuenta que estamos ante una voz narrativa firme.
- Agradezco tus palabras. Paisaje Habitado es lo primero que publico pero no lo primero que he escrito, quizá por ello la sensación de madurez y firmeza de la que hablas, más allá de una cuestión generacional.  Si me animé a publicarla es porque tuve menos remordimientos y temores respecto de lo que había logrado, técnica y estilísticamente. Sabía que iba a ser una novela exigente, ambiciosa, ideal para interactuar con el “talento del lector” del que habla Vila-Matas con tanta razón en tiempos en que uno apenas si se entera en qué día vive, y más en un país donde el lector es una especie en extinción. La escribí durante tres años para corregirla el 2010. Demoro porque la palabra es lo primero para mí, el estilo, lo estético más allá de la trama sin dejar de lado mis preocupaciones como escritor. Mira, yo vengo de la poesía sin ser poeta y me he hecho novelista siendo ingeniero. Iván Thays dijo, entre otras consideraciones que agradecí en la presentación, que en Paisaje Habitado “las construcciones están bien construidas”. De ello debe ser responsable el constructor que soy. Un ingeniero que antes quiso ser piloto militar y después filósofo y cuando le negaron el ingreso a arquitectura terminó estudiando ingeniería civil para después escribir crítica de cine antes de hacer novelas. Esa mezcla me gusta. Los peruanos somos un poco así. Nuestra literatura es un poco así. Por eso lo más complicado para mí, en Paisaje Habitado, fue ponerle orden, establecer una forma artística que pueda interpretarse casi como yo la había concebido, asimilando el propio carácter de la historia. Cuando escribo, no sé en qué momento aparecerá tal o cuál “yo” para desbaratar el supuesto orden inicial al que tanto me cuesta llegar. Escribo casi esperando a que “venga” para desbaratarme casi todo lo ya hecho, como una especie de examen, y hacerme no entrar en razón si no “entrar en la historia”.

- Colijo entonces que tu incursión en la narrativa no es de hace poco. ¿Desde cuándo te consideras escritor?
- Un verdadero escritor no sabe nunca que ya lo es o será escritor. Esa respuesta es parte del raciocinio y el escribir es algo instintivo, natural, una especie de hechizo que no despierta a una misma edad en todas las personas, más allá de los resultados. Y en esto nada tiene que ver con que publique su obra o no. Que haya estudiado literatura, cosmetología o apenas la primaria. Un verdadero escritor no puede librarse de su destino de escritor así no escriba. Ya encontrará otra válvula por dónde evadirse o enfrentarse. No obstante sigo pensando que todo el mundo debería escribir pero no todos publicar. Yo soy muy respetuoso con esto. En estricto, es como lo mencionas, mi incursión en la narrativa se da a inicios del 2000.  A la primera novela que escribí le puse Península, demoré cuatro años… fue una época loca, romántica, bohemia en Trujillo, donde conocí a unas personas maravillosas. Y antes, en Cajamarca, escribí un libro de “cuentos con fantasía” porque no llegaban a ser fantásticos. Mientras que Península era para mí “una novela de aprendizaje” de un escritor experimental e inexperto –estaba capitulada por relatos de aparente independencia– Paisaje Habitado para mí “debía ser” una novela de corrección, un ejercicio de estilo que mostrara artísticamente mis preocupaciones y neurosis, mi ignorancia; enfrentarme al hecho de que la muerte, con todo el misterio que impone, es lo único cierto en esta vida. Estar conciente de esto y seguir viviendo es terrible. En Península y Paisaje Habitado existe un arte poética que las hermana: el mundo como un diagnóstico personal. Suelo tener más dudas que certezas en lo creativo –y me alegro que sea así… las certezas me aterran­­­–. Recuerdo que el primer garabato de cuento que escribí fue recién a los 30 años, después de leer Bestiario de Cortázar. Algo despertó en mí ese libro de cuentos. Haroldo Conti tenía una frase bastante humana que me parece oportuna para terminar de responderte: “Soy escritor mientras escribo, el resto del tiempo me confundo entre la gente”.

- Bien sabes que toda poética está a la sombra de árboles mayores. En lo literario, la novela debe poco o casi nada a la tradición literaria peruana, te ubico en la línea de los narradores centroeuropeos, en especial.
- Trato de estar al día con las novedades, dar al menos una ojeada a las publicaciones de peruanos que llegan a los estantes limeños. Por eso, mientras escribía Paisaje Habitado, sabía que no terminaría de sintonizar con sus contemporáneas, ya sea por el estilo, el tema o la historia misma. Eso me agradaba porque la novela, tal y como la escribí, es lo que sé hacer, lo mejor que pude hacer con mis dilemas y decisiones, más allá de sus falencias. Mi intuición me dice que en el arte ocurre lo que en las ciudades: todavía no se ha terminado ninguna, no hay una sola ciudad en el mundo que se le catalogue como “definitiva” sin equivocarse. Mira, dime tú qué ciudad está completamente terminada, ¿ah?, ¿Lima?, ¿Nueva York? ¿Tokio? Ninguna. Ninguna ciudad está terminada porque son renovadas o destruidas constantemente. Te digo esto porque me gusta pensar que lo mío es absolutamente propio, no intento aproximarme a ninguna corriente o escritor de manera deliberada, aunque sí evito ciertas aproximaciones. Entonces, hablar de la “tradición literaria peruana” para mí es hablar de un territorio inabarcable. Tampoco creo que exista una tradición literaria limeña. Lo que tenemos en común casi todos los escritores peruanos es que no conseguimos dinero para vivir sólo de la literatura, ese es el vínculo más fuerte entre nosotros, después, cada uno anda por su lado y eso está bien porque habla de formas individuales. Lo que sí hay son libros, temáticas, preocupaciones generacionales y generaciones que el tiempo ha preservado y reconocido como tales –la del 900, la del 50, irrepetible hasta hoy, de la que en narrativa Luis Loayza para mí está en la cima, estilísticamente, junto a Ribeyro, Vargas Llosa y Reynoso–. Pero actualmente tampoco hay una tradición latinoamericana, todo está bastante abierto y polarizado, ya no estamos en los 60s y no hace falta mudarse a París para ser escritor. Lo político no me interesa directamente como tema literario; aunque vivir en sociedad es ya una manera de hacer política, en ese sentido me interesan las consecuencias y las reacciones más que la discución o crítica abierta a tal o cual punto. En fin. Yo me valgo de lo político en Paisaje Habitado como pretexto para ridiculizar justamente lo político. Temáticamente mi novela es una novela interiorista, de pensamientos que se materializan en el pasado, presente y futuro a una misma vez, con una preocupación especial en el manejo del tiempo justamente, y también en lo estilístico. Un mundo singular que busca un lugar en el “exterior” para desarrollarse, soportándose en lo geográfico porque en lo geográfico es donde vive la gente a la que le pasan cosas –sin importar que incluso “lo geográfico” sea una invención, como es el caso de Ausonia–. En ese sentido tienes razón en tus apreciaciones. Me apoyo en lo audiovisual para convertirlo en un registro escrito con palabras solamente, es lo que hago la mayor parte del tiempo mientras escribo. Algunos dicen que “oyen voces” y así escriben. Yo veo y oigo escenas completas y las escribo con un afán literario poniendo incluso los sentidos que no tengo. Ya luego las “monto” como si fuera la edición de una película. Y en eso, el estilo de imágenes que veo me vienen de todo el cine que me gusta –la mayoría europeo–. Me encanta leer guiones de cine –a pesar de saber que los guiones, más allá de que puedan tener cierto valor literario, Bergman, Allen, son absolutamente inútiles fuera de la pantalla. Además, siempre tenderé a escribir el tipo de libros que me gusta leer. Es como un reflejo. Y una de las literaturas que más me atrae es la centroeuropea –sin decir que es la mejor o menospreciar el resto. Acá pienso en Gombrowics, Walser, Marai, Thomas Mann, Kafka, Bellow, Mulisch por decir lo más significativo en prosa.

- Nos presentas una geografía imaginada, llamada Ausonia, distrito ubicado a las afueras de Lima. Es en esencia una colonia compuesta por inmigrantes italianos. Sus habitantes tienen sus motivos que los llevaron a vivir allí. En el caso del protagonista, El Dottore, parece que su elección de vivir en Ausonia obedeciera a un impulso de hastío.
- Ausonia es una especie de legado para sus habitantes. Quienes la fundaron y construyeron y luego siguieron reconstruyéndola, lo hicieron pensando en una urbanzación que subsistiera y mantuviera vivo el sentimiento de la tierra dejada al otro lado del Atlántico. Y como toda ciudad, pronto empezó a surgir lo criollo y así a contaminarse. El Dottore es uno de ellos. Había heredado casa y costumbres. Nadie elige donde nacer. Lo que uno elige después es quedarse o no en tal o cual lugar. En ese sentido, el Dottore elige quedarse en Ausonia porque es incapaz de pensarse siquiera viviendo fuera de ella. Fuera de Ausonia el Dottore sería como un personaje actuando en una película que no le corresponde.

- Además, le persigue un peculiar recuerdo de juventud, cuando se le espetó lo del Derecho Vanguardista.
- Cierto. Esa fue una mala pasada en su vida. Primero consigue el reconocimiento público por ganarle al Estado un caso peculiar sobre una matanza. Y en breve recae sobre él la burla pública porque no podía divulgar sus fuentes, pese a los hallazgos de aquellos “desaparecidos”. Ya sabes que la gente cuando no comprende algo pronto se inventa cualquier cosa para asimilar lo incomprendido, o bien lo ignora. En este caso, tanta muerte no podía ser ignorada, pero el Dottore tampoco podía explicarlas… al menos no racionalmente. El silencio suyo fue un gran sacrificio a favor de sus teorías que buscaban explicar “el principio de las cosas”.  A fin de cuentas, todos tenemos cosas que callar. La lógica a veces resulta fatal.

- Por ser una novela extensa. Es obvio entonces que en algún momento al menos una de sus cuatro partes te haya generado algún problema para seguir.
- Por aquella manera mía de escribir, lo que tuve primero fue una especie de biografía del Dottore, y luego ya los vacíos de la biografía suya se fueron completando con unos textos que parecían un diario onírico. En paralelo, quedaban los signos del Telón –un portal por donde se filtraba el futuro– que se le presentaba al Dottore, encerrando fragmentos de canciones, poemas, películas y demás que parecían formar mensajes de advertencia sobre catástrofes próximas a ocurrir. El territorio del subconciente parecía tan importante para existir como lo racional en la novela. En mi vida sucede algo bastante semejante sin ser supersticioso. En cada capítulo está latente el pasado y el futuro coincidiendo en el presente nuestro o amenzando su desarrollo. Básicamente, conseguir ese efecto de despliegue temporal, fue siempre lo más dificil para mí. Quise hacer que el tiempo parezca inasible y limitado a una misma vez. Era como extender el globo terráqueo sobre un mantel para obtener un mapamundi y así viajar sin temor a caerte por estar viajando de cabeza.

- Es también un silente homenaje al cine. No solo por las referencias a películas, sino que hasta el mismo tono de la narración me hizo recordar a ritmos narrativos. Pensé, por ejemplo, en las películas de Víctor Erice.
- Erice es fabuloso por el simbolismo de sus imágenes. Lo que me viene a la memoria es un corto suyo llamado Tiempo de vida que forma parte de un colectivo en el que participan algunos de mis directores favoritos –Kaurismaki, Harmusch–, Ten Minutes Older. En esta novela he cuidado no decir algunas cosas abiertamente. Me gusta la insinuación, la provocación, la inconclusión apartente que se termina de completar en uno. La interacción, en otras palabras. Cuando veo una película o un libro que me explica absolutamente todo siento que me están tratando como un idiota, que me están privando de la libertad de equivocarme incluso y entender lo que yo quiera si bien no lo indicado. En ese sentido me siento deudor, en esta novela, de algunas técnicas narrativas propias del cine. Por ejemplo, hay una escena que me gusta mucho, la que sucede en el muelle de fleteros. Cuando la escribí, buscaba acercarme a la forma de narrar de Theo Angelopoulus y sus planos secuencia. El cine también me ha valido para algunas descripciones y evadirme por momentos de la historia principal del libro. Tomar el tema del cine para formar breves rellanos en esa escalera vertiginosa que por momentos se volvía la trama. A fin de cuentas, en una novela no todo tiene porque ser acción porque en la vida nuestra no todo es una constante secuencia de acciones. Existe un tiempo que se escapa del ojo de los relojes, más todavía en ficción. Yo adoro ese tipo de tiempo porque me permite desconcentrarme y no parecer absolutamente programático. Solemos divagar, evadirnos de la realidad –otra vez esta palabra– mientras estamos haciendo cosas muy distintas de lo que estamos pensado en dicho momento. En El Hablador le hicieron una reseña –creo que la única hasta hoy– a Paisaje Habitado, donde comparaban el manejo de la trama y algunas formas narrativas con El Secreto de tus Ojos, la película de Campanella, a pesar de que son historias absolutamente diferentes. En lo que hago busco las zonas de frontera entre las distintas formas de hacer arte… por ejemplo, cuándo un cuadro empieza a ser una película, o cuándo un poema empieza a ser una canción o una fotografía, contraponer los sentidos o usarlos para interpretar situaciones para las que mejor nos valen otros sentidos.

- Como todo novelista, te has valido de varios recursos para crear Ausonia. Y me es imposible pasar por alto la arquitectura de las edificaciones antiguas ubicadas en el norte del país. Por ejemplo, El Palladino es un calco de un casino-bar de Talara.
- Aunque no conozco Talara, te digo que no me interesa calcar absolutamente nada porque lo mío no es el registro realista. Por ejemplo, El Cordano que describo no es un calco del bar El Cordano si no una construcción de mis recuerdos, que me sirvió para aproximarme a un factor de época. En todo caso, debo decir que el arquitecto de aquel casino-bar talareño tiene buen gusto o anda medio loco, como el Dottore o como yo. Los recursos que he utilizado para crear Ausonia provienen básicamente de mi pasión por la arquitectura y por las ruinas que le plantan cara a la modernidad. Ausonia es un mosaico de Nápoles (o la Nápoles de las enciclopedias), de la Roma actual –no conozco Italia–, de la Lima de los años treinta y de mis recuerdos cinematográficos y documentación. También ha influido lo que yo he creido visualizar cuando leía novelas de época ambientas en tal o cual ciudad… y aquí te confieso que  incluso le puse algo de la Ferrara de El Jardín de los Finzi-Contini de Giorgio Bassani, el libro y no la película de De Sica –que también es muy hermosa–. Y en todo caso, nada es fidedigno a nada pero todo se corresponde porque así son las ciudades: una puerta es una puerta aquí y en la China.

- La novela está narrada desde el “yo”. Como en ella se hace uso de los recuerdos, se entiende entonces que hayas escogido a un anciano como protagonista.
- Pensaba mucho en Robert Walser cuando escribía sobre el Dottore o Tomasso. La novela es una especie de “biografía futura” mía. El Dottore, personaje principal, tiene setenta años y yo cuarenta. Sin embargo –y no me preguntes por qué– me ha sido absolutamente natural escribir desde el corazón y cerebro de un abogado-filósofo de setenta años y ser verosimil la mayor parte del tiempo. Esa es una de las características de la historia que me tuvo bastante alerta. Lo que aparece como recuerdos o hechos en la novela, en mí son todavía dudas, obsesiones, manías, temores y algo de experiencia de vida, premoniciones que enfrentaba al hacerlas “reales” en la novela. El quedarse con un pie en el aire en la calle por temor a que ese paso –que se encuentra suspendido por mí– despierte catástrofes sobre mi persona en el momento que lo apoye sobre el suelo, es algo que me ha sucedido muchas veces. En la novela hago que el Dottore padezca esa paranoía. Contrariamente, me sobrecogía al suponer que yo sería capaz de pensar o hacer tal o cual cosa inventada por y para los personajes. O que ese tipo de situaciones realmente me pudieran suceder a mí… ¡como que me fueron sucediendo luego!, claro, en otra escala pero con el mismo fondo… Los gorriones no fueron gorriones si no palomas en mi ventana hace dos años; la infancia del Dottore, que es un recuerdo difuso para él, fue bastante real en mi niñez; mi abuelo fue italiano y constructor, trabajó en la construcción de la Unidad Vecinal de Mirones, como el padre del Dottore; me mudé a una casa que antes tuve que casi demoler por completo, y así más puntos de contacto, solo eso, y mucha invensión para unir todo de manera coherente… Como cuando levantas la mirada al cielo en la noche y solo vez puntos luminosos que son las estrellas que quieres cotejar con las constelaciones de ese libro que tienes en las manos, pero no consigues nada… uno sigue viendo sólo puntos sueltos, estrellas: La invensión es la que forma las constelaciones.

- Por la ambición y logro de Paisaje habitado, pienso también que cierras un ciclo narrativo. En este sentido, ¿podrías decirme por dónde van tus inquietudes literarias?
- No creo haber cerrado ni abierto nada con esta primera publicación. Si alguna vez volviese a Peninsula, por ejemplo, se diría que “he retrocedido” y eso no sería cierto. Lo mío es absolutamente imprevisible. Fíjate, hace ocho años –incluso antes de Península– me dije que iba a sentarme a escribir una novela que me inquietaba la cabeza y el corazón, y terminé dejándola porque sentí que me faltaba “experiencia de vida” para hacerla como yo quería que fuera, y así terminé escribiendo otra que también me rondaba pero cuyo “factor vivencial” no me era tan necesario para conseguir lo que más o menos esperaba. Mi forma de ser me va a llevar siempre a escribir historias que se parezcan a mí. En ese sentido no creo que sea capaz de cerrar nunca nada, salvo cuando me muera. No soy muy amigo de las trilogías y demás. Creo en la natural conexión entre la obra propia, claro que sí. Stephen Hawking, el físico inglés, para ayudarnos a entender el tamaño del universo y nuestras limitaciones, dice que si cada estrella fuera un grano de sal, todas las estrellas del universo alcanzarían para formar una bola de 15 km. de diámetro, y que las estrellas que vemos en nuestro firmamento abarcan tan solo una cucharadita de esa inmensa bola de sal. En literatura me interesa justamente lo que se queda fuera de la cucharadita de Hawking.

 

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