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LAS NOVELAS ENTRE DICTADURAS
Entrevista a Grínor Rojo
Por Alejandro Lavquén
Publicada en revista Punto Final/ Noviembre 11 de 2016
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El profesor, crítico y ensayista Grínor Rojo (Santiago, 1941), presentó, en dos tomos, su libro Las novelas de la dictadura y la postdictadura chilena (LOM Ediciones). El autor es profesor de la Universidad de Chile y Austral, así como de las universidades California State University y Ohio State University (EEUU). Como profesor visitante ejerce en universidades de Brasil (Minas Gerais), Austria (Viena) y España (Salamanca). Ha recibido numerosas distinciones y entre sus libros se cuentan: Diez tesis sobre la crítica (2001); Globalización e identidades nacionales y postnacionales… ¿de qué estamos hablando? (2006) Las armas de las letras (2008); Los gajos del oficio. Ensayos entrevistas y memorias (2014).
— ¿Podría definir, brevemente, qué a qué se refiere con el “ciclo sistemático” de las novelas de la dictadura y las novelas de postdictadura?
— En la historia de la literatura latinoamericana, se han dado varios ciclos literarios, es decir que existen varios conjuntos de obras en torno a un cierto asunto: la poesía gauchesca (de los Diálogos de Bartolomé Hidalgo al Martín Fierro de José Hernández), las novelas de la revolución mexicana (Azuela, Martín Luis Guzmán), las novelas del ciclo bananero (Fallas, Asturias, García Márquez, asociadas casi todas estas a las depredaciones de la United Fruit desde fines del XIX hasta los años sesenta del siglo XX), las novelas del dictador (García Márquez, Roa Bastos, Vargas Llosa) y últimamente las novelas del narcotráfico (Vallejo, Restrepo y otros). En Chile, no contábamos con nada comparable a eso hasta la producción que se genera a partir del golpe de Estado de 1973 y que se prolonga hasta hoy. De esto trata mi libro y en él trabajo con un corpus de ciento setenta y nueve novelas y un canon de treinta y tres y no son todas las que hay, ya que siguen apareciendo con regularidad. Y eso es porque las condiciones que determinan su escritura no han desaparecido. Por otra parte, este es un ciclo sistemático debido a las conexiones que internamente se establecen entre las obras que lo componen: unas remiten a otras, la lectura de cada una de ellas se enriquece si tenemos en cuenta su pertenencia al conjunto.
— ¿Cuáles fueron los criterios de selección para el estudio? ¿Qué primó, lo estético o lo ideológico?
— Para la constitución del corpus el único criterio que empleé fue la no complicidad de la obra incluida con la barbarie dictatorial. Para la selección del canon, el criterio fue ideológico, cuando lo que me interesaba era la reflexión que la obra hacía sobre aquel suceso y sus secuelas, y fue estético en tanto al mismo tiempo me interesaba la riqueza de la representación, de la forma y del lenguaje narrativo.
— ¿Cuál sería el punto de continuidad entre las novelas escritas durante y después de la dictadura?
— Mi libro es sobre las novelas de la dictadura y la postdictadura. En otras palabras, no se limita al período dictatorial ni por las fechas de publicación de las obras ni por los asuntos tratados en ellas. Me ocupo por lo tanto de novelas que se publicaron después de 1990 y cuyos asuntos suelen exceder, cronológicamente, el período en que Pinochet se sentaba en la silla de los presidentes de Chile. Y esto por una razón muy sencilla: el prefijo “post” en la palabra “postdictadura” no establece para mí una “diferencia” sino una “continuidad”. En este sentido, yo entiendo “Post” como lo que vino “después de”, pero sin cambiarlo. La postdictadura, con todos los paliativos que se pueden emplear para hacerla más presentable, no ha roto con la dictadura, sino que la continúa en lo fundamental. Respecto a la relación de este corpus con la narrativa chilena previa al golpe, habría que decir que esa relación existe, porque no puede menos que existir, pero en el bien entendido de que el golpe cerró un período de la historia del Chile moderno (un período de su economía, de su sociedad y también de su cultura y su literatura) y abrió otro que aún no ha terminado.
— ¿Considera que la novela puede reemplazar a la historia como un elemento de conservación de la memoria histórica?
— No, la literatura no reemplaza, no puede reemplazar a la historia (supongo que estamos hablando de la historiografía) para el conocimiento del mundo. Ambas son medios de conocimiento, pero funcionan de maneras distintas y con resultados distintos. La literatura no es intercambiable con la historiografía porque “ve” en la historia lo que la historiografía no puede ver. La literatura no reproduce lo real, sino que crea una realidad propia con cuyo conocimiento nos es posible acceder, en las mejores obras por supuesto, a una dimensión particular de lo real. Es decir que la literatura es “realista” por eso y no por la fidelidad de su representación. Por ejemplo, una novela como Casa de campo de José Donoso, que es una gran novela, no reproduce la historia de Chile como tal. Crea una alegoría que alude a la historia de Chile y a través de cuyo desentrañamiento nosotros sus lectores somos capaces de aprender cosas importantes acerca de nuestro país.
— ¿Cree que en el Chile actual el escritor debería cumplir un rol político activo?
— El principal papel del escritor es escribir y escribir bien, y su contribución política principal sale de ahí. Pero el escritor es también un ciudadano y es en esa condición que se halla facultado para y tiene el deber de intervenir en los movimientos de la coyuntura. Si su profesión de escritor favorece esa intervención, miel sobre hojuelas pero sin que ello sea lo que importa más.
— ¿Cómo definiría, en general, al lector chileno?
— He escrito sobre la lectura en Chile en más de una oportunidad. Habida cuenta de que en Chile, según diversos estudios, alrededor del 50 por ciento de las personas no leen nunca, que cerca del diez por ciento no lee casi nunca y que el 25 por ciento de los que aprendieron a leer alguna vez, hoy no entienden lo que leen, mi conclusión es que al Estado de Chile no le interesa (y que más bien le incomoda) tener una ciudadanía ilustrada. Al fin de cuentas, si nuestra economía se basa en la exportación de materias primas y alimentos, ¿para qué producir intelectuales, científicos o técnicos capaces de pensar con profundidad y rigor?