Biografía y despedida de Sergio Pitol: La patria de un escritor es el lenguaje
Por Gabriel Zanetti.
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Sergio Pitol: Una biografía soterrada.
Anagrama, Barcelona, 2011. 144 pp.
La historia de una vida y una clase de literatura parecen ser lo mismo para Sergio Pitol, escritor mexicano nacido en 1933, autor de ocho libros, merecedor de los premios Herralde de novela, el Juan Rulfo y el Cervantes. Una biografía soterrada es su última entrega; un libro que fluctúa entre el relato biográfico y el ensayo literario. Soterrados como indica el acertado título; ambos géneros se esconden en el otro, se entremezclan, produciendo efectos muy estimulantes a la lectura. Es, al parecer, literalmente la última entrega: Sergio Pitol anuncia su retiro.
Una autobiografía soterrada parece empezar por el final: “Ayer al mediodía me interné en el Centro Internacional de Salud La Pradera, a media hora de La Habana; por la tarde exámenes y visita a los doctores.” señala Pitol en las primeras líneas, aquejado de afasia progresiva; una grave enfermedad que se caracteriza por la pérdida del lenguaje. Pero la memoria no se pierde, eso queda claro. Sergio Pitol relata magistralmente pasajes de su vida como escritor. Desde la terrible neblina de la infancia, donde quedó huérfano a los cuatro años, pasando por extravagantes viajes por Cuba, Venezuela, Italia, España, Polonia, Rusia y su México natal -donde abrir puertas y ventanas era casi una traición al país- no con el afán de la anécdota –aunque hay algunas notables- sino con el de revisar su proceso como cuentista, novelista y ensayista, además de explorar los diferentes momentos culturales y sociales que le tocaron vivir, casi siempre como eterno extranjero.
En cada una de las partes del libro revisa a Borges y Chéjov con voracidad “Cuando me estanco en un texto y no logro continuarlo se me viene a la mente una frase de Borges y cierro el párrafo con dignidad y elegancia”, responde a su amigo Carlos Monsiváis en el diálogo que establecen al final del libro. Un poco antes confiesa “Somos todo el pasado –vuelvo a Borges-, somos nuestra sangre, somos la gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros”. También lecciones de Chéjov abundan en la explicación de sus procedimientos como cuentista, en la búsqueda de la forma, de los silencios y cierta ambigüedad imprescindible para Pitol a la hora de escribir. El 14 de mayo escribe:“Un cuento suyo (de Chéjov) nos proporciona una impresión total, pero si lo releemos con frecuencia la historia se vuelve diferente. En una carta a Suvorin, su editor, del 1 de abril de 1890, le dice: Cuando escribo confío plenamente en que el lector añadirá los elementos subjetivos que le faltan a mis cuentos.”
Al revisar su obra –escrita en su totalidad fuera de México- nos da luces del arduo y paciente trabajo realizado, quitado de ruido y ansiedad. Al pasar por Borges y Chéjov, además de Bajtin, Ford Madox Ford, Alfonso Reyes, Cervantes, Andrzejewski, Iwaszkiewicz, Gombrowicz, Brandys, Schulz, a quienes en su mayoría tradujo –“no conozco mejor forma para aprender a estructurar una novela que traducir”-, no sólo habla de la importancia de estos escritores, de su influencia, de su amor incluso por ellos, sino que también, al traducir y comentar sus miradas de la literatura, da propios y soberbios mensajes, con la propiedad de alguien que ha superado todo tipo de madurez. “Jamás confundir redacción con escritura”, señala en esta biografía o novela. El 22 de julio escribe: “Sigo con el diario. Lo inicié hace treinta y cinco años, en Belgrado. Es mi
cantera, mi almacén, mi alcancía”. Y al final, donde quizás esté la clave, responde a la pregunta de Carlos Monsiváis. C.M.: “¿Por qué acercar a los lectores a las entrañas de tu trabajo?” S.P.: “Por lealtad a los textos y los lectores, la carpintería es absolutamente indispensable en mi obra.” Al parecer no sólo en su obra. Únicamente si entendemos por obra la vida de un escritor.