Proyecto
Patrimonio - 2006 | index | Claudia Ulloa Donoso | Gabriel
Ruiz Ortega | Autores |
Claudia
Ulloa Donoso, escritora:
"Uno
nunca va a saber qué tan lejos pueden llegar a calar en otros las palabras
de uno mismo"
Claudia
Ulloa Donoso (Lima, 1979) es la responsable de uno de libros más apreciados
por los lectores peruanos, El
pez que aprendió a caminar. Con un lenguaje sencillo, musical
y sugerente Ulloa Donoso nos envuelve con sus historias en las que priman la mirada
lacerante y la voz que se regodea en la ironía, bajo el estado de gracia
de un juguetón espíritu poético. Administra el concurrido
blog Séptima
madrugada. Con muy buena onda accedió a esta entrevista desde
Noruega.
Por Gabriel
Ruiz-Ortega
—Como sabes, muchos
escritores se dan a conocer con un primer libro, pero tú perteneces a esos
pocos casos en los que desde antes de tu primer libro ya se sabía de ti.
Esto debido a que tu nombre estaba muy asociado a importantes concursos de cuentos
que ganabas. ¿Cuánto tiempo te llevó escribir o armar el
conjunto de El pez que aprendió a caminar?
—En el
libro hay cuentos que he escrito desde hace ya varios años, pero el armar
El pez... y hacerlo caminar me tomó un poco más de un año.
Al principio, el libro se iba a llamar Documental. En el libro hay un cuento
con ese título, y pensaba hacer entonces que todos los cuentos, tuviesen
esa forma, con algunas líneas entre el cuento como la voz en off de los
documentales, una voz fría, que en un texto corto, dejaría un hilo
muy fino que serviría también para unir todos los cuentos en un
solo documental.
Se me ocurrió ese nombre porque soy muy aficionada a los documentales y
además, justo por ese tiempo en que me decidí a armar el libro para
publicarlo, empecé a leer con frecuencia revistas como la Muy interesante
o Conozca más en noruego. Se me quedaban en la cabeza muchas
imágenes y palabras de esas revistas. Los huesos, la tecnología
para crear armas, ratas deprimidas nadando, los muñecos que se estrellan
para los tests de seguridad de los autos. En el camino, me dejó de gustar
el título Documental, sentí que el libro se estaba volviendo
muy frío y se me desmoronaba. Dejé entonces esa idea y dejé
el libro por unos meses. Sucedió que cuando volví a retomar el trabajo
de armar El pez..., los textos que tenía como voz en off, se fueron
convirtiendo en los textos que tiene ahora como intermedios entre cada cuento.
—Recuerdo bien que fuiste la ganadora más
joven del concurso de Las 1000 palabras de la revista Caretas. ¿Te lo esperabas?
—No, no me lo esperaba. Una amiga de la escuela de hotelería
me dejó las bases y me animó a participar, ella sabía que
escribía. Envié tres cuentos al concurso, con esa idea de cuando
se envían varios cupones de supermercado para el sorteo de un auto. Me
olvidé de eso y pasaron los meses. Coincidió que el día en
que llamaron a mi casa para avisar del cuento, había un lonche familiar
de mis tías y yo no estaba. Cuando llegué a casa, ellas me dieron
la noticia y parecía una fiesta sorpresa para todos, ahí se enteró
mi familia que yo escribía. Estuve muy contenta, como si me hubiese sacado
el auto del supermercado, eso porque no entendía bien que significaba ganar
ese concurso teniendo 18 años, y es que de hecho yo no entendía
muchas cosas a esa edad.
—Por lo que leo de tus
relatos veo que tienes una inclinación hacia el detalle, la anécdota.
—Recuerdo que exactamente lo mismo me dijo José Miguel Herbozo
la vez en que corregíamos el libro. Hasta entonces no me había dado
cuenta de ello, no supe que decir luego de su comentario. Esa vez, en la mesa
había una cuchara sucia y mientras corregíamos el libro, me distraje
y me empecé a fijar en los surcos que tenía la cuchara dejados por
el paladar, en las migajas, en los platos, en la textura del mantel de mi casa.
Entonces le dije que mi atención en los detalles, en lo raro de las anécdotas
y hasta en todo lo más irrelevante, sucedía porque me distraía
mucho. Es como si de pronto me dieran una lupa para ver todas las cosas que me
rodean. En medio de la corrección de mi primer libro, yo andaba perdida,
mirando con una lupa, los surcos de una cuchara sucia.
—Tu estilo se ampara -por lo que leo- en lo lúdico, el humor y lo onírico.
¿Cuáles son tus permanentes influencias literarias como escritora?
—Raymond Carver y Juan José Millás son los principales.
Cuando los he leído, me he dicho: yo quiero escribir como ellos y ojalá
y si es posible y si vivo más años que ellos podría llegar
a escribir mejor que ellos. De Millás, hasta quisiera tener un programa
de radio como él, hablar como él y tener esas frases precisas.
—¿Te gustan sus Articuentos? Millás no es un autor muy conocido en
Sudamérica, aunque en España sí. Solo he leído una
novela suya, El orden alfabético.
—Sí, me gustan
mucho. En realidad me gusta todo lo que he leído de Millás hasta
ahora. A veces creo que uno no encuentra los libros, sino que ellos nos encuentran
a nosotros. Me interesé por Millás de casualidad porque me llamó
mucho la atención uno de sus títulos La soledad era esto.
Ése fue el primero libro de Millás que leí. Me quedé
enganchada a la historia, porque llegó precisa a mí y encajaba perfecto
con los momentos de desconcierto que vivía por entonces. Había
frases en el libro que yo sentía que me las estaban diciendo a mí.
Es más o menos así lo que pasa cuando uno se enamora, es el proceso
del creer de que todo lo que hace/dice el otro, es hecho/ dicho por y para uno.
Así me enamoré del la escritura de Millás, de sus personajes
tan nítidos y de sus imágenes. Quizá hasta también
me enamoré un poco de él, porque escuchaba su programa de radio
sin falta, me atraía mucho su soltura, que fuera tan divertido y preciso
y a la vez tan sencillo. También me enganchó su habilidad para escribir
un personaje femenino, la voz de Elena Rincón en La Soledad era esto
me parecía perfecta. Luego, empecé a leer sus cuentos y sus Articuentos.
Ahí también sucedían esas coincidencias entre los pensamientos
de sus personajes, con los míos propios. Los temas del doble de uno que
de pronto se te aparece en la calle, los cambios de identidades, el fastidio por
los domingos, los viajes de turismo por la ciudad por otros barrios desconocidos
al lado del propio, los armarios, lo absurdo pero también lo fantástico
de lo cotidiano eran cosas que yo siempre tenía en la cabeza , ideas desde
donde partían muchos de mis textos. Todo eso me atrajo mucho, como encontrarte
con el otro que siempre buscabas.
—¿Qué
libro suyo te gustaría recomendar?
—A quién no haya
leído a Millás le recomendaría que empiece leyendo sus cuentos
y Articuentos pues cuando yo los leí, además de abrirme la
cabeza, me divirtieron mucho. Recomendaría también La soledad
era esto porque es un libro que se mueve como un caleidoscopio y se va transformando
mientras se va leyendo. Nos sienta en la butaca de Elena -la protagonista- con
su reloj y nos lleva por un túnel de voces y espacios, por la búsqueda
dentro de la memoria, entre espejos donde nos reflejamos nosotros mismos y a la
vez en los otros, en sus diarios y en sus vidas, y eso, la conciencia de estar
moviéndonos dentro del otro, siendo uno mismo deja un cierto vértigo
en el lector. Ese vértigo del desconcierto que nos deja todo lo ajeno que
nos rodea, siendo eso a la vez lo que tenemos para desde ahí poder empezar
a reconstruir nuestro propio mundo.
—¿Cuánto
le debes a la poesía? Es imposible no sentir un aliento lírico en
los relatos de El pez que aprendió a caminar.
—Le
debo mucho a Cernuda, a Aleixandre, a Vallejo, a Eielson, a Lorca y hasta a Bukowski.
Leo mucha poesía, me encanta. Es él único género que
logra desarmarme en unos pocos párrafos. En mi experiencia como lectora
(no habiendo leído tato como quisiera leer) una novela se me queda dentro
como un virus, que no muere pero que tampoco me mata cuando acabo de leerla, como
una cosa flotante con la que siempre me voy a tropezar, pero un poema te puede
matar de la manera más simple, cualquier día y de golpe, así
como de un balazo.
—Por lo que me has comentado,
por lo que he escuchado, y por lo que colijo también, se percibe que la
propuesta de este libro es arriesgada, tanto en estructura como en contenido.
—No sé que tan arriesgada pueda ser, en realidad yo no lo veo
así. Lo que sí sé es que el hecho de publicar un libro, implica
siempre un riesgo. No va tanto por el lado del riesgo de ser aceptado o no, o
de que te lean muchos o pocos, aunque una siempre espera que lo lean muchos. Yo
veo el riesgo en el hecho de sacar algo de uno y dejarlo ahí en los estantes
de las librerías, con foto en la contratapa y con tu nombre, como el dueño
de cada una de las palabras. Uno nunca va a saber qué tan lejos pueden
llegar a calar en otros las palabras de uno mismo. Ahí está el riesgo.
Como si el autor se sacara los ojos y la lengua y los dejara en una bandejita
en un espacio publico, y luego viene gente extraña a ponérselos,
entonces ellos empiezan a ver y a hablar como ven y hablan las historias del libro,
y quizás hasta como el propio autor.
—Vives en Noruega desde hace cuatro años. ¿Ayuda en algo o en mucho
la distancia a la hora de escribir?
—Todavía no sé
bien. A veces pienso con el "hubiera" y me digo, "si hubiera estado
en Lima escribiendo, o en Valencia, dónde leía mucho o en cualquier
otra parte hablando en castellano con gente que también escribiera y leyendo
más en mi idioma, escribiría más y quizá hasta mejor".
Otras veces me digo que si no estuviera aquí en Noruega, totalmente aislada
por el idioma que no es el mío, quizá no me aferraría a la
escritura con tanta fuerza. Aquí en Noruega, me lleva a escribir a veces,
una sensación parecida al miedo, el miedo de olvidar y de perder mis palabras,
que para mí son la única cosa que uno posee y lo único que
nos queda. A veces uno llega a sentir que no hay nadie o nada ahí afuera,
pero sí siempre están las palabras dentro de nosotros.
—¿Se puede saber cómo es un día en la vida de Claudia Ulloa
Donoso?
—Estoy tomando un Master en Sociología y trabajo
como profesora de castellano en un instituto, esa es mi rutina, la universidad
por la mañana y las clases por la tarde. Para escribir no tengo un horario
definido, pero siempre lo hago por las noches. Es muy raro que alguna vez haya
escrito un cuento o algún texto de ficción antes de las 10 pm.
—¿Tienes una disciplina a la hora de escribir?
—Por las noches,
las cosas se ven de otra manera, hasta más claras, a veces las cosas más
comunes de lo cotidiano adquieren un resplandor que las hace especiales por la
noche. Y además por cuestiones prácticas, por la noche todo es más
tranquilo y silencioso, nadie te interrumpe.
—¿Eres insomne?
—Creo que más que insomne soy más
bien desordenada. Cuando estuve por acabar el colegio, se me empezó a desordenar
el sueño. Yo creo que eso coincide con la necesidad que se tiene de encontrar
un rato para uno mismo (eso es aún más marcado en los adolescentes,
en el típico "déjenme estar"), entonces es en la noche
cuando nadie te interrumpe cuando puedes hacer todo lo que quieras mientras los
otros duermen. No sé si seré insomne, pues mi sueño desordenado
va y viene, no es algo constante. Por épocas he dormido como una piedra
todo el tiempo, pero otras veces el sueño no llegaba y eso es para mí
un malestar desagradable que no me deja hacer nada. También me sucede que
no me es difícil conciliar el sueño pero sí mantenerlo durante
la noche, entonces es que me levanto y busco algo que hacer. Aquí en Noruega,
ahora que está todo oscuro, el sueño se suele alterar, igual pasa
en verano con las 24 horas de luz, eso le afecta a todo el mundo. Pero a mí
me encanta dormir, ojalá todo se pudiera resolver mientras se duerme.
—Algún recuerdo en especial de cuando presentaste en Lima El pez que
aprendió a caminar.
—Sí, varios. Recuerdo que
me decían "Hola Madru", me divertía. Yo les contestaba
"No sé dónde estará la Madru, debe estar por ahí
bailando reguetón. Madru es el nombre del personaje de mi blog. También
recuerdo el abrazo de una chica desconocida y esa sensación del estar de
aquí para allá que me hacía sentir un poco fuera de todo
lo que estaba pasando, como en otra parte.
—¿Estás
escribiendo un nuevo libro?, ¿puedes decirme de qué va?
—Siempre
escribo cuentos, he escrito un par hace poco. Uno de ellos se ha alargado. Quizá
lo convierta en una novela corta. Nunca antes me había propuesto ni había
pensado escribir una novela, pero quizá ahora me ponga a ello, pues es
como si de pronto se me fueran abriendo puertas mientras voy escribiendo, y los
cuentos siempre me cierran puertas o dan portazos. La historia va sobre una serie
de viajes, impresiones de ciudades, conversaciones en salas de esperas de aeropuertos,
en aviones, de gente que acoge a otra gente en ciudades, varias voces que se quedan
y que se van y así se van moviendo y uniendo las historias. Veremos que
pasa.
Gabriel
Ruiz-Ortega: La
fortaleza de la soledad