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«Baldío»
Nómez, Naín. Santiago de Chile, palabra editorial, 2020, 25 páginas

Por Grínor Rojo
Publicado en Literatura y lingüística, N°45, mayo de 2022


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Como en el cuento de Monterroso, el poeta despierta en  Baldío, el poema largo de Naín Nómez, para comprobar que la pandemia de su sueño "sigue ahí" que la pesadilla y la realidad son una y la misma, que lo que él ha estado soñando desde hace mucho —y con él, otros que son como él—, es espantosamente cierto.

El verbo marcado es, por supuesto, "despertar". Ese verbo, que anafóricamente puntea la sintaxis del poema, establece una frontera. Porque despertar es salir de un cierto espacio, pero para entrar en otro. ¿De dónde sale Nómez y adónde entra? Pienso que el poeta despierta aquí desde un tiempo sin tiempo. Despierta de nuestro miedo ancestral a que los muros de la civilización que hemos construido son en verdad tan endebles que pueden flaquear y desmoronarse en cualquier momento, que (para mal citar el  Manifiesto  de Marx y de Engels) lo que creemos sólido está siempre amenazándonos con desvanecerse en el aire. Este es un miedo que tenemos todos los humanos, que forma parte de nuestra condición de tales y que puede rastrearse a lo largo de la historia de la cultura desde que hay registro. Está en el Job del Antiguo Testamento, ese a quien el demonio le inflige penurias sin cuento; está en el Edipo de Sófocles, el que mata a su padre y desencadena la peste sobre Tebas; está en el Defoe que detalle sobre detalle, histéricamente, documenta la plaga bubónica de Londres en 1665; está en el poeta Eliot que acusa a la modernidad apestada mientras que al mismo tiempo les confiesa a sus lectores que él no creyó nunca que la muerte se llevaría "a tantos"; y está en el Camus que reflexiona respecto de la absurda epidemia que en Orán riega calles con centenares de cadáveres. En todos, el miedo es idéntico, y se reduce a la sospecha de que la orgullosa falacia civilizada en cuyos brazos nos abandonamos desaprensivamente no es mucho más que eso: una nube de humo, un castillo de naipes que puede y va a desmoronarse con el soplo más leve.

De todo eso sale Nómez en Baldío, pero ¿hacia adónde? "Cuando despertó/la pandemia seguía ahí", son los versos del comienzo, los mismos que luego se tornarán en anafóricos. Es decir que el poeta de Baldío emerge desde el fondo de su terror soñado, pero solo para poner los pies sobre la superficie de una vigilia simétrica. Habría que añadir a eso que se trata de un espacio que a él y a nosotros nos mantiene "confinados controlados/segmentados vigilados" (17). Es el espanto del adentro reproducido en la realidad del afuera, ya sea "en el encierro/ de su dormitorio" (13), ya sea reduciendo el intercambio con el prójimo a "un metro y medio de distancia" (17).

El destino de Job, de Edipo, de Defoe y los demás se convierte de este modo en su propio destino. En medio de la pandemia, el autor de Baldío asume la herencia del poeta moderno, el que eligió tener los ojos abiertos y de esa manera enfrentarse cara a cara con la enfermedad y la muerte. Un poeta es este que ya no se hace ilusiones, que renunció al paraíso, que les dio la espalda a los consuelos esperanzadores. No por soberbia, menos aún por masoquismo o melancolía tramposa. Tan solo, creo yo, por un acto de inteligencia suicida. El que uno se vuelva a encontrar en el afuera de la vigilia con la pesadilla de adentro -o, si se quiere, en el que uno se vuelva a encontrar en el presente con los monstruos del pasado-, demuestra que la pandemia no es una excepción. Es, por el contrario, un morbo de caras innumerables e imperecederas, que retornan siempre, que el progresista Nómez, como el conservador Eliot antes que él (no por nada su poema tiene el título que tiene), atribuye en primera instancia a la modernidad:

le resonaba con mucha fuerza
El hundimiento del Titanic
de Hans Magnus Enzensberger
esa metáfora de la modernidad ostentosa
un barco monstruoso
petrificado en el fondo de los mares (109)


Pero al fin y al cabo ocurre que el hundimiento del Titanic, o sea el hundimiento de la modernidad, "Era solo un aviso" (109).

Y ese es el momento justo en el que el poeta Nómez salta al vacío, cuando su poema experimenta una profundización formidable pero no inaudita, porque es cuando deja de ser el poema acerca de la enfermedad y la muerte de algunos y se transforma en una prefiguración del apocalipsis y del posapocalipsis de todos. El COVID-19 no era más que la puerta de entrada a aquello otro, cuantitativa y cualitativamente distinto, ya que el virus es "una verdad que siempre estuvo allí / y no tiene la culpa" (19),


Sobreviene entonces la pregunta. Después de la pandemia,
¿Qué nos espera?
¿Cuándo será la próxima pandemia?
¿Un planeta sin agua ni alimentos
el baldío irreversible?
¿la radiación la guerra?
¿el frío y el calor recargado?
¿el fin de todas las predicciones?
¿el autoexterminio total?
¿Mutaremos? (21-22)
(...)
el tumor que se expande
el tejido podrido que se filtra
de la tierra una y otra vez
invadiendo los campos y las ciudades
para desandar
el camino de la especie (23)


Esto es lo que no intuyeron el bueno de Daniel de Defoe ni el bueno de Camus. Ni siquiera lo intuyó el no tan bueno de Eliot. La autoaniquilación de la especie humana. La pandemia que estamos viviendo y de la que estamos muriendo hoy día mismo, leída por este poeta chileno no como un azar inmotivado, ni tampoco como una fatalidad existencial (a lo Sófocles o a lo Camus) o como un castigo de Dios (a lo Eliot), sino como un "aviso" del apocalipsis y como una prefiguración del posapocalipsis.

En este breve y enorme poema, Nómez une su voz a las de unos cuantos contemporáneos proféticos, que nos hablan desde otras latitudes con el mismo tono de alarma, a la voz de J. G. Ballard, a la de Margaret Atwood, a la de Cormac McCarthy y muchos más. Es un copartícipe en la amarga convicción de que los humanos hemos acumulado a estas alturas de nuestro paso por la tierra mucho pasado, que del presente retenemos muy poco y que no nos cabe esperar nada del futuro. Que yo sepa, en la literatura chilena solo las Imágenes nucleares, de Óscar Hahn (1983), precedieron el augurio apocalíptico de esta "crónica" de Nómez, aunque entonces, hace ya más de 40 años, la preocupación de Hahn haya sido, esencialmente, la hecatombe nuclear. La de Nómez, sin perjuicio de los fantasmas de Hiroshima y Nagasaki, que no han desaparecido de su verso, es sobre todo ecológica. Es la certeza, cada vez más rotunda e inapelable, de que un día de estos despertaremos y no podremos respirar.

 

 

 



 

 

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