A sus 70 años, cuando está en Chile, Gonzalo Rojas está en Chillán, lejos de la batahola literaria de Santiago (por muy ínfimas que sean, las bataholas siempre son bataholas), y siempre fue así. Rojas fue y es un poeta casi silente en cuanto a la pompa y al corneteo autoaclamatorio, pero de una poesía sonora, fonética, como la vieja poesía de los juglares que se lee en voz alta sin énfasis (aunque él dice: "en mis últimos poemas hay un desplazamiento de la oreja al ojo", puesto que se ha encontrado con textos suyos cinematográficos).
Gonzalo Rojas es un poeta mayor de Chile que, sin embargo, afuera —particularmente en México, Venezuela, Colombia, España, Alemania y Estados Unidos— es más reconocido que adentro. Afuera es de los escritores de Chile con más audiencia. Adentro ha tenido escaso reconocimiento e incluso las editoriales de la patria se resisten a publicarlo. Por el contrario, en México Octavio Paz fue motor de los festejos de sus 70 años (se le hicieron dos celebraciones) y en Alemania Federal hace poco se realizó un seminario con su obra. El escritor Günther Grass personalmente pidió que se le tradujera toda su poesía, que estará lista en abril de este año con la publicación de dos libros. En Madrid acaba de publicarse en hermosa y cuidada edición Materia de testamento (Editorial Hiperión), que aún no llega a Chile, y se prepara un nuevo texto.
Hoy Rojas está en Chillán, a pesar de que nació en Lebu, pero deberá partir pronto a Estados Unidas, donde hace clases en una universidad de Arizona y donde pasa gran parte del año.
Tangencial a la generación del 38, tangencial al grupo surrealista La Mandrágora, tangencial a Huidobro, tangencial ha sido siempre este Rojas, cuya "poesía activa" detona por los caminos fundamentales del eros.
—¿Considera que en su poesía la voz erótica es la más detonante?
—A mi me parece que esa cuerda del eros es muy central y tal vez la central. Lo erótico es el asombro y la inocencia. No es el eros de la sensualidad pura, no es la pornografía. Pero hay otra cuerda que es la sagrada o "numinosa", como decia Jung, lo trascendido. Prevalece el eros, y no menos prevalece el ethos, es decir la ética. Siempre ha habido una dimensión ética, lo mismo que de la convivencia humana, léase política. Ahora, si tuviera que definir mi tarea poética diría que es la de un obseso lánguidamente devorado por la fidelidad. Y eso, claro, es eros y ethos. Fidelidad y fidelidad. No ha habido trampa.
—¿Considera que en Chile la crítica hacia su obra ha sido muy silenciosa?
—La recepción de la obra mía no ha sido negra, opaca o desteñida. Ha sido una recepción viva, no de grandes adhesiones en algún plazo definido. En Chile ha tenido sus altibajos. Cuando se publica mi primer libro, La miseria del hombre en 1948, libro escrito el 45 que debió publicar la SECH el 46 pero se olvidó (puesto que había ganado un concurso cuyo premio era su publicación), la verdad es que tuvo su resonancia. Hubo unas 50 notas críticas, lo que era mucho para la época. Una de ellas, desdeñosa, del señor Alone, que dijo, no sé a propósito de qué, que yo me quería ganar el Premio Nacional de Literatura... ¡Esa manía chilena de los premios! Es una de las manías más ostensibles. Es una de las hipertrofias del chileno. Eso de querer aparecer, figurar, figuretear rápido, es una cosa que uno no la puede entender bien. Yo, por lo menos, nunca lo he entendido... El señor Alone además dijo que había mucha tristeza en mis poemas. La gente entiende por tristeza algo que tal vez no lo sea. He leído en algún poeta de Chile una nota sobre mi trabajo que dice: "¡pero qué tristeza! No tiene para qué entristecerse tanto". Y yo pienso: yo soy uno de los poetas menos tristes en este país. De los más alegres y vivaces, y de los más irreverentes, no tengo ninguna pesadumbre. A mi no me pesa la vida. No entiendo que se me asigne la condición de Caballero Triste... Bueno, el señor Silva Castro dijo que yo era un animal visceral, en cuanto a que mostraba mis vísceras... Ricardo Latcham, profesor mío en el Pedagógico, dijo que la poesía mía era de "morbosa irradiación literaria". Yo no sé qué quiso decir con eso de "morboso". Bueno podría seguir repitiendo cosas pero no tiene importancia. Era tanto lo que aparecía sobre mi libro en los diarios, que yo un domingo, vivía entonces en Valparaíso, bajé desde mi cerro Alegre, por la cuesta del Peral, como siempre, compré los periódicos y vi que ya no aparecía nada sobre mí. Cuando advertí eso me quedé preocupado, y a continuación me vino ¡una vergüenza de mi mismo! De cómo yo también andaba buscando la adhesión o, aunque fuera el rechazo: pero en todo caso aparecer adentro de ese papel. Me avergoncé y me callé y no hablé nada. Fue una lección ante mí mismo. Después me di cuenta de cuán necio y qué aburrido, qué equívoco es eso de andar buscando figuración literaria. Me quedé callado mucho tiempo.
—Su segundo libro, Contra la muerte, apareció apenas 16 años después...
—En 1954 apareció Contra la muerte, en una edición horrorosa, fea. No era fea por el papel, como era La miseria del hombre, sino por la fealdad del editor, que le puso ¡56 erratas! Asco mayor no he visto nunca en un libro de poesía. Ese señor me tendría que haber pagado a mí. y no yo a él como tuve que pagarle... Fue la Editorial Universitaria... Fue un horror.
—En Chile, sus libros han sido autoeditados. ¿Ninguna editorial chilena le ha ofrecido publicar su trabajo?
—Ninguna editorial chilena me ha ofrecido publicar mis poemas. Ninguna. Nunca me han pedido un libro. En general, en las antologías me han vetado. Y eso no me duele. No hay el más leve rencor, nada. Si vas a hacer una nota conmigo, no pongas ningún refunfuño, porque no lo siento. Yo soy un tipo medio rezongón pero no en contra de nadie. Soy inserto y tangencial. Casi siempre fui así. A esta edad te lo voy diciendo: nunca estuve en La Meca misma porque me parecía un exceso.
—Pero la crítica le habrá preocupado.
—Naaaada, hombre. Jamás.
—En sus libros, usted repite poemas publicados en libros anteriores. ¿Esto se debe a una intención de antologarse, debida quizás a su exclusión en otras antologías? ¿O es un método de trabajo?
-Aclaremos. Los poemas parece que se repiten pero nada se repite. Hay gente que trabaja linealmente. Dios los ayude, pues. A lo mejor está bien. Otros trabajamos circularmente, en una especie de proyecto de abarcabilidad comunicacional incesante. Eso ha sido mi trabajo y he sido fiel a eso siempre. O sea, no se trata de poner un poema para antologarlo, como dice la gente, no, sino que al revés. Cuando un poema que uno escribió antes lo republica frente a los ultimísimos, es un riesgo muy grande. Uno incluso hace una apuesta ante su oyente o su lector. Es un desafío. Yo necesito de los poemas que escribí antes.
—Debe ser difícil asumir la vigencia de un poema antiguo como para publicarlo como si fuera novísimo.
—Claro. Porque no es antología. En Materia de testamento hay un 70 por ciento, más o menos, de textos nuevos que juegan su juego con poemas que fueron escritos antes, pero que son necesarios. Es un ejercicio. Si yo nunca he dicho que soy un poeta innovador, inmortal, primordial, fundamental. Nada de eso. Y por eso que no me parece desdecoroso no tener figuración en mi país. ¿por qué?
—Pero el hecho de ser reconocido afuera y no adentro, ¿no lo jode?
—Nada. Pero absolutamente nada. No soy premio. Una vez fui Premio Atenea y me borraron. Hicieron la lista de los premiados y ya no aparezco... Recién he mirado la nómina de los señores que componen la Academia de la Lengua... A mí nadie me llamó para eso. Y creo que hay académicos a granel en este país... Cualquier cantidad de miembros de la Lengua. Pero cómo se va a ofender uno por eso. Al revés: libranos señor, decía Darío, de las Academias.
—Pero usted aceptaría ser miembro de La Academia.
—¡Jamás! ¡jamás! Ninguna cosa de ésas. Nada. Una vergüenza... Midámonos un poco... ¡por favor!
—Si bien la audiencia de su poesía en Chile, como usted reconoce, no es resonante, se notifica su voz en parte de la poesía joven del país. ¿A qué se deberá, cree usted?
—Yo creo que tiene que ver con un grado de rigor que los muchachos están pidiendo, están exigiendo, frente al desmoronamiento. Yo estoy convencido de que mi diálogo es con los jóvenes y con los jóvenes hacia adelante. Será porque yo adoro el desaliño.
—A pesar de no ser joven, ¿le parece riguroso, por ejemplo, Eduardo Anguita?
—Me parece riguroso y valioso. Es un buen poeta de Chile, sea de la pinta que sea, con los colores que haya tenido. Lejos, por encima de La Mandrágora. Mandragorita es así (hace así con la mano). Anguita fue siempre poeta. Lo que ha escrito es poesía que dura.
—Algunos han encontrado un rigor similar entre Anguita y usted en el uso de la palabra.
—Me encanta que me lo diga eso y me honra. Y además reconozco en Anguita un poeta. No he visto en este país, creo, en muchos años, poesía como la suya. No es amigo mío. Tengo la impresión de que incluso habrá rechazado cosas mías alguna vez, y eso no tiene ninguna importancia. Aquí no se trata de amistades ni de besuqueos.
—Anguita se relacionó con Huidobro y, como usted insinuó, con el grupo La Mandrágora. Usted en algún momento participó en La Mandrágora, ¿por qué se alejó?
—En La Mandrágora no había lenguaje ni genio literario. Enrique (Gómez-Correa) sacó su lenguaje después. Braulio (Arenas) hizo algo, pero no siguió diciendo grandes cosas. Cid (Teófilo) no. Esa es una ilusión, ese tipo no escribió. Tantas leseras que la gente habla de Cid. Cáceres (Jorge) tenía talento imitativo pero era un muchachito. Tenía 25 años cuando murió.
—Usted escribió un poema bien duro contra Braulio Arenas, "La cicatriz"...
—Ah si, contra Braulio. El tipo fue muy bandido conmigo. Los dioses le habían dado una cosa hermosa y él la malgastó y al surrealismo lo manchó con sus acciones. Además, temprano en su vida quebró la fuerza que tuvo. No era radiante, no era Anguita, pero tenía luz, al principio. La embarró. Pero no me gusta hablar de él; menos de los muertos.
—Como Enrique Lihn, por ejemplo.
—Claro. Valioso, Enrique. Hizo verdaderas cosas, activo... Yo andaba por una calle de Berlín cuando me encontré con un amigo que trae una carta de Chile. En esa carta había muchos papeles sobre Lihn, y me dio rabia, me dio rabia que estuvieran hablando tanto de un pobre niño muerto, tanto... Todo el huevonaje chileno hablando sobre Lihn. Qué asco, qué vergüenza para él mismo... Así empecé el poema que entonces escribí. "Sin Lihn": "Lihn sangra demasiado todavía/ para hablar de Lihn ido Lihn...".
Poemas de Materia de Testamento, 1988
Alegato
Buena nueva para los liridas de Chile: me echaron,
me amarraron y me echaron
en una especie de camisa con un número
colorado en la tapa: -Rojas,
ahí va Rojas el Gonzalo por hocicón
y por crestón y fuera de eso por ocioso, por
desafinado.
En cuanto a mí ya no estoy
para nadie. Por eso me echaron.
Porque no estoy para nadie me echaron.
De la república asesinada y de la otra me echaron.
De las antologías me echaron.
De las décadas salobres me echaron. De lo que no pudieron
es del aire.
Materia de testamento
A mi padre, como corresponde, de Coquimbo a Lebu, todo el mar,
a mi madre la rotación de la Tierra,
al asma de Abraham Pizarro aunque no se me entienda un tren de humo,
a don Héctor el apellido May que le robaron,
a Débora su mujer el tercero día de las rosas,
a mis 5 hermanas la resurrección de las estrellas,
a Vallejo que no llega, la mesa puesta con un solo servicio,
a mi hermano Jacinto, el mejor de los conciertos,
al Torreón del Renegado donde no estoy nunca, Dios,
a mi infancia, ese potro colorado,
a la adolescencia, el abismo,
a Juan Rojas, un pez pescado en el remolino con su paciencia de santo,
a las mariposas los alerzales del sur,
a Hilda, l'amour fou, y ella está ahí durmiendo,
a Rodrigo Tomás mi primogénito el número áureo del coraje y el
alumbramiento,
a Concepción un espejo roto,
a Gonzalo hijo el salto alto de la Poesía por encima de mi cabeza,
a Catalina y Valentina las bodas con hermosura y espero que me inviten,
a Valparaíso esa lágrima,
a mi Alonso de 12 años el nuevo automóvil siglo XXI listo para el vuelo,
a Santiago de Chile con sus 5 millones la mitología que le falta,
al año 73 la mierda,
al que calla y por lo visto otorga el Premio Nacional,
al exilio un par de zapatos sucios y un traje baleado,
a la nieve manchada con nuestra sangre otro Nüremberg,
a los desaparecidos la grandeza de haber sido hombres en el suplicio y haber
muerto cantando,
al Lago Choshuenco la copa púrpura de sus aguas,
a las 300 a la vez, el riesgo,
a las adivinas, su esbeltez
a la calle 42 de New York City el paraíso,
a Wall Street un dólar cincuenta,
a la torrencialidad de estos días, nada,
a los vecinos con ese perro que no me deja dormir, ninguna cosa,
a los 200 mineros de El Orito a quienes enseñé a leer en el silabario de
Heráclito, el encantamiento,
a Apollinaire la llave del infinito que le dejó Huidobro,
al surrealismo, él mismo,
a Buñuel el papel de rey que se sabía de memoria,
a la enumeración caótica el hastío,
a la Muerte un crucifijo grande de latón.
En cuanto a la imaginación de las piedras
En cuanto a la imaginación de las piedras casi todo lo de carácter copioso
es poco fidedigno:
de lejos sin discusión su preñez animal es otra,
coetáneas de las altísimas no vienen de las estrellas,
su naturaleza no es alquímica sino música,
pocas son palomas, casi todas son bailarinas, de ahí su encanto;
por desfiguradas o selladas, su majestad es la única que comunica con la
Figura,
pese a su fijeza no son andróginas,
respiran por pulmones y antes de ser lo que son fueron máquinas de aire,
consta en libros que entre ellas no hay Himalayas,
ni rameras,
no usan manto y su único vestido es el desollamiento,
son más mar que el mar y han llorado,
aun las más enormes vuelan de noche en todas direcciones y no enloquecen,
son ciegas de nacimiento y ven a Dios,
la ventilación es su substancia,
no han leído a Wittgenstein pero saben que se equivoca,
no entierran a sus muertos,
la originalidad en materia de rosas les da asco,
no creen en la inspiración ni comen luciérnagas,
ni en la farsa del humor,
les gusta la poesía con tal que no suene,
no entran en comercio con los aplausos,
cumplen 70 años cada segundo y se ríen de los peces,
lo de los niños en probeta las hace bostezar,
los ejércitos gloriosos les parecen miserables,
odian los aforismos y el derramamiento,
son geómetras y en las orejas llevan aros de platino,
viven del ocio sagrado.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Gonzalo Rojas, poeta "Ni amistades ni besuqueos".
Por Marcelo Mendoza.
Publicado en APSI, N°285, 2 al 8 de enero de 1989