Gonzalo Rojas (Chile, 1917), autor de Contra la muerte, El alumbrado o Desocupado lector, es uno de los grandes poetas latinoamericanos del siglo. Ha vivido durante mes y medio en la habitación 127 de la residencia de Estudiantes. Ha participado en la vida cultural madrileña con lecturas y seminarios. En las sesiones de trabajo ha repetido una pregunta: ¿de dónde viene uno? Aquí van algunas respuestas.
Gonzalo Rojas viene del descubrimiento de una palabra esdrújula y de un tartamudeo. Y de mantenerse fiel a ese asombro que produce la materialidad de las cosas, y la palabra que, como el relámpago, las nombra en el mismo
instante en que aparecen, arbitraria y extrañamente exacta. Me recuerda un verso suyo: "lo ser es lo sido". En indio, me dice, utilizan el artículo neutro para mostrar —en el sentido de Pound— las cosas, y gritan: ¡lo mujer, lo pájaro, lo niño! "La verdad es que uno, en sus días finales, sabe que no es otra cosa que lo que fue. Los indios lo saben. No importa pensar en qué voy a ser considerado. Lo que uno fue, fue lo que asumió en la vida, lo que soportó para vivir, lo que apostó en cuanto a riesgo y a todo. Uno es poquito, uno es humus. Humano en la medida que terrestre. Rojas me habla también de la poesía como circunstancia. Y las palabras de su circunstancia son totalmente terrestres. Es un poeta radical de lo material y de lo "sensorio", de la piedra y de la mujer hermosa, siempre desde la palabra, que lleva al lugar preciso, esencial, a través de un espartano ejercicio de ritmo respiratorio y de contención, ya que, según repite, "nos sobran las palabras, ganamos con la poda".
Rojas viene de la época en que la escritura no era esencial para la poesía. Hay que escucharle leer sus textos para aprender el ritmo poético, algo que ya no ocurre con frecuencia, y que él funda en su respiración. "Queramos o no queramos, somos pitagóricos, somos numerus." Este ritmo fisiológico lo aprendió a partir de una experiencia que cuenta a menudo, cuando a los nueve años es trasladado de su pueblo natal, Lebú —en mapuche, "río profundo"— a un internado en Concepción, rígido y religioso, en donde él estudiará profundamente los clásicos. "Fue entonces cuando se me dio el portento del gran juego verbal, en ese espacio imaginario que se me impuso por urgencia, merced al impulso de relevar unos sonidos crueles para mi asfixia, por otros sin duda más aireados. Compositio, usted verá, harto germinal. Pero desde ahí se me dio el neuma y la vivacidad de la palabra."
La vivacidad de la palabra la aprendió también, junto con lo primario de las cosas y esa especie de zumbido del mundo que todavía le acompaña, de los relatos de pescadores y mineros de su infancia.
—Yo defiendo la oralidad. Cuando pasé por el surrealismo tramposo de mi país, me di cuenta de que eso de lo libresco es lo más peligroso que hay. Creo en cambio en el portento de la palabra dicha y en el semidecir, en el balbuceo, en el fantaseo, el olfatear el aire desde la palabra que hace la gente en los lugares. Hay rincones de América donde la vieja España se quedó. En el paraje en el que yo vivo, Chillán de Chile, la gente tiene la fisonomía de los españoles y hablan como españoles viejos. Durante mis ausencias, lo que más
he echado de menos, no eran los paisajes bellos, las playas y montañas, sino esas voces y sus modismos. Eso era para mí una mutilación.
Y vuelta a la materia —"pregúntenle a la Mistral por qué escribe sobre las piedras, a Neruda cómo le funciona el agua, la lluvia, ¿por qué tan pedregoso De Rokha?, ¿por qué tan aéreo el gran Vicente Huidobro?"— que ha heredado de una tradición, poderosamente arraigada en la literatura latinoamericana, que todavía hoy, en Rojas, sigue intentando descifrar esa suerte de trauma primario del hombre frente a lo natural.
El poeta sólo escribe lo que no sabe, pero sabiendo el lenguaje, que es el verdadero tema de la poesía de Rojas. De ahí viene el balbuceo, el zumbido, el poeta del "a tientas", de la incertidumbre, de la alucinación, de la aproximación pero nunca de la exactitud.
Rojas perdió en una ocasión la memoria. Uno enferma de lo que tiene, fue el comentario de este respirador que aprendió los clásicos en su infancia y que casi al mismo tiempo se convirtió en heredero de una vanguardia que asumió con las primeras lecturas de Lautremont, Rimbaud, Apollinaire, más tarde Breton, con quien se encontrará en el 59, y entre medias, Lorca recitado por la Xirgu, y todo el bagaje poético que procede de la liberación prometida por Rubén Darío que pasó después a manos de César Vallejo y de un Vicente Huidobro que le prestaba libros y le hablaba de París en el 39. Con todo esto llega a la Mandrágora, un grupo surrealista tardío del que se desligó rápidamente por diferir de sus tendencias publicitarias y porque "nació marchita, se hizo literaria y el pensamiento surrealista era poético". Ese fue un momento de hundimiento, un tiempo de inmersión para un surrealismo que según
Rojas está hoy vivo y enriquecido. De la vanguardia, Rojas ha mantenido la facilidad para manejar todas las funciones del lenguaje en el poema y huyendo siempre de la originalidad mal entendida. Del resto, conserva el mestizaje de formas y un híbrido de hablas en el que se oye la voz de Heráclito, de San Juan o de Quevedo, la expresión del indio mapuche y la palabra inventada.
Como poeta viene de la intemperie: —Es el estado en que yo soy más yo mismo.
Como niño, de recordar hambre. De esa experiencia comenta: —Hay una suerte como de aspereza en uno, yo fui de joven muy espartano y aguanté, en la pobreza acomodada, la pobreza más pobreza de todas, cuando uno no tiene nada en los bolsillos. Yo recuerdo de niño, me tocaba los bolsillos vacíos y decía: ¡qué bueno, no tengo nada! Eso es lo que la gente no ha aprendido nunca, ese sentido del despojo.
Como hombre, Gonzalo Rojas viene de un exilio permanente. El exilio interior que vive el hombre en su propio país, el exilio como estado mental, como actitud vital o como experiencia histórica.
Pertenece a una generación, la del 38 en Chile, que persigue una mayor conciencia crítica del lenguaje y el propósito de apertura de América a sí misma y a los otros continentes. Fundador de lo que sería la Universidad de Chile en Valparaíso, de los Encuentros de Escritores Chilenos en el 58, y de Escritores Americanos en el 62, contribuyó en gran medida a fundamentar lo mejor del espíritu de la reforma universitaria de esos años, además de crear la conciencia de una tradición literaria americana. Y contribuyó también a que,
tras la caída de Allende, estando en ese momento en Cuba, se le expulsara de todas las universidades de Chile, "por significar un peligro para el orden y la seguridad interna", empezando de nuevo el viaje, siguiendo a la intemperie.
—Fiel a mis visiones hasta la monotonía, como dije más de una vez, ando en la misma urdimbre desde hace más de medio siglo, y no me arrepiento. Íbamos a decir que los poetas tenemos hambre y sed de justicia.
En Rojas se da la voluntad de situar conducta y poesía en un mismo plano de resistencia moral. No sólo hacer poesía sino vivir poéticamente. Frente a la realidad, su relación ha sido de integración vital de todos sus niveles y de aproximación sensual, obstinada.
Rojas, que dice haber aprendido el descaro de los españoles, especialmente de Quevedo, se presenta a sí mismo como poeta:
—Poeta ya despacializado, ya destemporalizado de este mundo, con los 79 todavía lozanos en el seso y esta facha de loco y esta nariz y esta oreja que se me ha vuelto ojo de tanto ver y transver, místico turbulento como soy, concupiscente y visionario. Mi diálogo con el mundo está funcionando, lo había perdido pero lo he recuperado. Superé desde el principio, desde la partida, desde la salida, la fijación nostálgica. Estoy completamente vuelto sobre la realidad, mirando el juego de vivir, escribiendo mis memorias, que se llamarán Visiones, haciendo, como siempre, poesía casi a diario. Desde joven he tenido una suerte de fiereza vital. En la vida todo está permitido menos la muerte, no puede funcionar la nostalgia más allá de la salud. No hablo de la normalidad, que no existe. No hay normalidad. Pero sí hay lo que se llama la apetencia de vivir, la fiereza vital. Eso lo tengo. Es connatural al espíritu libre. Yo, la libertad, desde muchacho, no tuve que ganarla gran cosa, se me dio. Fui fiel a eso. Nunca acepté una dirección equívoca. Llamo equívoca a política, iglesia, majaderías sectarias. No lo acepté. Tal vez fui consentidor en otros órdenes, complaciente con la belleza, y con las muchachas bellas, muy partidario de lo sensorio, muy vuelto hacia el encantamiento de la vida, hacia el placer, sin caer jamás en los excesos (aunque los excesos están bien). Yo era muy reservado, muy cauteloso, sólo por mantenerme en esa luz.
No hay vejez. No puede haber vejez. Venimos llegando.

