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EL PODER DEL PODER DE LA PALABRA
Presentación Poesía sobre poesía. Ensayos de poetas chilenos. Gonzalo Rojas Canouet (comp.) 
          
            Por Héctor Hernández Montecinos 
            
            
        
          
            
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La  urgencia es hoy pensar. En un mundo que se cae a pedazos. En la derrota de la  civilización ante la barbarie. Barbarie económica (capitalismo salvaje),  religiosa (fanatismos), mental (indiferencia y estupidez generalizada) y por  qué no decirlo, una barbarie artística que se ha solazado en sí misma y se ha  olvidado del mundo. Hasta no hace mucho más de tres o cuatro décadas desde  cierto lugar se luchaba contra una fría y lógica racionalidad, la que  actualmente es más necesaria que nunca. 
        Estamos  conscientes de que vivimos en un mundo donde todo lo que nos rodea es ficción,  ficción en el peor sentido del concepto: una mentira. Las instituciones se  desmoronan, los saberes y discursos se especializan hasta no decir nada, el  poder se reacomoda cada vez de manera menos humana y es en sí lo que llamamos  “contrato social” lo que no da para más. 
        No  soy reaccionario y esté diciendo que esto no deba ocurrir, sino por el  contrario, es un fenómeno crucial en la supervivencia de nuestra especie en el  planeta. En efecto, no hay escenario crítico más oportuno para pensarse,  pensarnos, pensar. 
        El  arte, que siempre se creyó estaba cómodo con sus cuotas de ficción, pareciera  ser que ya en este nuevo contexto ha debido replantearse sus preguntas ante lo  real.  Sus pilares, su coeficiente de radicalidad y su propia pertinencia. La  imagen terminó socavando a la idea y es ésta la que ha desaparecido casi por  completo. El conceptualismo en su exageración terminológica no fue más que un  aviso ante esta fuga. El artista se convirtió en una imagen más de sí mismo.  Una imagen muda, transparente, fugaz.
Sus pilares, su coeficiente de radicalidad y su propia pertinencia. La  imagen terminó socavando a la idea y es ésta la que ha desaparecido casi por  completo. El conceptualismo en su exageración terminológica no fue más que un  aviso ante esta fuga. El artista se convirtió en una imagen más de sí mismo.  Una imagen muda, transparente, fugaz.
        No  obstante, en el arte como tal también hay soluciones. Una coherencia que en lo  literario nace entre la palabra y el pensamiento. Hablamos de una disciplina,  que es antigua, pero a la vez actual aunque su visibilidad y reconocimiento  estén bajo varias capas que hay que ir develando. La Poética, justamente no es  sólo el estudio de la poesía, pues en sí presupone un estatuto mucho más  complejo entre lo poético y su entorno como fenómeno. 
        Aristóteles  escribe su Poética y no habla de  poesía en el sentido que la conocemos hoy, sino que hace referencia de fondo a  la relación del arte y la realidad que será principalmente la mímesis. Es  decir, el vínculo óptimo o no entre la tragedia y la representación o entre la  épica y el modo de ser de sus receptores. Desde ese momento inaugural en el  siglo IV a. C hasta el día de hoy se ha pasado por sustanciales derivas que no  son otra cosa que la actual pregunta por lo que es arte/vida. O dicho de otro  modo, la eterna pregunta del arte y lo que ha sido lo fuera de sí.
        Este  es el punto crucial en que la Poética como saber literario a través de los  siglos ha ido tomando diversos caminos. Algunos más cercanos a la prescripción  y la norma, otros llenos de ingenio e incluso sobreactuación y otros donde  finalmente se niega su propio fundamento. Actualmente casi no existen estudios  de lo que sería una Poética. A lo más se publican historias de la crítica o la  teoría literaria, de la semiótica, pero no de ella como tal.
        Poesía sobre poesía compilada por Gonzalo Rojas Canouet es  una obra relevante por esto mismo. Congrega cuatro poéticas en palabras de sus  propios autores a través de ensayos y entrevistas. Carmen Berenguer, Marina  Arrate, Claudia Rodríguez y Mauricio Torres Paredes. Cada uno reflexiona sobre  sus procesos escriturales, sus políticas de enunciación, pero sobre todo del  lugar de la poesía en un mundo sin lugar donde el ruido y el silencio del  capital están colapsando todo.
        Como  decía, la tensión arte y vida no es otra cosa que lo que separa las palabras y  las cosas. En estos textos la fruición es justamente sobre el acontecimiento,  es decir, lo que las une. 
        Carmen  Berenguer recorta lo que es una vida a través de escenas familiares,  cotidianas, con mujeres que han renunciado a un mundo y la expectativa sobre  él. Desde esas renuncias ella enuncia la suya y recorre imágenes del cine y  revistas, libros claves y claves para entrar a sus propios libros. No hay una  Poética sin tiempo y la de la poeta cruza a través de la dictadura para pensar  un presente desde donde leerse, leer lo hecho por ella y por varias más que  cita, nombra y caracteriza generosamente, pues toda Poética, en especial la  suya, es colectiva.
        Marina  Arrate transita por poemas y libros también de otros autores. Se centra en  Stella Díaz Varín y Alejandra del Río primeramente para luego releerse quince  años después. Piensa en un nuevo campo cultural, en otras autoras y dialoga con  postulados del poeta Javier Bello con quien discute un punto interesante.  Resalta la ausencia en su bibliografía de ciertas autoras entre las que ella se  cuenta. La pregunta abierta aquí es sobre la idea de un canon, un canon  femenino. ¿Existe? ¿Es deseable? Canon es canon y sabemos que canon es poder.  Como digo, es una pregunta abierta.
        Claudia  Rodríguez instala el concepto de “poesía travesti” e igual que antes, los  adjetivos son un resumen de algo que ha sido marcado. Femenino, travesti,  mapuche, joven. ¿Quién lo marca? ¿es tan insólito hablar de poesía masculina,  poesía cisgénero, poesía no racializada? ¿Qué es lo travesti? ¿Puede hablar  alguien desde ahí sin serlo? Claudia se pregunta de qué deben hablar las  travestis y es una pregunta abierta a todo género. Lo trans nos recuerda que  toda identidad es un simulacro y que nadie es lo que cree ser. “La poesía  travesti, pobre y resentida” señala la autora y se solaza en exacerbar un lugar  en el margen como si fuera una lucha por ser la última de la fila pero vista  desde atrás. En un mundo donde lo trans ha sido pensado como el nuevo punk,  pero a la vez como el rostro más glamoroso del mercado, esta poesía travesti se  instala justo en medio donde lo travesti como adjetivo devora a la poesía como  sustantivo. Su Poética es ella y el culto a su propia personalidad.   
        Finalmente,  Mauricio Torres Paredes no se olvida de la poesía y la piensa como un poder  dentro de otros poderes: económicos, históricos, sociales. Cartografía autores  y obras, por ejemplo, desde Enrique Lihn a Antonio Silva que me parece,  ciertamente, una de las escrituras más relevante de la diversidad sexual junto  a la de Diego Ramírez. El poeta se pregunta por un concepto con el que quiero  cerrar: “digitalidad neoliberal”. Hoy que vemos como las redes sociales se  convierten en los feudos en guerra de las identidades que son en efecto los  catálogos que el Estado y el mercado abren para adquirir derechos de  ciudadanía. La poesía se resiste al algoritmo. Lo confunde. Cuando lee un signo  ese signo es una legión de transparencias, pliegues y gestos. Es lo mismo que  sucede entre las personas y lo que creemos nuestras vidas. Siempre hay  mediaciones. Una o miles. Eso es lo que hace natural nuestra inteligencia. Al  menos por ahora. 
        
         
        