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Claudia Ulloa Donoso, escritora:
"Uno nunca va a saber qué tan lejos pueden llegar a calar en otros las palabras de uno mismo"

Claudia Ulloa Donoso (Lima, 1979) es la responsable de uno de libros más apreciados por los lectores peruanos, El pez que aprendió a caminar. Con un lenguaje sencillo, musical y sugerente Ulloa Donoso nos envuelve con sus historias en las que priman la mirada lacerante y la voz que se regodea en la ironía, bajo el estado de gracia de un juguetón espíritu poético. Administra el concurrido blog Séptima madrugada. Con muy buena onda accedió a esta entrevista desde Noruega.

Por Gabriel Ruiz-Ortega



—Como sabes, muchos escritores se dan a conocer con un primer libro, pero tú perteneces a esos pocos casos en los que desde antes de tu primer libro ya se sabía de ti. Esto debido a que tu nombre estaba muy asociado a importantes concursos de cuentos que ganabas. ¿Cuánto tiempo te llevó escribir o armar el conjunto de El pez que aprendió a caminar?
En el libro hay cuentos que he escrito desde hace ya varios años, pero el armar El pez... y hacerlo caminar me tomó un poco más de un año. Al principio, el libro se iba a llamar Documental. En el libro hay un cuento con ese título, y pensaba hacer entonces que todos los cuentos, tuviesen esa forma, con algunas líneas entre el cuento como la voz en off de los documentales, una voz fría, que en un texto corto, dejaría un hilo muy fino que serviría también para unir todos los cuentos en un solo documental. Se me ocurrió ese nombre porque soy muy aficionada a los documentales y además, justo por ese tiempo en que me decidí a armar el libro para publicarlo, empecé a leer con frecuencia revistas como la Muy interesante o Conozca más en noruego. Se me quedaban en la cabeza muchas imágenes y palabras de esas revistas. Los huesos, la tecnología para crear armas, ratas deprimidas nadando, los muñecos que se estrellan para los tests de seguridad de los autos. En el camino, me dejó de gustar el título Documental, sentí que el libro se estaba volviendo muy frío y se me desmoronaba. Dejé entonces esa idea y dejé el libro por unos meses. Sucedió que cuando volví a retomar el trabajo de armar El pez..., los textos que tenía como voz en off, se fueron convirtiendo en los textos que tiene ahora como intermedios entre cada cuento.

—Recuerdo bien que fuiste la ganadora más joven del concurso de Las 1000 palabras de la revista Caretas. ¿Te lo esperabas?
No, no me lo esperaba. Una amiga de la escuela de hotelería me dejó las bases y me animó a participar, ella sabía que escribía. Envié tres cuentos al concurso, con esa idea de cuando se envían varios cupones de supermercado para el sorteo de un auto. Me olvidé de eso y pasaron los meses. Coincidió que el día en que llamaron a mi casa para avisar del cuento, había un lonche familiar de mis tías y yo no estaba. Cuando llegué a casa, ellas me dieron la noticia y parecía una fiesta sorpresa para todos, ahí se enteró mi familia que yo escribía. Estuve muy contenta, como si me hubiese sacado el auto del supermercado, eso porque no entendía bien que significaba ganar ese concurso teniendo 18 años, y es que de hecho yo no entendía muchas cosas a esa edad.

—Por lo que leo de tus relatos veo que tienes una inclinación hacia el detalle, la anécdota.
Recuerdo que exactamente lo mismo me dijo José Miguel Herbozo la vez en que corregíamos el libro. Hasta entonces no me había dado cuenta de ello, no supe que decir luego de su comentario. Esa vez, en la mesa había una cuchara sucia y mientras corregíamos el libro, me distraje y me empecé a fijar en los surcos que tenía la cuchara dejados por el paladar, en las migajas, en los platos, en la textura del mantel de mi casa. Entonces le dije que mi atención en los detalles, en lo raro de las anécdotas y hasta en todo lo más irrelevante, sucedía porque me distraía mucho. Es como si de pronto me dieran una lupa para ver todas las cosas que me rodean. En medio de la corrección de mi primer libro, yo andaba perdida, mirando con una lupa, los surcos de una cuchara sucia.

—Tu estilo se ampara -por lo que leo- en lo lúdico, el humor y lo onírico. ¿Cuáles son tus permanentes influencias literarias como escritora?
Raymond Carver y Juan José Millás son los principales. Cuando los he leído, me he dicho: yo quiero escribir como ellos y ojalá y si es posible y si vivo más años que ellos podría llegar a escribir mejor que ellos. De Millás, hasta quisiera tener un programa de radio como él, hablar como él y tener esas frases precisas.

—¿Te gustan sus Articuentos? Millás no es un autor muy conocido en Sudamérica, aunque en España sí. Solo he leído una novela suya, El orden alfabético.
Sí, me gustan mucho. En realidad me gusta todo lo que he leído de Millás hasta ahora. A veces creo que uno no encuentra los libros, sino que ellos nos encuentran a nosotros. Me interesé por Millás de casualidad porque me llamó mucho la atención uno de sus títulos La soledad era esto. Ése fue el primero libro de Millás que leí. Me quedé enganchada a la historia, porque llegó precisa a mí y encajaba perfecto con los momentos de desconcierto que vivía por entonces. Había frases en el libro que yo sentía que me las estaban diciendo a mí. Es más o menos así lo que pasa cuando uno se enamora, es el proceso del creer de que todo lo que hace/dice el otro, es hecho/ dicho por y para uno. Así me enamoré del la escritura de Millás, de sus personajes tan nítidos y de sus imágenes. Quizá hasta también me enamoré un poco de él, porque escuchaba su programa de radio sin falta, me atraía mucho su soltura, que fuera tan divertido y preciso y a la vez tan sencillo. También me enganchó su habilidad para escribir un personaje femenino, la voz de Elena Rincón en La Soledad era esto me parecía perfecta. Luego, empecé a leer sus cuentos y sus Articuentos. Ahí también sucedían esas coincidencias entre los pensamientos de sus personajes, con los míos propios. Los temas del doble de uno que de pronto se te aparece en la calle, los cambios de identidades, el fastidio por los domingos, los viajes de turismo por la ciudad por otros barrios desconocidos al lado del propio, los armarios, lo absurdo pero también lo fantástico de lo cotidiano eran cosas que yo siempre tenía en la cabeza , ideas desde donde partían muchos de mis textos. Todo eso me atrajo mucho, como encontrarte con el otro que siempre buscabas.

—¿Qué libro suyo te gustaría recomendar?
A quién no haya leído a Millás le recomendaría que empiece leyendo sus cuentos y Articuentos pues cuando yo los leí, además de abrirme la cabeza, me divirtieron mucho. Recomendaría también La soledad era esto porque es un libro que se mueve como un caleidoscopio y se va transformando mientras se va leyendo. Nos sienta en la butaca de Elena -la protagonista- con su reloj y nos lleva por un túnel de voces y espacios, por la búsqueda dentro de la memoria, entre espejos donde nos reflejamos nosotros mismos y a la vez en los otros, en sus diarios y en sus vidas, y eso, la conciencia de estar moviéndonos dentro del otro, siendo uno mismo deja un cierto vértigo en el lector. Ese vértigo del desconcierto que nos deja todo lo ajeno que nos rodea, siendo eso a la vez lo que tenemos para desde ahí poder empezar a reconstruir nuestro propio mundo.

—¿Cuánto le debes a la poesía? Es imposible no sentir un aliento lírico en los relatos de El pez que aprendió a caminar.
Le debo mucho a Cernuda, a Aleixandre, a Vallejo, a Eielson, a Lorca y hasta a Bukowski. Leo mucha poesía, me encanta. Es él único género que logra desarmarme en unos pocos párrafos. En mi experiencia como lectora (no habiendo leído tato como quisiera leer) una novela se me queda dentro como un virus, que no muere pero que tampoco me mata cuando acabo de leerla, como una cosa flotante con la que siempre me voy a tropezar, pero un poema te puede matar de la manera más simple, cualquier día y de golpe, así como de un balazo.

—Por lo que me has comentado, por lo que he escuchado, y por lo que colijo también, se percibe que la propuesta de este libro es arriesgada, tanto en estructura como en contenido.
No sé que tan arriesgada pueda ser, en realidad yo no lo veo así. Lo que sí sé es que el hecho de publicar un libro, implica siempre un riesgo. No va tanto por el lado del riesgo de ser aceptado o no, o de que te lean muchos o pocos, aunque una siempre espera que lo lean muchos. Yo veo el riesgo en el hecho de sacar algo de uno y dejarlo ahí en los estantes de las librerías, con foto en la contratapa y con tu nombre, como el dueño de cada una de las palabras. Uno nunca va a saber qué tan lejos pueden llegar a calar en otros las palabras de uno mismo. Ahí está el riesgo. Como si el autor se sacara los ojos y la lengua y los dejara en una bandejita en un espacio publico, y luego viene gente extraña a ponérselos, entonces ellos empiezan a ver y a hablar como ven y hablan las historias del libro, y quizás hasta como el propio autor.

—Vives en Noruega desde hace cuatro años. ¿Ayuda en algo o en mucho la distancia a la hora de escribir?
Todavía no sé bien. A veces pienso con el "hubiera" y me digo, "si hubiera estado en Lima escribiendo, o en Valencia, dónde leía mucho o en cualquier otra parte hablando en castellano con gente que también escribiera y leyendo más en mi idioma, escribiría más y quizá hasta mejor". Otras veces me digo que si no estuviera aquí en Noruega, totalmente aislada por el idioma que no es el mío, quizá no me aferraría a la escritura con tanta fuerza. Aquí en Noruega, me lleva a escribir a veces, una sensación parecida al miedo, el miedo de olvidar y de perder mis palabras, que para mí son la única cosa que uno posee y lo único que nos queda. A veces uno llega a sentir que no hay nadie o nada ahí afuera, pero sí siempre están las palabras dentro de nosotros.

—¿Se puede saber cómo es un día en la vida de Claudia Ulloa Donoso?
Estoy tomando un Master en Sociología y trabajo como profesora de castellano en un instituto, esa es mi rutina, la universidad por la mañana y las clases por la tarde. Para escribir no tengo un horario definido, pero siempre lo hago por las noches. Es muy raro que alguna vez haya escrito un cuento o algún texto de ficción antes de las 10 pm.

—¿Tienes una disciplina a la hora de escribir?
Por las noches, las cosas se ven de otra manera, hasta más claras, a veces las cosas más comunes de lo cotidiano adquieren un resplandor que las hace especiales por la noche. Y además por cuestiones prácticas, por la noche todo es más tranquilo y silencioso, nadie te interrumpe.

—¿Eres insomne?
Creo que más que insomne soy más bien desordenada. Cuando estuve por acabar el colegio, se me empezó a desordenar el sueño. Yo creo que eso coincide con la necesidad que se tiene de encontrar un rato para uno mismo (eso es aún más marcado en los adolescentes, en el típico "déjenme estar"), entonces es en la noche cuando nadie te interrumpe cuando puedes hacer todo lo que quieras mientras los otros duermen. No sé si seré insomne, pues mi sueño desordenado va y viene, no es algo constante. Por épocas he dormido como una piedra todo el tiempo, pero otras veces el sueño no llegaba y eso es para mí un malestar desagradable que no me deja hacer nada. También me sucede que no me es difícil conciliar el sueño pero sí mantenerlo durante la noche, entonces es que me levanto y busco algo que hacer. Aquí en Noruega, ahora que está todo oscuro, el sueño se suele alterar, igual pasa en verano con las 24 horas de luz, eso le afecta a todo el mundo. Pero a mí me encanta dormir, ojalá todo se pudiera resolver mientras se duerme.

—Algún recuerdo en especial de cuando presentaste en Lima El pez que aprendió a caminar.
Sí, varios. Recuerdo que me decían "Hola Madru", me divertía. Yo les contestaba "No sé dónde estará la Madru, debe estar por ahí bailando reguetón. Madru es el nombre del personaje de mi blog. También recuerdo el abrazo de una chica desconocida y esa sensación del estar de aquí para allá que me hacía sentir un poco fuera de todo lo que estaba pasando, como en otra parte.

—¿Estás escribiendo un nuevo libro?, ¿puedes decirme de qué va?
Siempre escribo cuentos, he escrito un par hace poco. Uno de ellos se ha alargado. Quizá lo convierta en una novela corta. Nunca antes me había propuesto ni había pensado escribir una novela, pero quizá ahora me ponga a ello, pues es como si de pronto se me fueran abriendo puertas mientras voy escribiendo, y los cuentos siempre me cierran puertas o dan portazos. La historia va sobre una serie de viajes, impresiones de ciudades, conversaciones en salas de esperas de aeropuertos, en aviones, de gente que acoge a otra gente en ciudades, varias voces que se quedan y que se van y así se van moviendo y uniendo las historias. Veremos que pasa.

 

Gabriel Ruiz-Ortega: La fortaleza de la soledad


 

 

 

 

 

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Entrevista a Claudia Ulloa Donoso, autora de "El pez que aprendió a caminar".
Por Gabriel Ruiz-Ortega.