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La poesía de Naín Nómez

Por Grínor Rojo
Publicado en Literatura Chilena creación y crítica. Año 11. N°39. Enero / Marzo de 1987


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Naín Nómez ordena los poemas de "Países como puentes levadizos" en tres secciones, "Experiencia canadiense" (pp.17-56). "Fervor de regresante" (pp.57-78) y "Las otras memorias"  (pp.79-105), señal de que desea que sus textos se lean protocolarmente. Pero no sólo eso. Antecediendo el corpus de su libro, encontramos además: i) Una "Introducción" de seis páginas; ii) Una extensa "Dedicatoria con collage"; iii) Cuatro epígrafes, de Pablo de Rokha, Milton Acorn, Leonard Cohen y Silvio Rodríguez; y iv) Un "ars poetica" ("Del poeta como ser humano"). Debo confesar que, si no fuera por las circunstancias aciagas que se viven en Chile en estos momentos y por las no menos aciagas que se viven en el ámbito especifico de la literatura de nuestro país, todo esto me habría parecido exagerado. Pero entiendo que, dados los infortunios de la hora, ninguna precaución está demás. El peligro de ser mal leído y, claro está, mal interpretado es bastante real.

 La poesía propiamente nomeziana empieza con el "ars poética" mencionada más arriba, cuya primera estrofa dice así:

"De oráculo sagrado o empleado
público; de eléctrico cantor bajo las tiendas
de campaña, de ovidio, a druida venido a menos;
de ardiente silencioso, devorador de tules,
cortesano de palabras y ritos, a despistado social,
acuarela de turistas, coloquio de usureros;
de oficio fatigoso pero digno, a profesor de tinieblas;
de escarbador de cielos, de ángel,  de prometeo de fiesta y agua,
a esta estatura mediano de sueldos,
a este engrillado de premios,
a este venderse al mejor postor.
¿En dónde estamos?"
(p.131)

Estamos (estamos... ¿quiénes? ), al cabo de aquella larga y accidentada historia —y esto es lo que Nómez se responde a si mismo—, en una coyuntura poética cuyo rasgo principal es que en ella el agente de la práctica no tiene certeza alguna sobre su necesidad ni sobre la necesidad de sus obras. Producto en parte de los planteos desconstructivos que hemos visto disputarse el escenario poético latinoamericano durante las últimas tres décadas, del deliberado acercamiento del lenguaje del poema al de la narrativa y/o al de las jergas coloquiales, así como de la no menos deliberada neutralización de la figura del poeta en el anonimato de la muchedumbre, nos encontramos de pronto con que "Moverse más allá de los límites está prohibido / desde ayer y para siempre." (p. 14)

O sea que la campaña que iniciaron hace ya treinta o más años Ernesto Cardenal o Jaime Sabina, y que se lanzó en Latino-américa como un esfuerzo de liberación del verbo poético del enrarecimiento romántico, postromántico y simbolista, (re)-instituyéndose de esta manera la posibilidad de un diálogo del poeta con toda los hombres, habría ido a parar en una cárcel peor: la de una práctica irónica, que duda de su funcionalidad estética, para no hablar de su funcionalidad política, y que por lo tanto se niega a la vez que se cumple. El poetizar es, en los tiempos que corren, por lo menos aquel al que Nómez se refiere una actividad que, además de que parte de la certidumbre de estar operando desde una retórica, se sospecha o se sabe irrelevante.

¿Tiene o no razón? Sí y no. La tiene con respecto a la poesía y el arte cuyos programas nos llegan desde las ciudades del imperio (y a no olvidar que Cardenal primero y Parra después aprendieron sus respectivas versiones del prosaísmo poético leyendo a poetas ingleses y norteamericanos. Eran los herederos de la que José Emilio Pacheco en un artículo de 1979 llamó "la otra vanguardia", la de Pedro Henríquez Ureña, Salvador Novo y Salomón de la Selva), pero no la tiene en lo que concierne a las poéticas resistentes, empeñadas también en una desacralización de la poesía y del poeta pero con un espíritu que si bien es asimilable a la producción de un Cardenal por ejemplo, no lo es de ninguna manera ni a las metas ni a los procedimientos del neorrealismo cínico. El hecho es que estas poéticas resistentes construyen sus trincheras distanciadas tanto del llamado a un retorno a la vanguardia histórica, a la Paz, como del festineo y la banalidad postmodernista, a la Parra. Más aún, es con una de ella —la que en Chile representa la herencia rokhiana— con la que a Nómez le gustaría vincular su propio trabajo. Por eso su "ars poética" termina con estos versos:

"Los poetas se agachan y toman posiciones.
Detrás de ellos
uno nube de libros
es empujada por el viento de lo Historia.
Las imágenes empiezan a vivir.
(p. 15)

Empujados por la tradición de la gran poesía, los poetas cuyo magisterio reconoce el autor de "Países como puentes levadizos" son los que se unen al movimiento de humanización de la práctica lírica que se afianzó entre nosotros después de la segunda guerra mundial. Pero esto no significa que Nómez junte su voz con la de todos aquellos que recomiendan el abandono de la poesía de su puesto en la vanguardia de las rebeliones de la tribu. Aun después de muertos (el tema aparece aquí y reaparece en "El escritor y sus fantasmas". p. 103), los poetas que él admira son los que continúan, disparando sus imágenes contra la estolidez del status quo. El epígrafe de de Rokha vuelve a nuestra memoria con toda la fuerza de su radical pertinencia: "Vinimos a incendiar la tierra con el verbo, / y no a quemarnos las rodillas en la ceniza..." (p.12)

Todo lo cual estaría muy bien, si no fuera porque la mayor parte de la poesía de Naín Nómez es harto menos desmelenada de lo que promete su admiración por de Rokha. En las dos primeras secciones del libro que aquí comentamos no sólo es una poesía discreta desde el punto de vista retórico, habida cuenta de que su fraseo largo es allí contenidamente discursivo (y, a menudo, minimalísticamente narrativo), sino que también lo es en lo que toca a otros aspectos de la composición de los cuales la nitidez de la sintaxis constituye un indicio. En realidad, la clave que conecta a la mayoría de los textos de "Experiencia canadiense" y "Fervor de regresante" es, con una salvedad que luego discutiremos, el equilibrio racional y ponderado. Nada más ajeno a las dos primeras partes de este libro que la "esquizopoíesis" —la "boutade", feliz como suya, es de Waldo Rojas— del equipo más celebrado de la poesía chilena del interior. Nómez crea un sujeto definido en cada poema, "uno y sólo uno", y hace que ese sujeto regule el proceso de la gestación de la escritura de un modo consistente y riguroso. Incluso cuando el hablante se halla sometido a un clima de alta tensión emotiva, como ocurre en "Tango sentimental o último encuentro en la Taberna del Rey", se las arregla para reprimirla (y reprimirse a si mismo) y, con ello para mantener el mensaje en un nivel de plena inteligibilidad. En la primera parte de "Países como puentes levadizos" hay dos series de poemas que me parecen de importancia excepcional. El asunto que ambas elaboran es el exilio y bien pudiera decirse que lo que la primera presenta es un falso dilema que la segunda, aunque no resuelve del todo, desenmascara y desautoriza. En efecto, lo que enfocan los tres poemas de la "Experiencia canadiense" es un modo de ser exiliado que se abandona a la melancolía del desarraigo hasta lindar en la pérdida de todo contacto entre quien lo vive y las concretas condiciones de su existir en la geografía del destierro. Expulsado del allá y renuente a hacerse cargo del acá, quien habla en estos textos es un individuo que se mira en el espejo

"... con la barba
raleando en las mejillas, los ojos hundidos
y entreverados a la ebanistería de los muebles... ."

que sabe que

"el tiempo abunda en las habitaciones desiertas..."

pero que no duda que

"Ya viene el día en que estos anaqueles se vaciarán
mientras aguardan los camiones, en que nuestros nombres
se borrarán de los libretos y los registros municipales,
en que nuestras puertas y llaves desaparecerán en el olvido...",
etc. ("Experiencia canadiense II", pp. 21-23)

Nómez, minucioso en la exhibición de la miseria de este exilio, desmenuza su vaciedad, la de un presente que el personaje de marras ocupa sólo en términos de espera, v.gr.: en términos de su aguardar un futuro que no es el futuro "sino el pasado con un disfraz de futuro". Perdido el pasado, negado el presente y en la perenne acechanza de un porvenir que no llegará jamás (porque no puede llegar jamás: porque el porvenir que va a llegar es otro, no el que él añora con melodramático desgarro), la situación del individuo que aquí nos ocupa es la de alguien que con su propia mano destruye los puentes que podrían conducirlo hacia un encuentro razonable y maduro con ese mundo en el que habita a pesar suyo. Este es el dilema que la segunda secuencia de la primera parte del libro, "Visitas de mi madre", reconsidera y reformula. En torno a una de las circunstancias arquetípicas del folklore exiliado, Nómez invierte en estos otros textos la posición que dibujan los de la serie anterior. En vez de regresar él al país con que sueña, el hombre del exilio recibe en los poemas de esta serie la visita del país. Es, por decirlo así, esa que a él le llega, una visita no de la madre sino de la matria. Dos notas caracterizan a la figura que llega hasta su casa del exilio procedente del "allá" y del "entonces". La primera es la ineficacia lingüística, no sólo en la lengua de aquí sino también en la de allá;

"trataste de aprender inglés
pero ya lo edad te extraviaba los verbos
hasta en tu propia lengua..."

("Visitas de mi madre II", p.37)

Ineficacia que delatan o un rumor de "...palabras inmóviles..." (p. 35) o un general empobrecimiento de la capacidad de intercambio entre la anciana dama y los suyos la que quedará reducida a "... las reglas más elementales de la comunicación..." (p. 37). La falta del lenguaje articulado se compensa entonces con una suerte de imaginario ritual, con un tejido que la matria realiza incansable y hieráticamente, "... haciendo hablar las manos y el silencio ..." (p.37). Mientras tanto, entre una llegada y otra —y entre un poema y otro—, el tiempo pasa: hay cambios de domicilio, los hijos nacen o crecen, los años se acumulan en una lluvia interminable El contraste entre el tiempo del aquí y del ahora y esa metáfora del allá y del entonces que es la-madre-que-ha-llegado-una-vez-más-hasta-nuestra-casa-del-exilio- desencadena por fin en la conciencia del hablante una doble epifanía. Por una parte su percepción de los dos mundos que se enfrentan en la escena arquetípica constituye un primer indicio de su recobrada advertencia de un espacio y un tiempo objetivos; por otra, la falta de entereza que él mismo atribuye a la figura de la madre —a la figura de la matria, a la de la patria—, su presunta ineficacia comunicativa o su reducción a un repertorio de ademanes rituales, importan desplazamientos y/o condensaciones que en el secreto de su intimidad sintomatizan un reconocimiento de la naturaleza ilusoria del país en cuyo recuerdo él ha estado refugiándose hasta entonces. En ese país, ahora lo sabe o lo presiente, no el que va a ser sino el que fue. "Soñar con él es incurrir una vez más en el mito del origen, el del regreso al paraíso o el del retorno a la matriz". No importa que en su estadio preliminar la certidumbre no alcance a desarrollarse con toda la amplitud que mi lectura sugiere. Basta que se la intuya, aun confusamente, para que la experiencia del exilio cambie de signo. La madre obsoleta, fantasmagórica, apenas visible, esa madre, terminará; siendo paradojalmente, el catalizador de una perspectiva transformadora.

Contra lo que promete el subtitulo, la mayoría de los poemas que integran la segunda parte del libro de Nómez no son del retorno sino de la anticipación del retorno. Tomada ya la decisión de regresar —aunque no en las condiciones anteriores; sino provisto el regresante de los puentes levadizos que empiezan a edificarse en su conciencia a partir de las visitas de  la matria—, el cálculo de lo que será el recuerdo de lo que fue o la blanda morriña se hacen notar otra vez en su escritura, morigerando los tonos del paisaje poético ("Cuando acabe esta guerra", "Movimiento de las salamandras" y "Saudade" respectivamente. También es mencionable "The Bad Guy", por su carácter anómalo, autoimpugnativo y amargo: de mala conciencia). La excepción es el poema final, el que da titulo a esta sección y "en el que si nos las habemos con un testimonio de retorno". Llama la atención de inmediato cómo el poeta pierde en él la compostura de que había hecho gala hasta aquí: el fraseo meditabundo, el dialogismo intelectualista y la relativa convencionalidad de la imaginería, modalidades que fueran las típicas del discurso de Nómez hasta este punto, sufren el embate de modificaciones severas. Ellas se observan en la fragmentación de la cadena reflexiva, en la intercalación ahora inconsistente del encabalgamiento y el apóstrofe, en el salto de la primera a la tercera persona o del singular al plural (el sujeto se distrae, se vuela del otro y hasta de sí mismo, pero regresa, para distraerse de nuevo no mucho después. El poema se constituye por último en un registro de impresiones más que en el receptáculo filosófico al que nos estábamos casi acostumbrando) o en un humor corrosivo que se deleita en el sarcasmo:

"...Pasea en ahumada caracolea en providencia
hamburguesea en burgerin importa en manhattan importers
escribe versos en inglés en el daily newspaper
ya que sólo en gold we trust..."
(p. 78)

Ahora bien, aunque es cierto que estas son las reacciones previsibles después del primer impacto, después de la exasperación que los infinitos desafueros del mundo recobrado provocan en una sensibilidad a flor de piel, no es menos cierto que lo son también de una permeabilización del regresante a la o las poéticas del interior. Confluyen en él dos cosas: la fuerza caótica con que el espacio social "de allá" le avasalla los sentidos, que es previa a todo proyecto o a toda tentativa jerarquizadora de su parte y, aun más ceñidamente, la índole profunda de ese espacio, en el que como es sabido la irracionalidad es la ley de funcionamiento. Esto último explica la apropiación sólo a medias paródica que hace el recién desexiliado poeta de las retóricas esquizoides de la práctica zuritiana y parazuritiana:

"...Por último salgamos del miedo.
Guiñémosle los dos ojos a la muerte y agreguemos los párpados
rearmemos esta locura como dijo el zurita.
Hagamos moverse las montañas
Ensalemos los regimientos. Desertemos los uniformes.
Vaciemos las llanuras en la plaza de armas de santiago.
Esfumemos los discursos de septiembre. Desliguemos
los operativos y corramos las cuadernos de los barcos
hacia la edad media. Cubramos de sombra la cabeza
del director supremo de una vez y para siempre.
Redimamos las madrugadas de todos los campos de chile
porque dios no es la última palabra.
Recordemos
que la mudanza sea de marfil
y las sentencias vuelen en oleajes
para que el viaje no haya sido en vano"
"Fervor de regresante"
(p. 78)

En la última parte de "Países como puentes levadizos", "Las otras memorias", notamos un nuevo vuelco retórico. Si el neorrealismo, no el cínico sino el otro, domina en las dos primeras secciones del libro, en la última las imágenes y el trabajo lingüístico son de un cerrado, no pocas veces irreductible, (neo)surrealismo (la excepción es el poema inicial, "Paráfrasis", en torno a otro de José Emilio Pacheco). Me pregunto si la composición de estos poemas es anterior, simultánea o posterior a la de los que los preceden en las otras dos secciones del libro, y lo cierto es que me cuesta responder. Pero, sea como fuere, lo concreto es que lo que leemos en "Las otras memorias" son poemas intensamente personales, poesía de amor en las cristalizaciones mejores y conforme a una modalidad retórica que a mi me parece (y que el poeta admite: véase la página 5 del prólogo) afín al espíritu y las técnicas de la tradición surrealista.

El común denominador de estos poemas es su estar montados sobre el filo que separa los planos dialécticamente contrastantes de la memoria y el olvido. Partiendo de esta base semántica mínima, la escritura de Nómez se aboca ahora a una exploración de dicotomías de diversos orígenes, no sólo las que traducen a fórmulas espaciales las coordenadas de la esfera temporal. Compulsando obsesivamente la fragilidad del recuerdo y, en particular, la fragilidad del recuerdo de los seres que son el objeto de nuestros afectos, una de las contradicciones que el poeta acabará tematizando en "Las otras memorias" es la de la vida sometida a la condena del tiempo. En "Retrato de Francisco", por ejemplo, un poema cuya localización en la esfera doméstica podría remontarse quizás a algunos textos de Gonzalo Millán, la mirada del padre, que se regocija en el adanismo ingenuo del hijo pequeño, no tarda en percibir que aun en ese animalito que se yergue por primera vez sobre la tierra el tiempo ha empezado a desempeñar su siniestra labor. Por eso la infancia del hijo se trastrueca en la infancia propia, a cuya reaparición (y nueva desaparición) el padre asiste. Esto da pie a la acogida en el poema del consuelo de la temporalidad cíclica, de los retornos circulares nietzcheanos y borgeanos:

"... Porque no importa
en qué mundo, circunstancia o lenta rotación de la tierra
nos hallemos; de todas maneras el horizonte
a modo de un navío sumergido nos devuelve,
como si nos inventáramos de nuevo..."
(p. 86)

Pero ya dije que la mayor parte del material de esta sección del libro de Nómez es poesía de amor erótico, de amor recordado "y que se presenta como tal". Pues si la poesía es siempre un pasado que la memoria recupera en tranquilidad, como escribió no me acuerdo cuál de los románticos ingleses, a esta poesía tanto o más que la exhumación del pasado le interesan los trances, mecanismos y etapas a través de los que se instrumentaliza dicha potencialidad de lo humano. La escritura del poema se convierte a causa de eso, en la mayoría de los textos finales de "Países como puentes levadizos", en una actividad de segundo grado. Poemas que no son propiamente recuerdos sino (auto)auscultaciones del sujeto en el acto de recordar. La imagen emblemática, por lo demás de recurrencia copiosa en la tradición literaria modernista, con detenciones ilustres en las obras de Carroll y Borges, es la del espejo. Espejo que es por cierto una metáfora de la reflexión, de la reproducción fantasmática en el trasluz de la memoria de aquello que existió alguna vez, pero que es también la materialización de un deslinde entre facultades contradictorias de(l) ser (creo, asimismo, que sería posible perseguir una hebra lacaniana en todo esto, pero no tengo ni el tiempo ni las ganas de hacerlo). Ello significa que el barroquismo de la imaginería en "Las otras memorias", si es que se lo puede denominar de ese modo, con mucho de elemento acuático, algas, moluscos, escamas, y de fauna y vegetación primarias, murciélagos, arañas, musgos, mohos, nos devuelve ya sea al pasado inmemorial de la especie, ya a las operaciones del inconsciente según ellas se manifiestan en fenómenos tales como la alucinación, la duermevela y el sueño. Por otro lado, la sintaxis suele alardear en estos textos de la firmeza engañosa de la lógica onírica, plena de nexos aparentes de uniones espúreas, de pistas ciegas que como en las dos primeras "Residencias" remiten a "otra" gramática. Considérese la construcción falazmente condicional en los versos siguientes:

Aunque fuera por el pretexto de estos cuatro poemas
y el abismo crujiente, velocísimo,
de tu cuerpo ahuyentando nuestro moho;
aunque fuera mareante de añoranza
por el sonido colgando del teléfono
en ese acento que los conquistadores
trajeron del otro lodo del océano,
seguiría tan frenético y despavorido
volando entre los relojes y las estaciones de trenes,
mordiendo las luciérnagas con tu rodilla
y perdiendo milenios
para ganar los aullidos en fuga.
("Tiempo de amar", p. 93)

En fin, quizás si el poema más hermético de este grupo y de todo el libro sea "Memoria infiel". A primera vista parece no haber en él más que la huella de un encuentro amoroso. Con todo, la circularidad de la concepción, la deliberación de la gestualidad, antes, durante y después del amor, y el ritualismo extático y violento que impregna el episodio en él descrito, el que por momentos coquetea con las voladas de la droga, con las sangres del parto o con los nefandos placeres de "le vice anglais", nos acaba de convencer de que aquí lo recordado importa poco; que no es eso lo que Nómez está explorando en sus últimos textos, sino el enigma de la actividad poética: lo recordado más la acción transformadora (y re-formadora) con que la práctica del poeta cambia su esencia (de ahí lo de memoria "infiel". También en ello se advierte, me parece a mi; la mano de Borges. Piénsese en el cuento de Funes ...¿O será la de Proust? ...). En último término, las estrofas de "Memoria Infiel" contienen no tanto un poema de amor como un "ars poetica". Más todavía: si se tratara de un "ars poetica' como nosotros pensamos, sus axiomas serían prácticamente el reverso de los del poema del mismo tipo que encabeza el volumen.

Un juicio más y termino: Nómez es, creo yo, un poeta al que debemos leer con cuidado. Es, desde luego, un poeta inteligente y culto, poseedor de ese conocimiento del oficio que  entre los jóvenes liróforos latinoamericanos se ha ido convirtiendo cada vez más en algo dado de suyo. Los ecos que se escuchan en su segundo libro son numerosos y su descripción hubiera hecho la felicidad de cualquiera de los críticos que, con el pretexto de la exégesis intertextual, han redescubierto no hace mucho los gozos decimonónicos de la critica de fuentes. De Pablo de Rokha a Gonzalo Millán, pasando por Neruda, Saint John Perse (aludo al poema de la gran migración: "Crónica de peregrinos", pp. 45-47), Michaux, Borges, Cardenal, Parra, Paz o Pacheco, escuchamos entre las páginas de este libro voces que provienen de distantes comarcas de la poesía contemporánea. En medio del bullicio, sin embargo, como en los viejos tiempos —como en tanta poesía chilena de los años sesenta—, el habla y/o la escritura continúa/n escindida/s entre dos actitudes opuestas: una exteriorista, descriptiva y abierta, y la otra intimista, creadora y secreta. Me digo: ¿No habrá llegado ya la hora de forjarle una unidad "postpostmoderna" a la conciencia poética chilena?



 

 

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