Jerónimo Pimentel, escritor
“La literatura es un camino de disconformidad”
Por Gabriel Ruiz Ortega
Sin duda alguna, Jerónimo Pimentel es el poeta peruano más destacado que ha aparecido en este decenio. El saludo de la crítica y el genuino favor de los lectores así lo indican. Es autor de los poemarios Marineros y Boxeadores (2003) y Frágiles Trofeos (2007). En esta entrevista conversé con Pimentel sobre su última publicación, La muerte de un Burgués (AUB, 2010).
- Terminé de leer La muerte de un Burgués y tuve la sensación de ubicarte en un registro narrativo.
- Sí, en realidad este poemario aborda diversas formas, como la plegaria, el poema conversacional, el poema en prosa, etc. Varias de éstas, como dices, tienen un aliento que es narrativo aunque no necesariamente diegético: no me interesa tanto el desarrollo de eventos como dar un sentido o sensación de movimiento. La forma de los hombres que vendrán, de Matías P. Delgado, sí es prosa, y también hay coqueteos con lo prosaico en algunos poemas de Frágiles Trofeos. Probablemente se deba a que en tanto consumo bastante ficción no lo siento un género ajeno. De hecho, como parte de mi proceso de escritor tuve un momento de duda que me llevó a escoger, en la universidad, el taller de narrativa sobre el de poesía, que en teoría era mi opción natural. Me interesa mucho la dramaturgia también, pues tuve la suerte de llevar el curso que dicta Alfonso Santisteban, y quizás esa es la razón de que mis anteriores poemarios posean estructuras tan marcadas. Pero uno va y viene de acuerdo a la necesidad expresiva del momento, y creo que en ese ir y venir el género se pierde. Siento, de un tiempo a esta parte, que escribo libros sin género. Ahora, como sabes, Gabriel, estoy escribiendo una novela, y de alguna forma siento que estoy volviendo a esa pulsión inicial. Aunque solo podemos llamarle novela si entendemos el término de una manera bien abierta. De todas formas, el cambio me parece sano también: como ha dicho Manuel Vincent hace poco, hay una frescura en ser siempre amateur.
- ¿Te refieres a la novela que tienes sobre Herman Melville?
- Sí, no sé bien qué es y le llamo novela a falta de un mejor nombre. No voy a cometer el error de hablar sobre un proyecto que no está terminado, pero me está permitiendo trabajar la prosa, expiar algunos demonios y saldar algunas cuentas literarias. Por supuesto, el proyecto me sobrepasa: el poeta está demasiado pendiente del lenguaje como para fluir. Hay un doble trabajo entonces: evitar la novela de lenguaje o la típica “novela de poeta” para lograr un artefacto que sea fiel al espíritu con el que nació.
- La pregunta cae sola: ¿La muerte de un Burgués vendría a ser el principio de un hiato poético?
- No, mi creatividad pasa necesariamente por la poesía, que consiste en mirar de otra forma a través de la palabra. Lo que pasa es que uno debe respetar la naturaleza de su necesidad expresiva y yo estoy acostumbrado a manejar varios registros, quizá como una consecuencia de mi paso profesional por el periodismo y la publicidad. Además, yo tengo una inclinación a buscar libros sin género, o explorar géneros obsoletos, o tratar de borrar las fronteras que separan la ficción de la no ficción, la novela del ensayo, la prosa de la poesía. No entiendo la literatura como una serie de estancos definidos y parametrados, sino como un territorio libre por recorrer.
- Algo que considero capital en tu propuesta poética es el hecho de no repetirte. En esta publicación percibo a un sujeto poético estable, pero aún presa de sus crisis internas.
- Mis tres poemarios están hermanados de muchas maneras, la principal, creo, es la búsqueda hacia delante, que trato de simbolizar gráficamente con una flecha; la duda que se establece entre movimiento y estabilidad; la imposibilidad de encontrar una voz única y cómoda, lo que a la vez ha derivado en una voz esquizoide o dislocada o en la aparición de heterónimos para justificar la diversidad de registros; la afirmación del proyecto siguiente a través de la negación del anterior. Me cuesta encontrar una voz coherente que sea capaz de expresar todo lo que quiero decir. Y por eso la voz se fragmenta y se decanta. La Muerte de un Burgués sí es el desarrollo de una sola voz, pero su crisis, como dices, está en la forma expresiva: lo que a ratos es prosa gótica al siguiente es una apropiación de Vallejo. Lo que empieza como un homenaje a Böll muta en una ambición teológica.
- ¿Desconfías del artista que se repite?
- Cada autor tiene su manera de encarar la creación. No desconfío del artista que se repite, pues es natural aprovechar un tono cuando se consigue, pero tampoco me parece de especial interés, pues puede llevar a una tara conocida: el artista que se copia a sí mismo. A mí me interesa más el artista que duda de sí mismo, el que desconfía de la perfección, el que no se halla ni en las formas convencionales ni en lo último que acaba de hacer. Un camino de disconformidad, con un poco de aventura; en vez del camino seguro, pulcro, repetitivo y aburrido de la literatura segura.
- El fracaso sigue siendo uno de tus tópicos recurrentes. Especulo a razón de los primeros versos del poema “Cuando cae la tarde y fumo”: Cuando cae la tarde y fumo/ otro Jerónimo entra a escena/ con su debilidad por la sentencia/ y el calor emocional y esa dudosa capacidad/ de hacer del fracaso un arma antigua.
- Como decía Alejandro Gándara no es lo mismo fracaso que derrota. Es la lección del hard-boiled norteamericano y la experiencia literaria del existencialismo francés. La ética personal y sus pequeños triunfos terminan prevaleciendo sobre el dictamen social que divide el mundo entre ganadores y perdedores. Podemos fracasar, pero eso no implica que hayamos caído o que otros sean mejores. Toda mi generación ha presenciado cómo esa figura se ha tornado de alguna forma heroica en virtud de los méritos de Roberto Bolaño, quien dedica buena parte de su corpus a estos antihéroes (“perros románticos”). Ahora, la escritura literaria es sobre todo eso: un largo perder. No podemos materializar lo que quisiéramos, pero lo intentamos. Como decía Beckett: “Da igual, prueba otra vez, fracasa otra vez, pero fracasa mejor”. Creo que de eso se trata la literatura. Y aquí se aplica el aforismo futbolístico: el que gana, celebra; el que pierde, aprende.
- Uno de los poemas que me gustan mucho es “Orion”. Tiene todo el voltaje lírico de una canción de rock.
- Es una variación de “Rimbaud en Polvos Azules”, un poema de mi padre. La idea era replicar la experiencia de la aparición en la ciudad, solo que cambiando el personaje y el paisaje, para estar a tono con los 40 años de diferencia. Yo he escuchado metal toda mi vida por lo que el homenaje a Cliff Burton, el bajista de Metallica, se caía de maduro. “Orion” es una canción poderosa y hermosa, y ese es el techo que uno trata de rozar.
- Acabas de mencionar a tu padre, Jorge Pimentel, poeta capital de los setenta, década muy generosa en grandes poemarios. Creo que no estaría mal decir que los setenta fueron los años maravillosos de la poesía peruana.
- Yo creo que en los 70 se cierra una etapa poderosa de creación poética en el Perú, pues si trazas una línea de González Prada hasta ahí tienes un proceso glorioso. Creo que Verástegui era quien llamaba a esto “el siglo de oro de la poesía peruana”. Hay algo de verdad en eso. Sin ir muy lejos, del 50 al 70 tienes una cantidad de poetas y poéticas que son realmente envidiables. Y la generación de mi padre está, en efecto, muy nutrida de talento: Verástegui, Ramírez Ruiz, Mora, Watanabe, Morales, etc. Ocurre también que la poesía peruana era un campo de batalla donde se debatía y definía lo nacional, lo que le otorgaba un protagonismo social extra literario reflejado eventualmente en los mass media. La poesía era el arte al que miraban las demás artes, lo que se puede ver en la formación heterogénea de agrupaciones como Hora Zero o Kloaka, que incorporaban pintores.
- En lo formal, La muerte de un Burgués exhibe un gran equilibrio entre la intensidad de los tópicos y sus cauces.
- Mi sensación es que Frágiles Trofeos es formalmente más acabado, más contenido, más hermético, mientras que La Muerte de un Burgués es más proleta, más repentista, más artesanal. Hay una idea de que lo lírico se haga lírico cuando deba, no como una necesidad impuesta. En este caso me parece ese un camino más fiable que el de la atadura conceptual, el monolito formal, la ambición de que la idea abstracta supere a la ejecución particular, que señalo como uno de los grandes defectos de la poesía peruana actual. Hay embusteros que hacen carreras enteras así, con grandes ideas que el verso revela mediocres. La otra gran trampa, claro, es el hermetismo: hacer creer que un poema es más valioso en tanto es más ininteligible; o que más experimental es quien menos logra hacerse entender. Hay, por supuesto, un tercer bluff, aunque más sofisticado: aquel que hace de la poesía un mero ejercicio intelectual. Mezcla estas tres tendencias y tendrás a varios farsantes que han encontrado vocación en el aspaviento y la masturbación pública. Por supuesto, no estoy en contra de la experimentación, ni de la innovación formal. Sin ellos no hay avance. Pero aquí se comprueba la Ley de Sturgeon: “el 90% de la ciencia ficción es basura, pero el 90% de todo es basura”.
-Hace unos días, mientras hablábamos a razón de este libro, me dijiste que tu intención era que este sea uno de poemas. Hace un momento hiciste referencia a la “atadura conceptual”.
- Sí, ese es el problema, cuando los libros solo se “sostienen” por su concepto, cuando la explicación que el poeta da de su poemario en una entrevista es más interesante que el libro mismo, cuando la contraportada anuncia a la nueva Tierra Baldía y dentro no es posible salvar un solo verso. Creo, como te lo he comentado, que este es un fenómeno que se acusa sobre todo en las artes plásticas, donde el curador es el artista, y el artesano, un trabajador de encargo, una labor tercerizada. En poesía es fácil reconocer esta ambición, pues esos libros carecen de poemas. Yo no sé sí la unidad de valoración en poesía es el verso o el poema, no lo tengo claro, pero lo que sí sé es que no es el poemario. Cuando hay mucha pretensión y poco trabajo el resultado es negativo. Pero como te decía anteriormente, es una buena mascarada para vender gato por liebre, con el demérito de que acarrea una consecuencia posterior: el alejamiento del lector para con la poesía.
- Ya que estamos ante un libro de poemas que no dependen del concepto global, me gustaría saber si alguno te generó un proceso peculiar de escritura.
- No es que no tenga concepto, lo que trato es que el concepto no se vuelva un corsé. Darle un mismo acabado formal hubiera significado traicionar la experiencia, que es más bien desordenada, híbrida, caótica. Sobre el proceso de escritura, funciono más o menos de la misma forma: anoto una idea, un verso, una imagen o trato de registrar un sentido de ritmo, y veo si puedo desarrollarlo poéticamente. “Nostalgia de lo Absoluto”, el primer poema, es un buen ejemplo de ello. Tenía dos textos en la cabeza: uno de la serie El Cuidador de Rebaños, de Pessoa en plan Caeiro; y el clásico “Me basta así”, de Ángel González. Tenía la necesidad de encontrar complejidad a través de un lenguaje simple, como en ambos casos. Y luego caí en cuenta de que Hawking, en su Breve Historia del Tiempo, consigue explicar misterios físicos con la misma claridad que los poetas logran en lo metafísico (en el principio de que cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia). Y luego todas esas ideas, todas esas miradas límpidas del mundo, se confabularon en un tono, y el tono devino en verso, y el verso en poema. El subtitular debió ser: Ángel González versiona a Pessoa luego de leer a Hawking. Pero sonaba muy pretencioso y opté por evitarlo. Hay otros poemas que, en cambio, nacen de anécdotas, pues yo deseaba otorgar un cariz vivencial al conjunto. “El Poeta y el OVNI” es la relación exacta de dos hechos ocurridos en un mismo día: un encuentro cercano del primer tipo y una reunión con Óscar Limache y David Novoa. Dicho sea de paso, todo lo que se cuenta en el poema es cierto.
- Sabemos bien que mucho se habla de la “poesía de la experiencia”. En lo personal, no sé muy bien qué es lo que quiere decir, sin embargo...
- No reconozco el término “poesía de la experiencia” porque no conozco poesía que no lo sea. Es un pleonasmo.
- A lo mejor tendría que conocerse como “poesía confesional”.
- Si Lowell y Plath son confesionales, pues me gusta la poesía confesional. No tengo prejuicios contra las formas poéticas: la poesía que está bien hecha es fácilmente reconocible. Eso es todo lo que sé. Y si es mala, no importa en realidad si es barroca, conversacional o confesional. Simplemente es mala.
- Los poemas de tu libro obedecen a una durísima confrontación interna.
- Yo he tratado de poetizar la vida del hombre trabajador moderno, que no sé si sea materia poética per se, en todo caso, convengamos que todo lo es, que no hay tema malo. Teniendo a este sujeto, he querido utilizar la palabra para adentrarme en su conflicto espiritual, en la relación que puede establecer un hombre con un catolicismo pos curas pedófilos; explorar su mundo interno, si lo tiene, y entender cómo ha mellado en él la adultez; analizar su educación sentimental, si la tiene, para entender cómo se expresan sus afectos y qué importancia tienen ellos en su vida; analizar en su visión política, que estoy seguro que no la tiene, para encontrar qué vestigios han quedado de sus ideales pasados. Eso es lo que me interesa, escudriñar los restos que van dejando en la vida los sueños y promesas, el otro maletín que uno carga al momento de pararte e ir a trabajar.
- ¿Cuán autobiográfico es?
- ¿Si es autobiográfico? No más que mis libros anteriores. No sé, tampoco, qué importancia tiene eso de cara al disfrute poético. A la gente no le interesa la categoría, a la gente le interesa el poema. Como diría Nacho Vegas, la verdad está en la canción.
- Te has valido también de varias tradiciones, digamos, foráneas.
- Bueno, yo soy sobre todo un lector de poesía, por lo que me cuesta encontrar lo nacional en la tradición íntima que uno va creando, el acervo que uno tiene como fondo antes de sentarse a escribir. Hace poco, en una discusión con amigos, se me ocurrió deslizar que la poesía chilena y la peruana pueden formar una sola tradición frente a la cual uno, el lector, se sienta llamado indistintamente.
- A ver…
- Te explico: personalmente, para mí Enrique Lihn es más importante que José María Eguren; Diego Maquieira llena ese camino de baches que es la así llamada generación peruana del 80; y Pablo de Rokha está al lado de Oquendo de Amat entre mis vanguardistas preferidos. Pero bueno, esa es la biblioteca que se va haciendo uno, y no es mi intención hacer de esto un programa o una política de integración, aunque no sea una mala idea. Pero a ellos hay que añadir mucho.
- ¿Y otros referentes en el poemario?
- Desde el título, La muerte de un Burgués, hay una visión de mundo en decadencia que no hubiera sido posible sin Joseph Roth, Sandor Márai, Irène Némirovsky, Stefan Zweig y otros. Hay muchos referentes poéticos evidentes: Vallejo, Pessoa, Ángel González, Ashbery seguro; y también algo de física divulgativa: Hawking, Dawkins, Kuhn, Kaku, etc. El escritor es una esponja y yo soy un lector omnívoro.
- Para no pocos, La muerte de un Burgués te posiciona como el poeta más destacado de la poesía peruana última.
- No, no existe nada como “el poeta peruano más destacado”. Ocurre que hay una tendencia anglosajona a hacer de todo un ránking o una encuesta, y el mal ejemplo y la ociosidad hacen que, pronto, Alfredo Torres de Apoyo o Fernando Tuesta de la PUCP vayan a crear el próximo canon poético peruano, ya que sus técnicas cuantitativas son bastante más serias que las que pretenden elegir al libro del año –una aberración en una escena donde los tirajes no alcanzan los 500 ejemplares-, el poemario de Facebook o el verso de Twitter. No, la poesía no trata de eso, de tener 5 votos para 10 libros. La democracia, en ese sentido, no sirve de nada. Si esas encuestas fueran de medios masivos y no de cenáculos ganaría Gianmarco o Tongo. La experiencia literaria no es un espectáculo ranqueable ni cuantificable. Me da pena que gente seria siga ese camino, por decir algo suave, distractor.
- Tu obra ha sido reconocida por la crítica y los lectores. Ahora, eres –y te consideras también- un poeta insular.
- Todo poeta, en el fondo, es insular.
- Tus apariciones públicas –presentaciones, recitales, festivales de poesía- son contadísimas. Por otra parte, ¿cómo te ubicas en el panorama actual de la poesía peruana? Creo que podría decirse que eres un poeta noventero tardío.
- Mucha gente cree que soy mayor de lo que soy. Parte de ese problema fue mi labor periodística, que me hizo hacer notas a mis coetáneos asumiendo una distancia generacional que no necesariamente tenía. Noventero tardío no soy. Todos ellos, hasta los de menor edad como José Carlos Yrigoyen, me llevan algunos años y libros. Ahora, no sé, en el fondo, qué tan importante sea situar temporalmente al poeta. Yo me siento un poco al medio entre mis contemporáneos y los precedentes, un lugar intermedio también, ahora que lo dices. Será que esa dificultad por establecer una voz me impide también la localización en el tiempo. Pero no es voluntario: me gustaría participar en más recitales, que es algo que me encanta hacer. El poema cobra potencia cuando se vuelve arte escénica. Y en el Perú hemos tenido grandes ejemplos de ello, como César Calvo. Hay que insistir con los recitales.
- De los poetas que han publicado en estos últimos años, ¿hay alguno a quien deberíamos prestar más atención?
- Tengo mucho interés en la obra de Manuel Fernández, su poemario Octubre es uno de los mejores de los últimos años. Romy Sordómez tiene otro, Présago, un libro al que hay que volver. Sé que ambos están a punto de publicar de nuevo y eso es una gran noticia para quienes creemos que mucho de lo bueno que ocurra en la poesía peruana próxima tiene que ver con ellos. Puedo decir lo mismo de Paul Guillén, cuya Historia Secreta revela a un poeta complejo, que explora registros, que interviene el lenguaje. Varios de sus últimos poemas, que son parte de un libro que tiene el título tentativo de El Espectador Invisible, hacen que uno espere con ganas la publicación. Bruno Pólack, en Las Ruedas del Beso de Reinaldo Arenas, tiene varios versos que cualquiera de nosotros hubiera querido escribir. Miguel Ángel Sanz Chung muestra su talento en “Poema para ser escrito en el espejo” (http://urbanotopia.blogspot.com/2007/07/miguel-sanz.html), un hit. No es mi intención hacer una antología de la poesía reciente, pero creo que el lector avisado de poesía debe seguir con atención a estos escritores.