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GUADALUPE SANTA CRUZ: fragmentos de una voz que nunca muere
Por Alejandra Loyola
Magíster en Género y Cultura, Universidad de Chile
alejandra.loy@gmail.com
Publicado en REVISTA NOMADIAS Número 20 Diciembre 2015
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A casi un año de la partida de Guadalupe Santa Cruz me vuelvo a enfrentar a su obra, ya legado, a través de este mínimo compendio de fragmentos de algunas de sus grandes obras. Y a pesar de la tentación de sumergirme en las profundidades de su singularidad estética, me veo en la obligación de dar cuenta sobre su vida, trabajos y logros, debido a la falta de reconocimiento y circulación de su obra por parte de la crítica especializada.
Guadalupe Santa Cruz, escritora, artista visual, académica universitaria y traductora nació en Orange, Estados Unidos en 1952. Ha publicado las novelas: Salir (la balsa) (1989), Cita Capital (1992), El Contagio (1997), Los Conversos (2001), Plasma (2005), Quebrada: Las Cordilleras en Andas (2006), Ojo líquido (2011), Lo que vibra por las superficies (2013) y su obra póstuma, Esta parcela (2015).
En 1985, de vuelta del exilio, realiza talleres de creación narrativa, territorialidad con sindicatos y sobre poder y género en la Escuela de Líderes del Instituto de la Mujer. Es editora y co-autora de las obras Un indecente Deseo (1995), Samaritanas, Mediadoras y Guardianas (1996), A Contramano (1997) y Veredas por Cruzar (1997) del Instituto de la Mujer, Santiago. Para la presentación de Los Conversos, expone la instalación artística titulada Crujía donde mezcla escritura y técnicas de grabado.
Su talento le ha conferido la obtención de diversas becas de creación artística: Fondart (1996 y 1999), John Simon Guggenheim Foundation (1998), Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2002), Fundación Andes (2004). En ese mismo año, el Consejo Nacional del Libro y la Lectura premia su novela Plasma como mejor obra inédita.
Tras el exilio, regresa a Chile incitada por un movimiento de desterritorialización y reterritorialización constante que definirá una forma de expresión excéntrica y urgente, su lenguajería, un habla desbordado. Como efecto de este movimiento, la concepción de personajes con identidades en tránsito provoca no solo incomodidad sino también rechazo al exponer necesidades disociadas del orden, pasiones del cuerpo que retan al deber ciudadano. Así, al designar la realidad desde un “habla loca” y “descosida” sus personajes adoptan la mácula de la ilegitimidad, la usurpación y el delito, más aún cuando a través de sus discursos se intenta restituir la memoria de los cuerpos violentados por diversos sistemas de opresión, tanto materiales como simbólicos. El cuerpo, en este sentido, se transforma en territorio fundamental para dar presencia, y por tanto obligar a su reconocimiento, a sujetos que no suponen densidad y resistencia a ojos del Estado.
El ritmo de escritura de esta autora reta el ordenamiento ciudadano y las verdades absolutas para abandonarse en un contra-pulso a lo posible, a lo definido y a lo clasificable, a los sistemas de control, que en palabras de la escritora, equivalen a la suave violencia de las palabras que circulan entre los cuerpos. De esta manera, y quizás es uno de los rasgos más adictivos de su escritura, se toma de la censura y negación para construir un espacio poderoso y rebelde que se subleva ante la mediocridad y acomodamiento de la escritura y del mercado literario, desarrollando así una obra tan excéntrica y apasionada como ella misma.
Los fragmentos seleccionados corresponden a las siguientes obras: Salir (la balsa) (1989), El contagio (1997) y Esta parcela (2015). Su primera novela, Salir, da cuenta del deseo de su protagonista por reconstituir la memoria, y por lo tanto, los cuerpos desarraigados producto de la violencia dictatorial. En El contagio se hace manifiesta la equivalencia entre violencia y lenguaje a través del padecimiento de los cuerpos sometidos a tortura en un ambiente aséptico como el hospital y centros de reclusión. Finalmente, Esta parcela es sin dudas el texto más íntimo y sobrecogedor en que la autora desborda sus últimas reflexiones, deseos y padecimientos, sin abandonar jamás la maestría y hermosura de su palabra, tan extensa y fluida que pareciera no poderse contener en un cuerpo.
GUADALUPE SANTA CRUZ, fragmentos.
SALIR (LA BALSA).
Editorial Cuarto Propio, 1989
Primer viaje
La niña se mece, la niña, se pone los vendajes con la risa, es para sus roturas dice, y le duele más el cuerpo al escuchar que estoy rota. Recorre la casa, su torre de Pisa armada con palitos de fósforos, la inclinación hacia la nada, la retención de su nada que es vértigo para los otros, la ocupa sin saber, tan ocupada está en esperar.
Se pone frente a los espejos de la casa de muñecas, sabe que su cuerpo la salvará, será su príncipe viniendo a buscarla en el castillo inexistente de ese juego aprendido, por no molestar el orden de los otros; le llegará su cuerpo al fin, con el cual hace ella visitas, viaje. (19)
Por el pozo de aquel cuerpo entero, abierto a su vocación de recipiente, su destino de forma entregada. Por la espera que deja la irremediable vacuidad de las semanas, por ese surco, ese cauce, fue herida toda su región entera. (40)
Existe designación, por la anchura del cuerpo, a ser depositaria de las crónicas.
Este sino tensó a las mujeres, aquél vértigo hacia lo sedentario, lugar donde recibir. Como si los hombres hicieran el mundo, y ellas almacenaran los hechos. (72)
Conozco esta penumbra. Amoblarla es desplegar otros orificios, para seguir viendo; no ver nunca más igual, porque ya la luz no pudo ser inocente, de estar ahí, sin más. Es recurrir a la luz faltante de las cosas, buscarla, delegar en ella otro modo de mirar.
Un molde aprieta la mitad de la cara, de sien a sien.
Hunde la mirada, hasta recoger reminiscencia, en su inscripción corpórea:
Se quitó la venda.
Sentía una mezcla de sales y lágrimas, algo viscoso, difícilmente reconocible, en el pedazo de trapo que le había adherido tantos días a los ojos.
No sabía qué era de ella, y qué pertenecía a ese intervalo, a aquella impresión engrudada, doliente, que duraba desde un tiempo indistinguible: había perdido la noción de sus contornos, de la distancia entre su cuerpo marchito y los muros de la pieza que lograba reconstituir. (97)
EL CONTAGIO.
Editorial Cuarto Propio, 1997
Apolonia, manipuladora de alimentos de un hospital:
Nuestro ensayo no tiene calendario. En luz y sombra vigilamos la tersura de la piel, acallamos esas notas falsas, de locura, que se pegan a la voz, reducimos los pies, abreviamos boca y cintura. Somos atletas de lo diminuto. Para caber es que trabajamos. (21)
Esa noche para congraciarme con Lázaro dejé que me ocupara. Cerré los ojos, aferrándome a las sábanas, y le puse barro en la cara a ese sol que me traspasaba de parte en parte, le inventé otros labios y otro aliento. (76)
¿Cómo escapar al faenamiento? ¿Cómo resguardar el pliegue abierto, sin ser masajeada y embutida?
Llevar las entrañas como coraza, transmutar el corazón en piel. Viajar vuelta una cáscara de nuez, diminuto arreglo de movilidad. Vivir entera y despedazada, tibia a pesar de los repetidos cocimientos.
Calzar con su máscara, con los huesos y las huellas de la carne que nos lleva, con la velocidad de la sangre y su impulso hacia otros tegumentos en los cuales continúa siendo piel. (129)
Hice de mi cuerpo el punto de unión, fabriqué con furia los huecos, tendí pasarelas para el tránsito de otros. Por mí se ataron las fábulas como gravedad contra sus infinitas dispersiones. (140)
Laura, presa política:
Doler de todos lados, la memoria instalándose en las cosas las desplaza una a una. Opera sin anestesia en un cuerpo que no tiene ya borde ni confín, se confunde con los objetos removidos. Todo viaja por dentro, suspendido hasta hallar fugaz asentamiento. Y el transcurso caótico horada como punta seca sobre zinc. (81)
Dios es caca.
Me estoy volviendo loca entre estas cuatro paredes: Dios es caca.
Como cuando pequeña, el cruel insomnio de la infancia, que no tiene barandas para impedir la caída. Mi cuerpo, que no era cuerpo entonces porque era yo, yo entera abatida por esa frase que se alojaba en mi cabeza y anochecían ahí, acampando hasta sudar entera por mí. (109)
ESTA PARCELA.
Alquimia Ediciones, 2015.
NUNCA NADIE TUVO NADIE SINO SU VOZ, el cuerpo de voz que ha sido suyo.
Sin cesar todo se mueve y la parcela que soy entre tantos volúmenes cambia de forma. Debo dibujar y escribir una y otra vez este cuerpo en estado de amenaza recorrido por sustancias desconocidas y expósito, expuesto al roce con artefactos ajenos a todo paisaje anterior, un antes enorme.
Me muevo con todo lo que se mueve, mi parcela es una mancha y un pincel a la vez. Le sigo la huella a la misma y distinta parcela transformada, expuesta pero mía, cuerpo alentado y alerta en su abandono a los ajetreos sanitarios, persigo el tono, busco los acentos que se han hecho espacio en mí desde entonces, desde cuándo, desde que lentamente, desde que esta parcela perdió su voz. (II)
ROLLOS Y ROLLOS DE PAPEL DESPLEGADOS SOBRE LAS CAMILLAS, allí se posó primeramente el cuerpo, recatado en un inicio, doméstico aunque no domesticado después.
A veces retiran con corte seco una banda de papel utilizada por otro paciente antes de extender la sábana de celulosa que debe protegerme, el sonido del papel tronchado por los dientes del rodillo subraya otra poda, una poda que sucede mientras me recuesto sobre la delgada lámina que cruje cuando me acomodo, la de un cuerpo, el mío, alejado de pronto de sus circunstancias, sin hilachas, sin adherencias, sin piso conocido, aislándose en los límites de ese largo y estrecho rectángulo de papel y tendiendo, tendiéndose hacia la forma de un organismo.( 15)
ANTES DE LLEGAR A LA SALA COMÚN —que tendría una luz más amarillenta que las blancas camas solitarias reverberadas en paredes y ventanas, la sala común que sería menos gris que los pasillos y donde habría menos tráfico que en la ciudad miniatura de los cuidados intensivos—, el cuerpo fue todo organismo conectado a instalaciones de alta precisión y de apariencia estéril, no sabía quién, qué era más envase entre envases. (23)
SALAS COMUNES
EN LA SALA COMÚN NO ESTAMOS TUMBADAS, solo tendidas a la horizontal, nuestros cuerpos se abandonan a la curiosidad del movimiento incesante de todo lo que se arremolina de estas costas que son las camas. No estamos encerradas, estamos esperando que nos den de alta, por eso me aferro a un huevo que siento crecer en mis adentros y duermo para recordar lo que he visto en este lugar que otras quieren echar al olvido. [. . .] Si parecemos postradas es porque sabemos lo insondable que es esta cosa, lo que la costa resguarda, la naturaleza que está tendida ahí, llana y apaisada para los cuerpos erectos que se inclinan sobre ella. (38)
¿DEBO CONTARLO? ¿PUEDO ESCRIBIRLO? ¿Hay que recordar estas cosas que sin embargo están plasmadas en un plasma de imágenes no incandescentes pero quemantes? Te las escribo y recuerdo —revolviendo al pasar por el cor, por el corazón, por la coraza—, te las describo, ahora que atravesé ese trance, que fui una incontinencia impotente en un cuarto zoológico, el mío, un cuerpo que no lograba, no alcanzaba a cruzar la línea que divide el mundo animal y humano — si acaso somos un reino— y apartarnos de ese otro reino, ese para el cuerpo que se hallaba demasiado alejado, ese implemento que nuestra civilización desterró hacia otra esquina de la vivienda y no podía sino obrar el cuerpo, descargarse donde la necesidad lo arrinconaba — rincón era cualquier lugar— sobre el piso de madera hecho para aislarnos de la tierra bruta, sobre las pulcras sábanas, el ornamentado cubrecamas, las ropas interiores y exteriores, todo heces, sangres y manchas fuera de tiesto. (84)