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"Los conversos", de Guadalupe Santa Cruz
Imaginación transgresora

Por Patricia Espinosa
Suplemento AL PIE DE LA LETRA. REVISTA ROCINANTE N°43, 2002

 

Qué pasa hoy con la experimentación narrativa. Fácil respuesta: nada. Los últimos años de la narrativa nacional no han sido precisamente pródigos en generar textos que impliquen algún grado de resistencia. En mucho mayor medida nos encontramos con libros fácilmente olvidables y débilmente trabajados. Los narradores chilenos se someten a la circulación que no deja huellas, a las filiaciones decimonónicas, a la nula infracción de modelos probados. Ante la ausencia de proyectos de escritura consistentes, lo mejor de la actual producción proviene de autores que comenzaron a publicar durante los ochenta, como sucede con Guadalupe Santa Cruz (1952), escritora, docente, crítica cultural, y una de las miradas más lúcidas en su reiterada crítica a la crisis y enmascaramiento social. Los conversos es su reciente trabajo narrativo. Relato que concita códigos dramatúrgicos y cinematográficos como formato enmarcador de temáticas en torno al exilio, la xenofobia, el rol de la escritura y la configuración de un sujeto.

El libro comienza con la presentación de un reparto; los personajes según sea el capítulo, desempeñan diferentes roles. Es este un grupo de migrantes que vienen de Korsta y que en principio deben someterse a un preámbulo de cuarenta días como requisito de ingreso a Selma, la Gran Ciudad. En este espacio de reclusión transitoria, los migrantes son empadronados, vigilados, custodiados por los dispositivos de seguridad que visarán su posterior entrada. Un primer trayecto con una fuerte carga de tribalidad en la configuración de los personajes: Pompeyo, Regina (su mujer) y Lara (su hermana), Ivar (amigo de Pompeyo) y Cristen (la viuda).Lara, se impone como protagonista de este segmento. Una mujer de diecinueve años, sin oficio, ensimismada y extraña, que se vincula a Urbano con quien engendra a Nesla. Los capítulos posteriores desplazan, en cierto modo, a Lara y privilegian a su hija. Lara y Nesla dos personajes, pero también uno. Figuras inquietantes, quebradas, tremendamente ligadas, llenas de microcódigos y gestos de complicidad. La fragilidad de ambas mujeres alcanza una turbadora intensidad, privilegiando la exposición del dolor y la tristeza, pero también la carga de amor que las sostiene. El texto parece extremar la focalización y los recortes temporales, procedimientos de una mirada inquieta, nerviosa. Lara, que se expresa en un particular lenguaje que mezcla lenguas romances, ve el mundo a partir de la relación con su hija. Las pulsiones de la madre hacen eco en Nesla, quien gesta El libro de carne, obra teatral donde se expone el origen de la estirpe por violación y crimen. El relato reproduce fragmentos de crítica sobre la representación, calificada de provocación a la moral. Nesla es acusada de ultrajar costumbres y morales en boga. A la sanción se impone el castigo: Nesla es encarcelada. El acoso de los que intentan convertirla es intersectado por el acto de la escritura como último territorio: “Escribo y no duermo. Duermo escribiendo, escribo mi falta de sueño: debo callar el ímpetu de las manos”, “Yo es la pluma”, “Leo escribiendo…”. La existencia es el acto voluntarioso del resistir en un devenir animal: Nesla continuamente ha expuesto la entrega al deseo, de su propio cuerpo y del cuerpo de Jan, del “mamor”, de la “pavura” (amor y temor en el lenguaje materno). A pesar de esto, Nesla vivirá en la continua represión de su devenir animal, pero ello no imposibilitará que el movimiento emerja y se patentice nuevamente en un ser femenino: Elcira, su hija. Los migrantes habitan ahora esta Gran Ciudad, han intentado olvidar y traicionar, por lo tanto, el pasado. La ocupación del nuevo territorio no deriva en arraigo. En términos de multiculturalismo, podría leerse incluso como una continua y adelgazada estrategia de convivencia. La micro cultura intenta sobrevivir ocultando su diferencia, pero sus rasgos distintivos no pueden ser digeridos ni expulsados, de ahí que la obra de Nesla reproduzca la distancia y evidencie el distanciamiento.

Los conversos de Guadalupe Santa Cruz expone los ascos de nuestra sociedad xenófoba, la marginación del artista transgresor, los mecanismos de control que siempre listos atisban e imponen la norma aleccionadora. Este es un texto que devela trabajo, minuciosidad y rigor en su elaboración. Un especial cuidado en la disposición del lenguaje, la construcción de la frase; pero, principalmente, un libro que reflexiona con potencia sobre problemas a los que se pretende, como suele suceder, eludir.

 

 

 

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"Los conversos", de Guadalupe Santa Cruz.
Por Patricia Espinosa.
Suplemento AL PIE DE LA LETRA. REVISTA ROCINANTE N°43, 2002