Extranjero. Ex. Extrañamiento. Fuera de las entrañas de la tierra.
Desentrañado: vuelto a parir 1...1. Del introducido. Del intruso.
Del huido. Del vagabundo. Del errante.
(Cristina Peri Rossi, La nave de los locos)
Debido a las profusas experiencias de exilio padecidas por las generaciones de escritores durante las dictaduras militares de los setenta y ochenta, gran parte de la producción literaria de las últimas dos décadas en Latinoamérica tiende a reexaminar la legitimidad de los discursos historiográficos, espaciales e identitarios valiéndose de la metáfora del viaje como una vía para la reinterpretación de los sistemas de poder desde las voces marginales. Es por ello que la condición de exilio, por encima de las empresas de independencia o las luchas revolucionarias, deviene del fundamento medular de identificación entre los países del Cono Sur (Wilson 247). De hecho, en las expresiones del viaje a lo largo de la literatura latinoamericana se entroniza un discurso de la derrota donde el trayecto se malogra, las brechas no se abren y los espacios se tornan asfixiantes y hostiles. De manera que el motivo del viaje, sobre todo en la narrativa del exilio, persiste como una estructura resquebrajada
que no sólo ejemplifica el fracaso del desplazamiento sino que también compromete la posible restitución de un espacio feliz, de integración y reconocimiento, en lo que se volverán rutas de negación, descalabro y amnesia.
En el estudio Questions of Travel: Postmodern Discourses of Displacement Caren Kaplan apunta cómo el tropo modernista del exilio ha tendido a mistificar y homogeneizar las formas de desplazamiento, descontextualizando las particularidades socioeconómicas y celebrando la nostalgia de la condición exiliada (102). En la siguiente lectura nos valemos de la propuesta de Kaplan, que urge a la disolución de estos paradigmas tradicionales de viaje, para abordar las complejas orquestaciones de espacio e identidad ponderando exhaustivamente los contextos sociopolíticos y de género. En el caso de la narrativa reciente chilena, Jorge Edwards distingue dos tensiones opuestas: una dominada por el exilio y la dispersión y otra marcada por la concentración y la marginalidad (14). Así es que la propensión a tales movimientos inversos, el centrífugo de escapada y el centrípeto de convergencia, engendra paisajes que van desde la decadencia de la provincia o el cosmopolitismo de la ciudad hasta otros exámenes más ambiguos como serían los intrincados ámbitos de la conciencia. La exploración recurrente de estos últimos responde a un ejercicio de clausura donde se enfatiza el espacio privado sobre el público ya que la represión política produce un sistemático repliego de los personajes a regiones privadas en una suerte de retirada, tanto física como metafórica (Skármeta 31).
Es por esta predisposición a la introspección emocional y a la reclusión física que algunas de las estrategias discursivas de aproximación a la realidad postdictatorial se apoyan en juegos verbales y enrevesamientos lingüísticos que se apartan de la anécdota episódica para reconcentrarse en el yo y en las percepciones subjetivas de un entorno perturbado y bajo sospecha. Carmen Perilli atribuye estas prácticas literarias de los ochenta a una retomada tendenciosa en búsqueda de coherencia dentro de unas circunstancias ilógicas y demoledoras en lo que se maneja como "la historia de una carencia": [e]sta escritura no parte de las certezas sino de los cuestionamientos. Busca las causas de los fracasos no solamente en los demás sino en sí mismo" (30).
El proyecto narrativo de Guadalupe Santa Cruz (Orange 1952) no sólo rescata la voz femenina como intérprete alternativa de la historia chilena contemporánea sino que se insiere en esta tradición coincidente de dislocaciones problemáticas inducidas por las secuelas del exilio y la expulsión involuntaria de la "casa". Así como el viaje ha desempeñado la función de metaforizar la potencial adecuación del sujeto consigo mismo y con sus coordenadas sociohistóricas y culturales, la obra de Santa Cruz se convierte en suma paradigmática de esta crisis y gestión del desplazamiento que, en ocasiones, culmina en una implosión simbólica del individuo y los sectores familiares. La cuestión del desarraigo en Santa Cruz se destila de su propia biografía al haber tenido que exiliarse primero en Estados Unidos y más adelante en Bélgica a raíz del golpe militar de Chile en 1973. A su eventual regreso a Santiago, se dedicará a una serie de programas sindicales, talleres de oratoria e iniciativas sobre asuntos de la mujer al mismo tiempo que publica las novelas Salir (la balsa) (1989), Cita capital (1992), El contagio (1997), Los conversos (2001) y Plasma (2005). Este corpus ficcional, y más específicamente la novela que nos compete, se concentrará, en el sondeo exhaustivo de los espacios (citadinos y corpóreos) y en las coyunturas del desplazamiento (real y metafórico) como tentativas hacia la recuperación de la memoria, la lucidez y el auto-conocimiento postcatástrofe.
El desgarramiento ideológico detonado por el autoritarismo y el exilio durante los regímenes dictatoriales, genera una escritura contestataria que subvierte las formas de narrar al cuestionar los saberes absolutos y las representaciones orgánicas del poder. En el caso de las mujeres, este estilo críptico y desafiante procurará sacudir al lector confiado haciéndolo cómplice de una narración in media res, desterritorializada y dando frente a la voz autoritaria y subordinante masculina (Olea, Lengua 87). Como prolongación de esta resistencia mediante la experimentación lingüística y temática, la escritura femenina se expresa como "[a]ntiedípica, ilegitima, sin reconocimiento de padre ni madre, oscilante en múltiples (des)identidades" (Olea, Escrituras 58). La ficción de Santa Cruz se anda precisamente en este abordaje del viaje como ángulo que conduce a permutaciones de identidad en sintonía con las complexiones socioespaciales. Por esta razón, dentro de las operaciones cardinales de su obra se encuentra el acercamiento a la vivencia del exilio a través de una propuesta descentralizadora del sujeto que parte de la especificidad del cuerpo femenino, la reescritura y carga simbólica del espacio y la conflictiva maniobra del regreso a una casa-nación transgredida y amnésica.
Convergencias y márgenes: nuevo sentido de lugar
En la primera novela de Santa Cruz, Salir (la balsa), se relata la travesía multifacética de una voz itinerante, desdoblada en tercera y primera persona, cuya misión es cartografiar las zonas del afecto, el dolor y la memoria. El hilo argumental se limita a una serie de evocaciones de la protagonista que se caracterizan por el uso de paréntesis, alusiones, silencios, retrospecciones, división de capítulos, voces indistinguibles y ambigüedad temporal. Como resultado de la escisión entre el antes y el después del exilio, las reestructuraciones de espacio polemizan el periplo de los intentos exploratorios de la narradora/protagonista. Haciendo eco de estas peripatéticas navegaciones, la reflexión postraumática de la novela maneja un lenguaje laberíntico y sugerente que reproduce el trastorno de las localidades en crisis y la incapacidad de decir y, al mismo tiempo, rastrear el desastre.
Por un lado, Salir se lanza a una auscultación del espacio colectivo de la ciudad equiparándolo a la región privada del cuerpo y por otro, el hermetismo de la narración imposibilita la constricción de estas nuevas geografías bajo categorías convencionales y estacionarias. Podemos argumentar que durante la recomposición de lugar que propicia el desplazamiento y el trabajo de duelo que empeña a la memoria, la protagonista de Salir, esa ella innominada, ensaya un diseño de espacio ex-céntrico para gestionar una identidad fragmentada por la "partición" del exilio y la conflictiva "re-habitación" de la ciudad. Gracias a esta trayectoria errática por los espacios se inaugura una pluralización de la noción del lugar de pertenencia.
El concepto de lugar que desarrolla la geógrafa Doreen Massey es pertinente al discurso antihegemónico y permeable que propone Santa Cruz. Para Massey la identidad del lugar es una zona fluctuante, configurada por la yuxtaposición de una red dinámica de intercambios y prácticas políticas e históricas que se establecen externamente en otros lugares:
[...] the identities of places are inevitably unfixed. They are unfixed in part precisely because the social relations out of which they are constructed are themselves by their very nature dynamic and changing. They are also unfixed because of the continual production of further social effects through the very juxtaposition of those social relations [...]. The identity of a place does not derive from some internalized history. It derives, in large part, precisely from the specificity of its interactions with "the outside". (Space 169)
Es decir, que contrario a la idea de casa como lugar estable, de centralidad y seguridad, la negociación identitaria no se gesta desde procesos homogéneos o enteramente locales sino por medio de transacciones heterogéneas e inclusivas, que necesariamente requieren y conllevan el cruce ininterrumpido de fronteras. Por lo tanto, la deducción de Massey es que si los espacios son un producto social y están sujetos a una constante rearticulación por las circunstancias en que se materializan y desenvuelven, la identidad también se someterá a un engranaje similar de formación que considera tanto la naturaleza de los agentes de socialización como la especificidad espacio-temporal. Por ello, aun cuando los puntos de contacto de la protagonista de Salir con los diferentes recintos simbólicos (memoria y afectos) y materiales (lugares y objetos) son fundamentalmente parcializados e incompletos, la porosidad entre los mismos consiente la emergencia de una identidad que, aunque fraccionaria y elástica, es la única a la que se puede aspirar.
De acuerdo a Gillian Rose, el sentido de lugar se forja gracias a los significados y los sentimientos que el individuo otorga a un lugar mediante la interacción y experiencia cotidianas (88). De modo que la correspondencia emocional que se entabla con el lugar es la que produce y cementa el sentimiento de pertenencia que, a su vez, viabiliza la conformación de la identidad personal: "[the term 'identity] refers to lived experiences and all the subjective feelings associated with everyday consciousness, but it also suggests that such experiences and feelings are embedded in wider sets of social relations" (Rose 89). En Salir se avala precisamente esta idea de que, por un lado, la experiencia del diario vivir moldea el sentido de lugar en el tiempo y en los afectos ya que como afirma el narrador sobre ella: "creyó reinventar su cotidianidad, y no lo pudo, porque lo fútil y lo anodino precisan tiempo, y los sitios en apariencia casuales se demoran espesor de años en volverse costumbre" (70). Por otro lado, ese mismo lugar posee la facultad de redefinir a la persona que lo habita y modifica con su conducta: "Aprendió a ser de algún sitio, dejó que el dominio de las calles se apoderara de ella, forjara sus hábitos" (29).
Otro de los planteamientos de Massey es que la sociedad no sólo se construye espacialmente sino que también esta distribución espacial de la sociedad altera la manera en que ésta opera (Space 254). Ello explicaría el porqué cuando la protagonista/narradora busca decodificar la casa desde el orden espacial conocido y las prácticas cotidianas que la habían constituido, se encuentra con que, tal disposición, a su vez, ha sido impactada por la naturaleza de los procesos ocurridos durante su ausencia ya que:
La casa es una disposición particular de los enseres, con la caprichosa jerarquía que le otorgan los acontecimientos cotidianos. Este orden es incomunicable, a menos de particular en su organización, en su dichoso desmantelamiento. A menos de ser parte de su abigarrada geografía, del sentido que se construye para los habitantes en la manipulación de las cosas que conforman una casa, que la hacen tal. (15-16)
En Salir el principio de la errancia sugiere una exégesis de los lugares de identidad teniendo en consideración la maleabilidad de esas formaciones y la subjetividad de la protagonista en el momento de asignarles un valor, ya sea de tipo sentimental o ideológico. Por ello la imagen de la casa se metamorfosea en la medida en que absorbe el sentido del lugar y los significados que ella le proyecta, en un continuado vaivén entre unidad y dispersión, encuentro y desencuentro, permanencia y extravío:
Persigue la residencia, y sólo encuentra invitación: aunque sitio, la casa es itinerante. La suya es puente [...]. Se torna refugio, luego viene a ser paisaje. Se traslada, se instala, permanece, se extravía. Es de ripio, de algodón, de juguete, de aliento: por su rotura parece poblado de la risa. Y las palabras serán los únicos utensilios, dispersos. (72)
De manera que en Salir se consagra la oscilación del sujeto y la permeabilidad de su entrada y salida por los vericuetos no sólo de la memoria sino también de la ciudad. Una extensión de esta fluctuación semiótica que entronca y facilita la fragmentación del espacio y la eclosión de fronteras, se manifiesta a través de las imágenes polivalentes del agua. Como fenómeno geográfico y metafórico, el viaje, en este caso a través del agua, favorece ciertos períodos intermedios de cambio y matiza el recorrido por los estratos del dolor y las remembranzas del pasado. Por ejemplo, la "balsa" a la que hace referencia el título, justamente entre paréntesis, representa el vaso comunicante entre dos territorios (Lieja y Santiago) que se recrean en el tiempo (pretérito y presente) y en los límites del lenguaje (directo y figurado). Esto se debe a que, según el estudio de los símbolos, el agua es un elemento transitorio entre lo etéreo del fuego y el aire por un lado y la solidez de la tierra por otro. El agua es también mediadora entre la vida y la muerte, la creación y la destrucción (Cirlot 70). Aparte de servir de enlace entre distintas zonas de la realidad tales como vigilia/sueño, conciencia/inconsciencia, dentro/fuera y familiar/siniestro, la presencia del agua en Salir marca la evolución y el flujo de los estados psíquicos y el trazado viandante de la protagonista. En algunas instancias, la lluvia se equipara a las lágrimas, el maremoto o la inundación al allanamiento del país y el viaje al naufragio o a la deriva. Incluso en el prólogo de la novela, Eugenia Brito expande esta fórmula proteica del agua como penetración al cuerpo reconfortante de la madre o buceo por el llamado centro originario: "el viaje, generalmente por agua, la que recuerda a la madre y por sobre todo, la etapa de la vida intrauterina" (6).
Junto con el ánimo instintivo de retornar al deleite del cuerpo-madre, se evidencia la pulverización de ese circuito de vuelta al nudo vital de la casa-país: "se le escapará el hilo de lo que sucede, y emergerá un círculo: ir y volver. No habrá casa, porque, lo sabe, nada es devuelto" (el énfasis es mío 13). La transferencia del desplazamiento errante pone de manifiesto el eje vertebrador de la novela: la incesante voluntad de delimitar un territorio propio, aún cuando esa iniciativa sea redundante e infructuosa. En este respecto, Olea señala que la narrativa de Santa Cruz "[o]pera como corte, falla propia del lenguaje que no aspira a transmitir ni verdad, ni visión de mundo, sino máximamente a poblar un territorio" (Lengua 86).
Ahora, si no es posible disponer los espacios, la errancia se ofrece como el método de afirmación identitaria que valida los condicionamientos de una realidad inclasificable, dislocada y móvil. La consigna de la narradora "fundar, refundarse por el movimiento" (77) oficializa este triunfo de lo vacilante y la reanudación de un viaje que, a pesar de ser simulacro y trampa, se transforma en imperativo para las elucubraciones fluidas de identidad y espacio.
Resonancias femeninas: la casa y el lenguaje poético
El concepto de casa que plasma Salir se despliega dentro de un círculo en el que el movimiento de regreso no incita a una complacencia territorial y afectiva. En la visión de Massey, trazar una analogía entre la casa y el sentido de lugar crea erróneamente la asunción de que ambos conjugan el ideal de sosiego y cobijo cuando, en el caso de las mujeres, históricamente la casa se ha esbozado como una zona de conflicto social que enfatiza la desigualdad y la opresión (The Conceptualization 64). Aludiendo a esta polarización genérica con respecto a la noción de casa, el narrador de Salir, contrapone la movilidad masculina expuesta en la acción aventurera a la marginalidad estática del sujeto femenino que se inclina hacia el encierro y la pasividad:
Este sino tensó a las mujeres, aquel vértigo hacia lo sedentario, lugar donde recibir. Como si los hombres hicieran el mundo, y ellas almacenaran los hechos [...] y los hombres, para escapar, se hubieran marchado a conquistar nuevas tierras. Y las ocuparon, a ellas, quienes se ausentaron creciendo hacia adentro, absorbiendo su mundo: lo vieron todo. (72)
Sin embargo, en la cita anterior se destaca cómo la mujer revierte su confinamiento social en recipiente de memoria, que en el caso de Salir se materializa en la narración sui generis que preludia una realidad quebrada dentro de un orden patriarcal y jerárquico. Desde esta perspectiva, la marginalidad podría también asociarse a un lugar de posibilidades radicales, un espacio de resistencia desde donde puede suscitarse una producción contrahegemónica que ratifique la capacidad de autoafirmación (hooks 149-50).
En Salir, el tránsito azaroso y en ocasiones equivoco de la protagonista confirma una exposición de la conciencia femenina que se desliza por dominios masculinos dotándolos de reminiscencias y divagaciones irreverentes. Esos recorridos indagatorios se deben a que, según Massey, la construcción de subjetividades es específicamente un proyecto feminista en el que el lugar y la identidad van siempre de la mano (Space 8). De ahí, el uso excesivo del paréntesis en Salir, donde se inserta un yo en primera persona dentro de la narración en tercera, a modo de reinstauración de lo marginal suprimido, una voz que se involucra a su antojo, como prerrogativa de su desorbitada trashumancia. Por ejemplo, el silencio vinculado tradicionalmente a la sumisión femenina, se plantea en Salir como el arma secreta que irrumpe para devorar al otro: "[l]as mujeres no sólo tuvimos la condena del silencio; tenemos la fuerza del silencio. Había que desenterrar aquella arma, ser cuchilleras, propulsamos desde esa inagotable reserva que nos depara la anatomía de nuestra propensión al vacío y a la plenitud" (12). Por lo que hemos discutido, el lenguaje agencia los conflictos identitarios, conviniéndose en lo que hooks califica como un "lugar de lucha", donde los silencios realmente encubren el sufrimiento y la inefabilidad de un sujeto femenino sometido a andamiajes de poder y a confines opresivos (145-46).
Con respecto al génesis de la novela en cuestión, Santa Cruz confiesa su carácter autobiográfico, pues en ella se aúnan el deleite de la lengua materna, el retorno al pasado infantil y la experiencia del duelo (Ojeda 552). De hecho, Kaplan sostiene que en oposición a los discursos modernos autobiográficos, donde el sujeto trazaba su destino de forma lineal hacia un lugar de origen, los discursos posmodernos abordan esa misma identidad considerando las pulsiones culturales y políticas entre el centro y el margen:
In working with issues of race, class, and sexualities, as well as gender, feminist discourses have come to stress difference and oscillation of margen and center in the construction of personal and political identities. In fact, the difficulty of defining and totalizing the full range of feminist concerns marks enriched diversity of this field at this particular historical juncture. ("Deterritorializations" 189)
No en balde, Santa Cruz capitaliza en este vagabundaje semiótico para elucidar esas mismas polémicas y oposiciones.
La recapitulación de los momentos angulares de la vida de la protagonista (infancia, golpe, exilio, mudanza, regreso) se activa con un lenguaje fundacional cuya sintaxis retorcida incita a navegar con nuevos mapas cognitivos que permitan el exorcismo de la memoria y su reubicación en el espacio. Este nicho diferenciado y enrarecido de la palabra como procedimiento inquisitivo de un lugar de identidad, particularmente femenino, Santa Cruz lo obtiene leyendo a Marguerite Duras:
Vi en ella la posibilidad de estampar en las palabras un tiempo raro, una perspectiva rara, que hoy llamo alucinada. Sentí que ella lograba hacer hablar el lenguaje por sí mismo, no tanto en el relato sino en el trastorno de su construcción y que daba cuenta de una forma de destiempo, destiempo como ganancia, que pienso es característico de ciertos lugares-ubicaciones-de las mujeres. (Ojeda 553)
El viaje de ella en Salir comienza con un ordenamiento de las partes que conforman la casa usando esa palabra alucinada para desmontar y reconstituir el mundo conocido tras la incursión de la violencia y el desalojo nacional:
Divaga, en el trazado de objetos que parecieran ordenarse alrededor de ella. Más tarde, estos objetos se llamarán. Compondrán una casa, la suya. Para ser, se necesita una historia: los juntará, pedazo a pedazo, hasta conseguir frases que la digan, que asemejen un cuento. Escribe por acompañarse, a fin de concluir estos días irresueltos, sin país. (11)
Una de las tácticas de la narradora de Salir para reapropiarse del espacio es emplear una palabra liminal, entre prosa y poesía, delirio y nostalgia, plenitud y falta: "allí que se juró algún día inaugurar un espacio suyo, usar palabras definitivas, como prolongación de su ser" (15). Si la casa posee un afán huidizo, la escritura se formula como posible zona de habitación e identidad: "Encontrarse ahí, pertenecer, es penetrar a esa mudez, carente de contornos" (12). Por ende, el habla poética posibilita un discurso de lo indecible y en muchos aspectos, irrecuperable, debido a que la poesía será un modo de aprehender la realidad desmembrada alrededor o de sustituir el mundo que resulta inhabitable y que en esa epistemología poética halla "[n]o sólo camino sino hogar, refugio y protección" (Bertelloni 276).
Duelo y nostalgia: evocaciones ausentes
En su elocuente análisis sobre la ficción postdictatorial latinoamericana, Idelber Avelar determina que el fundamento de tal escritura literaria se arraiga en un problema de la irreductibilidad de la derrota en la que se conjuntan dos articulaciones esenciales: el imperativo del duelo y la decadencia del arte de narrar (20). Esta deficiencia en la capacidad de transmitir experiencia la basa en la reflexión de Walter Benjamin sobre la imposibilidad de traducir el momento vivido en materia narrable. Tal fractura la detecta Avelar en la narrativa de, por ejemplo, la chilena Diamela Eltit donde prevalece una aguda instalación del fragmento, de las ruinas y de restos experienciales ya no representables como totalidades simbólicas y coherentes (164). De forma que la alegoría se vuelve "el tropo de lo imposible", en el que el lenguaje de la derrota precisa de una palabra extraordinaria, que rebase los lindes de lo decible, que recoja esa experiencia truncada y permita un posicionamiento restaurador dentro de una ciudad espectral y deshistorizada.
Uno de los desafíos que sufre el ente exiliado frente al redescubrimiento de la casa es la tensión dicotómica entre el lugar intacto de la memoria y el lugar devastado de lo real. Es a causa de esa experiencia de vacío y desconexión con el espacio que la narradora de Salir admite la urgencia de recurrir a la reconstrucción interior del exterior y viceversa: "[s]i el mundo se construye por excrecencia de los sentidos, de la experiencia en los ojos [...] esta sobrevivencia sin casa deberá arraigarse en el terreno pantanoso de la abstracción" (27). En otras palabras, la casa es una invocación imposible, un impulso a ciegas, ya que los signos de ese "lugar intacto" denotan un carácter fantasmagórico y residual que la memoria no logra posicionar en su archivo. Ese contrapunteo de memoria/casa y amnesia/viaje, certifica la errancia como desarraigo, pero, al mismo tiempo, como mecanismo de incorporación y artificio discursivo: "[n]o quiere evocar el recuerdo, persigue más bien el olvido, es ahí que desea errar, en la repetición de lo que hubo de ser hecho para incorporar a la vida lo que fue desaparecido" (13).
Esta distorsión del paisaje-pasaje-paraje podría adjudicarse a la fractura que introduce el efecto de lo siniestro como discurso predominante de los ochenta (Perilli 47). Entiéndase lo siniestro como la diferenciación freudiana de lo familiar (heimlich) y lo des-familiar (unheimlich), en que el segundo es un elemento que debe permanecer enmascarado y, sin embargo, se muestra tras una familiaridad que se torna ajena y desconcertante. Este efecto latente de lo extrañamente conocido se constata, para Perilli, al traspasar al imaginario textual el horror del imaginario social desterritorializado (51). En definitiva, la hazaña del sujeto errante reside en poblar regiones que se revelan ominosas, al detectar lo hogareño en los espacios desolados e irreconocibles de la esfera pública.
Ese trajinar en busca de familiaridad por parte de la protagonista en Salir requiere un desciframiento del laberinto, que se aproxima y orienta por medio de la nostalgia. Según Ralph Harper, la nostalgia cumple la función de una conciencia involuntaria y moral que le recuerda al individuo aquello que ha perdido y que le es familiar restaurando así la unidad en tiempos de fracaso y desorientación (26-27). Esa nostalgia, retroalimentada por la memoria, actúa para la protagonista de inscripción afectiva, de "huella interior", dentro de las disposiciones urbanas en ruinas: "No me entiendo más que aferrándome a la huella interior que depara el círculo al borrarse" (27). Ahora, ese deseo de reinstaurar una presencia perdida corre el peligro de desembocar en lo que hooks define como una nostalgia que, al proponerse recuperar el pasado tal cual era, inhibe la politización de la memoria, evitando que ésta se convierta en un rescate constructivo capaz de renovar el presente y el futuro (147). En muchos frentes, la noción de casa implica un distanciamiento necesario del lugar de identidad para así viabilizar una apreciación drástica desde los márgenes y por ende, posibilitar un retorno con aprendizaje cualitativo: "at times, honre is nowhere [...]. Then home is no longer just one place. It is locations. Home is that place which enables and promotes varied and everchanging perspectives, a place where one discovers new ways of seeing reality, frontiers of difference" (hooks 148).
Teniendo en consideración la lectura feminista del espacio y sus implicaciones para la identidad, no se puede obviar el hecho de que los lugares en la geografía social revelan una dinámica desigual entre los sexos ya sea en lo político, lo social y/o lo económico. Massey arguye que si los espacios no son autónomos ni fijos y la raigambre de la casa es una falacia, entonces las relaciones de poder y de género tampoco son naturales sino construcciones arbitrarias y mudables. Es oportunamente en esta confluencia de espacio, lugar e identidad que Santa Cruz sitúa su novela. Dentro de estos parámetros de lectura, Salir poetiza una apertura de los espacios claustrofóbicos y represivos inaugurando una especie de ágora no sólo liberadora sino plural. Es evidente que primará un deseo heterodoxo, que escapa a las fórmulas binarias y a las visiones panópticas y que sólo desea desplazarse con su habla especulativa y reorganizadora.
Aun cuando ese ella en Salir reitera un lenguaje de fisuras (herida, mudez, grito, ceguera, oscuridad), tras esa negación se oculta una labor reedificadora que galvaniza el sentido de lugar desde su carencia y obstrucción: "hay que morir para perdurar, como el vasto silencio que precede al grito» (96). Por ello se repite en la narración una agudización de los sentidos como si al afinar la visión, el olfato y el tacto, éstos desencadenaran un reconocimiento de la urbe a nivel sensorial y como consecuencia, la memoria sirviera de organismo integrador del caos. Al final de la novela, la narradora se transporta a un nocturno iluminado donde "desde la noche" se afirma y se nombra: "[s]oy la noche, soy esa mujer, esa infancia" (116). En ese quehacer constitutivo de nombrar y reconocer, la mirada se instala como el sentido que captura, cataloga, selecciona y pena los objetos y los lugares. No será fortuito entonces que la novela se abra con una ceguera ("mi venda fue en los antecedentes ojos y nada más, mirar» 9) y termine con una ganancia visual ("pierdo la mirada, la gano" 116). Esta epistemología espacial es lo que denomina Kaplan como reterritorialización para indicar lo imperioso de la "salida de casa" y el encuentro satisfactorio con ese otro lugar contingente en el que el sujeto femenino, acorde con las peculiaridades de su historia, sea capaz de rehabitar en una pluralidad expandida y en coalición con identidades liminales e inciertas ("Deterritorializations" 195).
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Obras citadas
Avelar, Idelber. The Untimely Present: Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning. Durham: Duke UP, 1999.
Bertelloni, María Teresa. Epistemología de la creación poética. Madrid: Parteluz, 1997.
Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. Madrid: Siruela, 2005.
Cortinez, Verónica, ed. Albricia: la novela chilena del fin de siglo. Santiago: Cuarto Propio, 2000.
Edwards, Jorge. "Prólogo: después de la crisis". Cortinez 13-14.
Harper, Ralph. Nostalgia. An Existencial Exploration of Longing and Fulfillment in the Modern Age. Cleveland: The P of Western Reserve U, 1966.
hooks, bell. Yearning: Race, Gender, and Cultural Politics. Boston: South End Press, 1990.
Kaplan, Caren. "Deterritorializations: The Rewriting of Home and Exile in Western Feminist Discourse". Cultuml Critique 6 (1%7): 187-98.
______ Questions of Travel: Postmodern Discourses of Displacement. Durham: Duke UP, 1996.
______Lengua víbora. Producciones de lo femenino en la escritura de mujeres chilenas. Santiago: Cuarto Propio. 1998.
Massey, Doreen y Pat Jess, eds. A Place in the World? Places, Cultures, and Globalization. New York, Oxford UP, 1995.
Massey, Doreen. "The Conceptualization of Place". Massey y less 45-85. ______Space, Place, and Gender. Minneapolis: U of Minnesota P, 1994.
Ojeda, Cecilia. "La grabación del duelo y el goce en la narrativa de Guadalupe Santa Cruz". Alba de América 19.35-96 (2000): 539-53.
Olea, Raquel, ed. "Femenino y feminismo en transición". Escrituras de la diferencia sexual. Santiago: LOM, 2000. 53-64.
Perilli, Carmen. Las ratas en la torre de Babel. Buenos Aires: Letra Buena, 1994.
Rose, Gillian. "Place and Identity: A Sense of Place". Massey y Jess 87-132.
Santa Cruz, Guadalupe. Salir (la balsa). Santiago: Cuarto Propio, 1989.
Skármeta, Antonio. "Nueva narrativa chilena: avenidas y callejones". Cortinez 21-41.
Wilson, S.R. "El cono sur: the Tradition of Exile, the Language of Poetry". Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 8.2 (1984): 247-62.
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Rosana Diaz Zambrana es profesora asistente de lengua y literatura hispanoamericana en Rollins College. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Illinois, Urbana Champaign, en literatura comparada. Diaz Zambrana ha publicado artículos sobre el tema del viaje en el cine y en la narrativa latinoamericana contemporánea. Entre sus intereses destacan los estudios culturales, la novela postdictatorial y la literatura de viajes.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Lenguaje, espacio y memoria: el discurso de la errancia en "Salir (la balsa)" de Guadalupe Santa Cruz
Rosana Leticia Díaz Zambrana Letras Femeninas Vol. 33, N°1, verano 2007