Nomadía lenguajera: fractura de “lo femenino” en el proyecto
escritural de Guadalupe Santa Cruz (1)
Nomadic Language: fracturing “the femenine” in the writings of
Guadalupe Santa Cruz
Alejandra Loyola
Universidad de Chile,
Facultad de Filosofía y Humanidades,
Alejandra.loy@gmail.com
Resumen: A pesar de que Guadalupe Santa Cruz ha desarrollado una escritura experimental inquietante y disruptiva se ha mantenido en los bordes de la crítica literaria en Chile. Por ello, propongo establecer una trayectoria de su proyecto escritural nómade en cuanto no completamente aprehensible y en tanto potencialidad de dislocación del sedentarismo de la noción del sujeto femenino. A través de una lectura que integra perspectivas semióticas de análisis se busca integrar y re-pensar la producción literaria “femenina” desde estratos de significación social, política y simbólica. En este sentido, la importancia del trabajo de esta artista se tiene en relación cuanto a su carácter teórico-ficcional, a través de la experimentación con el lenguaje, personajes y sus discursos, que adquieren características rizomáticas, rebelándose así frente a las normas del género sexual/textual.
Palabras claves: nomadismo, autoritarismo, género, des identidad, escritura femenina.
Abstract: Although Guadalupe Santa Cruz has developed a disturbing style of writing, she has been left aside by literary criticism in Chile. Therefore, I propose to create a path that will consider her writing as a project that is both artistic and nomadic; project that is a potential dislocation of the sedentarism attached to female subjectivity. By reading Santa Cruz's work under certain perspectives that belong to semiotics, the following text will rethink the "feminine" literary production from a social, political and symbolic significance. In this sense, the importance of Santa Cruz's writing will be its theoretical and fictional nature, and the experimental language of its characters, which acquire rhizomatic characteristics so as to rebel from the norms of sexual/textual gender/genre.
Keywords: nomadism, authoritarianism, gender, counter-hegemonic discourse, language.
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“Cada vez que busco enderezar las palabras, éstas sofocan mi decir.
Como si todo atajo que quisiera emprender se tropezara a poco andar
con la amenaza de ver cumplida en mi propia pluma los ademanes
que la tinta se empeña en apartar”.
Guadalupe Santa Cruz
Al considerar la despolitización del concepto de género en Chile debido a su intercambio por todo aquello asociado a “la mujer”, se ha instalado la percepción de que a mayor visibilidad de la mujer en el espacio público, menor es el efecto de dominación que ejerce la hegemonía patriarcal. Claramente, esta perspectiva apolítica del género ha afectado también la recepción y producción literaria desarrollada por mujeres. Por un lado, y desde una mirada literaria canónica, la llamada “literatura femenina”, al estar asociada al discurso amoroso y familiar, adquiere condición de subordinación en cuanto al quehacer socio-político y cultural crítico. Sin embargo, el espacio literario ha demostrado ser prolífero en cuanto a constituirse en campo de acción política de interrogación y cuestionamiento de la historia cultural de nuestro país.
Por ello, el presente artículo se gesta como exploración de una forma de entender, integrar y re-pensar la producción literaria “femenina” desde estratos de significación social, política y simbólica. Me centraré en el análisis de la narrativa de la escritora chilena y artista visual Guadalupe Santa Cruz, cuya producción crítica— ensayos, crítica, talleres, narrativa, entre otras— se ha desarrollado y potenciado como discurso contra-hegemónico, tanto del orden simbólico patriarcal como del orden opresivo dictatorial. A través de la experimentación con el lenguaje, de la configuración de los personajes y sus discursos, y de la fragmentación del relato, que adquiere características rizomáticas y nómades, es que el proyecto escritural se rebela frente a las normas del género sexual/textual.
Guadalupe Santa Cruz, escritora, artista visual, académica y traductora, nació en Orange, Estados Unidos en 1952. Ha publicado las novelas: Salir (la balsa) (1989), Cita Capital (1992), El Contagio (1997), Los Conversos (2001), Plasma (2005), Quebrada: Las Cordilleras en Andas (2006), además de una serie de ensayos de crítica cultural y social. En 1985, de vuelta del exilio, realiza talleres de creación narrativa, territorialidad, poder y género. Además, ha participado en diversos congresos internacionales en relación a la literatura latinoamericana y las problemáticas político-culturales contemporáneas. Su talento le ha conferido la obtención de diversas becas de creación artística: FONDART (1996 y 1999), John Simon Guggenheim Foundation (1998), Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2002), Fundación Andes (2004). En ese mismo año, el Consejo Nacional del Libro y la Lectura premia su novela Plasma (editada el 2005 por LOM) como mejor obra inédita.
Llama la atención que a pesar de que Santa Cruz ha desarrollado una escritura experimental inquietante y disruptiva, reconocida internacionalmente, se mantenga en los bordes de la crítica y de la difusión literaria en Chile. El crítico literario peruano Julio Ortega potencia la fuerza de la voz que desborda la sintaxis y su capacidad de “reescribir los nombres para rehacer la ciudad y restituir los cuerpos desraizados, es el proyecto de un relato hecho en la tensión de su urgida necesidad ética y en la complejidad de su riesgo estético” (85). Por otro lado, esta misma fuerza es la que ha sido destacada por la crítica chilena Raquel Olea, quien ha dado un lugar a las obras de esta autora en diversos medios de crítica literaria y ha propuesto el trabajo de Santa Cruz como “gesto político de reocupación de lenguaje y espacios usurpados” (83). De acuerdo a Olea, las dos primeras obras de la escritora intentan recomponer los caminos de la memoria, mientras que su tercera obra logra instalar la escritura como ya territorializada, dando cuenta que la evolución de su estilo escritural responde a un proyecto literario en transformación constante, aunque cohesivo y resistente.
El trayecto escritural de Santa Cruz se analizará a través de una breve re-lectura de las novelas Salir (la balsa) (1989), El Contagio (1997) y Plasma (2005) como directrices básicas de la obra metatextual de esta autora.
En Salir (la balsa) el lector se enfrenta con una voz que desde un lugar difuso, indeterminado en su decir extranjero, se propone recuperar el origen, la casa, la historia y la lengua olvidada. La protagonista vuelve a Santiago de Chile en búsqueda de un pasado expropiado por el terror autoritario. No sabemos su nombre porque le fue despojado del espíritu desmembrado hacia otro continente. El ansia moviliza al cuerpo por las calles que algún día encaminaron sus más dulces y agrias experiencias, para finalmente desvestirse del pasado, completar el cuadro y comenzar desde cero con una nueva voz, desde el yo en continua entrada y salida, pero absoluto y en paz.
En el prólogo de la novela, Eugenia Brito señala que esta “se construye en la búsqueda de los hitos de un recorrido por la memoria [. . .] La novela emerge, entonces, como reconstitución de un desmontaje: la integración, ampliación, comprensión de una identidad escindida por múltiples razones” (5). Es por ello que el viaje iniciático de la huída/salida/llegada por la recuperación del origen, se formula en una primera etapa desde la marca genérica “mujer” que postula la utilización del esencialismo estratégico para la articulación de demandas por la apropiación de la palabra:
Las mujeres no solo tuvimos la condena del silencio; tenemos la fuerza del silencio. Había que desenterrar aquella arma, ser cuchilleras, propulsarnos desde esa inagotable reserva que nos depara la anatomía de nuestra propensión al vacío y a la plenitud (Santa Cruz 12)
Y es en el empuñar la palabra que la narración irá adquiriendo tonos cada vez más rebeldes y se alejará de la sintaxis, del orden de lo relatado y de la configuración de la voz incorporando perspectivas enunciativas dobles, desde el “Ella” y desde el “Yo”. En la dispersión del relato, en la recopilación de fragmentos de memoria, se vislumbra ya la urgencia del cuerpo exiliado de emprender viaje hacia la reconstitución.
En una entrevista personal con la autora, esta reconoce que Salir es una obra que posee un alto tono autobiográfico aunque saturado por la ficción. Una suerte de primer andamiaje en la construcción de una estética particular de escritura, una obra “llena de pellejos”, una cicatriz, un grabado de la ciudad en aguafuerte en que la “sobrevivencia sin casa deberá arraigarse en el terreno pantanoso de la abstracción” (27). El ácido de la lengua en conquista, de los recuerdos apenas definidos, corroe el cuerpo dejando surcos desde donde rebalsa la emoción, el terror y el desarraigo. El tiempo de inmersión en el entorno cáustico determinará la profundidad de estos cauces y el armado del retrato.
En esta novela se confronta la noción convencional de identidad que es sustituida por la experimentación del ser en lo multiforme. En el ensayo “Operación tiza. Homenaje a Juan Luís Martínez” (1993), Guadalupe Santa Cruz concluye que la naturaleza de la identidad “como nombre, casa, familia, país, es un lugar de encierro, construido sobre algo que se extravió” (2). Justamente, esa construcción sobre lo perdido es lo que encontramos a través de toda la novela. Desde la apertura del paréntesis habitado por Ella al comienzo del viaje, se anuda un relato de lo que ya no es, por lo tanto, el hilo de lo relatado se escabullirá irremediablemente. La materialidad de la casa como espacio fortificado muta en casa de culpas y en casa de torturas, como metáfora del cuerpo marcado.
Al finalizar el recorrido y al asentarse el cuerpo reterritorializado, aunque solo momentáneamente, se experimenta cual epifanía el ciclo del ir y venir: “si volvimos a la ciudad, queriendo una vez más lo perdido, fue para saber que nos perdimos nosotros definitivamente convertidos en viaje” (115), siendo este el punto no de llegada, sino de una nueva partida con otros ropajes y con otras armas.
En esta “escritura de pasaje” (Olea 90) que exige una lectura atenta, la autoridad en la autoría es reemplazada por la coautoría participativa. Para Olea, Salir como novela inicial “puede leerse como anuncio de un proyecto narrativo que no pudo cumplirse en esta su primera novela y que de hecho ha seguido en curso” (91). Claramente se reconoce el carácter nómada en la letra y las corporalidades presentes no solo en este texto sino en los siguientes.
La tercera novela de Santa Cruz, El contagio, pone de escenario al hospital El Redentor donde se desarrollará la relación y transmutación de Apolonia, una manipuladora de alimentos, y Elías, un N.N víctima de la tortura dictatorial. En este escenario, los recorridos que hilan el relato no se tejen ya dentro de la ciudad sino del hospital que funciona como ciudadela, como panopticón. Esta vez, la irrupción del discurso contra-hegemónico representado anteriormente por la experimentación de la voz que narra se da a través de sueños febriles y cartas escritas por la pareja de Elías, Laura, quien es detenida por la DINA en la correccional de mujeres. Su voz, que va y viene entre el relato de Apolonia establece “una narración abierta” (68), fragmentada e inclinada como sus protagonistas.
En El contagio, el lenguaje no solo corrompe, sino que finalmente se corrompe hasta la incomprensión y desarticulación del signo lingüístico. De esta forma, esta novela disecciona el territorio hospital/ciudad y lo presenta como “espacio de transmisión de flujos de poderes, de saberes irremediables que, en el significante que nombra la novela, el contagio, significa el único síntoma incurable que acecha lo humano, el lenguaje” (Olea 97). Es a través del lenguaje que se categoriza el individuo, es en el cuerpo que se graba la ley y por lo tanto, se produce la corporización del discurso en el relato retrospectivo de Apolonia de cuando era, porque ya no es
Nunca más preparé de comer.
Te hago este relato por deshacerme.
Algunos trasbocan, otros hablan. Yo he intentado
Macerar la leche vertida. (16)
La leche al igual que las lágrimas, productos del cuerpo mujer, se transforman en metáforas del lenguaje, en abyección del la ley del padre que define y confina. Mientras otros hablan, ella macera el ser en su pérdida y en su gasto proyectándose solo en mal-estar. De esta forma, El Redentor, espacio mal-tenido como lugar de cuidado y vida, se transforma en muerte del Yo para su resurrección. El cuerpo se deshace del nombre, de la marca, de la cicatriz.
Apolonia empieza a ser solo en mal-estar. Resiente la segunda piel de los delantales blancos que someten al cuerpo y la transforma en parte del ejército de salvadoras para calzar y caber en lo femenino servil y nutricio para otros. Y así como el alimento es una extensión material del cuerpo femenino también es revelador de su psiquis. En la manipulación del alimento y las sobras, Apolonia experimenta el rechazo y evacua la materia, “me alivia la sensación de haber echado todo hacia fuera, y que aquella pose mantuviera la expulsión. Ya no podía acoger, ni custodiar” (54). El asco y la expulsión viscosa, forma más arcaica de abyección, marca un estadio fuera de sí, lejos de la norma y la obligación. De la misma forma, las relaciones que establece con la alimentación determinan a su vez la comprensión y practica de la maternidad y las relaciones amorosas.
Por otro lado, de Laura solo sabemos a través de las cartas escritas en cautiverio. En la primera carta la conocemos en tanto objeto de deseo de Elías, constituida y prisionera no solo por la cárcel material sino también por su condición de no-sujeto, de ser solo complemento de lo masculino, por tanto ilegitima en su unicidad
Yo me presté a su estereotipo, porque aquella zona –la del ser –la llevo vacante.
[. . .]
Amé recorrer mi propia nada, el pastoreo que él hacía conmigo tirando de la garganta, donde se ahoga mi sonido (40).
Tras la intervención de su voz en distintas etapas del relato, finalmente llegamos a la interrupción de su escrito. Después de ser torturada para que entregase información de Elías, es asesinada. Al leer sus cartas, Apolonia logra conectarse con ese flujo de palabras que “parecía estrujar en cada signo una parte de su ser” (148), reconociéndolo como propio. Al religarse a esta riqueza prelingüística se rompe el orden simbólico instituido por la sintaxis formal. Apolonia, al comprender que en las relaciones con Elías “su contigo es contagio” deja libre su propia habla desde lo reprimido e innombrable “es corpe humaido cariñanban patías de un mío ser” (141). Este viaje en la dislocación del habla estalla y se desboca por el embarazo de Apolonia quien cree propiciar un nuevo linaje con una nueva lengua. A través de la densidad textual de las voces de estas mujeres se explora “lo femenino” en relación a los poderes que trucan los discursos, utilizando los espacios que la ficción proporciona (Olea 100). Y quizás el intento de Apolonia de inaugurar un linaje propio a través de la metamorfosis del cuerpo materno bifronte, padre y madre, finalmente se tenga como metáfora del acto fallido de un discurso fuera del orden.
En Plasma, la geografía es donde se emplaza el lenguaje. Las quebradas y senderos clandestinos son las que anticipan el desplazamiento de Bruno, detective, en la persecución de Rita, supuesta narcotraficante. Estética escritural que a pesar de ser compleja, de difícil acceso como las quebradas, da cuenta del carácter político-social denunciando el transporte/tráfico de mercancías y cuerpos ilícitos como las temporeras muertas en volcamientos de atiborrados camiones y migrantes asfixiados que nunca llegan a destino.
La escritura misma es la que se constituye en huella y en descubrimiento de sentido “en los delitos que se esconden bajo la redacción, en la ortografía, en las repeticiones, en el léxico” (12). Por un lado, el dossier entregado desde el oficialismo persecutor de la ciudad se contrapone a los rastros y restos en ilegalidad escritos por Rita en las quebradas del Norte y finalmente por Bruno, quien establece una relación especular con el objeto de persecución. Ella, hija de madre violada. Él, hijo de esclavos, ambos sujetos sexuales/textuales concebidos en ilegalidad, distorsionan el ser en el lenguaje, deconstruyendo el discurso hegemónico y legitimando un contra-discurso en que la oposición femenino/masculino carece de sentido.
En esta novela el lenguaje se presenta nuevamente contagioso, como plasma viscoso, narcótico y por ello susceptible a la prohibición y persecución. Rita, una empacadora industrial, deja su “caligrafía urgente” en restos de papel que se transforman en material de investigación antidrogas. Bruno, adicto al fluir incesante de la escritura delirante “propio de mujeres” y “de culpables” se interna en un viaje surrealista y sin regreso.
Como en obras anteriores, la construcción de escenarios y de corporalidades se levanta desde la falta, desde lo extirpado. La sequía de los “rosarios de pueblos” nortinos privados de agua a causa de las mineras es amortiguada por los brebajes que exacerban las texturas de los parajes minerales y ácidos. La propia autora expone, en una entrevista personal, que el hilo conductor de esta novela no es la droga, sino mas bien la alucinación, el encendimiento y la adicción a la intensidad de vivir y a los desencuentros de la escritura, que es justamente lo que se tiene. El texto se torna en recuento arqueológico de voces grabadas por una escritura “loca, descocida, como unos flash, unas iluminaciones” a las que no se les da importancia. Rita no sabe que lo que escribe es “algo” sino hasta que sus escritos vagabundos adquieren sentido en la obsesión de Bruno y en la acusación de Braulio.
Entre sueños y recorridos por las quebradas, Bruno pasa sus días siguiendo a Rita y Efraín, como antesala de la enajenación futura, lejos del orden y de entrada en el mundo líquido de lo pre-lingüístico, del carnaval y del ritual. En este lugar se transforma el cuerpo en exhuberancia y exceso, donde hasta los hombres abandonan su marca genérica para convertirse en “esperpentos” a modo de “transición para ser otros” (84), ya no revestidos de sudor salino y olor a cueros rancios, sino de atuendos de mujer y poses provocadoras y alcoholizadas.
Bruno y los oficiales de la ciudad de Siago persiguen a Rita con la interrogante violenta “¿En qué mundo vive? En qué vago mundo, vaga inmunda, vive” (76). La sustancia prohibida ya no es el estupefaciente sino el ser fuera de la convención y entendimiento de la ley del padre. Benedicto, padre de Rita, la acusa constantemente de ser malhija, malamadre, malcriada, andariega e inservible al no saber en qué mundo vive. Al rechazar la pertenencia del espacio tomado por fuerza por los hombres de Quispe.
La interrogación se torna aún más violenta cuando Rita es detenida y acusada por los oficiales de Siago de la muerte de Bruno por sobredosis. La tortura ejercida por el autoritarismo se expone una vez más, aunque de manera metafórica, pero no menos cruda “sube el voltaje de las palabras. Las palabras cuelgan boca abajo. Son violadas las palabras” (122). Rita se encuentra prisionera junto a otras mujeres como “la Inmueble” de Sew que creyéndose “cosa” sufría por la estrechez de su vida en las instalaciones industriales nortinas emplazadas en un espacio tan vasto, o como Cirila de Cordillera Seca abstraída solo por la constante necesidad de agua, por la falta.
La pena recibida es ser “relegada”, ser desterrada de Siago, relegada de la posibilidad de un discurso propio. Sin embargo, Rita finalmente es capaz de reconocer su mundo “las gentes de Siago dicen que soy relegada, pero solo estoy, estoy en este estado [. . .] Tal vez de vuelta a las quebradas encuentre un nombre para lo que escribo, este sabor” (156). Ella es en la escritura y decide volver al desierto para hilar sus fragmentos en un libro, en sabor que es sabiduría ancestral.
En estas tres novelas se puede distinguir claramente la intensidad de ese deseo de viaje, de ser solo en tránsito, de ser nómade. Para la filósofa feminista Rosi Braidotti, la condición nómade está sustentada por una forma multidimensional de representar la subjetividad que surge de “la necesidad de recodificar o redenominar al sujeto feminista femenino, ya no como otro sujeto soberano, jerárquico, excluyente, sino mas bien como una entidad múltiple, interconectada y de final abierto” (184). Esta multiplicidad va emplazada en un estilo creativo particular que actúa como “metáfora preformativa” en que se posibilita configurar mujeres “simples”— como manipuladoras de alimentos, temporeras y empacadoras— capaces de irrumpir con un discurso fuerte, irregular y ambicioso, y que es justamente lo que se ha criticado a la escritora acusando a sus obras de falta de coherencia, de sentido y de verosimilitud.
Este estilo nómada está basado en “la comprensión y la tolerancia por las incongruencias, las repeticiones, la arbitrariedad de las lenguas” (Braidotti 47). Para el nómade, que se mueve entre lenguas, solo la escritura puede anular la estabilidad imaginaria de la identidad fija, no sólo del sujeto sino también de la significación de las palabras. Al tomar en consideración la perspectiva psicoanalítica lacaniana, en que el sujeto se constituye en hombre o mujer a través de la entrada al orden simbólico del lenguaje, es necesario desmontar la concepción apolítica de una “lengua materna”, postulando mas bien que todos los idiomas tienen la marca del registro dominante, del “apellido del padre”. Al invalidar la perspectiva convencional de la lengua, se le presenta solo como lugar lingüístico desde donde comenzaría la trayectoria de nómade.
Características propias de este tipo de escritura son la mezcla de voces o modos de habla, utilización de citas y los cambios de tono y estilo. Por ello, al pensar la nomadía desde un espacio ficticio de construcción de un sujeto multiforme, se establece una dimensión estética particular en relación con el lenguaje y la escritura. En primer lugar se identifica la condición nomádica de la lengua al transformarse el escritor/hablante en un “especialista” del lenguaje y su carácter engañoso.
Si bien es cierto, la obra de Santa Cruz comparte temas y prácticas escriturales y claramente está influenciada por la irrupción de la nueva escena de la escritura en Chile, creo que su diferencia y aporte a lo nuevo radica en sus opacidades y experimentación constante en cada novela y serie de ensayos críticos. Por un lado, la diferencia de la producción literaria de esta autora se gesta en los movimientos entre exilio y retorno, tanto del país como de la nueva escena literaria post-golpe. Como efecto de este movimiento, la concepción de una identidad multicultural y en tránsito, aporta desde un ojo extraño un Chile visto desde fuera y desde dentro. De esta forma, se posibilita un estudio de su obra como si fuera un recorrido, en que cada obra puede ser entendida como una estación de llegada y luego de partida a otros sistemas de significación y representación de la identidad del sujeto femenino.
Por otro lado, y quizás aún más importante, Santa Cruz dice no creer en las fronteras, en una ciudad que tenga un centro nítido y una marginalidad aislada, sino más bien cree en la posibilidad del rebalse para escapar al lugar y sus marcas. Bajo esta lógica, la escritora propone el distanciamiento del binarismo entre institución y margen ya que no ha dejado lugar a los vagabundeos físicos, simbólicos e interpretativos.
Escritora arriesgada y honesta con su estética personal que ha sido capaz de crear un lugar, aunque ficticio, para pensar la desarticulación de la noción de identidad y exhibir subjetividades múltiples, con todos los encuentros y desencuentros que estas suponen. En cada una de sus apuestas literarias ha sido capaz de exponer el cuerpo no como realidad natural, sino como efecto de los múltiples discursos en constante fuga de un sistema de categorización violento y embustero.
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Bibliografía
- Braidotti, Rosi. Sujetos nómades. Corporización y diferencia sexual en la teoría feminista contemporánea. Buenos Aires, Paidós, 2000.
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Olea, Raquel. “Los territorios de la escritura/ La narrativa de Guadalupe Santa Cruz, en Lengua víbora/ producciones de lo femenino en la escritura de mujeres chilenas, Santiago: Cuarto Propio, 1998.
- Ortega, Julio. Caja de herramientas. Prácticas culturales para el nuevo siglo chileno. Santiago:
Lom, 2000.
- Santa Cruz, Guadalupe. Salir (la balsa). Santiago: Cuarto Propio, 1989.
- . - . - . El Contagio. Santiago: Cuarto Propio, 1997.
- . - . - . Plasma. Santiago: LOM, 2005.
- . - . - . “Operación Tiza. Homenaje a Juan Luis Martínez”, en Merodeos en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez. Ed. Soledad Fariña y Elvira Hernández. Editorial
Intemperie, Santiago, 2001.
- . - . - . “Devolver los nombres a los cuerpos. (El género y las mujeres: aportes historiográficos)” en El género y las mujeres, Aportes historiográficos, serie Monográfica, Revista
- Nomadías, Cegecal, Universidad de Chile, 1999.
(1) El presente artículo corresponde a un fragmento de la tesis del mismo nombre conducente al grado de Magíster en Género y Cultura de la Universidad de Chile. El texto fue presentado en el “Congreso de Ciencias, Tecnologías y Culturas” USACH, el 02 de Noviembre de 2010.
(2) Leído en el Acto de Homenaje a Juan Luis Martínez, Santiago, Diciembre de 1993, y publicado en Soledad Fariña y Elvira Hernández editoras, Merodeos en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez, Editorial Intemperie, Santiago, 2001.