Proyecto Patrimonio - 2020 | index | João Guimarães Rosa | Autores |
Esos López
Por João Guimarães Rosa
De Tutameia (Terceiras estorias), Editorial José Olympio, Río de Janeiro, 1967.
Traducción de Alfredo Muñoz-Unsain
Publicado en revista Crisis, Bs. Aires, mayo de 1973
.. .. .. .. ..
Gente mala, de mala leche: de ellos, quiero estar a leguas. Igual que de mis hijos, los tres. Soy libre y no por vieja me doy por arruinada; edad es calidad, pues. Amo a un hombre, y él vive admirando mis buenos méritos que se le hace agua la boca. Mi placer, ahora, es ser feliz, estar en uso en el sufrir y en el gusto. Que ningún López me venga, porque lo corro a mordiscones. Lo de atrás, lo que yo pasé, lo fui remediando y olvidando. Hasta encontré el fondo de mi corazón. El mayor tesoro que hay es ser virgen.
Pero primero la otra gente hace su propia historia.
Yo era una niñita, vestida de flores. Sólo que la pobreza es lo que más temprano despunta. ¿De qué me valía tener padre y madre, siendo huérfana de dinero? Sin que se me rompiera la inocencia me hice mocita, andaba con la musiquita de las ruedas y las moditas para el sentimiento juntas. Quería llamarme María Miss; desapruebo mi nombre, Flausina.
Me dio Dios este lunarcito negro en la blancura de la cara; tan linda yo era que me la remiraba, en el bebedero de los chanchos, o cuando lavaba. Y vino aquel, López, sombrerón grande de ala doblada. Ninguno sirve; pero ése, Zé, es el peor; seductor, arrogante. Me miraba; y yo ahí, observada y espiada hasta tener que estremecerme.
A caballo pasaba frente a la casa; mi padre y mi madre lo saludaban, silenciosos de otra forma. Esos López, tremenda raza, venían de la otra orilla, y todo lo compraban o se lo apropiaban; si no fuera por Dios, hasta hoy mandarían de dueños aquí. Lo que mi gente tiene es que son mininos, mansos, botón de flor. Mamá y papá no dieron para castigar el caso.
De a pedacitos me acuerdo.
Mal de no llorar enseguida; yo quería por lo menos la ilusión del noviazgo, ajuar como las otras. ¿Tuve alguno? Ni cortesías ni iglesia. El hombre me agarró, con manos calientes y brazos rápidos, y me llevó para una casa, para su cama. Pero aprendí la lección de ser juiciosa. Muchos llantos me callé. Aguanté aquel caso corporal.
Fabriqué malas mañas: hice lo que quiso. Por obra del diablo, se ve, lo que algunos hombres recogen es eso mismo que inventan. ¡Esos López! De ellos ni pasto ni leche. Cuando me dio dinero, fingiendo ser bondadoso, le dije. "Yo tenía tres centavitos y ahora tengo cuatro..."
Se quedó contento, no sabía que yo estaba abriendo y midiendo.
Para vigilarme puso a una negra flaca en la casa. Si-Ana. A ella tuve que engatusarla mediante cuentos: la llamé madrina, comadre. Decidí alisar la vida por afuera. Acostada era que yo encontraba lo ordinario del mundo, camisones del demonio.
Nadie tiene idea de estos casos, estarse la noche entera en el borde del catre, con el volumen del otro rodeándola a una, aplastante, el olor, el ruido; cualquiera se siente abusada. Una gente, yo, moza delicada, encarcelada así, con el agasajo de él, siempre encima de una en la oscuridad. Dañinadas, el hombre pariendo ocultos pensamientos, un día y otro. ¿Acaso sé las perversidades que roncaba? Eso daña las candideces de una novia, queda hecho enfermedad, atraviesa el espíritu de la gente. Tan cierto como que hoy soy lo que nunca fui. Yo salía exprimida, achicada: en la pared mi uña rascaba plegarias, el querer otras anchuras.
Empecé las letras. Aunque lo ocultaba, no sabía leer ni escribir. Empecé eso —me ayudaba con los diarios de envolver, y también con las chicas de la escuela.
Y déme dinero.
Lo que podía, todo lo suyo lo arreglaba para mí. Ahorraba. Hacia certificar escrituras. Sin precaverse, él me enriquecía. En fin, cuando el hijo de él nació, ya tuve toda su confianza, casi. Hasta echó a la negra Si-Ana. cuando yo le levanté falso testimonio: que ella alcahueteaba para que yo cediese alguna vez carnal a otro, López igualmente, que luego desapareció de la vida, y nunca más se supo.
Está dicho; se escucha la mitad, se entiende el doble. Me hice hija de víbora. En el aguardiente le ponía semillas de calabaza negra, de a poquito; en el café, bejuco timbó y faldablanca. Sólo para enfriar aquel desatado deseo suyo; no admito que sea delito. Con el tiñe-diablo, un hombre se gasta, se ablanda. Estaba ya amarillito, hecho un huevo acabado de poner. Murió sin que costara mucho. Mi vida fue muy fatal. Barrí la casa y tiré la basura para la calle, después del entierro.
Y los López, ¿me dieron sosiego?
Dos de ellos, tiesos requiriéndome, el primo y el hermano del difunto. Me sacudí en vano para soltarme de esas pintadas fieras mías. Uno, Nicán, me emplazó malo: "Después de la misa del mes me esperas...". Pero el Sartorio, señor, el otro, de oro y puñal en la mano, aún antes del
séptimo día ya entraba a buscarme dentro de la casa. Padecí con la cosa. ¿No hay gobierno en la vida? Me fueron años de yugo despacio, más difíciles que guardar la lluvia en un mate, que picar finito el repollo.
Los dos tenían celos que bramaban. Tenían que tenerlos, autoricé yo. Nicán rondaba la casa. Al Sartorio, ¿no le di incluso dos hijos? Total, que cobré cuanto era de él, pasándolo rápido a mi posesión; hasta la honra. Experimenté nuevas finuras, solamente en mi jardín, solita. Tomé un aire de más doncella.
Sonreía acodada en la ventana, a flor de labios, negociable; justiciera. Hasta que aquella idea cuajó. Yo ya sabía que él era un López, desatinado, fogoso, agua de hervir fuera de la olla. Lo vi salir, fulo de fulo, revestido de rabia, con los bolsillos llenos de calumnias. Al otro, yo le había enviado mensajes empapados de dulzura. Me había reído muy útil, últimamente Se enfrentaron cara a cara, a hierros y tiros. Nican murió sin demora. El Sartorio duró unos días. Lloré inconsolablemente, de acuerdo a las probadas costumbres, frente a la piedad de todos; pobre, dos, y medio tres, veces viuda. En el borde de mi balcón.
Pero todavía me sobró uno más aún. Sorocabano López, vejete, el de las fuertes propiedades. Me vio y se lanzó de cabeza. Acepté de buena gana, él era el afligido que consolaba. Pero imponiéndole: "Desde hoy en adelante, sólo muy casada..." De fervor, él aceptó: lo que, para un hombre a esa edad inferior, es abrochar botón en casa equivocada. Y efectuado su deseo, a éste lo traté muy mucho de lo mejor.
Me rompía la cabeza para eso: le daba comidas fuertes y condimentadas, y horas gratas sin descansar, el sujeto chupado de amores a sorbitos. Todo lo que es bueno, hace mal y bien. Quien más murió fue él. De ahí heredé tanto que hasta con nadie me enojo.
Mientras que ahora, al fin, vengada. Terminaron aquéllos, la raza ruin. A mis hijos, López también, les di dinero, se llevaron ganado para lejos de aquí. Con el amor que encontré, me dejé de porfías. A quien no le guste, dudo y discrepo. Amo, sí. Y ni me hablen de que podría ser su madre. ¿Soy yo de andarme fijando en almanaquitos y fechas?
Que de mi cuerpo él no se quite fácil. Pero que, por mi bien, me vengan hijos, otros, modernos y moderados. Quiero el buen bocado que no tuve, quiero gente sensible. ¿De qué me sirve haber sanado y ser sagaz, si no resuelvo la cuestión sensible. ¿De qué me sirve haber sanado y ser sagaz, si no resuelvo la cuestión de las nostalgias? Yo ya fui una vez muy chiquitita... Todo el mundo vive para tener alguna utilidad. ¡López, no! De ésos, reniego.