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LA VOZ SALVAJE DEL CUENTO
"El día más Salvaje y otros cuentos de la Penumbra", de Juan Chapple
Editorial Libros de la Medianoche, 2021

Por Gonzalo Rojas Canouet


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El género del cuento en su estado inicial ya lleva casi 200 años, cuando Edgar Allan Poe, en su Método de composición, nos habló de la teoría del efecto final, inicia esta manera de escribir. Funciona con recortes, con fragmentos en donde se asocian distintos elementos para generar un efecto, un K.O que según Cortázar, revele la verdad de lo escrito. Un cuento comienza en el final. Poe nos propone que este género merece ser entendido desde su intensidad. Elemento que corresponde pensar desde otra tesis que este ensayo nos presenta, el fracaso del poema absoluto. Esto quiere decir que Poe nos habla en su ensayo sobre la frontera de un modo de escritura monumental que cuaja en otro, uno fragmentario, intenso y que acota sintéticamente un efecto revelador que desencaje al receptor.

En adelante, encontraremos un sinfín de artículos que teorizan sobre el cuento. Lo llamativo, es que son los mismos cuentistas que hablan del propio proceso creativo.

Lo que interesa en esta escritura es su modo de operación. Hemingway nos propone la teoría del iceberg. El cuento funciona con la apariencia del lenguaje, desde su condición de acto de habla y desde ahí mismo, oculta lo que realmente quiere decir. Lo escondido se resuelve en el final. Pero este hecho merece el esfuerzo del lector para dar curso del sentido del relato. Horacio Quiroga, tanto en su decálogo como en sus trucs, en estos últimos, el escritor esboza al género cuento siempre como una operación del lenguaje. Hay conciencia de una tecnificación de cómo la escritura funciona siguiendo la intuición de la revelación. Es decir, por un lado, escribir cuentos solicita del escritor un esfuerzo architécnico sobre el acto comunicativo del lenguaje, la punta del iceberg diría Hemingway. Y, por otro lado, es el manejo y por qué no decirlo el control de las intensidades que se quieren provocar, el fondo y lo escondido del iceberg. En síntesis, un cuento es un doble juego, por un lado constata un uso tecnificado del lenguaje y por otro, el control inmedible de lo intuitivo de la intensidad. No es casual que estas dos operaciones sean parecidas a la escritura de un poemas en cuanto su a su elaboración de la forma rítmica se conjugue con el mensaje, con lo inmedible del mensaje. En el fondo esta señal doble amerita un doble aplauso al escrito de Poe. Su famoso Método de composición, nos anuncia esta operación que está por sobre la ya caducada condición inspirativa de la literatura. El cuento es un dispositivo que da cuenta de ese fracaso y a su vez de la apertura de otros horizontes amplios de la creación literaria.

Quiroga nos dice sobre los trucs de los cuentos, lo siguiente:

“Los cuentos denominados «fuertes» pueden obtenerse con facilidad sugiriendo hábilmente al lector, mientras se le apena con las desventuras del protagonista, la impresión de que éste saldrá al fin bien librado. Es un fino trabajo, pero que se puede realizar con éxito. El truc consiste, claro está, en matar a pesar de todo, al personaje.

A este truc podría llamársele «de la piedad», por carecer de ella los cuentistas que lo usan.

De la observación de algunos casos, comunes a todas las literaturas, parecería deducirse que no todos los cuentistas poseen las facultades correspondientes a su vocación. Algunos carecen de la visión de conjunto; otros ven con dificultad el escenario teatral de sus personajes; otros ven perfectamente este escenario, pero vacío; otros, en fin, gozan del privilegio de coger una impresión vaga, aleteante, podríamos decir, como un pájaro todavía pichón que pretendiera revolotear dentro de una jaula que no existe.

En este último caso, el cuentista escribe un poema en prosa.

El arte de agradar a los hombres, el de aquellos a que se denomina generalmente «escritores para hombres», se consigue en el cuerpo bastante bien escribiendo mal el idioma. Me informan de que en otros países esto no es indispensable. Entre nosotros, fuera del arbitrio de exagerar por el contrario el conocimiento de la lengua, no conozco otro eficaz.

Sobre el arte de agradar a las mujeres, el de aquellos a que se denomina generalmente «escritor para damas», tampoco hemos podido informarnos con la debida atención. Parecería ser aquél un don de particularísima sensibilidad, que escapa a la mayoría de escritores”

Los trucs de Quiroga mencionan normas de estilo y encauzan el camino a lograr una finalidad en el cuento. En el fondo estaríamos hablando de la finalidad y función de la escritura en un contexto dado. Al estar en un mundo industrializado, el cuento es el devenir escritural de dicha época, tal como lo podríamos pensar a partir de la digitalización de nuestro mundo presente: la escritura obviamente permearía los dispositivos culturales para entender el mundo actual. Propongo que por mientras entendamos nuestro quehacer cultural, ya sea desde la docencia, la escritura, de cómo ver una pintura o una performance en la lógica de Netflix: el todo fragmentado en capítulos que se condensan en una temporada y así en la serie completa. En una metodología cultural que nos guste o no, ya se instaló y nos queda aceptarla o destruirla. Quizás existan una fisura entre ambas opciones. Bueno, Quiroga funciona en la conciencia operática de la escritura sintética que debe contener efectos que provoquen un estremecimiento en el lector, sobre todo en la cotidianeidad de este. Me imagino que muchos de nosotros revisamos muy bien nuestra almohada después de leer El almohadón de plumas.

Juan Chapple es aparte de escritor, un buen lector. Hace unos 20 años que se de lo que hablo cuando nos conocimos en los locos años finales del siglo XX. Digo que es un buen lector, ya que al igual que Quiroga, Hemingway y su amado Poe, escribe sobre lo que sabe. Esa conciencia escritural es la de años de ensayo frente a la pantalla o la hoja en blanco. Entonces su libro El día más salvaje es producto de todo ese periplo. Juan dice en un diario:

“Vivimos días de apremio de lo humano —aunque no sé cuándo ha sido distinto—, pero hay momentos en que la paz es el bien más escaso, y todo pareciera presagiar la debacle: ecológicamente hablando, humanamente hablando, e incluso imaginariamente hablando… El día más salvaje es la latencia de que, precisamente, todo se desmorona, y no claramente para recomenzar nuevamente y que todo esté mejor, no me queda claro si es la tormenta seguida de la calma… estamos, a pesar de todo lo bueno que uno pueda pensar y querer, en momentos de profunda debacle, que no es solo material, sino que ésta se encuentra hecha con la materia de una aún más profunda debacle espiritual…(…)   El horror cruza la historia de Chile como la del mundo completo. En sus luchas, sociales, políticas, religiosas, de conquista, de la relación ominosa entre la llamada civilización y barbarie, pero también en la guerra del imaginario de cada cual, y del que compartimos socialmente, culturalmente.

Los cuentos, a ratos, se me arman así, descontextualizados y propios de un tiempo no exacto, aunque hay algunos otros muy claramente contextualizables, y algunos más, como La música del paraíso, El día más salvaje, etc. que pueden ser leídos, entre otras varias lecturas, como alegorías, dictatorial en el primer caso; o derechamente de descomposición social y estallido, en el caso del cuento Camino cuyo escenario y materia vital es Santiago y después todo Chile, y escrito siete años antes de nuestro estallido social mismo. Desde ellos se puede abrir un futuro incierto… en muchos casos, como en el propio El día más salvaje, se trata de un cuento que no concluye, no sabemos lo que viene, si la noche total o alguna clase de rayo de luz…”

Dejando de lado lo místico que se nos puso el amigo Juan, algunos aspectos que menciona son dignos de leerlos según lo que aquí se ha intentado decir. Sus cuentos quieren metaforizar desde el horror y para eso su escritura es una expurgación que la mayoría de sus personajes realizan en el presente. Si revisan a los protagonistas de los cuentos, la bisagra temporal entre el pasado y el futuro incierto se va revelando en el presente temporal, del cual esos mismos protagonistas hacen mención solapada de lo que está ocurriendo. No hay tiempo para reflexionar sobre lo que sucede de la punta de la nariz hacia adelante. Los hechos se dan casi naturalmente y los seres humanos estaríamos dejados a la suerte del devenir. No queda otra condición humana más que el dejarse precipitar en las circunstancias dadas. Por lo tanto, nuestra posición de lectores de estos cuentos nos compromete como testigos del horror del silenciamiento y degradación de lo humano en las acciones de los protagonistas. El horror es que siempre vamos al precipicio, lo sabemos y solo queda la espera de que ese hecho sea lo menos cruel posible. Por lo anterior, Juan Chapple tiene una conciencia del horror. Lo usa casi como una reescritura —en especial en los cuentos, Defenestraciones, Aquellos en la multitud y Animitas—, un procedimiento que en la lógica del cuento, funciona a la perfección de acuerdo a lo señalado anteriormente. Quiero decir, que desde su origen el género cuentístico ha sido depositario de manejos técnicos y procedimentales. Entonces, reescribir es un modo de ingresar a la realidad, resignificándola. Volver a ser visible a los signo de lo real lo que se puede decir desde lo estético. Resignificar es una manera posible de que la palabra pueda conectar con otros de modos de apropiación de la concreción estética. Reescribir y resignificar en Chapple es una operación del horror en la cotidianeidad de sus personajes. Desajusta la realidad o las capas de este desde el horror de la existencia. Es como cuando comienza Terciopelo Azul de David Lynch, la cual muestra una ciudad ordenada, pero basta que vaya en su descenso precipitado —que es lo que tiene que suceder— y la cámara nos muestra el caos al plasmar la vida de los insectos devorándose.

 

 

 

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