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Maneki neko: la sonrisa de mi amiga
«Edad», de Gloria Sepúlveda Villa (Alto Horno, Concepción, 2017)

Por Alonso Tapia Araneda




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Titulo la presentación como el texto más corto del libro. Maneki neko, el cual es el gato japonés de la suerte que saluda incansablemente. El verso que le sigue, el único del poema: “la sonrisa de mi madre”. Este texto está situado hacia el final del libro y cuando dan con él ya están en los entresijos de Edad. Así mismo, sin actualizador, sin complemento. El libro abre con este primer poema:

He nacido
Mi composición de las ideas reside
En una fabulosa contemplación
Una niña frente al río
Corriendo entre la niebla
Atravesando los átomos del agua para ser
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (Sepúlveda, 2018)

El título del conjunto es muy significativo; no aclara ni guía, sólo abre el texto y nos pone en alerta,  no será este un texto convencional. No hay acá materia aparente. No hay calificativos ni numerales. El periodo de tiempo vivido es la materia en sí. De hecho, se abre la obra con un: “he nacido” y dos versos allá con: “una niña”. El texto tiene seis versos y entremedio ya cambió el tiempo verbal y el sujeto de la enunciación. La niña y el sujeto de la enunciación parecen confundirse, pero no por un juego de voces dislocadas, sino porque están unidas, atadas al recuerdo, son una misma cosa, en realidad una misma memoria:

Viajarás por túneles mnemónicos
Recordaras a tu madre
Y escribirás el libro.
. . . . . . . . . . . . (Sepúlveda, 2018)

El futuro prefigura la escritura, el reverso de la hija es la madre ¿es este texto su fruto? La escritura es un problema de la memoria, nos dice de algún modo la obra. El cruce de tiempos impone a la vez una tensión del sentido y una nueva forma circular al texto. Nos adentramos a un laberinto ¿o un caleidoscopio? La confusión prima. Pero en este periodo, también hay luz y aprendizaje,  ella/sujeto ha descubierto como lograr las mínimas certezas: permanece. Su Dasein, es la contemplación del tiempo, la transmisión de la memoria. Como Paul Ricoeur, la autora entiende que el humano tiene pocas herramientas para asir el tiempo, en donde el francés propone la Narración, la autora una utopía propia: el canto. La lírica igual puede asir el tiempo y hacerlo humano. Cuando digo canto o lírica no pienso en un sonido armónico hecho de métricas y formas poéticas clásicas. El uso del lenguaje se podría denominar como una lírica del infrasonido, no hay nada que parezca excesivo, sin embargo atestiguamos un flujo dotado de nuevas formas, que pueden remitir a los objetivistas, a la Pizarnik más íntima, o un minimalismo más actual, aunque de seguro debe bastante a  sus preciadas escritoras norteamericanas. Un canon que la misma autora ha reconocido como suyo. Emily Dickinson, Sylvia Plath, Anne Sexton y un sinfín de otras destacadas escritoras.  Estéticamente reconocemos una forma llena de entredichos y elipsis de denotan y connotan, que cantan, que cuentan y deleitan.

El libro abre un ciclo de vida y fluye. Propone la memoria de un hecho elusivo en el tiempo, pero además propone una fórmula: la palabra habita el tiempo y construye memoria, aunque es también un problema, la palabra engaña, es una utopía solitaria. Ante ese dilema: “permanezco”.

El espacio del cuerpo es el de la obra misma. Se propone de algún modo un camino místico, pero no hay una promesa de trascendencia, es más bien una inmanencia gozosa. Un Dasein, una permanencia en la urdimbre de la palabras y memorias, en el centro de la obra, del sentido.

El ciclo se reiniciará. Esa es la promesa.  La Edad recuerda a la duración de Bergson. Es un espacio de vitalidad en el mismo rizo del tiempo, en constante cambio la materia y la memoria se encuentran. Leemos:

El ciclo se inicia otra vez
Herederás los momentos humanos
La humedad y su ciclo.
. . . . . . . . . . . . (Sepúlveda, 2018)

Pero en esa duración es donde puede la obra adquirir su máximo sentido:

Un arte
Ser humano
Permanecer quieto en la velocidad
En el desplazamiento de todas las células
Y su apoteósica vibración.
. . . . . . . . . . . . (Sepúlveda, 2018)

Así mismo leemos, en uno de los pocos poemas con título: Isla de luz

Quiero permanecer ahí
Atada a una raíz indestructible
Ese, es el único lugar
Donde el cuerpo está aquí  
. . . . . . . . . . . . (Sepúlveda, 2018)

Y en esa duración, no hay sólo gozo y contemplación, también tragedia, muerte y dolor:

Hasta que los niños te encuentran
Con carita de ángel me señalan tu cuerpo
La tragedia lo es por la dimensión de su dolor.
. . . . . . . . . . . . (Sepúlveda, 2018)

La niña y la mujer, el sujeto múltiple de la enunciación se encuentran en el ciclo. Donde la niña se abre paso “en la oscuridad de mi vientre/con una sonrisa tan tierna y blanca/ como la cara de la luna esta noche” (Sepúlveda, 2018) la mujer se construye: “una memoria paciente/ y permanezco/ con una sonrisa tan tierna y blanca, como la cara de la luna esta noche”, (Sepúlveda, 2018). Una misma noche.

Y ya estamos en “Maneki neko”. El libro se acaba y tú no quieres que acabe, aunque sabes que no acaba. Es el momento “Satori”:

Una fabulosa urdimbre de células
Moviéndose
Como una contemplación prolongada en el espacio
Pura energía
Que puedes ser sino una obra de arte.
. . . . . . . . . . . . (Sepúlveda, 2018)

Todo confluye en esta luz, la urdimbre, no es sólo el cuerpo, pero es el cuerpo. La palabra adquiere conciencia de sí y su materia. Ya no hay múltiples sujetos de la enunciación, la niña y la mujer entienden a una sola voz. Alguien muere y alguien da a luz, el agua acoge o hunde: “Atravieso los átomos del agua para ser”,leemos al comienzo y al final del libro: 

“Estoy a punto de alcanzar/ el grado cero de la experiencia humana/ vaciada/ las horas fluirán” (Sepúlveda, 2018).

Y el final:

Aquí allá
Te encontraré
Las flores se tornan amarillas
Caen
Volverán a crecer.
En silencio.     
. . . . . . . . . . . . (Sepúlveda, 2018)

El ciclo se acaba, pero la edad durará otro retorno. Esta vez en silencio, sin palabras, no habrá quien escriba.



 

 

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