ESTÁ NUBLADO ADENTRO Y FUERA DE LA PIEZA
(Sobre “Diario en Pena”, de Sebastián Astorga)
Por Gabriel Zanetti
El querer realizar algo. El no haber hecho nada a los 24 años. Todos los proyectos que existieron antes, cuando Consuelo existía y las cosas que habían entre el hablante lírico y esta mujer de baba dulce ya no existirían sin la realización de este narcisista y freudiano poemario “Diario en pena” que parece haber sido escrito en la soledad de la masturbación y el invierno “Probé mi semen/ y no sabe a nada / yo no sé lo que busca la gente” y la desesperación expresada en licor y otros elementos propios de la vida de un Sebastián Astorga medio artista, medio corriente, medio silencioso, medio delirante que corrige bebiendo restos de pisco, transcribiendo de su cuaderno de poemas, donde parecen estar aún las lágrimas y el dibujo de los vasos, de las copas con algún brebaje; pequeñas aureolas que se secaron y quedaron allí, por que las ventanas estaban demasiado abiertas en mala estación. El viento del tiempo parece haber secado las letras y todo lo que había allí.
Los ojos del cráneo quedaron abiertos para siempre –quizás en contra de los deseos de Astorga-, como un gran paisaje de pequeñas imágenes, un collage real, surreal, donde aparece la luna y se ríe de sus eternos proyectos, del paisaje ilusorio que quiere conseguir, que ahora por lo menos existe, entre texto y texto, a su antojo y al de cualquiera que siga estos cortos poemas, que, como el mismo autor propone deberían ser un gran papiro… “Diario en pena” se lee hacia al lado, como una cinta de cine antiguo con mucho color, olor y mareo.