En septiembre de 1983 surgió otro organismo que también tuvo como objetivo luchar contra la tortura, pero adoptando formas distintas en su accionar. Fue el Movimiento Contra la Tortura "Sebastián Acevedo", que optando por la no violencia activa hizo demostraciones en las calles y frente a los lugares donde se sabía que se practicaba este abominable flagelo. Su primera acción tuvo lugar el 14 de septiembre de 1983 frente a uno de los cuarteles de la CNI ubicado en la calle Borgoño en Santiago. Los integrantes del movimiento liderado por el sacerdote jesuita José Aldunate nunca opusieron resistencia a las fuerzas policiales que los reprimían, por lo que sus manifestaciones producían un gran impacto en quienes las veían. El nombre "Sebastián Acevedo" lo adoptaron en recuerdo y homenaje de aquel padre que el día 11 de noviembre de 1983 se inmoló frente a la catedral de Concepción exigiendo que la CNI devolviera con vida a sus hijos María Candelaria y Galo Fernando que habían sido detenidos dos días antes.
Beatriz Brinkmann
A 30 AÑOS
"Que la CNI devuelva a mis hijos"
Aquí Sebastián Acevedo Becerra
predió su cuerpo en llamas
en señal de protesta por la violación
a los derechos humanos y la tortura
cometidas durante la Dictadura Militar
11 Noviembre 1983
11 Noviembre 2013
POR EL AMOR MÁS GRANDE
Sebastián aparece repentinamente por las calles de la ciudad como un símbolo de este pueblo desesperado que experimenta con angustia la detención arbitraria de los suyos, la tortura cruel, el desaparecimiento injusto, el atropello inhumano, la verdad negada, el engaño sistemático, la burla infame.
Aparece incontrolable, envuelto en llamas, junto a la Cruz del Año Santo de la Redención, para luego avanzar en una danza lenta y macabra hasta caer pesadamente en el embaldosado de la Plaza de la Independencia en Concepción. Allí se consume, ahora serenamente.
Hombres y mujeres, ocasionales testigos del acontecimiento, interpretan correctamente –aunque sin poseer antecedentes- el gesto extremado del padre de familia. Es uno de nosotros, no cabe duda; es uno de nosotros. Y las voces se unen para gritar.
No es un hombre, es un pueblo. Símbolo de todos. Pueblo desesperado por calmar su angustia y que, sin embargo, espera que su actitud tan radical no sea inútil.
Pero Sebastián es también un pueblo que no transa. Que no está dispuesto a seguir transando valores tan sagrados como el derecho a la vida, la verdad, la justicia, la paz, la fraternidad entre los chilenos.
Es como si se nos dijera: más vale entregar la vida antes que renunciar a defender aquellos valores tan preciosos.
Sin duda que la decisión es drástica y trágica, pero deja siempre una lección que tan sólo no entienden aquellos que teniendo oídos no oyen, teniendo ojos no ven y teniendo corazón ya no quieren sentir.
En su desesperación, Sebastián entrega la clave para sostener la esperanza contra toda esperanza: la vida entregada en sacrificio es también un camino que se abre para defender heroicamente el valor absoluto de la propia vida humana. Sí, estas cosas no pueden ser transadas. A ningún precio.
Hemos valorado la muerte de Sebastián como la ofrenda de la propia vida en sacrificio por un amor más grande. Como una muestra del amor mayor: el que consiste en dar la vida por aquellos que uno quiere. En este caso, los propios hijos. Para muchos no cabe duda: el gesto de Sebastián fue un acto realizado en plena libertad, cuerdamente, con la esperanza de obtener algo bueno para el mundo. Nos recordó a todos la propia afirmación de Jesús: “A mí nadie me quita la vida, yo la doy libremente” (Juan 10:18).
No sólo una lección deja la inmolación de Sebastián. Más que eso, nos deja a todos una tarea, una inmensa tarea.
Si Sebastián Acevedo murió como “muestra del amor más grande” (Juan 15:13); si en él se verifica también aquello de que “el grano de trigo si cae en tierra y muere, da mucho fruto” (Juan 12:24); si se pudiera afirmar de Sebastián “que entrega su propio cuerpo para ser quemado”, pero teniendo amor y por tanto su entrega es útil, su entrega sirve, entonces nos deja a todos una inmensa tarea.
Sebastián se parece a aquel servidor, símbolo de todo un pueblo, del libro del profeta Isaías: “Muchos quedaron espantados al verlo, pues su cara estaba tan desfigurada que ya no parecía un ser humano…hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento… sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban”.
Al morir, Sebastián decía: “Ofrezco mi sacrificio por todos los padres y madres del mundo que tienen hijos detenidos”.
Por todo esto, lo que nos deja Sebastián desde su cuerpo inmolado y desde su espíritu viviente es una tarea de esperanza. La tarea de renovar nuestra voluntad de vivir por los mismos ideales por los que aquel querido hermano afrontó libremente la muerte.
Enrique Moreno Laval
(Extractos de texto escrito en noviembre de 1983)