“Plasma”, de Guadalupe Santa Cruz es un libro raro. Raro en el buen sentido de la palabra y, de pronto, también en el mal sentido, porque está escrito casi en clave. Está escrito por una persona que es otra persona que es otra persona, una rosa es una rosa es una rosa, decía Gertrude Stein. Todo sucede en el norte: “Plasma” es una novela del desierto de Chile, un desierto fantásticamente kafkiano, donde hay una oficina, una fábrica y una policía industrial de la fábrica.
El narrador, un miembro de “La Oficina”, es encargado de buscar a una mujer llamada Rita Rubilar, parte de una red de traficantes. La buscará “entre las terrazas pálidas, perdidos monumentos de arena”. Así comienza todo y así está instalada la trama, que no es una trama convencional, aunque quizás sí, y sobre una historia de ambiguos narcotraficantes y un viaje alucinado por la nada, Santa Cruz está inventando un mundo y un lenguaje donde se cruzan lo escrito y lo hablado, lo masculino y lo femenino, lo secreto y lo visible.
En “Plasma” (¿y después de todo, qué significa plasma?) es esencial la sensibilidad y la fragmentación, la imagen plástica. Una mirada que abarca las instantáneas del desierto, una zona de fuga del tiempo: el narrador busca a Rita y “Rita desaparecerá en esta pantalla semicircular, en este puzzle de mil piezas donde sólo minúsculos detalles varían de segundo en segundo, un cuerpo que se desplaza, una luz que se arrastra, una hilera de ropa que se mece con la brisa, una bicicleta que desaparece”.
Cada capítulo es una cordillera —La Cordillera de Fajes, La Cordillera de Caica, la Cordillera de Quispe, la Cordillera de la Sal y la Cordillera de Bernal Bello—. Finalmente todo termina brutalmente mal, y no deja de ser divertido: “En la sala de apelaciones no fue posible narrar de otro modo lo acontecido, la defensa interpelaba constantemente a los jueces con demandas, amparos y custodias, mientras ellos replicaban que debía acogerme a una y otra medida, con vistos y considerandos. La pronuncia no fue absolutoria, tengo por sentencia ser autora del crimen de Bruno Alfonso Cuneo Ton al no prestar auxilio a su evidente invalidez y encubrir los motivos, a los cuales yo había colaborado, de dicha postración. Los abogantes se felicitan del fallo, se abrazan entre sí murmurando fórmulas, comparan las palabras entre sí y piensan para sí que la resolución concluye la historia, mi historia”.
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Lo que pasa con los libros Raros.
"Plasma". Novela. Guadalupe Santa Cruz.
LOM Ediciones, Santiago, 2005, 156 págs.
Por Fernanda Donoso
La Nación, Lunes 27 de febrero 2006