La sangre liviana para el "Pájaro" González Vera
Por Cristóbal Carrasco
Publicado en Suplemento KU. Domingo 21 de Enero de 2018
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Era un conversador infatigable, generoso y divertido. José Santos González Vera (1897-1970), paradójicamente fue además un escritor poco prolífico. Alcanzó el mayor reconocimiento a mediados del siglo pasado, cuando entre polémicas por la brevedad de su obra -entonces conformada solo por "Vidas mínimas" (1923) y "Alhué" (1928)- recibió el Premio Nacional de Literatura. En ningún caso el hito significó su jubilación, sino que le dio más impulso para sumar otros libros menos conocidos.
"Alhué y otras prosas" (UDP) es una mezcla reciente, tanto de la primera etapa como de la segunda. Combina el texto completo del libro homónimo más una selección de los cuentos publicados en "La copia y otros originales" (1961) y "Necesidad de compañía" (1968). Estos fueron complementados por "Eutrepalia" (1954) y "El conferenciante", dedicados a desentrañar el prototipo del charlatán público que monologa en distintos salones. Además publicó "El escritor y su experiencia", donde describe su formación, trayectoria y reflexiona de su búsqueda en el oficio.
Destaca una breve nota biográfica que parece trazada por su propia mano pese a la tercera persona utilizada. En ella enumera los oficios que le tocó desarrollar: cobrador de tranvía y vendedor ambulante. También hay una descripción de su propio espíritu libre, ligado a este país. "Conversar para él es manantial de sabiduría. A veces hasta escucha", ironiza. Camarada literario y político de Manuel Rojas, este reconocía no leerlo porque sencillamente lo encontraba más divertido en el interminable diálogo que sostuvieron desde su juventud.
El cronista y ensayista Roberto Merino, en la contratapa de "Alhué", afirma: "En su asedio psicológico a sus personajes de vez en cuando deja filtrar un destello humorístico, indistinguible de la seriedad con que se toma cada uno de ellos". Tan fino es su humor que hasta los malos comentarios de su literatura tenían espacio en sus libros, permitiendo la duda a una escritura que ha superado largamente su tiempo.
LOS ZAPATOS GRANDES
La selección de textos de "Alhué y otras prosas" estuvo a cargo de Pascual Brodsky, narrador que recientemente publicó la novela "Años de fascinación" (Hueders). Pascual es bisnieto de González Vera. Su trabajo de rescate comenzó el año 2013 al prologar "Obras Completas" (Cociña, Soria editores). Brodsky tiene su especulación sobre quién escribió la sección "Sobre el autor": "¡Quizás la hizo él! El editor Felipe Gana la incluyó, muy acertadamente. Sospechamos que es de González Vera, porque al final describe al autor preguntándose "¿qué seré?".
— Pascual, ¿por qué "Alhué" es un libro autoeditado, considerando que la critica literaria había tomado con entusiasmo la aparición de González Vera?
— Me gusta esa idea de González Vera en la lógica anarquista del hazlo tú mismo. El primer tiraje de "Vidas mínimas", su primer libro, vendió muy mal, se demoró como 17 años en venderlo todo, y eso que regaló la mitad a sus amigos. Y tenía hartos amigos. No era buena apuesta comercial. No sé si "autoedición" sea el término más exacto. Financió su propia publicación, sí, porque en la literatura no había el estigma alcista de que si nadie te publica tu texto vale callampa". No sé por qué nadie compraba "Vidas mínimas", no entiendo de marketing, ese es uno de mis libros favoritos.
— De los consejos escriturales en "El escritor y su experiencia", ¿cuál de ellos te parece más relevante?
— Habla más bien de cómo escribe él, de su experiencia. Después de escribir sus textos los guardaba por unos días, o semanas, y al pescarlos de nuevo resolvía si tenían algún valor. También que cuando escribía dejaba de sentir su cuerpo, y podía olvidarse de sí le dolía algo o de si tenía frío. Escribía encima de cualquier tipo de papel. De envoltorios, y al reverso de las cartas. Y también dice que buscaba lo que no estaba en imprenta, es decir, quería escribir algo que todavía no estuviera escrito.
— ¿Por qué los relatos de "La copia y otros originales" y "Necesidad de compañia" han ocupado un lugar marginal en la circulación de la obra de González Vera?
— Nadie sabe decir de dónde salieron estos relatos, a qué tradición enmarcados. A González Vera le gustaba mucho un narrador yiddish, Scholem Aleijem, que escribía también sobre pequeños comerciantes, feriantes, obreros y pequeñitos profesionales. Tienen un humorismo similar. Estos relatos hacen uso maestro del silencio, de los vacíos, de la inexpresividad cómica y de personas que mantienen cierta dignidad imposible dentro de la precariedad. Tienen en común que siempre en la historia hay algún inmigrante, un extranjero medio perdido. Bolaño fue muy asertivo cuando dijo que el humor volvía a la literatura latinoamericana con la entrada de los inmigrantes. Fue una sorpresa encontrar, por toda la selección de estos cuentos, a polacos, españoles, alemanes, catalanes, argentinos y hasta un israelí. Se bastan a sí mismos, tienen una mezcla de holganza, de ironía y candidez inconfundible de González Vera.
— ¿Cómo es recordada la figura familiar? ¿Hay alguna anécdota que te parezca iluminadora de su personalidad?
— Usaba los zapatos una talla más grande que la adecuada a su pie y a los calcetines les cortaba el elástico para que no le apretaran las piernas. Los mantenía estirados gracias a un suspensor que pasaba debajo de los pantalones, agarrado a ambos calcetines. Para mí el dato es bastante iluminador de alguien que adapta la cultura a sus propias necesidades; casi siempre es al revés, casi siempre es uno el que intenta empaquetarse en las formas que le enseñan.
DEL PUEBLO ORIGINAL
Quien compartió con el autor en vida fue el Premio Nacional de Literatura Armando Uribe (1933). El poeta recuerda cuando lo conoció en los años cincuenta, en un edificio ubicado en Huérfanos 117, Santiago: "De casualidad lo encontraba esperando el ascensor. Él trabajaba en unas oficinas de cooperación intelectual en el segundo piso, yo iba al octavo donde trabajaba mi padre y no tengo el recuerdo de las palabras, sino de la presencia de él, la recepción que uno tenia de él. Su sabiduría es el mejor recuerdo a esa edad".
— ¿Cómo influyó a su generación la relación con González Vera?
— Fue un maestro de la sencillez para nosotros. No solo la sencillez que emanaba, también el humor, la generosidad, la soltura y liviandad de carácter es algo que nos hizo bien a sus contemporáneos, sobre todo a los jóvenes de esa época. Cuando somos jóvenes somos vanidosos y soberbios. Haber sido contemporáneo de González Vera es un título de nobleza.
— ¿Cuál es la valoración que usted hace de la obra literaria de González Vera?
— Es un creador de palabras perdurables, de lo mejor que ha producido del pueblo original chileno. En "Alhué" retrata realidades, inventó un pueblo habitable, en el Chile de siempre, no solo del pasado ni de una fecha determinada. Inventó una realidad que tenia fundamentos en la Tierra. Las cosas que escribía eran valoradas por muchos algunos y por su amigo Enrique Espinoza. Era muy fiel, también fue mi amigo, pese a que tenía menos de la mitad de su edad y conversaba con cierta prudencia. Cuando digo que conversábamos era que yo participaba del grupito al que estaba hablando González Vera y Espinoza y yo los oía.
— Hay un texto en esta "Alhué y otras prosas" que perfila a los sujetos que proliferan dando conferencias públicas. ¿Recuerda haber asistido a alguna de esas charlas?
— Si, una conferencia que dio González Vera acompañado de Enrique Espinoza. Después de hablar de algo que no recuerdo exactamente, les hice la pregunta si el humorismo como género literario o manera de ser en las palabras no empequeñecía las cosas que se están diciendo en vez de darles su justo lugar. Como si ambos hablaran con una sola voz me dijeron que no existía el peligro cuando se ocupaba el humor, el buen humor, la gracia, pero sí cuando se transformaba en una costumbre, en una disciplina. Había siempre el peligro que se volviera una especie una cosificación antipática de las palabras, las personas y que en realidad el humor y el buen humor no era lo mismo que el humorismo, porque el humorismo como tal se ha transformado en especie de género con exigencias y con la intención secreta de hacer reír a los demás. Había una parte de elección moral y de exigencia de quién trabaja estas expresiones. como sobre cualquier material con estructuras y obligaciones.
— ¿Cómo podría explicar el humor de González Vera?
— No era un humor satírico contra las cosas vivas, sino un humor como un pajarillo que piaba sobre nuestras cabezas batiendo sus alas. En vez de trasmitir, de conversar, era como si González Vera estuviera cantando lo que decía. Hay que ocupar metáforas un poco ridículas en la prosa, pero posibles en la poesía, para describirlo.
El escritor y los otros
Fragmentos del libro "Alhué y otras prosas" (UDP), de José Santos González Vera. Páginas 211-214
Apenas he dicho que terminé un libro: "Vidas mínimas". Puedo agregar que lo publiqué. Por dos o tres meses estuve disfrutando de abundante felicidad porque los críticos lo recibieron bien, pero el público, además de cauto, se mostraba prudentísimo, tanto que demoré diecisiete años en vender quinientos ejemplares. Sin embargo, tuve suerte con otros tantos que regalé. No me rechazaron ninguno.
Como la bondad de lo que se escribe no se puede demostrar, ni probar, el autor no tiene la certeza de haber hecho obra verdadera sino a ratos. Cuando surge la duda, se siente la más desvalida de las criaturas.
Los sensibles en demasía recuerdan que existe el vino, el coñac y otros agentes del olvido. Los más vigorosos, con fuerza suficiente para enmendar su rumbo, se lucen industriales, comerciantes o funcionarios. Al bordear la cincuentena tienen un poco de plata. Basta que estén en reposo para que les de cierta desazón: ¿Y si de persistir hubiese escrito un buen libro? Y los abruma una tremenda melancolía.
Cuando se apoderaba de mi el desaliento, releía el prólogo que, por su gusto, Alone puso a "Vidas Mínimas". Releyendolo conseguía, si no resucitar mi confianza, por lo menos dejarla latente.
El literato en formación, al vencer las primeras dificultades, se considera alto como una torre, y a medida que avanza, que va dominando la técnica, escribiendo mejor, empequeñece. Hay instantes, y también semanas y meses, en que no parecería estar a ras de tierra.
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El escritor, unas veces sabiéndolo, otras por instinto, es un buscador de la verdad. La que descubre asume una apariencia desgreñada, a menudo destructora, pero es siempre la verdad. Frente al sacerdote, que tiene a su espalda una institución poderosa, y trabaja con verdades solidificadas, su personalidad resulta menos favorecida y sus frutos necesitan de largos años para que el pueblo los tenga por maduros.
La gente hace un distingo entre el escritor y los demás individuos. No lo considera enteramente normal, no le extraña si expresa ideas inesperadas, ni tampoco si cae en excesos o echa en olvido sus compromisos.
Puede embriagarse con frecuencia y no se dirá así nomás que es ebrio. Se da por entendido que debe beber. Si no es monógamo a secas, nadie lo enjuiciará, porque se le considera notable amador.
Es claro que tampoco se le dará crédito, que ningún padre correrá tras él para que se case con su hija y que no habrá poderoso que le dé con placer un cargo. No se cuenta con el escritor para las obligaciones comunes. Se presume que dará muchos disgustos y caerá en mil yerros, pero nadie está seguro de que alguna vez no escriba una prosa que sepa a novedad, que enriquezca el caudal humano. El hecho de que no exista persona que no deba parte de sus ideas a los libros, concede a quien escribe una potencia imponderable.