En su estudio, que desde La Reina mira sobre Santiago, Grínor Rojo trabaja en los tres tomos de su obra sobre la cultura moderna de América Latina. Lo interrumpimos para conversar sobre el estado de la cultura en el Chile neoliberal, tema sobre el que tiene más de algo que decir.
"En términos generales, creo que hay una pobreza cultural muy grande en nuestro país en estos momentos. Es una pobreza que afecta a los bienes culturales de mayor relevancia. Hay una especie de reemplazo de esos bienes, estoy pensando, por ejemplo, en la buena literatura, la buena música, las buenas artes visuales, por una cultura chatarra que es omnipresente: está en la vida nacional por todos lados y es la que favorecen nuestras autoridades. Protegen la cultura chatarra por dos razones: porque es una cultura inofensiva, que no entraña cuestionamiento alguno respecto de las decisiones que ellos adoptan y además porque tiene en la población un alcance mayoritario y políticamente redituable".
"Hay en esto un reborde político evidente entonces, y no creo que sea una casualidad. Dado el estado decaído de la cultura nacional, uno no puede sino establecer una relación entre las características de la formación económico social en que estamos viviendo en este periodo de la historia de Chile y la pobreza cultural a la que me refiero. Esa es la relación que hay que investigar y discutir".
—Me impresiona que la clase política en Chile no se juegue por el futuro de las generaciones que crecen en este contexto de carencia y que eso involucre también a la centroizquierda.
—En lo que tú llamas centroizquierda hay una amalgama apenas desentrañable de partidos y posturas con direcciones muy diferentes. Hay un sector de la centroizquierda, que se siente cómodo con la situación
actual y que lo que quiere es reformarla sólo en algunos aspectos. En otras palabras, reconoce esa gente que el sistema es por definición injusto; es decir, reconoce que el sistema maltrata a segmentos importantes de la población, pero sienten que eso está en la naturaleza misma de las cosas. El sistema es así. En tales circunstancias, el sector al que me refiero quiere morigerar los efectos negativos del capitalismo a través de bonos, de subsidios, y a través de la diversión cultural, pero sin cambiar su esencia. Ahora, existe también otro grupo que sí siente una incomodidad mayor, pero ese grupo ha perdido contacto con la gente. Viven en una especie de limbo, de aislamiento, hablándose y contestándose los unos a los otros sin salir del mismo circulo.
—Pero, por qué no querer un pueblo más educado, uno que pueda hacerse cargo de los desafíos que nos trae el futuro, la cultura, entendida seriamente, tiene un filón critico que es real.
—La cultura moderna de Occidente tiene desde sus orígenes una doble dimensión. Por una parte, desde el punto de vista económico, ha apostado al capitalismo, pero desde el punto de vista social y cultural es una cultura emancipatoria, critica del capitalismo. Esta es la cultura que hizo la revolución francesa, la que inspiró la revolución de la comuna de París, la revolución bolchevique, la que hizo la revolución mexicana. etc. Hay una dimensión emancipadora en la cultura moderna de Occidente que es efectiva, que no se puede negar. Esto quiere decir que la promoción de la cultura en serio involucra una promoción de esa dimensión emancipadora. En este momento, en el Brasil de Bolsonaro, se están castigando a los programas de filosofía, de ciencias sociales, de ciencias políticas. Es evidente que Bolsonaro entiende que esas disciplinas constituyen una dimensión indeseable para el proyecto político y económico que él se trae entre manos. En el mismo sentido, que la cultura ande como anda en nuestro país tampoco tiene nada de azaroso.
—Hoy la cultura instalada es una cultura facilitadora. Una cultura que se dice democrática y amante de las libertades, pero que al mismo tiempo le abre la puerta a la aparición del nacionalismo, el fascismo, el autoritarismo...
—Eso no es casual. Históricamente, el ascenso del nazismo en Alemania fue un ascenso facilitado por el fracaso de la República de Weimar. Esa fue una república socialdemócrata llena de buenas intenciones pero incapaz de lidiar con los problemas de Alemania entonces, que creó grandes expectativas a las que siguieron grandes decepciones y sobre esas grandes decepciones se montó el nazismo.
—A propósito de decepciones, por aquí se anuncia que vienen tiempos mejores, que Chile está en marcha. etc.
—Los tiempos mejores no han llegado ni van a llegar, esa es la realidad de verdad. Lo que ocurre en Chile es que la gente que hoy está a cargo del gobierno le prometió al país un nivel de crecimiento basado en una falsa premisa, que el crecimiento dependía de nosotros mismos. Pero la verdad es que nuestro crecimiento económico no depende de nosotros mismos, sino, fundamentalmente, de nuestra inserción económica en el marco del sistema global. Y ahora, cuando en el sistema global hay una crisis feroz en marcha, prometer crecimiento en una economía que en más de un cincuenta por ciento depende de la exportación de un solo producto hacia los mercados internacionales, es una irresponsabilidad. Se sabía que eso no podía ocurrir. Se miente, se fabula...
—El uso sistemático de la mentira y de la violencia verbal parece haberse internacionalizado.
—Desde mi punto de vista en la época de las dictaduras, en los setentas, ochentas y aun después, se trataba del comienzo de la instalación del capitalismo globalizado en Latinoamérica. Se percibió, con bastante claridad, que era imposible llevar a cabo ese proyecto si no era a través del uso de la violencia militar, y eso explica las dictaduras. En el caso chileno esa política resultó. En los demás países de América latina no ha sido así. En el caso chileno, donde resultó, la instalación la hizo un régimen piramidal, una dictadura unipersonal y a punta
de bayonetas. Ahora bien, contemporáneamente lo que ocurre es que, debido a la revolución que se ha producido en el área de las tecnologías de la información y la comunicación, se piensa que ellas van a hacer, y van a hacer mejor, el trabajo que hace cuarenta años hicieron las bayonetas. No es que las bayonetas hayan desaparecido, sin embargo, sino que están guardadas en las barracas por si llegaran a ser necesarias. Pero se confía sobre todo en la efectividad de los nuevos instrumentos tecnológicos para poder, a través de ellos, persuadir a una población que está siendo afectada negativamente por la instalación del proyecto neoliberal de que este, a pesar de todo, es bueno y que, si no es bueno ahora, va a serlo en el futuro.
Esto es lo que se intenta hacer. Efectivamente, en un primer momento tienen éxito, lo tuvo Bolsonaro, lo tuvo Macri. Pero resulta que este tipo de persuasión entra pronto en conflicto con los datos concretos de la realidad que la mayoría de la gente está viviendo. A mediano o largo plazo, el castillo de naipes se empieza a desmoronar. Lo que está pasando en Argentina hoy es indiscutible en ese sentido. Macri, la gran esperanza de hace tres años, actualmente tiene a su país en el suelo. Entonces surge el discurso agresivo: "Esta gente no entiende". O bien: "Les decimos, a través de la televisión, a través de la radio, de los periódicos, del tweeter, qué es lo que estamos haciendo y que si hay problemas ellos se van a resolver, pero no entienden". Agreguemos a esto la actitud de un Bolsonaro, quien acusa de "imbéciles" e "idiotas útiles" a los estudiantes que protestan porque están siendo objetivamente perjudicados por sus políticas. En el caso chileno puede que el lenguaje no sea tan brutal, pero por ejemplo todo el mundo escucha el doble discurso acerca del empleo, todo el mundo sabe, porque lo puede ver en la calle, que en Chile más de la mitad de la fuerza de trabajo está compuesta por cuentapropistas, es decir por trabajadores que no tienen ninguna estabilidad laboral, ni beneficios sociales ni nada que se le parezca; e incluso entre aquellos que tienen un puesto fijo, el desempleo está aumentando. Y ¿que afirma el presidente de la república ante la nación? "Les hemos creado más de 160 mil empleos". Para las estadísticas, eso incluye hasta el tipo que ayuda a estacionar el auto en el supermercado
cuyo trabajo no sólo no es necesario, sino que es una suerte de mendicidad. Porque seamos realistas, ¿qué es lo que le interesa al capitalismo en términos de trabajo? Al capitalismo le interesa que haya la mayor productividad con la menor inversión posible. En una circunstancia de crisis global, se trata de crear mecanismos que permitan recortar el tiempo de trabajo, que este produzca lo que se necesita y nada más y con salarios adecuados a ese tiempo recortado durante el cual el trabajo se realiza y no a las necesidades del trabajador.
Nuevamente, entra en juego aquí la cultura de las redes sociales. En un libro que estoy completando, dedico un capítulo a las tecnologías de la información y la comunicación, pues estas son el costado científico-tecnológico del estado actual del capitalismo. Así como la revolución industrial fue el costado científico-tecnológico correspondiente a la gran industria del siglo XIX, a fines del XIX y comienzos del XX, en la transformación del capitalismo que entonces se produce, las innovaciones tecnológicas van desde la radio hasta los primeros y significativos cambios en los medios audiovisuales. Pero en la fase actual, ese lugar lo ocupan las tecnologías de la información y la comunicación junto con otros avances, como los que tienen que ver con el desarrollo de la inteligencia artificial. Marx era claro en ese sentido y lo dijo con toda precisión en su polémica con los owenistas: las transformaciones tecnológicas no favorecen nunca a los trabajadores sino a los dueños del capital. Este es el punto de vista desde el cual hay que partir. En este momento, las TIC están generando una mayor conectividad de la gente, sin duda, pero una mayor conectividad que no redunda necesariamente en una mejor calidad de vida para los usuarios, sino en mayores beneficios para los dueños del capital, son ellos los que se benefician con las innovaciones. Quienes representan a los dueños del capital en la esfera política se aprovechan de los medios de comunicación, que en la circunstancia actual son más poderosos que nunca antes en la historia y favorecen su gestión. Les ayudan a tranquilizar a la gente. Tener tranquila a la gente con una cultura del entretenimiento, con la promesa de que lo mal que hoy lo pasan no es algo permanente. Que van a venir tiempos mejores. Todo ese paquete nos llega a través de las tecnologías comunicacionales, de la televisión, por cierto, y de las nuevas conexiones, el computador, los celulares, en fin. Con el añadido de que la tecnología contribuye, además, a la eliminación de puestos de trabajo: supermercados sin cajeras, metros sin conductores. etc. Esto, al final, va a producir una crisis cuyas consecuencias no podemos medir.
—Si volvemos al campo de las artes formales y examinamos el caso de la novela, que pertenece al campo de la creación literaria, ¿qué pasa con sus efectos sociales?
—El pronóstico general mío es el que las artes de la imagen son las artes que tienen las mejores posibilidades de prosperar en el tiempo futuro. Por el contrario, las artes de la letra van a tener cada vez más dificultades para hacerlo. Mi impresión es que, en esas condiciones, con la novela por ejemplo, va a pasar lo que ya pasó con la poesía en el siglo XIX, cuando la poesía se convirtió en una lectura selecta para un grupo escaso de personas. Si la novela sobrevive, creo que va a sobrevivir de esa misma manera. Probablemente, tendremos una novela experimental cuyo nivel de trabajo con el lenguaje va a ser de la más alta sofisticación y no remedable por la imagen. Pero el que haya ese nivel de sofisticación en el lenguaje de la novela hará que su acceso sea muy limitado. Por otro lado, en la escritura de novelas en América Latina se está imponiendo cada vez más una cultura literaria desnacionalizadora, sin identidad local. Lo que están haciendo los jóvenes escritores mexicanos, por ejemplo, es producir obras donde México no está. Producen globalizadamente, para el mercado mundial, no para el mercado local. La aspiración predominante es esa. Personajes con nombres ingleses, asimilados al universo de cualquier lugar. Y entre nosotros, ¿qué quiere el escritor chileno hoy día? Que lo traduzcan y lo lean en Europa o en Estados Unidos. Yo no juzgo, solo señalo una tendencia y la vinculo inevitablemente con el proceso globalizador. El vínculo entre identidad y cultura está siendo erosionado, y siento que nuestras autoridades deberían defenderlo. Hay maneras de hacerlo. Tenemos ahora un ministerio de las culturas que podría activar sus recursos en esa dirección.
En países que valoran su cultura, hay colecciones de autores clásicos nacionales, críticamente cuidadas por especialistas y patrocinadas por el Estado y los gobiernos independientemente de su posición política. Esa es una perspectiva nacional en el trabajo con la cultura de la que nosotros carecemos. Te doy un ejemplo que me concierne personalmente. En estos días estoy editando una historia crítica de la literatura chilena en cinco volúmenes y el apoyo que he recibido para este esfuerzo ha sido mínimo. ¿Qué entienden los que manejan la cultura en Chile por cultura nacional? ¿Qué entienden por patrimonio nacional? Mi impresión es que son solo las iglesias terremoteadas o las viejas casas patronales en ruinas y a las que hay que recuperar, cuando no es el festival del choclo o la empanada mas grande de Chile. Todo lo demás es elitista, a muy pocos les importa y no reditúa políticamente.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
La cultura en Chile, hoy
Una conversación con Grínor Rojo
Por José Leandro Urbina
Publicado en Occidente N°494, junio de 2019