Lo primero la conciencia del límite: la clara distancia entre lo exiguo de mis méritos y la jerarquía del Premio Nacional de Literatura, de tan honrosa tradición. Y es que no debemos encandilarnos. De repente somos el sentimiento de serlo todo y la evidencia de no ser nada, según dijo Válery. Lo cierto es que la poesía encarna en uno como por azar y nada valen los espejismos: ni el de la impaciencia en el oficio, ni el del éxito.
Alumbrado de mí, doy un salto hacia atrás y entro por un instante en el destello de la infancia. Lo que de veras amas no te será arrebatado. Voy corriendo en el viento de mi niñez en ese Lebu tormentoso y oigo, tan clara, la palabra "relámpago". "Relámpago, relámpago". Y voy volando en ella y hasta me enciendo en ella todavía. Las toco, las huelo, las beso a las palabras, las descubro y son mías desde los seis y los siete años; mías como esa veta de carbón que resplandece viva en el patio de mi casa. Es el año 25 y recién aprendo a leer. Tarde, muy tarde. Tres meses veloces en el río del silabario. Pero las palabras arden: se me aparecen con un sonido más allá de todo sentido, con un fulgor y hasta con un peso especialísimo. ¿Me atreveré a pensar que en ese juego se me reveló, ya entonces, lo oscuro y germinante, el largo parentesco entre las cosas?
Hoy, con tres cuartos de siglo en las costillas y 20 años en el corazón, hago mío el gaudeamus igitur juvenes dum sumus porque de veras hay mocedades: las veinteañeras y las septuagenarias. Yo ando en el oxígeno fresco de las mocedades septuagenarias. Además —como todos los poetas— vengo simultáneamente del norte y del sur, del este y del oeste, y he vivido largo en muchos párrafos del planeta, de los hielos a los trópicos y de las cordilleras al mar. Así -yendo-viniendo- viví en China y en las tres Américas; en Europa viví. Herr Professor en Alemania desde una cátedra fantasmal, titular en Caracas desde una cátedra real, Visiting Professor en Columbia, New York; en Chicago dos veces y asimismo en Pittsburg, en Austin, Texas, y ya no sé cuántas en las Montañas Wintas —afluentes de las Rocallosas— en un valle que se me da como otro Elqui de Gabriela Mistral, por rarísima imantación, en cuanto a que —como ella— y en carácter de viejo galeote, he remado el oficio de enseñar y ser enseñado por los jóvenes de este mundo y aún no suelto los remos. Aprendiz interminable desde el Bío-Bío sigiloso cantado por Alonso de Ercilla hasta las nieves de Provo, nada hice por
alcanzar mi doble condición de emérito, pues —poeta a la intemperie y desinstalado en el mejor sentido— siempre fui un movedizo y hasta un errante, y sólo amé la libertad con todos sus riesgos.
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Discurso pronunciado al recibir el Premio Nacional de Literatura en 1992