FUE sólo entonces cuando ante mi vida
se alzó la siguiente divisa:
-Dignifiquese, hágase vendedor.
Progresará en su autoestima.
El cielo bajará a sus días.
La vida pretérita será un mal susto.-
Y hacia tan temprana Itaca guié mis pasos.
Soy un vendedor de fotocopiadoras
a quien la vida ha dispensado
un trato correcto.
Mi oficio seguramente no me hará rico,
y por donde pase,
no pasará la fama.
Mi jefe gusta de arengarme
al final de cada jornada:
-A ver si tocas más timbres mañana-.
Jáctase de sus duros inicios
cuando cargaba camiones
junto a las plantaciones de patatas,
domingos y demás fiestas.
Hoy posee un deportivo
capaz de alcanzar el horizonte.
HOY no he hecho nada.
Harto de estrellar el índice contra los timbres
busqué el abrigo de una hermosa
sombra,
di lectura al periódico
y tomé la medida
de lo insignificante que resulto
al mundo.
PALABRAS del señor G.G.
tras dos años de denodados esfuerzos
por arrancarle una entrevista:
-Mientras yo sea Jefe de Compras
de esta honorable empresa,
usted no venderá un pepinillo.-
Temo no tener rabia.
ME he citado con un cliente
ante esta selva oscura,
en mitad de la vida.
El paraje donde tendrá lugar
el evento
está desprovisto de toda edificación
y a tres jornadas de cualquier auxilio.
Salvo por tres mansardas
-desde una de las cuales un hombre
con el sólo concurso de sus manos
toca el cielo-
que se divisan desde donde estoy situado,
nada hay.
PUBLIO Cornelio Tácito escribió
una biop,rafia de su suegro
lineo Julio Agrícola,
Gobernador de Britania.
Mi suegro, Técnico Especialista
en reparación de lavadoras,
emigró a Alemania
en la década de los sesenta,
en la esperanza de un pronto
advenimiento de la riqueza
que no llegó.
Sirvan estas palabras
para dar -crédito y posteridad-
a tan desafortunada empresa.
MI vida viene a veces de visita,
pasa sin presentarse,
se instala frente a mí,
habla,
se levanta, va a ver a mi hijo
que duerme en su aldea de sábanas
y muñecos transparentes,
vuelve
-seguramente estará poco tiempo-,
continúa hablando de lo costoso que es venir
hasta aquí
si no fuera por la fresca sombra
de los olmos sobre el paseo
que conduce a casa.
Me pide por último
que no haga de esta visita,
de este hilo tendido y fugitivo
un vano dictado de poema.